Opinión

Rex Imperator

Uri Avnery
Uri Avnery
· 9 minutos

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El sionismo es una ideología antisemita. Lo ha sido desde sus comienzos.

El mismo el padre fundador, el escritor vienés Theodor Herzl, es autor de algunos artículos de sesgo claramente antisemita. Para él, el sionismo no consistía solo en un mero traslado geográfico, sino que era una forma de convertir al despreciable judío comerciante de la Diáspora en un honesto y diligente ser humano.

Herzl viajó a Rusia con el objeto de que sus líderes antisemíticos e incitadores de pogromos apoyaran su proyecto a cambio de sacar de Rusia a todos los judíos.

De hecho, uno de los dogmas fundamentales de la propaganda sionista siempre fue que los judíos solo podrían vivir una vida normal en el futuro Estado judío. El eslogan era “invertir la pirámide social”, es decir, construir una sólida base de obreros y agricultores en lugar de banqueros y especuladores.

Los que odian a los judíos aplauden al Estado de Israel como prueba de que no son antisemitas

Cuando yo iba a la escuela en lo que entonces se llamaba Palestina, todo lo que nos enseñaban estaba empapado en un profundo desprecio por los “judíos del exilio”, aquellos que pertenecían a cualquier país y preferían vivir en la Diáspora. Sin lugar a dudas, eran muy inferiores a nosotros.

El clímax llegó a principios de los 40 con un grupúsculo llamado los “cananeos”. Proclamaban que ya éramos una nación, la Nación Hebrea, y que no teníamos nada que ver con los judíos de cualquier otro lugar del mundo. Cuando el Holocausto se conoció en su totalidad, tuvieron que bajar la voz, pero no se les silenciaba.

Por su parte, los antisemitas siempre prefirieron a los sionistas a cualquier otro judío. Es famosa la cita de Adolf Eichmann en la que decía preferir el trato con sionistas porque tenían mayor “valor biológico”.

Incluso hoy en día en cualquier rincón del mundo, los que odian a los judíos aplauden vigorosamente al Estado de Israel como prueba de que no son antisemitas. Los diplomáticos israelíes no son contrarios a servirse de su apoyo. Les encanta la alt-right.

Esto nunca ha impedido que el Estado de Israel se aproveche del apoyo del judaísmo mundial. Este es un chiste que circulaba hace mucho tiempo: Un día Dios Todopoderoso decide repartir sus posesiones equitativamente entre árabes e israelíes. A los árabes les da el petróleo, que les proporciona poder económico y político, y a los israelíes les concede el judaísmo internacional por los mismos motivos.

Los israelíes desprecian en secreto a los judíos estadounidenses pero exigen su apoyo político incondicional

En sus primeros días, el Estado de Israel necesitaba con toda urgencia el dinero de los judíos estadounidenses, no estoy exagerando, para pagar el pan del mes siguiente. El primer ministro David Ben Gurión viajó a los Estados Unidos con el objeto de engatusarlos. Sin embargo, había un problema: el archisionista Ben Gurión estaba dispuesto a tratar de convencerles de que lo abandonaran todo y se trasladaran a Israel. Sus asesores necesitaron Dios y ayuda para persuadirle de que no hiciera referencias a la aliyá (inmigración, literalmente “ascenso”).

El desequilibrio en la relación continúa aún hoy día. Los israelíes desprecian en secreto a los judíos estadounidenses por preferir las «ollas de carne de Egipto» a vivir como judíos honrados en Israel, pero al mismo tiempo exigen su apoyo político incondicional. Tienen una enorme influencia en Washington, donde la AIPAC, el lobby judío, es la organización política más importante después de la Asociación Nacional del Rifle.

Desgraciadamente la relación genera cada vez más problemas que ya no pueden ocultarse por más tiempo.

El último conflicto ha tenido un origen inesperado. Tiene también un nombre poco común: Tzipi Hotovely. El nombre procede de Georgia. Sus padres son emigrantes de esa república exsoviética (es decir, “hicieron la aliyá”). Dado que en hebreo no se escriben las vocales, pocos israelíes saben pronunciar su nombre correctamente.

Tzipi, diminutivo de Tzipor, que significa “pájaro”, es una hermosa e inteligente mujer de 39 años. También es ultraderechista. Su aspecto es una mezcla de nacionalismo radical y ortodoxia religiosa. Como no podía ser de otra manera, pertenece al Likud, lo cual le ha permitido hacerse con el importante cargo de viceministra de Asuntos Exteriores.

¿Quien es pues el ministro de Exteriores? Nadie. Netanyahu es demasiado listo como para colocar a alguien en un puesto de tal relevancia; puede convertirse en un competidor. Lo cual eleva aún más el estatus de Tzipi.

Normalmente Hotovely guarda silencio. Sin embargo, hace unas semanas lanzó un auténtico bombazo.

Durante una entrevista con una cadena estadounidense, la viceministra de Exteriores israelí arremetió contra la comunidad judía de EE UU a base de antiguos eslóganes antisemitas. Entre otras cosas, echó un rapapolvo a los judíos norteamericanos por no enviar a sus hijos al ejército. Como resultado de ello, dijo, no entienden a los israelíes, cuyos hijos luchan todos los días.

Se trata de una vieja acusación. Recuerdo haber visto un panfleto nazi lanzado sobre las líneas estadounidenses en Francia por aviones alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Mostraba a un judío gordo que, puro en boca, abusaba sexualmente de una joven americana de raza aria pura. Llevaba esta inscripción: “Mientras derramas tu sangre en Europa, el judío viola a tu mujer en tu casa”.

En sí misma, la acusación no es más que una tontería. Hace mucho tiempo que el servicio militar no es obligatorio en EE UU. El ejército estadounidense está compuesto sobre todo por voluntarios de clase baja. Normalmente los judíos pertenecen a otros estratos sociales.

Se ha criticado mucho a Hotovely pero no se la ha cesado. Sigue siendo la jefa de la diplomacia israelí.

Este incidente ha sido solo el último en una larga serie de desencuentros entre ambas comunidades.

Desde los mismos comienzos, el Estado de Israel ha vendido muchos privilegios religiosos a la élite ortodoxa israelí, cuyos votos en la Knesset siempre han sido fundamentales a la hora de formar una coalición de gobierno.

Las principales tendencias del judaísmo estadounidense no tienen apenas derechos en Israel

En Israel no existe el matrimonio civil. Todos los matrimonios son religiosos. En los pocos casos en que un israelí decide casarse con una cristiana o una musulmana, deben hacerlo en Chipre. Se reconocen los matrimonios realizados en el extranjero.

Sin embargo, en el seno del judaísmo moderno existen varias comunidades religiosas. En EE UU la mayoría de las comunidades son liberales y se engloban en las categorías de judaísmo reformista y judaísmo conservador. En Israel estos apenas si gozan de reconocimiento. Los matrimonios son estrictamente ortodoxos, así como la supervisión de los establecimientos kosher, un negocio muy lucrativo.

Esto quiere decir que las principales tendencias del judaísmo estadounidense no tienen apenas derechos en Israel. Prácticamente no existen.

Por si fuera poco, hay también un agrio conflicto en lo referente al Muro de las Lamentaciones, el lugar más sagrado del judaísmo. Considerado el último vestigio del Templo judío destruido por los romanos hace veintiún siglos, en realidad se trata solo de los restos del muro de cimentación exterior.

Aunque en teoría es patrimonio de todos los judíos, el gobierno israelí ha entregado este lugar sagrado a la élite ortodoxa, que solo permite aproximarse a él a los varones. La comunidad reformista y las organizaciones de mujeres protestaron y al final se llegó a un compromiso que asignaba la mayor parte del muro a los ortodoxos pero dejaba un espacio para las mujeres y los judíos reformistas. Últimamente el gobierno ha anulado dicho compromiso.

El fondo del problema es que la relación entre los israelíes y los judíos de la Diáspora está construida sobre una mentira: la creencia de que pertenecen al mismo pueblo. No es cierto.

Los “judíos” israelíes son una nueva nación creada por las realidades de su entorno

La realidad los separó hace mucho. La verdad es que los “judíos” israelíes son una nueva nación creada por las realidades espirituales, geográficas y sociales de su entorno, igual que los norteamericanos son distintos de los británicos o los británicos lo son de los australianos.

Tienen fuertes sentimientos de pertenencia y de un acervo cultural común, así como fuertes lazos familiares. Pero son diferentes.

Cuanto antes lo reconozcan oficialmente ambas partes, tanto mejor para todos. Los judíos estadounidenses pueden apoyar a Israel a la manera en que los irlandeses americanos apoyan a Irlanda, por ejemplo. Pero no deben lealtad a Israel y no tienen la obligación de pagarnos tributo alguno.

Por su parte, Israel puede ayudar a los judíos de cualquier país que estén en dificultades, así como permitirles emigrar. Siempre serán bienvenidos.

Pero no pertenecemos a una misma nación. Israel es una nación compuesta por ciudadanos israelíes. Los judíos estadounidenses y los de los demás países del mundo pertenecen a sus respectivos países y también a la comunidad étnico-religiosa del judaísmo mundial.

A Netanyahu le gustaría ser “Rex Imperator”, como la reina Victoria de Inglaterra: rey de Israel y emperador de todos los judíos.

Pues lo siento, pero no lo es.

 

© Uri Avnery  | Publicado en Gush Shalom | 2 Dic 2017 | Traducción del inglés: Jacinto Pariente.

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