Opinión

Ellas fueron esclavas

Soumaya Naamane Guessous
Soumaya Naamane Guessous
· 9 minutos

opinion

Casablanca | 1998

 

 

Un recuerdo afectuoso para Miti M’barka, Dada M’barka y Dada Mina que se apagaron unos años después de la publicación de este artículo, llevándose con ellas los recuerdos de un periodo abolido.

El último mercado de esclavos desapareció de Marruecos en los años 30. De esta época esclavista subsisten algunas mujeres con un pasado difícilmente imaginable. Con pudor, nos cuentan lo que han vivido y sufrido, a merced de implacables señores y señoras de la casa. Testimonios dolorosos, indignantes a veces, conmovedores siempre.

La historia de Miti M’barka

Hacía mucho calor. Mi madre me mandó a buscar agua al pozo situado detrás de nuestra nouala (choza). Me cogieron por detrás y me taparon la cabeza con un saco. Dos sólidos brazos me apresaban. Los secuestradores de niños, contra los que se nos alertaba, acababan de raptarme.

Me metieron en un saco y me ataron sobre una mula durante varios días. Me liberaban solo para comer o hacer mis necesidades. Me echaron en una gran habitación oscura con otros niños que chillaban de pavor. Tuve hambre, miedo de un hombre que nos azotaba para que dejásemos de gritar. Ya no lo recuerdo… la mansión de un cabecilla. Una mujer mayor dirigía a los esclavos. El pavor: me orinaba encima. Me pellizcaban, me quemaban los muslos. Otra casa… El hambre, el frío, los cortes, la faena desde el amanecer hasta tarde por la noche.

«El cuchillo formaba parte del cuerpo de Sidi y yo era su esclava»

Una zoco al que venían hombres a examinarme el cuerpo, los pies, los dientes. Otra casa, quemaduras en los muslos, pimiento picante en mis genitales… Seguía orinándome encima. El terror… De casa en casa… ¿Cuántos señores? Ya no lo recuerdo. No me querían, estaba sucia. Lloraba, me llamaban manhoussa (pájaro de mal agüero)… Me volvieron a vender en la ciudad. Una gran casa de muros elevados y una mujer que me quería. Ella me enseñó a sanar mi cuerpo, no pasaba hambre. Dormía a sus pies. Una noche, me lavó cuidadosamente y me encerró en la habitación de Sidi, el tan temido señor. La puerta se abrió y una sombra gigante saltó encima de mí, inmovilizándome en el suelo. Me dolió mucho. Mis gritos no atrajeron a nadie.

El dolor seguía, estaba hinchada. Orinar se convertía en un suplicio. Me abrían de piernas, untaban mis genitales con cataplasma que inflamaba mi cuerpo. No entendía nada. Pensaba que Sidi me había clavado un cuchillo entre los muslos. Nadie me lo explicó. Volvieron a encerrarme en la habitación de mi desgracia… Sidi me apuñaló de nuevo. Entonces lo comprendí. Conseguí ver el cuchillo, a la luz de la vela que iluminaba un rincón de la habitación. El cuchillo formaba parte del cuerpo de Sidi y yo era su esclava. Me sometí para evitar los cortes, las quemaduras. Tres o cinco años después sangré. Me entró el pánico. Pensé que era por culpa de Sidi, aquella noche. No se lo conté a nadie. Más tarde supe que era la regla.

Éramos muchas chicas las que íbamos sucesivamente a la habitación de Sidi. Náuseas, vómitos, mi vientre se hinchaba. Sidi no me llamó más. Echaba de menos los dátiles y las almendras que me daba, pero estaba liberada de sus caprichos, de su violencia. Mi vientre seguía hinchándose. Un desconocido me llevó a Marrakech.

«Traje un niño al mundo. Sin saber cómo fue concebido. Desconocía todo»

Otra casa… Otras caras, otras tareas… Mi vientre seguía hinchándose… Dolores atroces, insoportables, las mujeres me daban órdenes: me engancho a una cuerda colgada en el techo. Separo las piernas. Empujo… Grito… Unas manos gigantes me aplastan el vientre. Chillo. Me piden que apele a Lalla Fatima-Zahra. 1) Miraba hacia la puerta con la esperanza de ver llegar a Lalla Fatima-Zahra que venía a aliviarme. Un cuerpo resbala del mío. Un grito. Traje un niño al mundo. Sin saber cómo fue concebido. Desconocía todo. Un día desapareció de la casa, nadie respondió a mis preguntas. Lloré en silencio.

Estaba al servicio del hijo. Por la noche, le servía té, huevos y almendras en su habitación. Una noche, me mandaron llevar la bandeja al otro hijo, más joven. Acabé pensando que era normal. Era demasiado joven e ignorante, demasiado aterrorizada como para plantear preguntas .

Náuseas, vómitos… La señora me confió a una mujer mayor que me hizo tragar un líquido agrio. Tuve dolores atroces. Las náuseas continuaron. Intentaba camuflarlas. Me clavaron al suelo, me abrieron de piernas, me introdujeron ramas de árbol y me hurgaron. Chillé. Sangré. Sufrí. No tenía derecho a quedarme en la cama. Las náuseas desaparecieron.

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1) Es costumbre implorar la ayuda de la hija del profeta para acelerar el alumbramiento.

El segundo hijo se casó. Seguía llevándole bandejas. Nuevas náuseas. Mi cuerpo de nuevo entregado a los brebajes y a las ramas. Mi vientre seguía hinchándose. Estaba embarazada. Gritos, dolores, retorcimientos, suplicio: nació una niña. La quise. La amamanté, pero menos que a la hija del señor, cuya madre no tenía mucha leche. Mi hija era guapa, casi blanca, se parecía a… No era negra como yo.

Una mañana, mi señora me mandó a Casablanca para que ayudase a su hermana enferma. No volvieron a buscarme. Me respetaron, pero nunca volví a ver a mi hija. Cuando mi señora murió, fui dada o vendida a una nueva familia, gente muy rica que me consideraron como su hija. Mi señor me liberó y me casó con su jardinero.

«Se dio cuenta de que mis nanas no eran en árabe. Es una lengua desconocida en Marruecos»

No volví a tener noticias de mis hijos. Nunca se lo conté a mi nueva señora. Es la primera vez que hablo de esto, hija mía, porque sé que vas a escribir para denunciar el sufrimiento de los esclavos. Cuando crecí, me dio vergüenza hablar de mi pasado. Mi señora ha intentado remontarse a mis orígenes, pero ya no conservaba ningún recuerdo: lo descubrí una vez casada, cuando mi marido me escuchó cantar una nana a mi hijo y se dio cuenta de que mis canciones no eran en árabe. Es una lengua desconocida en Marruecos y nadie ha podido descubrir el origen. ¡No soy marroquí!

Hoy, ya soy mayor, viuda y vivo tranquilamente con mis hijos y el dinero que me dan los hijos de mi última señora. Ni siquiera puedo buscar a mis hijos, no tengo ningún punto de referencia, desconozco los nombres de mis antiguos señores. Ni mi marido ni mis hijos han sabido jamás nada sobre mi pasado. Es una herida que he cerrado. Es mi destino. Doy las gracias a Dios.

Cómo no indignarse ante este mujer, con más de 85 años, tan resignada. Nos desvela con pudor un pasado pesado, lleno de sufrimiento, sin odio, sin rencor, ¡y encima agradeciendo a Dios su destino! Ha sido khadem (esclava) pero también m’zaoura, es decir, una esclava honrada por su señor. La palabra ¿viene de yawari, que designa en árabe clásico a las concubinas? ¿Viene de ziara, que significa visita, aquella que es visitada por su señor? Sea lo que sea, hoy en día es difícil admitir semejantes destinos. Hace apenas unas décadas esto parecía normal.

Sus hijos no fueron reconocidos. No heredaron nada de su padre, un ricachón de Casablanca.

Si Siti M’barka no encontró a los suyos, algunas esclavas consiguieron encontrar sus orígenes gracias al azar, por su propia iniciativa o por la de sus señores. Este fue el caso de Dada M’barka.
Estaba sentada en un rincón sombrío del jardín, enfrente de mi madre, de Dada M’barka y de madre Najma, una limpiadora muy afectuosa. A Dada M’barka la compró un primo de mi abuelo. Nunca se casó, ¡pero tuvo dos hijos! El único varón de la casa era su señor. Sus hijos no fueron reconocidos. No heredaron nada de su padre, un gran ricachón de Casablanca.

Mientras que nosotras nos comíamos una a una las aceitunas recogidas hacía poco, Dada M’barka, tan discreta por naturaleza, estaba sometida a la curiosidad excesiva de madre Najma. Dada M’barka no habla de su vida anterior, ni de sus dos hijos. Nunca ha respondido a las preguntas. Hablar de los hijos de Dada es tabú pero es un secreto a voces.

Ese día, Dada aceptó remontarse a sus orígenes y nos entregó algunas migajas de recuerdos que su memoria conservó. Animada por mi madre, realizó investigaciones que la llevaron hasta su familia. Su señor la compró cuando este tuvo a su primera hija. Hasta hoy, estaba al servicio de su hija. Fue su niñera, su confidente, su chica de compañía, la niñera de sus hijos.

Dada M’barka vive con su nuera en la medina de Casablanca. No tiene ninguna fuente de ingresos aparte del dinero de su nuera y de la familia a la que sirvió fielmente. Era la mujer que hacía todo. Circulando de casa en casa, siempre fue muy discreta. Las esclavas recibían las confidencias de las señoras de la casa y algunas echaron leña al fuego. Dada nunca metió cizaña entre los miembros de la familia, se quedaba para sí misma todo lo que le decían. A la preguntas indiscretas responde: “No sé, Lal·la, no me han dicho nada”. 2)

[Continuará]

2) Lal·la es la forma respetuosa de dirigirse a una señora o princesa en lengua magrebí.

© Soumaya Naamane Guessous | Primero publicado en Femmes du Maroc  ·  Dic 1998 | Traducción del francés:  Alejandro Yáñez

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