Opinión

No hay cabos sueltos

Imane Rachidi
Imane Rachidi
· 7 minutos

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Debo reconocer que lo del Majzén en Marruecos tiene mérito. Lo suyo cortando los problemas de raíz es lo que se llama efectividad y experiencia, dictatorial. La forma y la rapidez con la que ha lidiado el sistema con la crisis del vendedor de pescado aplastado por y en un camión de basura en Alhucemas me recuerda mucho a la película Les Choristes. Los chicos del coro, para los amigos. Salvando las distancias, claro, que aquí no está el patio para coros ni musiquita.

Cuando los chavales sacaban de quicio al director Rachin, el malo de la película que siempre estaba de muy mal humor, él ponía en marcha su pedagogía: acción-reacción. Para ese maestro de internado, el diálogo con los alumnos era una pérdida de tiempo y lo efectivo era la mano dura. Castigar, a quien sea, para dar ejemplo. Y si el castigado no ha hecho nada, no importa. “Si hoy no ha sido culpable, lo habría sido mañana. Esta gente no tiene remedio”, decía.

No se molesta en cuestionar si el sistema hace algo mal, ¿para qué? Si ha funcionado muy bien siempre

Rachin, al igual que el régimen marroquí, nunca recurre a la raíz del problema ni intenta encontrar la solución. No se molesta en cuestionar si el sistema está haciendo algo mal, y si todos pueden estar contentos si las cosas se hacen de otra manera. Claro, ¿para qué? Si el mismo sistema ha funcionado muy bien siempre. Para el profesor Rachin y para el régimen marroquí.

A todos nos ha dolido mucho el final, y especialmente las circunstancias en las que ha muerto el vendedor de pescado marroquí, Mohsen Fikri. Pero el sentimiento que hemos compartido muchos, y al mismo tiempo, ha sido: Marruecos tiene su Bouazizi. Nos acordamos todos del joven tunecino que encendió la llama en el mundo árabe y provocó la caída en serie de unas cuantos dictadores que parecían inamovibles.

Ambos eran jóvenes, vendedores ambulantes, pobres, oprimidos y víctimas de la corrupción policial que campa a sus anchas por el país. Ambas muertes fueron grabadas en directo por teléfonos móviles y corrieron como la pólvora por las redes sociales: el suicidio de Bouazizi, y el asesinato de Mohsen.

El Majzén reacciona rápido a la mínima sospecha, sabe medir la envergadura de las cosas

Al tunecino quisieron quitarle su verdura, su pan de cada día, y él se prendió fuego en mitad de la plaza. Al marroquí lo despojaron de su mercancía y la tiraron en un camión de basura. Él, frustrado, se tiró detrás, al interior del contenedor, con la mala suerte, o la mala baba (nunca lo sabremos), de que la trituradora estaba en marcha.

Pero… ¿por qué a pesar de tener a un Bouazizi, las consecuencias en Marruecos no son ni de lejos similares? Las armas de ayer no tienen por qué funcionar hoy, sería un argumento simple. Pero la verdadera razón va mucho más allá, se remonta a décadas de experiencia en el principio acción-reacción. El Majzén, como se conoce el sistema de gobernación marroquí forjado durante siglos, tiene mucha más experiencia, visión y reflejos de los que tenía Zine El Abidine Ben Alí. Hassan II ya fue un experto en esquivar la agitación popular, y en ello entrenó y formó a su sistema para una larga vida. El Majzén reacciona rápido a la mínima sospecha, sabe medir la envergadura de las cosas, y lo que es más importante: sabe lo que tiene que hacer, cómo, cuándo y en qué medida, para que las consecuencias no le pillen desprevenido.

#MachacaASuMadre, traducido mal y pronto, fue el hashtag que los marroquíes usaron para mostrar su indignación en las redes sociales. Esa fue, supuestamente, la orden del policía de turno para lidiar con el cabreo del vendedor de pescado. Cientos de miles de personas se han concentrado en diferentes ciudades marroquíes, desde el Rif a Rabat, y desde Tánger al sur del Atlas, pidiendo justicia por la muerte de Mohsin. Igual que hicieron los tunecinos aquel diciembre de 2011.

Ben Ali tardó dieciocho días en hacer el paripé y visitar a Bouazizi en el hospital, donde se estaba muriendo por las quemaduras que él mismo se provocó. El régimen marroquí reaccionó de inmediato. Acción-reacción. Abre una investigación “minuciosa y profunda” de lo que ha ocurrido. Envía el pésame a la familia y a los rifeños. El ministro del Interior, Mohamed Hassad, salió disparado hacia Alhucemas para “acompañar en el sentimiento” (de rabia no, desde luego) a la familia de Mohsin. La versión oficial es: nosotros también estamos escandalizados, a este policía se le ha ido mucho la mano, y pagará por ello.

La versión oficial es: nosotros también estamos escandalizados, a este policía se le ha ido mucho la mano

La gente pidió justicia en las calles, y justicia tendrán. Ya hay varios detenidos. Se les someterá a un juicio y se les condenará a lo que haga falta para dar ejemplo público de que Marruecos es un Estado de Derecho. La postura oficial es que estamos ante un hecho aislado, un abuso de poder, una orden desmesurada de una persona que no representa a su régimen. “No podemos aceptar que los funcionarios actúen de forma precipitada, con ira, o violando los derechos humanos», dijo Hassad». Y prometió justicia.

Porque en Marruecos la justicia es lo primero. Si no, que se lo digan al cantante Saad Lamjared. (Vale, sí, el patio sí que estaba para musiquita). La estrella de pop marroquí va a ser procesado por la justicia de Francia por un “caso grave de violación” de una mujer de 20 años y… adivinen ¿quién le ha puesto abogado y quién correrá con los gastos? Pues quien siempre hace justicia en Marruecos. Ya lo dijo el propio cantante en uno de sus horripilantes éxitos: “Soy el puto amo”.

No hagas experimentos. Mira Egipto, te diría un buen marroquí

¿Quién está hablando hoy en Marruecos del problema de fondo? ¿De la corrupción y la ‘hogra’ (opresión) discriminada? ¿de las injusticias? ¿del 40% de paro entre los jóvenes? Claro, ¿para qué? Si el sistema ha funcionado siempre y todo el mundo sobrevive. No hagas experimentos. Mira Egipto, te diría un buen marroquí. Vale, es verdad, lo han puesto todo patas arriba, para volver a poner las cosas en el mismo orden en el que estaban. O peor.

Les Choristes tienen a Mathieu, un educador que prefiere sacar lo mejor de sus alumnos y no condenarlos a vivir resignados entre muros. Pero Abdelilah Benkirane, el primer ministro marroquí, no se le parece ni de lejos. De hecho, no le encuentro parecido en él en la película, ni a Mathieu en Marruecos. Ni para bien, ni para mal. Marruecos tampoco será Siria ni Libia porque el Majzén no deja cabos sueltos. Reacciona. Y punto.

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