Crítica

El invierno dentro

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 4 minutos
Suntan
Dirección: Argyros Papadimitropoulospapadimitropoulos-suntan

Género: Largometraje
Intérpretes: Makis Papadimitriou, Elli Triggou, Dimi Hart, Hara Kotsali.
Produccción: Faliro House
Guión: Syllas Tzoumerkas, Argyros Papadimitropoulos,
Duración: 104 minutos
Estreno: 2016
País: Grecia
Idioma: griego

Paredes encaladas y aguas color turquesa, sol, dieta mediterránea. Y marcha nocturna, para quien quiera. Es lo que se encuentra Kostis, el protagonista de Suntan, seis meses después de haber llegado a una pequeña isla griega, donde ha venido a ejercer de médico. Seis meses de lluvia y aburrimiento, que llegan a su fin cuando la periódica invasión de turistas lo llena todo de color, música y sensualidad. En especial una chica, Anna, que parece tener con el doctor un ambiguo coqueteo, y cuyo magnetismo arrastrará a éste a los ocios playeros de día y al desenfreno discotequero de noche.

Anna y sus desinhibidos amigos podrían ser un vehículo para escapar del invierno interior, pero…

Kostis, sin embargo, viene del invierno. No solo del invierno en la isla, sino también de un invierno propio, de inclemencias emocionales apenas insinuadas en el filme. Anna y sus desinhibidos amigos podrían ser un vehículo para escapar de esa estación interior, pero el contraste entre estas sombras y la alegría estival de la pandilla no tardará en manifestarse de un modo dramático. Este es el planteamiento que el joven director Argyris Papadimitropoulos propone en su tercer largometraje tras Bank Bang y Wasted Youth. Un amor de verano devenido casi en thriller psicológico, tanto más interesante cuantos más y mayores son los dilemas que plantea.

Porque en Suntan está, de entrada, la vieja pero nunca resuelta cuestión del culto a la juventud, la moderna tiranía de la diversión y el loco esparcimiento. El infatigable grupo de Anna se pasa las vacaciones riendo, bailando, jugando, follando. No paran –no los vemos parar– ni un minuto, se dijera que ni siquiera duermen. Están llenos de belleza y energía. En cambio Kostis, calvete y fondón, parece tener muy difícil su entrada en el club. Sobre todo porque, más allá de su edad, su aspecto físico y sus habilidades, como médico tiene horarios, obligaciones, responsabilidades. Todo ello difícilmente compatible, claro, con la fantasía de ocio perpetuo de sus jóvenes amistades.

Pero el abismo que separa sus modos de entender el amor (sí, pueden llamarlo también sexo) es todavía más hondo. Aunque no sabemos gran cosa del pasado de Kostis, sospechamos que se trata de un tipo más bien convencional. Por eso la generosa promiscuidad de los chicos, y en especial de Anna, le atrae tanto como le desconcierta. De algún modo, el médico pertenece a un tiempo –el de la monogamia, el del varón que conquista a la mujer– que parece remoto, periclitado ante el empuje del “nuevo” modelo.

En España, la divina invasión dio pie a la comedia de destape; aquí se ve su lado pesadillesco

Acaso antaño, cuando aquellas turistas que sistemáticamente identificamos como suecas llegaban a las cosas españolas, también sucedió así. La diferencia es que en nuestro país, aquella divina invasión dio pie a la comedia de destape, al landismo y finalmente a la España moderna: Papadimitropoulos ha preferido ver su lado pesadillesco, preguntarse qué sucede cuando alguien no es capaz de adaptarse o entender los códigos que le rodean. Y lo que sucede, nos explica el director, no es bueno.

Un guion excelente, una narrativa visual más que efectiva y una soberbia interpretación de Efthymis Papadimitriou hacen de Suntan una de las mejores propuestas que han desfilado estos días por el Festival de Cine Europeo de Sevilla (SEFF), pero además demuestra que todavía es posible abordar desde la pantalla asuntos de calado social sin dogmatismos, confiando en la madurez del espectador para debatir y sacar sus propias conclusiones.

Mientras veía Suntan no podía evitar recordar aquella memorable película de Gabriele Salvatores, Mediterráneo, donde unos soldados italianos en 1941 recalan en una isla griega y se aíslan de toda la violencia bélica del momento. Papadimitropoulos hace en cierto modo lo contrario, lleva la guerra al paraíso, el invierno a la playa. Y nos recuerda que el mismo sol que dora hermosamente las pieles y hace espejear las aguas en las caletas puede achicharrar a quien no tome las debidas precauciones.

 

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