Reportaje

Los parias de la revolución libia

Karlos Zurutuza
Karlos Zurutuza
· 10 minutos
Mabrouk Suessi y Jalia Salem en el campo de desplazados cercano al aeropuerto de Trípoli | ©  Karlos Zurutuza
Mabrouk Suessi y Jalia Salem en el campo de refugiados cercano al aeropuerto de Trípoli | © Karlos Zurutuza

“Los laboratorios, los columpios en el patio… lo echo todo en falta de mi antiguo colegio, todo”. La nostalgia por un pasado no tan lejano es patente incluso entre los más pequeños como Abdul Aziz Omar. Tiene 11 años y es uno de los cerca de 400 niños del colegio levantado entre los escombros de la antigua Academia Naval de Janzur, al oeste de Trípoli.

Las clases donde se formaban los oficiales de la Marina de Gadafi son hoy lo más parecido a un hogar para 300 familias desplazadas desde Tawargha. Ese fue el lugar desde el que Muammar Gadafi dirigió el terrible asedio de dos meses sobre el enclave rebelde de Misrata, a 187 kilómetros al este de Trípoli.

Pero el cerco se rompió y los misratíes avanzaron hasta Trípoli. Para entonces, Tawargha era ya una ciudad fantasma; sus habitantes, almas errantes entre los escombros de la guerra. Y hasta hoy.

“Esto es sólo temporal, algún día volveremos a casa”, asegura Sahad Rajab Omar, profesor de lengua árabe que comparte con sus alumnos la añoranza por su antiguo colegio.

«La situación se deteriora cada día», afirma el portavoz de los desplazados de Tawargha

Fuera del aula, un hombre descalzo da fuego a una pila de basura acumulada entre los restos dos coches que ardieron ya hace dos años. A pocos metros, la colada cuelga entre las ventanas de los antiguos despachos como las banderas de un barco encallado en la arena.

Playas como esta, lejos de las calles controladas por las milicias, han sido refugio de miles de desplazados desde 2011. Puede que su anunciada retirada progresiva tras los terribles episodios de violencia del pasado noviembre den una tregua a este pueblo desplazado por completo pero Abu Rahman Musa, residente, desconfía.

“A menudo nos esperan justo a la salida del complejo o incluso arrestan y golpean a gente de raza negra porque piensan que son de Tawargha”, relataba a MSur este antiguo ingeniero civil de 47 años. Su piel oscura revela que desciende de esclavos, como la mayoría en su ciudad natal.

“Nada de esto ocurriría si no fuéramos negros”, añade.

Atrapados en el fango

En el campo próximo al aeropuerto de Trípoli, los bloques de hormigón de la Academia Naval son sustituidos por los barracones de plástico y uralita que albergaban a trabajadores de la construcción. Pero sus habitantes, también tawarguíes, comparten la misma precariedad con sus compañeros en la playa.

Mabrouk Suessi, portavoz del campo y miembro del Comité de Tawargha –organismo paraguas para todos los desplazados de dicho lugar- recibe a MSur en la oficina que antes ocupaban los jefes de obra.

“No es que sigamos igual que hace dos años sino que la situación se deteriora cada día que pasa”, explica Suessi. A su espalda, un poster muestra el antiguo proyecto de la constructora turca para este lugar: bloques de apartamentos de lujo rodeando una plaza con parques, piscinas y centros comerciales.

“La situación es extrema -continúa el portavoz-, dejamos de recibir ayuda hace cinco meses y la constructora turca ha anunciado que quiere echarnos para reiniciar las obras”.

Al igual que en Janzur, en el campo del aeropuerto tampoco es difícil dar con tawarghíes afectados por episodios de violencia recientes. Basta con preguntar a cualquiera de los desplazados que matan el tiempo entre los barracones, esos que parecen barcazas arrastradas por un río de lodo cada vez que llueve.

Daud Farhat denuncia que su hijo de 27 años fue capturado por las milicias a la salida del campo el pasado 14 de noviembre. No sabe nada de el, como tampoco Jalia Salem de su hijo, Wanis Mustaf.

“Creo que se lo llevaron a Misrata pero no sé si está vivo o muerto”, lamenta esta anciana quien todavía sigue soñando con pasar sus últimos días en su Tawargha natal.

A menudo, las milicias toman represalias indiscriminadas contra los desplazados

De momento parece improbable ya que la propuesta del Gobierno es construir 500 viviendas para los tawarguíes en Jufra, una región inhóspita en pleno desierto libio. El Comité de Tawargha ya ha mostrado por escrito su “total rechazo” a dicha propuesta.

“El día que dejemos este campo y el resto de los distribuidos por todo el país será para volver a casa, no admitimos ninguna otra solución”, asegura tajante Suessi.

Pero lo cierto es que ni siquiera dentro de ellos están a salvo. El mes pasado, cuatro hombres armados entraron en el campo de Al Fallah –sur de Trípoli- matando a Abu Muntalib, de 28, e hiriendo a otros tres. Testigos presenciales relataban a MSur que justo el día anterior un grupo de tres hombres se había acercado al campo preguntando si sus residentes eran de Tawargha.

“Llegaron al anochecer y dispararon indiscriminadamente hasta que uno de los disparos alcanzó a Muntalib en el pecho. Su mujer está embarazada”, explicaba Aisha Tarhuni, uno de los aproximadamente 1200 residentes del campo.

Human Rights Watch califica la situación de «crímenes contra la humanidad»

En un comunicado emitido el pasado 20 de noviembre, Human Rights Watch denunciaba dicho asesinato a la vez que recordaba al Gobierno libio su responsabilidad de proteger los campos en Trípoli y evitar futuros ataques. La ONG añadía que el “desplazamiento de 40.000 individuos así como los arrestos arbitrarios, las torturas y los asesinatos, sistemáticos pueden ser considerados `crímenes contra la humanidad”. Asimismo, la ONG conminaba al Consejo de las Naciones Unidas a condenar “crímenes que llevan repitiéndose desde 2011”.

“Esta gente ha sido literalmente abandonada a los elementos,” explicaba a MSur Hanan Salah portavoz de HRW en Libia. Salah también denunciaba la “indiferencia de la prensa internacional sobre Tawargha, y sobre Libia en general”.

Heridas y amenazas

La reiterada negativa del Gobierno a permitir la vuelta de este colectivo a su Tawargha natal lleva a muchos a optar por un “retorno unilateral”. Por su parte, Wafaa Elnaas, directora de la Oficina para los Desplazados Internos de Libia, teme que un movimiento como ese desemboque en “una masacre a manos de los grupos armados de Misrata”.

“Las heridas de la guerra aún no han cicatrizado. Y no podemos olvidar que los misratíes sufrieron más que nadie durante la guerra”, asegura desde su despacho esta licenciada en Ley Islámica por la Universidad de Trípoli.

Desde la otra punta del país, el campo de Helis en Bengasi –a 650 kilómetros al este de Trípoli- Imad Ergheya al Tawargi, presidente de la “Juventud por Tawargha” habla de 100 casos registrados de tawarguíes muertos bajo tortura, 300 desparecidos y 900 presos.

“Esos son los conocidos pero pueden ser muchos más”, transmitía a MSur este joven de 33 años, quien también ve peligrar su permanencia en el campo tras la reciente petición del Consejo Local de Bengasi de evacuar el mismo.

Al Tawarghi asegura recibir amenazas constantes, sobre todo cada vez que denuncia públicamente el brutal acoso al que se somete a su pueblo. No obstante, no parece el futuro a corto plazo el que más le preocupa.

“Una generación entera está creciendo entre el odio y el desamparo más absoluto”, lamenta el activista. “Algún día será demasiado tarde para contenerlos contra un Gobierno que ni siquiera es capaz de defenderse a sí mismo”.

“Los tawarguíes saben que se les odia por lo que hicieron”

Wafaa Elnaas | Directora de la Oficina para los Desplazados Internos de Libia

¿Cuándo contempla su Gobierno que los tawarguíes puedan volver a casa?
Es una opción que no se contempla, principalmente porque podría convertirse en una masacre. Por otra parte, no pueden volver a Tawargha porque la gente de Misrata no todavía no ha olvidado lo ocurrido durante la revolución. No es una cuestión de venganza sino de dolor porque las heridas aún no han cicatrizado.

¿Le parece adecuada la propuesta de su Gobierno de trasladar a los desplazados en su conjunto a Jufra, un lugar inhóspito en mitad del desierto?
Yo fui la primera sorprendida cuando el Gobierno anunció ese proyecto. No me parece una opción válida porque los tawarguíes ya han manifestado su desacuerdo y tenemos que buscar soluciones que cuenten con el consenso de todos los libios.

¿Y qué alternativa proponen?
Necesitamos implementar un proceso en tres fases. La primera sería trabajar para cambiar la visión de la sociedad libia en su conjunto hacia los habitantes de Tawargha. Un segundo paso sería administrar justicia entre ambas partes, para que no quede un solo crimen sin castigo. Una vez conseguido esto podremos empezar a reintegrar a este colectivo en la sociedad libia en un marco de reconciliación.

Habla usted de “cambiar la visión de la sociedad” y de “reconciliación”, pero no estigmatiza usted a los desplazados tachándolos de “gadafistas”.
Esa es una realidad que no escapa a nadie. Los tawarguíes saben perfectamente que se les odia por lo que hicieron en Misrata y por su apoyo incondicional a Gadafi. Quiero subrayar que no son los únicos desplazados internos de Libia, y también que hemos asistido a los tawarguíes desde el final de la guerra.

Mientras tanto, se amontonan las denuncias de asesinatos y torturas ante la total pasividad del Gobierno, ¿no es así?
Los incidentes que usted menciona llegan de la mano de milicias que no tienen nada que ver con el Gobierno. Es cierto que las milicias están actuando por su cuenta pero, a menudo lo hacen apoyándose en pruebas gráficas como fotos o vídeos que muestran las atrocidades cometidas por los tawarguíes. Hemos intentado pararlos pero no tenemos un ejército para ello. Debido a lo que pasó durante la revolución, no podemos proteger a aquellos que apoyaron a Gadafi.

El Comité de Tawargha asegura que la ayuda no llega desde hace cinco meses.
Es cierto. Es un intento de conseguir que sean más independientes ya que muchos de ellos se están acostumbrando a no hacer nada.

¿Hablaríamos hoy de otra escenario de no ser por el color de su piel?
No es una cuestión de racismo. Tengo 53 años y le puedo decir que la sociedad Libia ni es ni ha sido nunca racista. Los tawarghíes explotan ese discurso para atraer la atención de las ONG mientras la prensa internacional se esfuerza en sobredimensionar los hechos y promover la división entre los libios.