Entrevista

LeClézio

«En Europa hemos hecho ya todas las revoluciones, en otros lugares están por venir»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 10 minutos
Jean-Marie Gustave Le Clézio (Sevilla, 2014) |  © Lisbeth Salas
Jean-Marie Gustave Le Clézio (Sevilla, 2014) | © Lisbeth Salas

Sevilla | Sep 2014

Hace 25 años, Jean-Marie Gustave Le Clézio visitó Córdoba por primera vez para participar en un encuentro entre escritores españoles y marroquíes. Él no era ni una cosa ni la otra, pero tiene presentes las sesiones en la torre de La Calahorra donde recuerdo que había una exposición de instrumentos de tortura medievales”.

Ahora regresa a la ciudad andaluza para participar en el festival Cosmopoética, cuyo nombre le permite desplegar su buen humor. “Al principio pensé que sería una reunión de astrofísicos y poetas, aunque yo no sé nada de astrofísica y muy poco de poesía. Luego, al ver el icono del hombre con el bombín y el paraguas, pensé que se trataba de una reunión de cosmopolitas. Todavía no me he aclarado al respecto, así que vengo con mucha curiosidad, a ver qué puedo aportar”, dice.

Su aportación tendrá lugar esta misma tarde, pero por la mañana el Nobel francés se prestaba a atender amablemente a los medios de comunicación en un correctísimo español. “La literatura no es un oficio, es una vocación”, explica Le Clézio cuando le piden consejos. “Escribir es una especie de sueño, y quién soy yo para dar consejos a los jóvenes sobre los sueños que deben tener. Solo sé que el mundo cambia muy rápido, y que al parecer la poesía hoy pesa menos en nuestra vida cotidiana que lo que pesaba en el mundo antiguo. La vida moderna es demasiado rápida, y la poesía significa todo lo contrario, es reflexión y libertad de espíritu. Lo único que puedo recomendar es leerla, alimentarse de ella”.

Descendiente de una familia bretona de Mauricio, pasó por Nigeria, Bristol, EE UU, Tailandia, México, Panamá…

Nacido en Niza en 1940, a Le Clézio le cuadra como a pocos la etiqueta de escritor nómada: descendiente de una familia bretona emigrada a las islas Mauricio en el siglo XVIII, pasó parte de su infancia en Nigeria, cursó sus estudios superiores en la universidad de Bristol, se trasladó a Estados Unidos y desde allí fue enviado a hacer el servicio militar a Tailandia, pero sus protestas contra la prostitución infantil en el país asiático le valieron un nuevo destino en México. De allí pasó a vivir en Panamá durante tres años con los indios embera-wounaan. Y acabó contrayendo matrimonio con Jemia, natural del Sáhara occidental. Con ella escribió el libro Gente de las nubes.

Cuando, al respecto de este último dato, se le comenta la sensibilidad que hay en España hacia la cuestión saharaui, asegura ser “muy consciente de este problema”. “Pero no quiero pronunciarme sobre él, porque es muy complicado”, afirma. No obstante, recuerda que “viajé por la provincia colonial conocida como Río de Oro, y allí descubrí que la población local es completamente indiferente a la noción de nacionalidad. Son en su mayoría nómadas, y para ellos lo importante es cruzar la frontera. Es una gente que me atrae mucho, que cultiva la poesía oral… Incluso encontré en el archivo de la Embajada de España en París una colección de su poesía oral traducida por soldados españoles, que todavía no ha sido publicada. Esa es una de mis metas, publicar en Marruecos esa poesía escrita en hasanía y español”.

«Para mí, una persona que escriba en francés es francés, ya venga de Marruecos, del África Ecuatorial, India o Vietnam»

El Nobel levanta una ceja cuando se le comenta que, a pesar de la proximidad geográfica, buena parte de la literatura y de la cultura marroquíes que llegan a España lo hacen a través de Francia, y no cruzando el Estrecho de Gibraltar. “Tal vez nuestra relación con Marruecos sea más natural, sobre todo el Marruecos francófono. Para mí, una persona que escriba en francés es francés, ya venga de Marruecos, del África Ecuatorial, de la India o de Vietnam. Quizás sea ese uno de los motivos por los cuales no existe tanto ese vínculo con España. Quiero decir que para mí, la noción de nacionalidad es secundaria. Tengo dos nacionalidades, dos pasaportes, nací en Francia solo por casualidad. Lo que me importa es el lenguaje que uso para escribir, y la literatura que leo, que la mayor parte del tiempo es en francés… Pero fíjese, cuando era niño empecé a leer con El lazarillo de Tormes y con Don Quijote, y los leí pensando que eran libros franceses. Solo luego me enteré de que habían sido escritos por españoles”, agrega.

Será por esa experiencia iniciática, que la cultura hispana ha estado muy presente en la obra del escritor, aparte de las muy comentadas influencias de maestros como George Perec o Michel Butor. “Prefiero hablar de literatura criolla antes que de iberoamericana. Es una literatura que hizo crecer una lengua completamente nueva, incorporando elementos que pertenecían a culturas indígenas. Para mí, el sumo escritor del siglo XX es Juan Rulfo, que con solo dos libros logró conformar la verdadera literatura de nuestro tiempo”.

Son palabras de un hombre que ha visto mucho mundo, pero que a la hora de escribir siempre trata de mirar a través del cristal de la sencillez, casi se diría de la ingenuidad infantil. Solo cuando se contempla el conjunto de su obra se adquiere la dimensión del camino recorrido. “Para mí ser nómada es ser como Rimbaud”, asegura el autor de títulos como El atestado, El africano, Urania, Desierto u Onitsha.

 «El viaje modifica la manera de escribir, porque responde a esa necesidad absoluta de escuchar las voces de los otros»

“Rimbaud fue viajero en poesía antes que viajero físicamente. Su vida es el modelo del poeta, que con 20 años ha escrito ya todo lo que tenía que escribir. Creo que el viaje modifica la manera de escribir, porque responde a esa necesidad absoluta de escuchar las voces de los otros, del mundo. Imagino a Rimbaud en Londres, en medio de esa vida moderna que es tan áspera, tan dura, y como esa ciudad en pleno inicio de la industrialización le hace conectar con el mundo moderno”.

Claro que, al cabo de un rato, se le habla de otro gran poeta viajero, Henri Michaux, al que Le Clézio dedicó una tesis doctoral, y su rostro se ilumina. “Ah, Michaux, deberíamos hablar más de Michaux. Es un poeta para pocos lectores, es casi confidencial”, sonríe.

Cuando se le recuerda la noción rimbaudiana de la otredad, vuelve a sonreír. “Me ha gustado asomarme siempre a otras culturas, a la hindú, a la árabe, a las que tienen una relación órfica con la literatura”, confiesa. “Viví un choque muy fuerte cuando leí a [Yalal ad-Din Muhammad] Rumi por primera vez. Para mí fue entonces el máximo poeta, que identificó fe religiosa y lírica. La verdad es que el mundo árabe es interesante, porque los poetas tienen mucho éxito y popularidad. Mira a [Mahmud] Darwish, que vende muchísimos libros, tanto o más que los mejores novelistas. Creo que se debe a que la poesía tiene más relación con la vida interior, y la novela con la exterior, por eso allí prefieren a los poetas. Al final, todo esto ha hecho que la novela que me interesa lleve siempre algo de poético incorporado, elementos de profundidad que las artes más realistas no siempre alcanzan a percibir”, agrega el escritor.

«La independencia de Argelia, que viví, fue una revolución para el mundo colonial moderno y cosmopolita»

A propósito del mundo árabe, y de su convulsa actualidad, preguntamos a Le Clézio por aquel libro que tituló Revoluciones, y por el sentido que pueda tener para él esta palabra hoy. “La palabra revolución, como ustedes saben, viene de una expresión de San Agustín: La revolución de las almas. Es una idea muy interesante, y no desarrollada del todo por el cristianismo, según la cual las almas regresan al mundo, como una forma de renacer. En el caso de mi novela, quise identificarme a través de ella con mis antepasados, en concreto con un revolucionario que abandonó Francia en tiempos de la Revolución Francesa para irse a Mauricio. También escribí una historia sobre la independencia de Argelia, que viví, y que fue una revolución para el mundo colonial moderno y cosmopolita que muchos no entendieron. No supieron ver que no era una guerra, era una revolución moral e intelectual, también para Francia. Ahora ya no sé si existen las revoluciones. Creo que en Europa hemos hecho ya todas las revoluciones, en otros lugares están por venir”.

Los temas más actuales le parecen más propicios para la prosa. La poesía, para Le Clézio, “está siempre por delante de nuestro tiempo, es otra medida del tipo, una mezcla de pasado y de futuro. Porque el presente es la región más difícil de comprender”, asevera. No obstante, reconoce que “aunque la poesía está fuera, ajena a los acontecimientos cotidianos”, le interesa un tipo de lírica muy del momento: “La que están haciendo ahora los jóvenes de los suburbios, esa poesía violenta del rap, que trata de expresar una rebelión contra el orden social”.

Antes de marcharse a pasear por la ciudad de la mezquita, una última pregunta. Cierto sector de la crítica ha reprochado duramente a Le Clézio que sea siempre tan complaciente con el mundo subdesarrollado en sus ficciones, en contraste con la severidad con la que suele hablar del Occidente desarrollado. ¿Lo ve él así?

“Como le decía antes, tengo dos nacionalidades que podrían ser como dos personalidades: soy mauriciano, es decir, un hombre del Tercer Mundo. Y por otro lado, poseo mi educación europea. Y entiendo bien el pasaje de un mundo a otro. Cuando viajo a Mauricio a visitar a mi familia, veo a una población que lucha cada día por poder comer por la noche, no por obtener un mejor trato o escalar una posición social. Es un pueblo que está bajo la amenaza de la crisis mundial, porque los primeros que sufren la crisis son los débiles. Es más, cuando escucho a los economistas distinguidos hablar de la crisis, me pregunto si saben que hay pueblos que llevan 200, 300 años de crisis. Tantos, que ya ni saben de qué se trata, ya no distinguen. Sus gentes solo se preguntan, si caigo enfermo, ¿qué pasará? ¿Qué será de mis hijos el día de mañana. Es por eso que tengo esta simpatía hacia la gente que vive en estos lugares”.

Y agrega: “Mis propias hijas han estudiado, pero no tienen trabajo. Una sí, hace 70 horas semanales, cuando en Francia estamos debatiendo el horario de las 35 horas”, concluye.