Entrevista

Nissrine Seffar

«Las fronteras son un invento para generar conflictos»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 10 minutos
Nissrine Seffar | Foto promocional cedida por la artista


Sevilla | Diciembre 2017

Acaba de inaugurar en la Fundación Tres Culturas de Sevilla la exposición Guernica Huella, una evocación del bombardeo de dicha población y de la obra más conocida de Picasso, y aun con las secuelas de una gripe reciente, acepta responder a las preguntas de MSur en un hotel céntrico de la capital hispalense. Nacida en Casablanca en 1983, criada en Fez, Nissrine Seffar se instaló en la localidad francesa de Montpellier, donde se ha revelado como una de las promesas del arte contemporáneo marroquí.

¿Cómo comenzó su vocación artística en Marruecos? ¿Tenía algún modelo a seguir cerca de usted?

Yo siempre fui una enamorada de Gerhard Richter, y en Marruecos, cuando era joven, me gustaba mucho el trabajo de André Elbaz y Farid Belkahia. Mi carrera empezó muy pronto, con cuatro o cinco años ya dibujaba muchísimo, a los 13 empecé a recibir clases, aprendí a soplar vidrio, hice Bellas Artes y acabé mis estudios ya en Francia. En mi familia no había nadie que se dedicara a esto, pero me apoyaron y me animaron siempre. Mi madre, por ejemplo, adora el arte.

¿Cuál es el principal obstáculo para una chica joven que quiera dedicarse al arte en su país?

«En Marruecos no hay subvenciones, no hay apoyo para la creación, es muy difícil existir como artista»

Lo más difícil es vivir del arte, quizás en Marruecos más que en otros sitios. Aquello no es como Europa, no hay subvenciones, no hay apoyo para la creación, es muy difícil existir como artista, y lo era particularmente en la época anterior a mi marcha a Europa.

¿Se puede hablar de un mercado del arte allí, hay circuitos de galerías, coleccionismo…?

Ahora sí, desde hace cinco o seis años las cosas han empezado a cambiar, a pesar de todo. El año pasado gané el premio de un premio importante en Casablanca, el galardón a la Joven artista contemporánea Mastermind, y allí expongo hasta enero en la Fundación Dar-El-Kitab. Ahora quieren mandarme a Japón para hacer una cosa sobre Hiroshima.

Guernica, Hiroshima… ¿Qué le atrae de los desastres bélicos?

Sobre Guernica, pensé que no habría llegado a ser un episodio famoso si Picasso no hubiera pintado su cuadro, porque hay otras aldeas que sufrieron bombardeos también y nadie habla de ellas. Es normal y lógico seguir con Hiroshima, donde se da el drama fenomenal de ser el lugar donde cayó la primera bomba atómica. Eso me permite desarrollar un trabajo a la vez poético y político.

Usted ha trabajado también sobre las Primaveras Árabes. ¿Cómo la influyeron?

«El petróleo de Marruecos es el turismo, y una revuelta hubiera generado una crisis muy grande»

Me sentí atraída por ese fenómeno cuando todavía vivía en Marruecos. Vi que había mucho miedo a que se produjera una revolución como las que había habido en Túnez, Egipto o Siria, en cada una de las cuales hubo muchos muertos. Me pregunté si en mi país podía ocurrir algo así, pensé en mis amigos, en mi familia, y empecé a pensar qué se libraba en estos conflictos, si había una lucha de poder. Viajé por Europa y por el Mediterráneo, y empecé trabajando con huellas en el suelo, en lugares donde ha habido guerra civil o revoluciones. Llegué a la conclusión de que para mí todo el mundo es un solo territorio, las fronteras son un invento de los humanos para marcar territorios y generar conflictos, más que otra cosa. También quise lanzar un mensaje artístico por la paz. Georges Didi-Huberman ha escrito un libro que me interesa mucho sobre las semejanzas por contacto, eso es justamente lo que busco: el contacto de las huellas del suelo con el lienzo.

¿Llegó a haber Primavera árabe en Marruecos?

«No gozamos de la libertad que hay en Europa, porque hay gente muy radical que puede reaccionar mal»

En Marruecos no llegó a haber una revolución. Hubo muchas manifestaciones, sí, tal vez podría haberse ido de las manos, pero el Gobierno fue más inteligente que el de otros países a la hora de proteger el país. En el Estado también se dan cuenta, después de ver lo de Libia o lo de Siria, que menos mal que no hubo revolución, pues habría podido generar violencia y propiciar la entrada del terrorismo en el país. Por suerte disponemos de una policía muy bien preparada, muy profesional. Por otro lado, el petróleo de Marruecos es el turismo, y una revuelta hubiera generado una crisis muy grande. De todos modos, espero que sigan cambiando cosas en mi país, especialmente en materia de Derechos Humanos, salud y educación. El 20 de febrero de 2011, sin ir más lejos, hubo una manifestación muy grande.

Como artista, ¿de qué modo valora las libertades actuales de Marruecos? ¿Ha tenido alguna vez algún problema?

Marruecos es un país liberal a pesar de todo, pero es verdad que hay que ser prudente por respeto a algunos temas, por ejemplo la religión. No gozamos de la libertad que hay en Europa, he crecido allí y sé que no se puede hablar tan libremente de asuntos religiosos, o de política, porque hay gente muy radical que puede reaccionar bastante mal. Esto no quita que no haya también intelectuales, hay una cierta libertad en comparación con otros países árabes, pero hay ciertos límites. Tampoco como mujer puedo vestir como yo quiera, hay bastante machismo y estás obligada siempre a mantener una cierta prudencia. Cuando estoy en Marruecos no me siento tan libre como en Europa.

Aunque usted es una pintora abstracta, ¿cree que mostrar arte con cuerpos desnudos provocaría algún tipo de escándalo o incomodidad allí?

Me pasó algo hace un par de años, quise titular una de mis exposiciones Sensualidad y me dijeron que aquello no podía ser, porque recordaba a Sexualidad y no era conveniente. ¿Desnudos? Depende del lugar. Si la galería está en un barrio popular es muy difícil, vas a tener problemas, porque la gente no está formada, no hay una educación artística en Marruecos y lo tomarán como una agresión visual. En un barrio burgués no habrá problema, y es una lástima, porque para mí el arte debería ser universal.

Una vez me dijo que uno de los grandes problemas de su país es que los mayores no quieren dejar espacio a los jóvenes, ¿sigue siendo así?

Sí, las cosas empiezan a cambiar pero cuando yo estaba allí, en los primeros años 2000, exponer en una gran galería era casi imposible. Un galerista me dijo que mi trabajo le interesaba mucho, pero que él solo exponía a creadores consagrados y de más de 50 años. Por suerte, el panorama se va moviendo.

Afirma sentirse a caballo entre la cultura árabo-musulmana y la judeo-cristiana. ¿De qué forma le condiciona esta última?

«Crecí en Fez, donde los mejores amigos de mis abuelos eran judíos, había una bonita mezcla»

Yo crecí en Fez, donde los mejores amigos de mis abuelos eran judíos. Había una bonita mezcla de judíos y musulmanes marroquíes. Por ejemplo, el mejor relojero de la ciudad era judío, el restaurador lo mismo, todo el mundo acudía a ellos y crecimos todos juntos. De hecho, en mi familia había muchos judíos convertidos al islam, y siempre conservaron sus tradiciones judías. Yo en cambio me visto como una europea, vivo a la occidental, no llevo pañuelo… pero vivo todas las bellas mezclas que hay en mí.

En efecto, usted tiene una imagen muy diferente del estereotipo de mujer inmigrante marroquí en Francia. ¿Cree que hay un estereotipo que no siempre se corresponde con la población, que se vende como tradicional una imagen importada de muy lejos?

«En mi familia ni mi madre, ni mis tías ni mis abuelas llevaban el velo»

No todas somos como se nos pinta, claro, es un estereotipo. Hoy las mujeres marroquíes están más abiertas de espíritu de lo que se suele reflejar, no llevan obligatoriamente el velo, de hecho en mi familia ni mi madre, ni mis tías ni mis abuelas llevaban el velo. Tal vez por eso cuando llegué a Europa no sentí un cambio radical, porque esta libertad que hay aquí ya la tenía en Marruecos. Por otro lado, considero que cuando vas a vivir a otro país no está de más conocer las costumbres del lugar, para facilitar la convivencia. Creo que quien vaya a Francia debe entender lo que es Francia, abandonar sus marcas culturales y religiosas o al menos no imponerlas. Hay que hacer ese esfuerzo, ya que has decidido vivir en ese país.

¿Para usted ha supuesto un esfuerzo?

No, no, como decía vengo de una familia muy tolerante y abierta. Francia no me produce ninguna extrañeza, mi padre es guía nacional turístico, habla seis idiomas y yo crecí rodeada de extranjeros.

¿Participa en polémicas como la del velo o la del burkini, o le parecen ajenas?

«Considero el burkini un menosprecio a la mujer, un modo de impedirle que se desarrolle socialmente»

Prefiero no posicionarme demasiado, pero no puedo ocultar que estoy completamente en contra del burkini. Lo considero un menosprecio a la mujer, un modo de encerrarla y de impedirle que se desarrolle socialmente. Para una mujer que lleva un hiyab o un burka es imposible integrarse, o encontrar trabajo. Es una forma de machismo que para colmo no aparece en ningún libro sagrado, no es una tradición marroquí, ni tunecina ni argelina. No sé si en Arabia Sudi, como se dice, es imprescindible protegerse del sol y la arena con prendas que te cubran, pero para nosotras no hay ninguna necesidad de esconderse detrás de un tejido. Por el contrario, hay que mostrarse orgullosamente, si eres creyente aún más, muestra el aspecto que dios te ha dado. Para mí es una vuelta atrás…

… quizá a un tiempo que no existió nunca.

Sí, es una gran represión de la mujer en todo el mundo árabe. Es una lástima.

¿Habría seguido siendo artista si no hubiera marchado a Francia?

Sí, sin duda. Un artista nace, y yo lo soy desde muy pequeña. No lo elegí yo, fue al revés, el arte me eligió a mí. Cuando trabajaba en mi taller de Casablanca siempre necesitaba pintar hasta las tres de la mañana, 14 horas todos los días. Aunque haya expuesto en Alemania, en las islas Reunión, en Hungría, Bulgaria, Ucrania… Siempre regreso a mi país. Francia ha hecho sin duda avanzar mi carrera, acelerarla. Me han apoyado mucho, han puesto a mi disposición dos talleres para trabajar, he expuesto sin ir más lejos en Tres Culturas gracias al Institut Français. Me han abierto en seis años puertas para las que en Marruecos habría necesitado tal vez quince. En Francia, cuando ven un artista con talento, apoyan a la juventud.

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