Opinión

¿Qué demonios soy?

Uri Avnery
Uri Avnery
· 9 minutos

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¿Qué demonios soy?

¿Israelí? ¿Judío? ¿Activista por la paz? ¿Periodista? ¿Escritor? ¿Excombatiente del ejército israelí? ¿Exterrorista?

Soy todo eso y más.

De acuerdo. Pero ¿en qué orden? ¿Qué componente tiene mayor peso?

Primero, por supuesto, soy un ser humano, con todos los derechos y obligaciones de los seres humanos. Hasta aquí la parte fácil. Al menos teóricamente.

Después soy israelí. Después judío. Y así sucesivamente .

Para responder a la misma pregunta, un australiano de origen británico lo tendría más fácil. Para esa persona lo primero y más importante es que es australiano. Y Después anglosajón. Sus paisanos acudieron al auxilio del Reino Unido en dos guerras mundiales, y no fue por motivos pragmáticos. En la segunda, cuando su país estaba en peligro, volvieron a casa de inmediato.

Era lo lógico. Es cierto que los británicos fundaron Australia, pero la visión del mundo de los australianos se configura a partir de su entorno geográfico, físico y político. Con el correr de los años incluso su aspecto físico es distinto.

En cierta ocasión tuve esta discusión con Ariel Sharon.

Yo decía que me considero primero israelí y después judío.

Sharon, que nació en la Palestina pre-Israel, replicó airadamente: “¡Pues yo soy primero judío y solo después, israelí!”

Parece una discusión de lo más absurda. Pero en realidad tiene mucha relevancia en el día a día de los israelíes de hoy.

Por ejemplo, si Israel es un “Estado Judío”, ¿cómo podría existir sin la preponderancia de la religión judía?

Los fundadores de Israel pensaban que la religión era un puñado de supersticiones ridículas

Los fundadores de Israel eran idealistas laicos. La mayoría de ellos pensaba que la religión era una reliquia del pasado, un puñado de supersticiones ridículas que había que eliminar para dejar paso a un nacionalismo moderno y saludable.

El padre fundador, Theodor Herzl, cuyo retrato cuelga de las paredes de las aulas de los todos colegios israelíes, era una persona completamente no religiosa, por no decir antirreligiosa. En su revolucionario libro Der Judenstaat (El estado judío), afirmaba que en el futuro estado sionista, los rabinos se quedarían en las sinagogas y no tendrían influencia alguna en los asuntos públicos.

La reacción de los rabinos fue contundente. Lo maldijeron categóricamente. Creían que Dios Todopoderoso había enviado al exilio al pueblo judío a causa de sus pecados, y que solo Dios Todopoderoso tenía el poder de traerlos de vuelta por medio del advenimiento del Mesías.

Incluso los rabinos reformistas alemanes, minoritarios en aquella época, lo condenaron. En los primeros días del sionismo, fueron pocos los rabinos que se comprometieron con el movimiento.

Un importante grupo de rabinos ortodoxos de Jerusalén que se autodenominaban Neturei Karta, “Guardianes de la Ciudad”, eran abiertamente antisionistas. Años después, solía encontrármelos en el despacho de Arafat. Otros rabinos ortodoxos menos radicales afirmaban rotundamente que no eran sionistas por un lado mientras que por el otro aceptaban el dinero de los sionistas. Hoy en día son miembros de la coalición del gobierno.

David ben Gurion, líder del sionismo durante el nacimiento de Israel, despreciaba a los ortodoxos. Creía que con el tiempo acabarían desapareciendo. Por eso, y para asegurarse el apoyo y las donaciones de los ortodoxos extranjeros, les hizo todo tipo de concesiones, lo cual produjo el crecimiento exponencial de la comunidad religiosa. Hoy en día son un auténtico peligro para la supervivencia de nuestro estado laico.

Hoy los ultraortodoxos son un auténtico peligro para la supervivencia de nuestro Estado laico

Aunque los distintos grupos ultraortodoxos representan solamente una quinta parte de la población total de Israel, hoy en día ejercen una influencia enorme en la política israelí. Han pasado de ser una fuerza moderada a favor de la paz a un nacionalismo radical, a menudo un fascismo religioso. Su influencia en el día a día de la sociedad es cada vez más profunda.

Últimamente han conseguido la aprobación de una ley que prohíbe que los supermercados abran los sábados (el shabat, el día de descanso judío). El ala ortodoxa más extrema se niega a que sus hijos sirvan en el Ejército y exigen que se retire a todo el personal femenino, o al menos que se evite que tengan contacto con sus compañeros de armas masculinos.

Dado que la mayoría de los israelíes consideran que el ejército es (quizá) la única fuerza unificadora del país, el resultado de tal actitud es la crisis continua. Otras corrientes ortodoxas, sin embargo, sostienen la actitud contraria. Consideran que el ejército es el instrumento de Dios para limpiar la Tierra Prometida de todos los no judíos.

Con ciertas excepciones, los ciudadanos árabes de Israel, que conforman más del 20 por ciento de la población, tienen prohibido servir en el ejército. Imposible contar con ellos para cumplir los designios del Dios de Israel.

Ben Gurion y todos los caídos de mi generación se revolverían en sus tumbas si los oyeran.

Todo esto no es más que una de las muchas manifestaciones de la ideología de los que se consideran primero judíos. Otra de estas manifestaciones es el tema del papel de Israel en Oriente Medio. La ideología de los que se consideran primero judíos propugna medidas muy distintas de la ideología de los que se consideran israelíes primero.

Cuando mi familia emigró a Palestina huyendo de la Alemania nazi yo tenía apenas diez años. En el barco que nos llevaba de Marsella a Yafa rompí mi relación con el continente europeo y me vinculé al asiático.

Asia me encantó. Los sonidos, los olores, el entorno. Me enamoré de ella. A los quince años, me uní a la lucha clandestina contra el imperio británico, que por entonces dominaba Palestina; me sentía parte de la lucha general de un mundo nuevo contra la dominación occidental.

Ya por aquel entonces, todos aceptábamos inconscientemente una determinada diferencia semántica. Comenzábamos a distinguir entre “judío”, palabra con la que aludíamos a los judíos de la diáspora (“judíos del exilio”, en términos sionistas) y “hebreo”, que servía para referirse a todo lo que fuera de origen local, todo lo que hubiera nacido en Palestina.

Un grupo de intelectuales afirmó que los hebreos no teníamos nada que ver con los judíos

Lo “judío” se refería a la religión, a los guetos, al yidish, a todo lo que provenía de Occidente. Lo hebreo éramos nosotros mismos, la lengua renovada, la nueva comunidad en nuestro nuevo país, los kibbutz, todo lo que fuera local. Con el tiempo, un pequeño grupo de intelectuales a los que se llamó los cananeos, fueron mucho más allá y afirmaron que los hebreos no teníamos nada que ver con los judíos, que éramos un pueblo distinto, los herederos directos de la nación hebrea que los romanos habían dispersado hacía más de dos mil años.

Por cierto, muchos historiadores no judíos rechazan esta visión y aseguran que los romanos exiliaron tan solo a las clases privilegiadas y que el pueblo llano se quedó donde estaba, adoptó el islam y se convirtió en los actuales palestinos.

Cuando emergieron los horrores del Holocausto, una ola de remordimiento recorrió la comunidad hebrea israelí. Así fue como empezamos a utilizar el término “judío” para autodefinirnos. Fue entonces cuando comenzó en Israel el proceso de rejudaización.

Con la fundación del estado de Israel el término “israelí” sustituyó al término “hebreo”. Actualmente la cuestión es la siguiente: ¿Qué somos primero? ¿“Israelíes” o “judíos”? El asunto tiene una enorme repercusión en el conflicto israelo-palestino.

Herzl no tenía dudas. Era un occidental convencido. He aquí una importante cita de su libro: “Para Europa seremos parte del muro contra Asia, un baluarte de la cultura contra la barbarie” (la traducción es mía).

El fundador del sionismo veía al futuro Estado judío como un bastión del imperialismo europeo

Dicho de otra forma, el fundador del sionismo veía al futuro Estado judío como un bastión del imperialismo europeo contra los pueblos de Oriente Medio. La situación actual se predijo hace más de 120 años. El sionismo ha seguido esa línea con paso firme.

¿Pudieron las cosas ser distintas? ¿Pudimos reintegrarnos en la región? Ya no lo sé. Cuando era joven lo creía. A los 22 años fundé un grupo denominado “Joven Eretz Israel” (“Joven Palestina”, en inglés y en árabe), al que normalmente se conocía por “El Grupo de Lucha” porque publicábamos una revista con ese nombre. Todo el mundo nos odiaba. Cuando Jawaharlal Nehru convocó un congreso asiático-africano en Nueva Delhi, le enviamos un telegrama de felicitación.

Tras la Guerra del 48 fundé otro grupo llamado “Acción Semítica”, dedicado a la idea de la reintegración de Israel en la “Región Semítica”, Escogí el término “semítico” porque incluía a árabes y a israelíes, tanto por origen como por idioma.

En 1959 conocí a Jean-Paul Sartre en París. El término no le convencía porque le sonaba racista. Sin embargo, conseguí convencerle y me publicó un artículo sobre el tema en su revista Temps Modernes.

Cuanto más “judía” se vuelve Israel más se ensancha el abismo entre nosotros y el mundo musulmán. Por el contrario, cuanto más “israelí” se vuelve, más posibilidades hay de una eventual integración en la región, idealmente de mucho mayor calado que la simple consecución de la paz.

De modo que lo repetiré de nuevo: primero soy israelí y después judío.

 

© Uri Avnery  | Publicado en Gush Shalom | 10 Feb 2017 | Traducción del inglés: Jacinto Pariente.

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