Reportaje

Elecciones para el rey Bibi

Carmen Rengel
Carmen Rengel
· 11 minutos
Cartel de Benjamin Netanyahu en un autobús en Israel. 2006 |  © Carmen Rengel/M'Sur
Cartel de Benjamin Netanyahu en un autobús en Israel. 2006 | © Carmen Rengel/M’Sur

Benjamín Netanyahu lo ha vuelto a hacer. Otra jugada brillante para ganar poder. En el enésimo quiebro a sus opositores, el primer ministro ha adelantado las elecciones en Israel para consolidar su actual situación de fuerza. La cita será en menos de cien días, el martes 22 de enero.

La legislatura actual, la 18ª de la Historia de Israel, debía concluir en octubre de 2013. Dice Netanyahu que se ha visto forzado a ello porque no lograba aprobar el presupuesto de 2013, pero ese desencuentro ha sido más bien una excusa ideal. Lo tenía ya muy pensado. Y deseado. Quiere revalidar mandato, el tercero, marcando la agenda y aprovechando la debilidad de las demás formaciones para seguir siendo el “Rey Bibi”, como lo bautizó en mayo la revista Time. 

La revista Time bautizó a Netanyahu en mayo como el «Rey Bibi»

En julio, su gabinete ya debió aprobar un severo tijeretazo en las cuentas de 2012, porque el presupuesto se estaba acabando. Un 5% menos de dinero para todos los departamentos excepto Defensa, pensiones y educación, además de subida del 1% del IVA (del 16 al 17%) y frenazo en seco a las inversiones en infraestructuras. Las cuentas para 2013 se planeaban ya con una bajada de casi 3.100 millones de euros. Esta vez sí, saldrían perjudicados el Ejército y los programas sociales, por lo que se levantaron en armas algunos de sus socios de Gobierno, como el titular de Defensa Ehud Barak (del nuevo partido Atzmaut), o los ultrarreligiosos del Shas y Unidad Torah y Judaísmo, sabedores del daño que podría provocar en las ayudas a los haredíes.

El presupuesto ha causado tensiones evidentes, pero no son de ahora. Venían de meses atrás. Netanyahu ha apurado para que pasen las vacaciones (Rosh Hashana, Yom Kippur, Sukot) y lanzar mientras tanto su gran apuesta de campaña: arremeter contra Irán para que abandone su programa nuclear, con fines bélicos según Occidente; para uso energético y médico, sostiene Teherán.

“Su primer discurso de campaña fue el de la Asamblea General de la ONU”, resume Aluf Benn, editor del diario Haaretz, el más progresista del país. Entonces, rotulador en mano, marcó ante el mundo las líneas rojas que Irán no debe sobrepasar si no quiere encontrarse con un ataque de los cazas israelíes. Hoy, denunció, ha llegado al 70% de los avances necesarios para construir una bomba atómica, sumando progresos en “mecanismos y explosivos”. En “primavera o verano como máximo”, llegará al 90% de desarrollo. Si antes no se han frenado sus investigaciones con la diplomacia o las sanciones, será momento de recurrir a las armas.

El líder del Likud ha alargado los plazos otros seis o siete meses, cuando en verano decía que dejar actuar a Irán más allá de otoño era afrontar un “riesgo existencial gravísimo” para Israel. Ahora, cuando llegan noticias del descalabro económico iraní por las sanciones, cuando el Gobierno de Mahmud Ahmadineyad convierte en polvo kilos y kilos de uranio enriquecido para decir a la comunidad internacional que sólo lo quiere para maquinaria médica (una vez transformado es casi imposible usarlo para otro fin), sabe que la urgencia es menor. Por eso es el momento de lanzar la campaña, recoger los frutos de su belicismo y afrontar en una posición consolidada los pasos futuros en esta crisis.

Protector nacional

Netanyahu se presentará ante los electores como el protector nacional, el que puso esta amenaza por delante del conflicto palestino en la agenda mundial, marcó las señales de alarma y forzó a Occidente a imponer castigos. Lo dejó claro el día 9, en el discurso televisado en el que anunció el adelanto. Enfrente tendrá a dos ex jefes de las Fuerzas Armadas (Barak y Shaul Mofaz, actual líder de un Kadima en pleno hundimiento), reticentes al ataque. “Quien minimiza el riesgo que Irán supone para nuestro Estado y nuestro pueblo no merece dirigir este país ni un solo día”, casi gritó más adelante en el Parlamento.

Un 53% de los israelíes desaprueba la gestión de Netanyahu

Aunque los tiempos y circunstancias son muy diferentes, en la calle y la prensa se recuerda que en 1981 Menachem Begin atacó el reactor nuclear Osirak cerca de Bagdad (Iraq) a falta de tres semanas para las elecciones.
Un ataque “quirúrgico” que hoy, por falta de misiles antibunker, no se puede realizar sin ayuda de Estados Unidos. Pero todo es posible en Israel. En estos meses preelectorales también habrá que estar pendientes de la alerta que puede llegar desde Líbano, Siria y el Sinaí. De la actuación de Netanyahu dependerá que sus apoyos no se resientan.

Con su discurso iraní, el primer ministro asestará un golpe importante a la izquierda, que estaba siguiendo la estela de los indignados, los que en septiembre de 2011 sacaron a la calle a medio millón de ciudadanos en la mayor movilización social de la historia del país. Ellos y los partidos que los arropan denuncian el excesivo gasto de la guerra y prefieren hablar del coste de la vida (entre un 17 y un 41% de subida en la cesta de la compra, la luz y la gasolina), la caída de la economía (dos puntos menos de crecimiento, apenas llega al 4%), el paro (rondando el 7% pero con elevadas tasas de infraempleo y medias jornadas) y los recortes sociales (becas, ayudas a grandes familias, vivienda). Son críticas que la sociedad hace a su mandatario. De hecho, un 53% desaprueba la gestión de Netanyahu, según el Instituto para la Democracia de la Universidad de Tel Aviv. Y, aun así, apuesta por él, ante el desierto de líderes.

Las encuestas en caliente, al día siguiente del anuncio del adelanto de la cita con las urnas, demuestran el acierto de Benjamin Netanyahu. Su decisión ha acercado aún más a los votantes al Likud, frenando el ascenso de la izquierda que, con esa agenda social, estaba resurgiendo de sus cenizas. El sondeo del diario Maariv da a su partido 29 escaños, dos más de los que actualmente tiene en la Knesset donde, por cierto, no es la primera fuerza política, sino la segunda: las pasadas elecciones de 2009 las ganó el Kadima pero ante la negativa a aliarse con Netanyahu y la imposibilidad de formar coalición con otras fuerzas, se quedó al frente de la oposición con sus 28 diputados. Con los partidos religiosos y conservadores que hoy apoyan al Likud, la coalición de derechas lograría 64 escaños de los 120 que componen el Parlamento. Ni la crisis interna del Shas, con una bicefalia irreconciliable, les haría mella, porque los votos seguirían siendo para radicales conservadores.

¿Volverá Olmert?

Si entraran en la pelea Tzipi Livni, exministra de Exteriores, y Ehud Olmert, predecesor de Netanyahu (que estudian ir en una nueva lista común o recuperar el liderazgo del Kadima), el centro izquierda se seguiría quedando a cinco diputados de la mayoría absoluta. Sólo la prensa más conservadora hace ver que la brecha es mejor, para que sus electores no se duerman con la victoria al alcance de la mano. Las dudas sobre la viabilidad de la opción más progresista son las que hacen que Olmert haya encargado más sondeos a empresas y especialistas israelíes. Sin la práctica seguridad de la victoria no se presentará.

Hace un mes, la Universidad de Beer Sheva hizo otro sondeo que mostraba que los israelíes, en un 56%, estarían dispuestos a votar a Olmert si con eso logran que se vaya Netanyahu, aunque eso supusiera dejar el Gobierno en manos de un señor condenado en dos ocasiones por corrupción y con un juicio en ciernes por irregularidades urbanísticas en Jerusalén.

El Likud intenta que la Comisión Electoral vete al único hombre capaz de hacer sombra a Bibi, pues sería una “depravación moral” que pusiera su rostro en los carteles con su culpabilidad confirmada. El juez no impidió que regrese a la vida pública, así que es complicado que esta pataleta prospere.

Olmert aún no ha hecho declaraciones, pero se deja ver en entrevistas con los socios actuales del gabinete y, según la prensa local, podría arrastrar a Israel Beitenu y el Shas bajo ciertas circunstancias. Al primero porque su jefe, el actual ministro de Exteriores Avigdor Lieberman, vería a Netanyahu desbancado y tendría así posibilidades de convertirse en el hombre fuerte de la derecha en un plazo corto; al segundo, porque ya fue su aliado en el mandato de 2006 y no le disgustó su manera de gestionar, y porque adoran ser llave de Gobierno y tocar poder.

Otra encuesta, del diario Haaretz, hecha por la Universidad de Tel Aviv, insiste en que hoy no hay alternativa al Likud. El 57% de los israelíes prefiere a Netanyahu como líder, el doble que su primera perseguidora, Livni, que ni siquiera tiene partido. Los demás oscilan entre el 15 y el 24% de apoyos. La derecha sacaría 68 escaños (cuatro más que hace dos semanas, un par del Likud), frente a 52 máximos de sus opositores. Ehud Barak no obtendría representación alguna con Atzmaut, un duro golpe. Que le haya pedido un puesto en el futuro gabinete a Netanyahu, aunque sea como independiente, y éste se lo haya negado ha sido la puntilla. Está desaparecido en combate.

Ante estos datos, si Netanyahu pudiera, las elecciones serían mañana. Por eso ha acelerado los plazos y en la madrugada del lunes disolvió la Knesset. Mal calendario para los laboristas, los opositores mejor posicionados (16 a 20 escaños), que llegarán casi sin aliento, como han reconocido públicamente. “Febrero hubiera sido un mejor mes”.

Debates sociales

La Facultad de Estudios Académicos de Or Yehuda desvela que tanto el partido Laborista, liderado por la ex periodista y diputada Shelly Yacimovich, como el nuevo Yesh Atid del famosísimo periodista Yair Lapid (13 a 17 escaños de previsión) son los que más en sintonía están con la sociedad, por su apuesta social. Pero ninguno de sus líderes tiene experiencia de gestión, un lastre que beneficia a Netanyahu. La tradición israelí pide foguearse en el Parlamento o un ministerio antes de apuntar tan alto, así que deberán aferrarse a su encanto popular y a los otros temas, lo que no sea Irán, a lo cotidiano.

El Likud tiene complicada la réplica si logran escorar el debate hacia ese terreno, porque su hombre fuerte se les acaba de ir: Moshe Kahlon, ministro de Comunicaciones y Asuntos Sociales, anuncia que no seguirá la próxima legislatura. Podría ser otro portazo ante la negativa de Netanyahu a darle el Ministerio de Finanzas. Si la campaña es Irán, no hay problema. Si deriva hacia los colegios y las viviendas de protección oficial, los del Likud echarán de menos a su único peón en ese tablero.

Saeb Erekat, el máximo negociador de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), ha lamentado que unas elecciones adelantadas no cambiarán nada en cuanto al proceso de paz, la última carpeta en el último cajón de la comunidad internacional a juzgar por los cuatro años de vacío pasados, sin previsión de cambio. Teme que la campaña haga más “agresiva” la postura de los candidatos, que les lleve, por ejemplo, a prometer más colonias con el fin de construir más casas, más baratas, para los asfixiados jóvenes.

El presidente de la ANP, Mahmud Abbas, ya ha hecho su elección. “Si se presenta Ehud Olmert, tendríamos posibilidades de diálogo. En su mandato nos quedamos a poco más de dos meses de un acuerdo definitivo”, afirma. Hamás, al frente del Gobierno de Gaza, sostiene por su parte que el adelanto es un “síntoma de debilidad de los sionistas”. Lo pueden repetir como un mantra, pero ese no parece hoy en el caso de Benjamin Netanyahu. Mucho ha de cambiar Israel para que deje la corona. Por eso ahora todo el mundo hace cola para pedirle un hueco en la grupa de su caballo ganador.

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