Opinión

Dinero, amistad, amor, sexo

Soumaya Naamane Guessous
Soumaya Naamane Guessous
· 9 minutos

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Tradicionalmente, los hombres mantenían a las mujeres. El dinero era un asunto de hombres. Hoy en día, las mujeres reciben un salario por su trabajo. Los esquemas tradicionales evolucionan. Pero, ¿cuál es la actitud ante el dinero en las nuevas relaciones hombre/mujer fuera del matrimonio? ¿Se percibe todavía al hombre como “financiero”? ¿Quién paga la cuenta cuando se sale? ¿Las mujeres? ¿Los hombres? ¿Ambos?

Interesémonos por las chicas jóvenes y mujeres solteras. Entre las chicas jóvenes, hay dos categorías: aquellas salidas de sectores sociales pudientes, que tienen dinero, y aquellas de clases más desfavorecidas, que tienen poco o nada de dinero.

Algunas chicas jóvenes, cuando tienen dinero, se niegan a que les inviten a lo que sea por principios: “¡Me niego a depender de un hombre! ¡No estoy en venta!” Los hombres invitarían a las chicas jóvenes para engatusarlas y tener derecho sobre su cuerpo.

Muchas piensan que si un hombre quiere su compañía, tendrá que aflojar la pasta

Sin embargo, es fácil proteger el orgullo cuando se tienen los medios. Las desfavorecidas afirman no tener elección: “Mis padres son pobres. O acepto que mis colegas me inviten o no salgo.” Muchas de estas chicas son conscientes de su situación de dependencia pero no dudan en tragarse su orgullo por un momento de placer.

Son más numerosas, adineradas o desamparadas, aquellas que piensan que si un hombre quiere su compañía, este tendrá que aflojar la pasta.

Esta otra categoría se queja de la pesadumbre de los hogares, donde la falta de espacio da lugar al hacinamiento y la agresividad. De ahí la huida hacia lugares agradables: “Mi casa es un infierno. No tengo un espacio para mí. Duermo en la sala que sirve de comedor, salón y dormitorio.” En estos hogares cohabitan varias parejas, con lo que la tensión aumenta: “Vivimos apiñados en tres habitaciones: mis padres, mis cinco hermanos y hermanas, mi abuela y mi tía viuda. Me siento mejor en una cafetería.”

La mala alimentación empuja a buscar mesas llenas: “Como mal en mi casa. Si tengo la ocasión de que me inviten en un restaurante, no me privo.”

La escasez de actividades de ocio y su precio excesivo hacen que muchas jóvenes caigan en los brazos de los hombres. “Sueño con hacer música, danza, teatro. Mis padres son pobres. Ir a cafeterías y a restaurantes me entretiene.” “Ni siquiera tengo cómo pagarme una entrada para el cine al mes. Los hombres me invitan.”

“Ni siquiera tengo cómo pagarme una entrada para el cine al mes. Los hombres me invitan”

La pobreza y la ausencia de infraestructuras culturales y deportivas al alcance de la población, ¡atentan contra la dignidad y el orgullo!

Generalmente, entre amigos de la misma edad, cada uno paga su parte: “Cuando salimos en grupo con amigos del instituto, sabemos que ninguno tiene muchos recursos.”

Sabiendo que los amigos de la misma edad no tienen recursos, muchas solteras, en busca de ocio, prefieren salir con hombres mayores que ellas, que tienen un sueldo: “Con ellos descubro lugares agradables y no me aburro.”

La búsqueda del lujo es una motivación: “Con los jóvenes, pasamos horas en la misma cafetería. Ni mi presupuesto, ni el de mis amigos nos permiten frecuentar lugares lujosos o consumir varias veces en el mismo lugar. ¡Los hombres mayores me miman!”

“No permito que un hombre me invite. Si no tengo los medios, no salgo»

“El joven no es consumidor. ¡Es un bouwasse!” Bouwasse designa en Marruecos al cliente que pide una taza de café que le dura dos o tres horas. Para hacer durar el disfrute, no le da tragos, sino que simplemente pone sus labios en el borde de la taza. Besa la taza. De ahí la expresión bouwasse, besucón.

Las solteras de mayor edad son presas de su sueldo. Algunas, cuando pueden pagar sus pasatiempos, son dignas: “No permito que un hombre me invite. Si no tengo los medios, no salgo. No me gustan las relaciones basadas en el beneficio.”

Sin presupuesto para el ocio, muchas chicas se dejan cuidar por los hombres. En muchas ocasiones, la tradición perdura a pesar de la evolución de la sociedad. Se sigue considerando al hombre como aquel que tiene que pagar. Muchas chicas jóvenes piensan que es el rol de los hombres. Utilizan este pretexto para aprovecharse de cada situación. Hay que lamentar que este perfil se extiende cada vez más en una sociedad donde la pobreza y la frustración hacen estragos y donde se evalúa a la persona según las apariencias de fortuna.

La tradición continúa dictando los comportamientos en el seno de una sociedad que asegura estar abierta a la modernidad.

“¡Los hombres tienen que pagar!” Significaría incluso un signo de virilidad: “Un hombre que acepta que una mujer pague su consumición es una nenaza. No le tengo respeto.” Las solteras hacen una distinción entre las salidas con amigos y compañeros de trabajo y las salidas con su pareja en el marco de relaciones amorosas y sexuales.

Para algunas, las salidas con los amigos no suponen ningún problema: “Entre amigos no cuenta. Soy yo o ellos. Lo que cuenta es que no haya beneficio.” “Si un amigo no tiene dinero, pago por él. La próxima vez lo compensará.” “De lo contrario, es que quiere sacar provecho de mí. Paso de él o le digo que no soy una prima.”

Entre amigos, cada una paga su parte, pero si se trata de amor y sexo, se juega con cartas marcadas

“Cada uno en su casa, y Dios en la de todos” tiende a extenderse, aunque de forma tímida, entre los jóvenes, sobre todo en el marco de la amistad “Con los amigos, cada uno paga su consumición. Bien me quieres, bien te quiero, mas no te doy mi dinero.” Pero si se consideran amor y sexo, ¡se juega con cartas marcadas!

¡El novio o el potencial marido debe ser generoso! Conviene detectar los signos: “Para saber si un hombre es generoso, hay que salir con él y ponerlo a prueba.” “Se aprecia la generosidad de los hombres. La mujer es sensible a ello, incluso si es rica.”

Generosidad que, para algunas, puede ser simbólica: “Me gusta recibir regalos. Poco importa su valor. Basta con una rosa para sentir que un hombre es considerado.”

Con mucha frecuencia, la generosidad debe ser consecuente. Mientras más caro sea el regalo, más valorado estará el hombre: “Me encantan los regalos: perfumes, viajes, joyas. Es una forma de saber si el hombre me tiene cariño.”

“Me encantan los regalos: perfumes, viajes, joyas. Es una forma de saber si el hombre me tiene cariño”

Pero, ¿de qué hombres se trata? ¿De aquellos que justo acaban de conocer a la joven y salen con ella por vez primera? Cuando este es el caso, al hombre le conviene parecer un caballero. La continuación de la relación dependerá de su generosidad. Si él le gusta a la chica y ella contempla una unión amorosa, el chico debe transmitir unas señales: “Si sale conmigo por primera vez, descifro sus actos y gestos.” Las más desconfiadas reconocen que los hombres tienen una estrategia: “Son generosos, te llevan a los mejores sitios para causar sensación. ¡Es una técnica de ligue! Solo saco conclusiones después de cinco citas.”

No se les escapa ningún detalle. Examinan cada gesto para descubrir la parte oculta del iceberg. “Mi tía me presentó un partido interesante. Me invitó a tomar un helado. Comenzaba a apreciarlo. En el momento de pagar, soltó una grosería: “¿Vamos a medias? Las cuentas claras y el chocolate espeso. Yo funciono a la americana. Fifti fifti.” Saqué mi cartera y tiré la cantidad integral diciendo: “Yo funciono a la marroquí. Quiero pagar tu parte también.” No lo he vuelto a ver. ¡Un hombre debe tener clase!”

Y cuidado con aquel que abusará de las reglas de la modernidad: “Con 36 años, quiero casarme. Un hombre encantador me invitó a un restaurante. No pidió entrantes ni postre. Un filete con patatas, ¡el más barato! Apenas lo tocó. Pidió al camarero que le envolviera los restos. Dijo con orgullo: “He vivido en Estados Unidos. Estoy acostumbrado a la ‘bolsita para perros’ como lo llaman los estadounidenses.” Avergonzada, miraba alrededor por si había gente que me conocía. No lo he vuelto a ver. ¡Qué vergüenza!”

“En nuestra primera salida, dijo: “¡Yo pago el cine y tú el restaurante!” Pensaba que bromeaba

Cuidado con el que impone la equidad: “En nuestra primera salida, dijo: “¡Yo pago el cine y tú el restaurante!” Pensaba que bromeaba. Me hizo pagar el restaurante. ¡Estaba escandalizada! Pasé de él.”

Las solteras temen a los hombres mjo ‘fine, giânine, hambriento. Hambriento se asimila al oportunismo. Es pertenecer a un medio que no ha conocido la opulencia y que sigue ávido, voraz. “Me niego a vivir con un hombre insaciable. Es el aprovechado por excelencia. Más vale un hombre con un gran corazón y pocos recursos que un rico calculador.”

Ya sea en vistas de una boda o no, la contribución económica de los hombres es a menudo una exigencia de las solteras, incluidas las más educadas: “Le hago el favor de salir con él. Tiene que soltar la pasta.”

La seducción tiene un precio. “Invierto mucho para él: depilación, manicura y pedicura, peluquero, ropa, lencería brillante, zapatos, perfume, joyas… ¡Una buena parte de mi presupuesto! Él pasa un buen rato con una chica deseable. ¡Pongo más dinero en complacerle que el que él pone para salir!”

[Continuará]

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© Soumaya Naamane Guessous | Primero publicado en Finance News · 2004 | Traducción del francés:  Alejandro Yáñez

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