Opinión

Militares contra el alcohol

Wael Eskandar
Wael Eskandar
· 9 minutos

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Justo antes del túnel de Ahmed Hamdy, que conecta la principal masa de tierra de Egipto con la Península del Sinaí, hay dos puestos de control, uno tras otro. El primero lo gestionan los militares y el segundo, el Ministerio de Interior. Este fin de semana, cuando viajaba a Sinaí con un grupo de amigos, nos pararon en el punto de control militar. Los reclutas insistieron en registrarnos, y una simple pregunta de cuál era el objetivo les hizo volverse muy firmes en su decisión de peinar todas las bolsas.

La búsqueda hizo aparecer una botella barata de tequila que había comprado una vez en una tienda duty-free al llegar de un viaje al extranjero. La colocaron en el arcén y continuaron registrando las bolsas. Mientras tanto, de vez en cuando un recluta cogía la botella, la escudriñaba y la ponía otra vez en el aslfalto. Eso pasaba dos o tres veces. Al final, sin haber encontrado más que la botella, nos informaron de que teníamos que romperla, al no tener recibo de la compra, aunque las etiquetas en la propia botella indicaban claramente que provenía de las tiendas duty-free egipcias.

Era un cementerio de botellas de alcohol, las verdes de Heineken, botellines de cerveza egipcia…

Nos extendieron una especie de papel para certificar que habían encontrado la botella y que ésta sería destruida. Yo argumentaba que la botella no era ilegal en absoluto, dado que la que había comprado de acuerdo con las severas leyes de alcohol del Estado. Por toda respuesta, el oficial presente me amenazó con interponer denuncia contra mí. Yo le dije que volvería a casa para buscar el recibo o mi pasaporte, pero esta idea le parecía ridícula al oficial: sugirió que era mucho más fácil coger y romper la botella. Los otros siete, que habrían tenido un retraso innecesario, estaban de acuerdo en que no valía la pena hacerlo por una botella de 25 dólares

El oficial, con una estrella en cada hombrera, me dio las instrucciones: tenía que lanzar la botella contra las rocas tras la cafetería vecina. Era un cementerio de botellas de alcohol, cubierto de añicos verdes de Heineken, así como de botellines de cerveza producida en Egipto, lo que mostraba hasta qué nivel de absurdo llegaban las normas impuestas cada día por el control.

Tiré la botella al aire lo más alto que pude, pero no cayó en las rocas. Le dije al oficial que si algo falla durante una ejecución, ya no se vuelve a intentar matar al reo. Me miró incrédulo y me preguntó: “¿Qué has dicho?” Se lo repetí y se molestó: “No, es que no la tiraste bien contra las rocas”.

El militar estaba minando la autoridad del Estado, que me había permitido adquirir esa botella

Lo hice de nuevo, tirándola alto en el aire e intentado apuntar bien para que aterrizara en las rocas. Pero de nuevo, no se rompió. Le sonreí al oficial y le dije: ¿Ves? Eso sólo le molestó más. Uno de mis amigos, que tenía ganas de continuar viaje cuanto antes, dijo que se ocuparía él. Apuntó y tiró la botella horizontalmente contra las rocas. Pero sólo se rompió en el segundo intento.

Una vez que estaba todo hecho y terminado, le dije al oficial que me dirigía a él como ser humano, no como oficial militar, y que me parecía que todo el incidente no tenía sentido alguno. Le dije que me había quitado algo que me pertenecía, y que estaba minando la autoridad del Estado, que me había permitido adquirir esa botella. Me respondió que eran sus órdenes y que tendría que cambiarse de chaqueta para poder hablar del asunto. Le dije: “Vale, pero no estoy hablando con tu chaqueta. Estoy hablando contigo”.

Menos de 50 metros más tarde nos encontramos al siguiente punto de control, esta vez bajo mando de la policía. El agente de paisano, con la culata de la pistola sobresaliendo del cinturón, exigió a los hombres del grupo a bajarse del coche, mientras que las mujeres se podían quedar sentadas. El policía, bastante joven, actuaba como si supiera que algo no encajaba. Encontró un folleto doblado y empezó a olerlo, preguntando: “¿Quién ha tomado polvo?”, en referencia a la heroína. El conductor dijo que ninguno del grupo andaba con esas cosas. Encontró otro papel con restos de algo blanco y dijo: “¿Lo ven? ¡Es heroína!” El conductor le aclaró que era sólo detergente de la última vez que lavó el coche.

Luego el policía llevo a todos los hombres a una celda de registro, nos exigió vaciar los bolsillos y nos registró. Dijo que podría haber traído perros para detectar la droga y le respondí que eso habría sido un método bastante más eficiente que el suyo. Contestó que si había drogas las tendrían las mujeres, pero que él sólo cumplía con su deber y no nos lo quería hacer pasar mal. Dijo que si teníamos antecedentes criminales, el tratamiento habría sido más duro e invasivo. Hizo como si supiera más de lo que realmente sabía, lo que era triste, porque nosotros no llevábamos nada.

Pasamos por varios puntos de control más, que estaban siempre al cargo de quienes parecían ser unos reclutas incompetentes y sin entrenar, que tenían instrucciones, pero no tenían claro a qué servía todo aquello. Examinaban nuestros carnés de identidad con gran cuidado.

A los militares no les compete meterse en la vida cotidiana, pero lo hacen cada vez más

Quizás no se pueda deducir gran cosa de anécdotas como ésta; de hecho, ni siquiera se pueden considerar pruebas siquiera anecdóticas para sacar una conclusión más general. Pero pueden servir para reflexionar sobre las políticas generales y las actitudes que existen y que prevalecen ahora en Egipto y en el sector de seguridad. Me han contado historias similares sobre la “destrucción alcohólica” en los aeropuertos de Arabia Saudí, donde el alcohol está prohibido.

Lo que sí podemos deducir, en todo caso, es que algo va muy mal en Egipto.

El papel de los militares en la vida civil: A los militares no les compete meterse en la vida cotidiana, pero lo hacen cada vez más. El papel del Ejército nunca era registrar a civiles para buscar botellas de alcohol ni de imponer la ley de esta manera.

Minar el Estado: Al cumplir con una ley que confisca una cosa adquirida legalmente, las instituciones estastales se minan mutuamente.

Incompetencia: La botella que los militares encontraron después de registrar todas las bolsas sólo era la cuarta parte de lo que llevábamos. Y no era que no mirasen a fondo: examinaron la ropa interior de las mujeres y sus botes de crema facial.

Falta de lógica. No está claro si exigir a un ciudadano que tire una botella contra las rocas es un procedimiento estándar.

La guerra contra el terror: El mandato principal de los militares para involucrarse en la política y los asuntos de seguridad es la “guerra contra el terror”. ¿En qué ayuda a esto confiscar y destruir bebidas alcohólicas?

La incompetencia de las fuerzas de seguridad no es algo nuevo. El sector de seguridad funciona ejecutando órdenes, en lugar de comprender el mandato de las instituciones. Desafortunadamente, este modo de operaciones también es presente en los Ministerios no relacionados con la seguridad, cuando sus políticas las impone principalmente el sector de seguridad. Muchos ministros son incapaces de cambiar las políticas existentes a causa de las razones de seguridad impuestas por el aparato estatal.

Nuestra incapacidad de desafiar el aparato de seguridad le otorga el dominio sobre los demás ciudadanos

También es importante darse cuenta de que estas prácticas son muy similares a las vigentes en la era del presidente Mohamed Hosni Mubarak, ya depuesto. Puede ser imposible enfrentarse a un oficial militar o de la policía si decide acusar a alguien falsamente de llevar droga u otros objetos ilegales y los presenta como prueba confiscada.

El problema de fondo en Egipto es que ninguna institución parece cumplir con su trabajo correctamente. Las políticas las controla el aparato de seguridad, y a las fuerzas de seguridad las motivan los intereses económicos. Además tienen lazos con familias y lealtades. Así no se puede hacer una reforma de verdad, hasta que se rompan estas cadenas.

Nuestra incapacidad total de desafiar el aparato de seguridad le otorga el dominio sobre los demás ciudadanos e instila en los miembros de las instituciones de seguridad la sensación de que son los dueños del país. La expansión de las responsabilidades de este aparato hacia sectores que están fuera de su mandato, y su impunidad cuando cometen un crimen, es un reflejo del desequilibrio en Egipto que una vez llevó a una revuelta popular, pero que en el futuro puede llevar a consecuencias catastróficas.

Al regresar a Cairo, nos habiamos preparado para horas de registros policiales, porque el Sinaí es famoso por lo fácil que es allí comprar drogas. Pero no nos registraron ni una sola vez. Tal vez porque estaba lloviendo.

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