Reportaje

Siriacos: fe en la revolución

Karlos Zurutuza
Karlos Zurutuza
· 11 minutos
Combatientes de la milicia asiria MFS cerca de Raqqa (2017) | © Karlos Zurutuza
Combatientes de la milicia asiria MFS cerca de Raqqa (2017) | © Karlos Zurutuza

Frente de Raqqa | Agosto 2017

Para llegar al cuartel de los siriacos en Raqqa hay que conducir hacia el suroeste, y casi siempre por lugares donde nunca hubo una carretera. La ruta no es totalmente segura, pero es la única alternativa para evitar la zona aún bajo control del Estado Islámico. Una vez a las afueras de la ciudad, basta dejarse llevar por el oído: la base del Consejo Militar Siriaco, conocido en su lengua, el arameo, como Mawtbo Fulhoyo Suryoyo (MFS), está justo al lado de la de los americanos en la zona; esa desde la que percuta un mortero de 81 milímetros cada cinco minutos. Día y noche.

El comandante Matai Hannah acaba de volver de allí con una ración de combate MRE (“Carne lista para comer” en sus siglas en inglés).

“Su base está justo detrás de ese muro. Yo no tengo inconveniente en llevaros pero a ellos no les va a gustar”, se disculpa el siriaco mientras, espera a que el agua caliente ponga a punto su comida empaquetada en Cincinnati.

Los siriacos dispuestos a combatir se debatían entre unirse a las milicias de Asad o a los kurdos

A sus 22 años, Hannah ha pagado su rango con un riñón, una cicatriz desde la ingle al esófago y un balazo en la cabeza. Milagrosamente solo le rozó, pero no fue en Raqqa, sino en su Qamishli natal, en 2015. El enemigo, no obstante, era el mismo.

Censos anteriores a la guerra en Siria situaban la cifra de los cristianos en torno a un 10% de una población total de 23 millones. Uno de los colectivos cristianos más importantes es el siriaco, que junto a asirios y caldeos se distingue por el uso de arameo en su liturgia y, en parte, en la vida diaria. Pero el país que fuera refugio durante décadas para muchos cristianos de oriente, sobre todo para aquellos que huían de Iraq, acabó por convertirse en una nueva trampa. Ante el azote islamista en todas sus variantes, los siriacos dispuestos a combatir se debatían entre unirse a las milicias de Asad o a los kurdos. Hannah y los suyos optaron por lo segundo.

La trayectoria política de kurdos y disidentes siriacos ha corrida paralela en Siria. El Partido de la Unión Democrática, hoy dominante entre los primeros, y el Partido de la Unión Siriaca se fundaron en 2003 y 2005 respectivamente. Ambos eran ilegales por las razones que esgrimía Isoue Geouryie, líder político siriaco:

“La Constitución siria no reconocía a los siríacos como pueblo, era un régimen arabista»

“La Constitución siria no reconocía a los siríacos como pueblo, ni aceptaba que uno de nosotros pudiera ser presidente, ni que un musulmán pudiera convertirse al cristianismo, pero sí lo contrario… Era un régimen arabista y pretendidamente laico en la que los pueblos no árabes, como kurdos o siríacos, no tenían cabida” explicaba Geouryie desde la sede del Partido de la Unión Siriaca en Qamishli.

En 2012, y coincidiendo con el repliegue de Damasco del noreste de Siria, los siriacos empezaron a organizar su milicia. La primera fue Sutoro (“seguridad” en turoyo, la variante local del arameo, lengua de los siriacos), una unidad policial que acabaría fracturándose entre los leales a Asad y los que se aliaban con las YPG kurdas. El Consejo Militar Siriaco (MFS) vería la luz un año más tarde, y fue en 2015 cuando se incorporó en las entonces creadas Fuerzas Democráticas Sirias, la coalición que hoy lidera la ofensiva sobre Raqqa y que respalda Washington.

Dos posiciones

Hay que esperar al “logista” para entrar en Raqqa. Ese es el vehículo, preferiblemente blindado, que se encarga de llevar los suministros a la posiciones en el frente de la ciudad sitiada. Los combatientes de reemplazo se hacen un hueco entre cajas de munición y comida. Una vez dentro, el único Hummer siriaco maniobra derrapando entre el escombro de un barrio fantasma hasta llegar a la primera de las dos posiciones que el MFS mantiene en el frente oeste.

“Llevamos semanas oyendo que la gran ofensiva va a ser mañana pero seguimos esperando”, se lamenta Alexis, combatiente, mientras ayuda a descargar cajas de mortadela de vaca. Este veinteañero de Hasaka es ya otro veterano más. Se unió al MFS “casi de adolescente”, cuando los kurdos tuvieron que salir al rescate de las fuerzas de Asad cercadas por el Daesh en Hasaka. Como al resto, la inercia de la guerra lo ha arrastrado hasta Raqqa, donde hoy comparte batallón con otros siriacos como él, pero también con kurdos, árabes y tres voluntarios extranjeros.

Uno de estos últimos responde al nombre de “Christian”. Se muestra dispuesto a hablar siempre y cuando no tenga que abandonar su posición de francotirador en la azotea.

Macer Giffor era un bróker en la City de Londres cuando decidió viajar a Rojava en 2014

“Luchar aquí era una oportunidad de hacerlo por una causa justa”, explica el californiano de 26 años cuyo pasado reciente habla de motivaciones que van más allá. Exveterano de la guerra de Iraq, Christian dejó los Marines para unirse a la Legión Extranjera, de la que acabaría desertando para llegar hasta aquí. “No me movilizaron nunca y yo no puedo estar parado”, aclara este hombre de cuerpo completamente.

Christian cuenta con el respeto de la tropa por su probada experiencia en combate, pero su discurso político no va más allá de “derrotar al Daesh”. Para escuchar una versión más elaborada de las causas que empujan a centenares de internacionales hasta aquí hay que atravesar los 200 metros de escombro entre las dos posiciones del MFS.

Allí, Macer Gifford -nombre falso como el de Christian- se presenta a sí mismo como un “internacionalista” pero sin olvidar que era un bróker más en la City de Londres cuando decidió dejarlo todo para viajar a Rojava, a finales de 2014. Hoy apenas chapurrea algo de kurdo, pero no habla ni el árabe ni el turoyo de sus anfitriones.

“Es lamentable cómo hemos despreciado en Occidente a los pueblos de Oriente Medio”, lamenta el voluntario británico en la que, dice, es su “primera conversación real” en semanas. “En casa todavía sigo escuchando aquello de ‘esta gente necesita un gobernante fuerte para mantenerlos bajo control’. Hoy resulta que son los kurdos los que nos están dando una lección a todos con un modelo democrático propio que echa raíces en la región”, espeta el británico durante su guardia en la azotea, y justo antes de que comience el enésimo ataque aéreo contra el Daesh.

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Macer Gifford
Voluntario internacional en las filas del Consejo Militar Siríaco

“Oriente Medio esperaba una revolución como ésta”

'Macer Gifford', combatiente en Siria (Raqqa, 2017) | © Karlos Zurutuza
‘Macer Gifford’, combatiente en Siria (Raqqa, 2017) | © Karlos Zurutuza

El combatiente inglés del MFS comparte su visión de un conflicto que va mucho más allá de la batalla contra el Estado Islámico

¿Qué le trajo hasta aquí?

Completé mis estudios universitarios en 2008, durante una de las peores recesiones de la historia para acabar en el mundo de las finanzas. No puedo decir que no me gustara pero distaba de ser algo que marcara la diferencia. Así que cuando di con la oportunidad de venir no me lo pensé dos veces. Había menos de diez voluntarios extranjeros cuando llegué en diciembre de 2014. Yo sabía que había una revolución en marcha, y expresé mi compromiso de quedarme para largo. Tras aquel primer viaje de cinco meses regresé a casa para descansar y explicar a mi familia lo que había estado haciendo. Fue entonces cuando comprendí que los kurdos seguirían avanzando hacia el sur. Eran ellos eran los que se imponían sobre el terreno, y no el Daesh.

Y decidió volver

Durante aquel primer viaje identifiqué varias necesidades: vi a gente morir por la falta de los conocimientos y el equipamiento más básicos. Tuve la idea de crear una unidad médica que terminó entrenando a muchos kurdos y se desplegó en la línea de frente con dos ambulancias. Hicimos una llamada abierta a los médicos que tenían experiencia combate. Necesitábamos gente que entendiera lo que está pasando aquí, y que supieran que estaban sólo para ayudar.

Usted habla de «revolución». ¿A qué se refiere?

¿Cuántas democracias hay en Oriente Medio? En Occidente seguimos diciendo que esta gente es incapaz de formular su propio modelo de democracia, y resulta que es falso. Lo que no entendemos es que es imposible exportar por la fuerza una democracia de corte occidental que encaje como un guante. Una de las cosas que realmente he comprendido desde que estoy aquí es la diversidad de la región, y cómo las comunidades han sido cercenadas por las fronteras artificiales del imperialismo, creando países casi ingobernables. Ahora resulta que alguien sale a la superficie con un modelo de democracia autóctono, el confederalismo democrático, que respeta la diversidad de la región y entiende su historia, algo que los norteamericanos nunca consiguieron. Realmente creo que Oriente Medio esperaba una revolución como ésta.

Alguien lo puede ver como una “kurdificación” del noreste de Siria. ¿Es así?

Las comunidades locales nunca han experimentado antes la democracia y, a medida que descubren lo que los kurdos han estado desarrollando durante todo este tiempo, la sintonía es mayor. La revolución también significa ser educado de una manera completamente diferente en una región tan conservadora como ésta, o arrancar el poder al Estado y dárselo al pueblo en una parte del mundo donde los reyes han sido sucedidos por dictaduras, o viceversa. Esto hace que la revolución de Rojava no sea única para la región, sino también para el mundo entero. En Gran Bretaña discutimos durante décadas si las mujeres debían estar o no en la línea de frente, mientras que las mujeres han estado luchando en el movimiento deliberación kurdo desde hace más de 30 años. Le podría dar miles de ejemplos como éste.

Usted habla de los derechos de los siriacos pero la unidad militar en la que combate no representa a todos los miembros de esta comunidad. Muchos siguen apoyando a Asad.

Mi motivación para sumarme al MFS responde a una reivindicación de la diversidad de la región. Yo no soy religioso. A los cristianos se les permitió vivir en Siria; se les permitió ir a la iglesia y abrir sus tiendas siempre y cuando no pidieran nada más. Al igual que sucedió con los kurdos, no podían reivindicar ni su lengua ni sus derechos como pueblo no árabe. Pero no podemos olvidar que, durante los últimos años, en Siria sólo se pensaba que las cosas irían a peor ante el azote islamista. Muchos siriacos todavía buscan seguridad en el régimen sin plantearse siquiera que un futuro mejor es posible. Solo hay que ser ambicioso.

¿Cómo ve ese futuro a corto plazo?

Me gustaría ver un acuerdo de paz entre Asad y el SDF y también quiero que los turcos se retiren de Siria. El país podría quedar dividido en dos: una bajo control de Damasco y la otra del SDF, que debería convertirse en la oposición política del régimen. Assad es un dictador pero no es tonto y creo que está dispuesto a negociar con el SDF. Quiero ver el fin de la guerra civil, y también este proyecto como un modelo para el resto de la región. Derrotaremos al Daesh, pero también espero que la revolución se extienda a través de Siria y más allá.

¿Hasta cuándo se quedará?

Es cierto que cuando vine aquí quería luchar contra el Daesh pero, a día de hoy, me considero más un observador que un soldado. El Medio Oriente es un semillero para la revolución y quiero ver dónde acaba esto.

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