Opinión

Por qué estoy enfadado

Uri Avnery
Uri Avnery
· 9 minutos

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Estoy enfadado con la élite de la comunidad mizrají. Y mucho.

La palabra ‘mizrah’ significa oriente en hebreo. Los judíos orientales son aquellos que durante siglos vivieron en el mundo islámico. Los judíos occidentales vivían en la Europa cristiana.

Naturalmente, ambos términos son incorrectos. Los judíos rusos son “occidentales” mientras que los marroquíes son “orientales”. Con solo echarle un vistazo a un mapa nos daremos cuenta de que Rusia está mucho más al este que Marruecos. Lo correcto habría sido llamarlos “norteños” y “sureños” pero ya es demasiado tarde.

Normalmente a los occidentales se les llama asquenazíes, término que deriva del nombre en hebreo antiguo para Alemania. Por su parte, a los orientales se les solía llamar sefardíes, de Sefarad, la palabra en hebreo antiguo para España. No obstante, solo una pequeña parte de los orientales desciende verdaderamente de la floreciente comunidad judía que habitaba en la España medieval.

En el Israel de hoy en día, el antagonismo entre los asquenazíes y los mizrajíes crece de año en año y conlleva hondas repercusiones políticas y sociales. No es exagerado decir que es el fenómeno determinante de la sociedad israelí actual.

Me temo que una vez más voy a contar mi intervención personal en el tema antes de continuar.

Los “pioneros” sionistas que llegaron a la Yafa árabe la odiaron nada más verla

Los últimos años que pasé en mi Alemania natal antes de nuestra huida transcurrieron bajo la sombra de la esvástica, los últimos seis meses ya bajo el dominio nazi. Llegué a odiar Alemania y todo lo alemán. Por eso, cuando nuestro barco arribó al puerto de Yafa me invadió el entusiasmo. Solo tenía diez años y Yafa en 1933 era lo opuesto a Alemania en todos los aspectos; ruidosa, humana, llena de olores exóticos… Me encantó.

Según aprendí más tarde, la mayoría de los “pioneros” sionistas que llegaron a la Yafa árabe la odiaron nada más verla porque se consideraban europeos. Entre ellos se encontraba el mismísimo Theodor Herzl, el fundador del sionismo, que para empezar no quería ir a Palestina. La visitó una sola vez y le repugnó su carácter oriental. Prefería de lejos la Patagonia.

Quince años más tarde, durante la guerra de independencia israelí, me ascendieron al insigne rango de jefe de pelotón y pude elegir a mis reclutas entre inmigrantes de Polonia o de Marruecos. Elegí a los marroquíes y la recompensa por ello fue mi propia vida: Cuando yacía herido por el fuego enemigo, cuatro de “mis marroquíes” arriesgaron sus vidas para salvarme.

Aquello fue un anticipo de lo que habría de venir después. En cierta ocasión nos concedieron unas pocas y muy preciadas horas de permiso, pero algunos de mis soldados se negaron a abandonar sus puestos. “Las chicas de Tel Aviv no quieren salir con nosotros”, se quejaban; “para ellas somos negros”. Tenían la piel solo un poco más oscura que nosotros.

“Las chicas de Tel Aviv no quieren salir con nosotros: para ellas somos negros”

Me volví muy consciente de este problema por más que todo el mundo negara su existencia. En 1954, cuando ya era redactor jefe de una revista de noticias, publiqué una serie de artículos que causaron sensación titulada Ellos, los (palabrota) negros. Fue entonces cuando los asquenazíes que todavía no me odiaban comenzaron a hacerlo.

Después tuvieron lugar los disturbios de Wadi Salib, un barrio de Haifa donde un policía había matado a tiros a un mizrají. Mi revista fue el único periódico en todo el país que se puso del lado de los manifestantes.

Pocos años después, un pequeño grupo de mizrajíes fundaron un anárquico movimiento de protesta e hicieron suyo el término estadounidense Panteras Negras. Yo les ayudé. Es famoso el comentario de Golda Meir acerca de ellos: “No son buena gente”.

Ahora, muchos años después, una nueva generación ha tomado el relevo. El conflicto interno domina muchos aspectos de nuestra vida. Los mizrajíes son aproximadamente la mitad de la población de Israel, y los asquenazíes la otra mitad. La división se manifiesta de muchas formas, pero lo habitual es que la gente no quiera hablar de ello abiertamente.

Por ejemplo, la gran mayoría de votantes del Likud son mizrajíes, aunque los líderes del partido son predominantemente asquenazíes. Por su parte, el Partido Laborista, la oposición, es casi totalmente asquenazí, si bien acaba de elegir a un líder mizrají, Avi Gabbay, con la vana esperanza de que ello les ayude a superar la profunda alienación de la comunidad mizrají.

Mi oposición al tratamiento que recibían los mizrajíes era sobre todo moral. Provenía de mi deseo de justicia. También de mi sueño de que todos, asquenazíes y mizrajíes, acabáramos por formar parte de una nación judía común. No obstante, debo confesar que también había otro motivo.

Siempre he creído, y lo sigo creyendo, que Israel no tiene futuro siendo una isla extranjera en un mar oriental. Mis esperanzas van mucho más allá de la paz. Lo que yo espero es que Israel se convierta en parte integrante de la “región semítica”, expresión que inventé hace mucho tiempo.

Los filósofos, matemáticos y médicos judíos de la Edad Media pertenecían a la misma civilización que los musulmanes

¿Cómo lograrlo? Siempre albergué la descabellada esperanza de que la segunda o tercera generación de mizrajíes recordase su origen, es decir, la época en que los judíos eran parte del mundo musulmán. De esta manera, la comunidad mizrají sería el puente entre la nueva nación hebrea y sus vecinos palestinos, y de hecho todo el mundo musulmán.

Cabe preguntarse si no sería lógico que, puesto que los asquenazíes los consideran inferiores y “asiáticos”, los mizrajíes reclamaran su pasado glorioso, aquella época en que los judíos de Iraq, España, Egipto y muchos otros países musulmanes eran miembros completamente integrados de una floreciente civilización mientras que los europeos eran en general pueblos bárbaros.

Los filósofos, matemáticos, poetas y médicos judíos de la Edad Media pertenecían a aquella civilización tanto como sus colegas musulmanes. Cuando en Europa la Inquisición y la persecución y expulsión de los judíos dominaban el panorama, en el mundo musulmán los judíos y los cristianos eran ciudadanos de pleno derecho. Tenían el estatus de “Pueblos del Libro” (la Biblia hebrea, en su caso), por lo que eran iguales a los musulmanes, pero estaban exentos del servicio militar y a cambio tenían que pagar un impuesto. Los incidentes antijudíos no eran habituales.

Cuando se expulsó de España a la totalidad de la comunidad judía, una pequeña minoría emigró a Ámsterdam, Londres y Hamburgo, pero por el contrario la gran mayoría eligió países musulmanes, desde Marruecos a Estambul. Curiosamente, solo unos pocos se establecieron en Palestina.

A pesar de todo, cuando los judíos orientales llegaron a Israel a millares, mis esperanzas se derrumbaron. En lugar de convertirse en el puente entre Israel y el mundo árabe, se convirtieron en los más acérrimos enemigos de los árabes. Los siglos de cultura judío-musulmana se esfumaron como si nunca hubieran existido.

¿Por qué? Despreciados por los “superiores” asquenazíes, los mizrajíes comenzaron a despreciar su propia cultura. Querían convertirse en europeos, querían ser más antiárabes que nadie, más patriotas que nadie, más de derechas que nadie.

(Como un amigo mizrají me dijo en cierta ocasión: No queremos ser un puente. Un puente sirve para que la gente lo pise).

Pero en el fondo nadie puede huir de sí mismo. La mayoría de los mizrajíes de Israel tienen acento árabe. Les encanta la música árabe, a la que se presenta como “música mediterránea”, y no les va Beethoven ni Mozart. Sus rasgos son diferentes de los europeos. Razón de más para odiar a los árabes.

Los intelectuales sefardíes medievales son desconocidos: ni aparecen en los billetes.

La desaparición de la cultura judía oriental es un fenómeno integral. Los niños israelíes de origen oriental no conocen a los grandes escritores y filósofos de su propia cultura. Ignoran que los cruzados cristianos que conquistaron la Tierra Santa masacraban a judíos y musulmanes por igual y que los judíos defendieron Jerusalén y Haifa codo con codo con sus vecinos musulmanes.

Al rabino Moises Maimónides, el gran Rambam, se le conoce mucho, pero solo como rabino, no como amigo y médico personal de Saladino, el gran héroe musulmán. La mayor parte de los intelectuales sefardíes medievales son casi totalmente desconocidos. Ni uno solo de ellos aparece en nuestros billetes.

Sin embargo, también en este aspecto soy optimista.

Creo que una nueva élite intelectual mizrají se lanzará a la búsqueda de sus raíces. Creo que a medida que su estatus social mejore, los complejos sociales irán dando paso a un patriotismo normal. Creo que la cuarta o la quinta generación tomará el relevo de la lucha no solo por la igualdad sino también por la paz y la integración en la región.

Como dirían nuestros amigos árabes: Inshalá.

© Uri Avnery  | Publicado en Gush Shalom | 6 Ener0 2018 | Traducción del inglés: Jacinto Pariente.

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