Opinión

¡Qué demonios!

Uri Avnery
Uri Avnery
· 9 minutos

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¿Qué diablos les ha pasado? ¿se han vuelto locos? ¿Los británicos, precisamente?

Siempre he sido un anglófilo. Incluso de joven, cuando era miembro de una organización terrorista que luchaba por echar a los británicos de nuestro país. En esa época, yo estaba trabajando en un despacho de abogados que tenía clientes ingleses. La mayoría me caía bien. (Para nosotros en la colonia, todos eran “ingleses”).

Siempre he percibido a los británicos como gente sumamente racional. Serenos, moderados, reacios a mostrar sus emociones.

Y aquí están, tomando una decisión demasiado irracional en una cuestión de importancia histórica, dejando que su repulsa hacia los “extranjeros” oriente y desoriente sus votos.

Esta ocasión fue lo menos británico que cabe imaginar.

“El mejor argumento contra la democracia son cinco minutos de conversación con el votante medio”

Los británicos están orgullosos de haber inventado la democracia moderna. Su élite nunca ha tenido ilusión alguna hacia el hombre común (ni mucho más tarde, hacia la mujer común). Los votantes británicos no tomaban decisiones fatídicas. Elegían a personas mucho más competentes para tomar las decisiones graves, gente formada para esta tarea. En realidad, a tomadores de decisión natos.

Los líderes democráticamente elegidos por el pueblo británico a menudo albergaban un desprecio poco disimulado hacia quienes los habían votado. El líder británico por excelencia, Winston Churchill, dijo la famosa frase de que “el mejor argumento contra la democracia son cinco minutos de conversación con el votante medio”.

Por lo tanto, cualquier tipo de plebiscito está totalmente en contra del carácter de la democracia británica. Un referéndum es una invitación a la irresponsabilidad. Una persona sigue sus emociones fugaces y puede votar por todo lo contrario al día siguiente (cuando ya sea demasiado tarde). Un voto por el “sí” o “no” en el calor del momento puede ser bastante aleatorio para mucha gente, cuando, además, el resultado depende de un 1% o 2%. (Un referéndum debe exigir al menos un 75% o 60% de la mayoría).

El Brexit puede ser un buen juguete para entretenerse. Pero es desastroso

El referéndum de la semana pasada demostró por qué los referendos son una irresponsabilidad. Una mayoría –aunque una pequeña mayoría- de los británicos votó democráticamente abandonar la Unión Europea.

¿Por qué, por el amor de Dios?

Por ahora, se han emitido e impreso miles de comentarios. Se han propuesto miles de explicaciones. Pero al final, todo se reduce a una cosa: los británicos están hartos de franchutes y teutones y demás ‘foráneos’ que quieren decirles lo que deben hacer por su propio bien.

Al infierno todos.

Recuerdo muy bien un cartel británico maravilloso después de la derrota de Francia en 1940: “¡Pues vale: iremos solos”. Los británicos de mi generación se acordarán siempre del espíritu de ese lema.

Pero esto no es 1940. El mundo ha cambiado. El mundo sigue cambiando. El Brexit puede ser un buen juguete para entretenerse. Pero es desastroso.

De todas las explicaciones dadas a esa decisión, la más convincente es que en todo el mundo democrático hay un creciente descontento, incluso rechazo, al sistema político existente.

Parece que muchos votantes británicos no han votado a favor o en contra del Brexit, sino a favor o en contra de los partidos del sistema.

Este sentimiento anima a los partidos de extrema derecha, y en algunos países también a la izquierda radical. Donald Trump es el hijo predilecto de este sentimiento. También, de un modo un tanto más agradable, lo es Bernie Sanders.

A los políticos se les ve como mercenarios corruptos de los más ricos

En Israel tenemos el mismo sistema prevalente, pero peor aún. La protesta espontánea que estalló al día siguiente de la Guerra del Yom Kippur en 1973, “¡Basta, estamos hartos de vosotros!”(O “¡Basta, que nos dais asco!”), que barrió del poder a Golda Meir y a Moshe Dayan, está hoy más presente que nunca.

El mundo democrático está harto del sistema. En todas partes, a los políticos se les ve como mercenarios corruptos de los más ricos, o, al menos, como fuera del contacto con la realidad.

La votación del Brexit es parte de esta tendencia mundial. Es un voto de protesta, que tiene poco que ver con la cuestión de la consulta. La Unión Europea es vista como una personificación de la clase alta, elitista, la burocracia no democrática, una réplica de la “élite” autóctona. Así que, ¡fuera!

Es una actitud infantil. Una pataleta de un niño a su madre.

Pero es más que eso. Mucho más.

Es la última resistencia del nacionalismo, un paso atrás para la humanidad.

Yo soy un nacionalista. Creo que la humanidad está todavía en la etapa de nación. Creo que ningún credo ni “ismo” puede superar el nacionalismo en el actual estado de empeño humano.

El comunismo lo intentó pero no pudo, después de un siglo de larga lucha. El fascismo, que intentó ser supranacional, lo intentó sin éxito. La religión cristiana lo probó y falló. Donde quiera que estos y otros credos hayan tratado de oponerse al nacionalismo, han sido aplastados.

Quizás el ejemplo más evidente fue el comunismo. Cuando fue atacada por los alemanes, la Unión Soviética volvió a caer en el “patriotismo”. Donde el comunismo se combinó con el nacionalismo, como en Vietnam, prospera.

El sionismo triunfó porque convirtió a la comunidad religiosa judía en una nación israelí moderna.

Las emociones humanas no cambian tan rápido como la realidad material

¿Por qué el nacionalismo se convirtió en el espíritu de la época hace unos 250 años? Porque su contenido espiritual coincidía con las circunstancias materiales. Los desarrollos económico, militar y de comunicación exigían entidades cada vez más grandes. Pequeñas entidades regionales como las de escoceses, corsos o vascos, no podían cumplir estas exigencias, ya no podían defenderse ni competir con las grandes unidades económicas. Entonces, se unieron a los nuevos Estados-nación (Gran Bretaña, Francia, España). El Reich alemán y la república italiana se formaron en ese momento.

Esta realidad se está haciendo rápidamente obsoleta. La economía se ha globalizado, la bomba nuclear es el arma de las grandes potencias, el medio ambiente global solo puede ser salvado por una gran unión de fuerzas de toda la humanidad. Internet y los medios de comunicación conectan a todos los seres humanos ignorando las fronteras. El Estado-nación no puede competir de forma aislada.

Pero las emociones humanas no cambian tan rápido como la realidad material. La gente se aferra a las viejas ideas. Las naciones siguen teniendo todavía un poder sobre sus ciudadanos. Cada partido de fútbol internacional demuestra esto de forma clara y poderosa. Los seguidores de fútbol son un verdadero reflejo de sus naciones.

El nacionalismo se resiste a la lógica regional y global. Lucha por la existencia, se aferra al pasado

Esta es la raíz verdadera del Brexit. El nacionalismo se resiste a la lógica regional y global. Lucha por la existencia, se aferra al pasado. Igual que los tejedores alemanes del drama de 1892 de Gerhart Hauptmann, que destruyeron las nuevas máquinas de la era industrial con el objetivo de mantener el orden económico obsoleto del que dependía su sustento.

La historia puede ser hasta divertida. Uno de los resultados de este movimiento hacia las entidades posnacionalistas más grandes es la desintegración de las naciones del siglo XIX y XX. Si la soberanía real se muda desde Londres, Paris y Madrid hacia Bruselas, los escoceses, corsos o vascos no necesitan quedarse en sus grandes naciones. Pueden volver a su anterior mininacionalismo local y permanecer en la Unión Europea. El Reino Unido va a convertirse de nuevo en la pequeña Inglaterra.

De adolescente, yo formaba parte de la resistencia terrorista porque creía que debíamos tener nuestro propio Estado-nación, que se convirtió en Israel. En la guerra de 1948, me convencí de que no había manera de obligar a los palestinos a renunciar a su deseado Estado-nación propio. Así nació la idea de “dos Estados para dos naciones”. Poco más tarde, yo defendí la idea de la creación de una “Unión Semita”, en la que Israel, Palestina y el resto de países árabes cooperarían sobre una base regional. (Recientemente, un grupo israelí llamado “Dos Estados, una patria” ha retomado la misma idea).

Recuerdan cuando su pequeña isla-nación dominaba una quinta parte de los continentes

Hay algo emotivo y conmovedor en la decisión de los británicos. Ellos tienen presente el estado de ánimo de “Pues vale, iremos solos”, el momento de mayor orgullo en toda su historia. Recuerdan cuando su pequeña isla-nación dominaba mares y una quinta parte de los continentes, entre ellos mi país.

Pero sigue siendo una locura.

El progreso humano exige entidades más y más grandes. Este siglo veremos un nuevo Orden Mundial. Por desgracia, no estaré por aquí, pero ya lo he visualizado con el ojo de mi mente. Es inevitable.

La cuestión es si este orden mundial será democrático, o no. Le corresponde a la humanidad asegurarse de que lo sea. Lo mismo se aplica ahora a la Unión Europa. Aquellos a los que no les gusta cómo es, deben luchar por el cambio (por su verdadera democratización, por el bienestar social efectivo y los derechos humanos). Esto es por lo que los electores británicos deberían haber votado.

En lugar de ello, votaron por: “¡Que paren el mundo, nos queremos bajar!”

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