Reportaje

Alá en la pizarra

Zineb Elrhazoui
Zineb Elrhazoui
· 9 minutos
Niños en una calle de Rabat (1999) | ©  Ilya U. Topper / M'Sur
Niños en una calle de Rabat (1999) | © Ilya U. Topper / M’Sur


Rabat | Oct 2008

Las generaciones de marroquíes que han conocido la escuela coránica se acuerdan aún del bastón del alfaquí y la terrible ‘falaqa’ que sancionaba una mala recitación del texto sagrado. Azote de los escolares, la memorización de los versos, en un árabe tan arcaico como incomprensible para los niños de seis a siete años, está todavía al orden del día en la enseñanza moderna. Desde los más pequeños a los de bachillerato, los alumnos tienen programas religiosos, cargados y repetitivos, que se parecen más a la propaganda religiosa que a una asignatura de carácter científico digna de formar parte de las materias enseñadas en el colegio.

A modo de ejemplo, los alumnos de tercer año de la Primaria descubren los tormentos del castigo divino el día del Juicio Final: la promesa de las llamas del infierno para los que hablen mal de otros, algo en lo que cualquier niño se puede reconocer. El manual utilizado declara en su introducción la meta de inculcar a los alumnos el orgullo de pertenecer al islam, una religión con innúmeras virtudes civilizatorias.

Según Azeddine Allam, investigador y profesor de la Universidad Hassan II y autor de Tahrir al-kalam fi tajribat al-islam (‘Liberar la palabra en la práctica del islam’), “el discurso identitario está omnipresente en los programas religiosos en la escuela marroquí; allí se aprende que el islam es la solución para todo y que el sistema de valores transmitido por esta religión es el mejor en todos los campos: economía, familia, sanidad etc.”

En su libro, una especie de autobiografía intelectual, relata su gran sorpresa a la hora de descubrir las asignaturas que se enseñaban a su hija de seis años, alumna de primero de Primaria. Desde su llegada a clase, ella aprendía la fatiha, la primera sura del Corán. La lección explica que la frase “al maydubi aleihim” (los que sufren la cólera de Dios) se refiere a los judíos, que los “eddalín” (los que están en el camino equivocado) son los cristianos y “assirat al mustaqim” (el camino recto) es la que “nosotros” seguimos.

Pero hay más sorpresas para el padre, cuando se dirige al colegio que frecuenta su hija para examinar más de cerca el currículum: descubre que de un total de diez asignaturas, cuatro son religiosas: estilo de vida islámico, fe, liturgia y Corán.

Hassan II, maestro de escuela

Esta proporción no es una casualidad. La islamización de la sociedad gracias a la enseñanza fue preconizada por Hassan II, preocupado en los años setenta por la tendencia izquierdista de una gran parte de los escolares y alumnos de institutos. Esta política a favor de la religión salta a la vista en los manuales de educación islámica, la famosa ‘tarbía islamía’, en los que los programas de enseñanza se ocupan de todo: medios, ecología, salud, derechos humanos… Los alumnos aprenden de esta manera que el islam tiene que meter baza en todo, desde la utilización de internet hasta la noción del proletariado, pasando por el buen gusto, el arte y la contaminación.

“No acepto que una escuela, y en este caso los programas islámicos, intervengan de esta manera en la educación de mis hijos. Yo opino que el rol del colegio es el de ofrecer una formación académica, no un adoctrinamiento”, se rebela Najat, madre del pequeño Bilal, que está en tercero de Primaria. A muchos padres se les confisca así su derecho a elegir la moral ―confesional o no― que se les enseña a sus hijos.

Los sucesos del 11 de septiembre de 2001 han relanzado en todo el mundo el debate sobre la enseñanza religiosa de los jóvenes musulmanes. Desde entonces, muchas voces, también en los propios países musulmanes, piden reformar esta enseñanza o incluso declarar caduca el rol “imprescindible” del islam. En Marruecos, el Ministerio de la Enseñanza inició hace cuatro años una reforma del programa escolar, sin que eso haya llevado a una mejora del contenido pedagógico de las asignaturas religiosas. Los cursos de ‘tarbía islamía’ todavía se limitan a una simple formación en religión islámica, es decir un conjunto de preceptos que se presentan como verdades absolutas, nunca cambiadas e incambiables. Por otra parte, en los programas escolares se encuentran pocos intentos de abrirse hacia otras religiones. A las demás confesiones se les mira muy por encima y se les tacha de “falsas” y de herejías.

Eso sí, algunos contenidos, muy criticados por varios observadores de la cuestión, afortunadamente fueron retirados de los manuales gracias a la mencionada reforma. A modo de ejemplo, se ha expurgado de los libros un dibujo, destinado a la asignatura de educación artística, que los alumnos debía reproducir: mostraba a un lado un grupo de hombres y mujeres musulmanas, limpios, bellos, con chilaba y velo, y al otro los “infieles”, feos y malhumorados, con los cabellos al viento.

Propaganda y adoctrinamiento

Es habitual que los programas marroquíes de enseñanza religiosa denigren a las otras religiones. Enseñan que el islam es la única religión verdadera y que es necesario luchar contra el mal de palabra y de acto, lo que constituye una poco velada justificación para “pasar a la acción”. Además, los programas en cuestión, tanto por su forma como por su contenido, parecen más una enseñanza de idelogía religiosa (es decir, propaganda) que una enseñanza de religión. Carecen de toda dimensión histórica.

“Las mentiras ideológicas e históricas no faltan en la enseñanza religiosa de Marruecos, incluso en el ciclo universitario. No se hace ninguna diferencia entre el islam como realidad y como utopía”, añade Azeddine Allam.
Una consulta rápida de algunos manuales escolares subraya esta constatación: el dogma religioso no se enseña como hecho relativo; además, los enseñanzas relacionadas ni siquiera tienen siempre una base académica.

Así, los alumnos de primero de Primaria aprenden que hay que utilizar la fórmula ‘yazzaka alahu jeiran’ (que Dios te recompense) para dar las gracias [una frase no utilizada en Marruecos]. Aprenden que hay tres formas de dar las gracias: con el corazón, el acto o la palabra. Aprenden que reírse en voz alta invalida las abluciones de la oración o que deben obligatoriamente utilizar la mano derecha para todo menos para la higiene íntima… Estas “enseñanzas” ―sobran los comentarios― tienen como agravante a veces el celo de ciertos profesores que no dudan en ir más allá del marco de la enseñanza para convertir a sus alumnos en pequeños integristas futuros.

“Algunos profesores obligan a los alumnos a hacer la oración y los animan a acosar a sus padres para que también la hagan; otros se toman la libertad de hablar a los escolares de los castigos del más allá, basándose en libros de propaganda que anuncian el fin del mundo”, atestigua una maestra. Otros profesores, aunque se trate de casos aislados, imponen incluso la separación de sexos en el aula y presionan a las niñas para que lleven el velo.
Una moral sin ciencia

En Marruecos, donde la religión es el fundamento principal de la legitimidad del poder, el acercamiento pedagógico a la cuestión religiosa se revela complejo. De hecho, el término ‘religión’ se refiere a la vez al núcleo dogmático y a la civilización asociada a él. Es decir que agrupa todas las capas históricas, políticas y culturales de la sociedad.

La exclusividad de la religión en la conciencia moral y filosófica del ciudadano es motivo de inquietud para los especialistas de la cuestión: “El discurso religioso que se enseña en los colegios marroquíes es más polémico que didáctico; su meta es estimular los sentimientos de pertenencia a una comunidad de creyentes y reforzar la identidad musulmana de los jóvenes marroquíes” observa Azeddine Allam.

A partir del momento en el que forma parte de la enseñanza académica, se perfila como algo veraz, real. ¿Cómo se podría esperar que un alumno se ponga en contra de lo que ha aprendido en el colegio, sobre todo si los padres no intervienen de manera clara para invalidar una parte de la enseñanza recibida?

Esta manera de uniformar la moral que practica el Ministerio de la Educación, principal responsable de la enseñanza, coloca a los padres, cuando no están de acuerdo con los contenidos, en una posición inestable frente a la escuela. Enseñar la religión a la manera marroquí ¿no significa aniquilar el libre albedrío de los alumnos? El desarrollo del islamismo radical y la aparición del terrorismo religioso en el reino seguramente no son fortuitos, si valoramos que cada estudiante de bachillerato marroquí carga con años de adoctrinamiento religioso. No todos saben separar el grano de la paja.

¿Qué ocurre en otras partes?

El algunos países musulmanes, la enseñanza tradicional está todavía en vigor, como en Afganistán o Pakistán, donde el número de alumnos de las madrazas Deobandi (escuelas sufíes, una fuente del pensamiento de los talibanes) se ha duplicado en 2007.

En Arabia Saudí, el ‘Kitaba at-tawhid’ de Mohamed Ibn Abdelwahab, fundador del wahabismo, se programa a lo largo de los ciclos de Primaria y Secundaria y enseña a los alumnos que odiar a los que no cumplen las normas es una señal de amar a Dios, o incluso que todas las ramas suníes, excepto los wahabíes, van camino de la perdición.
En Egipto, los cursos de religión tienen en cuenta las diferencias confesionales pero son obligatorios para todos los alumnos. Turquía, modelo laico para los países musulmanes, ha restablecido las escuelas confesionales en 1945 y desde 1967 impone en los institutos cursos de conocimientos religiosos.

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