Opinión

¿Más de lo mismo?

Adrian Mac Liman
Adrian Mac Liman
· 12 minutos

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Sucedió lo que todo el mundo esperaba: el partido de centroderecha Likud, liderado por el Primer Ministro Benjamín Netanyahu, se alzó con la victoria en las elecciones legislativas celebradas esta semana en Israel. Pese a los sondeos a pie de urna, que vaticinaban un empate virtual entre la derecha y la bicéfala coalición de centroizquierda Unión Sionista del laborista Isaac Herzog y la liberal Tzipi Livni, los conservadores lograron imponerse. Hay quien cree que se trata de una victoria pírrica, puesto que ninguna de las grandes agrupaciones cuenta con la mayoría necesaria para contemplar la formación de un Gobierno estable, lo que deja entrever la opción de frágiles y efímeras alianzas.

En efecto, la proliferación de partidos bisagra, dispuestos a apoyar a cualquiera de las grandes corrientes ideológicas a cambio de pingües beneficios económicos, convierte el escenario político del Estado judío en una auténtica pesadilla para el ciudadano de a pie, obligado a afrontar el constante deterioro de la situación económica, que desembocó en el espectacular empobrecimiento de la clase media.

También la izquierda prefiere hacer caso omiso del espíritu y la letra de los Acuerdos de Oslo

A las desigualdades sociales se suma la alta tasa de desempleo, amén del vertiginoso incremento del precio de la vivienda.  Nada o muy poco que ver, al menos aparentemente, con la obsesión de Bibi Netanyahu por acabar de un plumazo con el programa nuclear iraní –peligro potencial para la supervivencia de Israel – o el deseo de los centristas – laboristas y liberales – de reanudar el diálogo con la Autoridad Nacional Palestina, interrumpido hace cuatro años por el Likud, apostando por la creación de un Estado palestino. Aún así, la izquierda prefiere hacer caso omiso del espíritu y la letra de los Acuerdos de Oslo.

Huelga decir que durante la jornada electoral, es decir, antes del cierre de los colegios,  los principales partidos políticos habían iniciado consultas destinadas a asegurarse la  mayoría parlamentaria. Una tarea sumamente difícil, teniendo en cuenta el hecho de que ninguna de las corrientes mayoritarias contará con bastantes escaños para contemplar alianzas duraderas con las formaciones afines. Benjamín Netanyahu tendrá que recomponer los pactos con Bayt Yehudí (Hogar Judío) o Israel Beteinu, agrupaciones que se sitúan la derecha del Likud y que contemplan el control de los territorios palestinos ocupados, así como la expansión de los asentamientos judíos de Cisjordania.

Para Isaac Herzog, la alternativa viable hubiese sido un acuerdo con el izquierdista Meretz, los comunistas árabes e israelíes de Hadash y los integrantes de la Lista Árabe Unida, tercera fuerza política del país. Sin embargo, los dirigentes de la Lista parecen poco propensos a forjar alianzas con las agrupaciones sionistas. Su electorado, que representa al 20 por ciento de la población árabe de Israel,no lo consentiría.

Tanto Netanyahu como Herzog rechazaron la propuesta de formar un Gobierno de unidad nacional

Quedan los liberales de centroizquierda de Yesh Atid  y los de centroderecha de Kulanu. Los primeros podrían decantarse por la Unión Sionista de Herzog; los segundos, por sus excompañeros y socios del Likud.

La gran incógnita será la postura de los partidos religiosos, que cuentan con una veintena de escaños en la Cámara, y que suelen arrimarse al carro del… mejor postor.

En resumidas cuentas, el partido de Netanyahu tiene muchas probabilidades de contar con una mayoría parlamentaria que le permita capear el temporal.

Detalle interesante: el pasado martes, poco después del cierre de los colegios electorales, el presidente de Israel, Reuven Rivlin, instó a laboristas y conservadores a formar un Gobierno de Unidad Nacional. Pero tanto Netanyahu como Herzog rechazaron la propuesta.  Su ideología y sus respectivos programas de gobierno son (o al menos, parecen)… diametralmente opuestos. ¿Más inestabilidad política en perspectiva? ¿Más amenazas para los equilibrios o desequilibrios regionales? Para el ciudadano de a pie, ello se traduce por… más de lo mismo.

Insólitas revelaciones sobre el “halcón” de Wye Plantation

 

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La campaña electoral israelí entra en su recta final con nuevas y explosivas revelaciones sobre la trayectoria política del primer ministro saliente, Benjamín Netanyahu, y su constante rechazo de un posible, aunque cada vez más improbable entendimiento con la Autoridad Nacional Palestina. Improbable, sí, con un Gobierno de centroderecha, poco propenso a respetar el espíritu y la letra de los Acuerdos de Oslo, unos pactos que el propio Netanyahu se empeñó en desmontar a finales de la década de los 90, durante las consultas de Wye Platnation.

En 1996, cuando el derechista Likud se alzó con la victoria en las elecciones legislativas, el entonces presidente norteamericano, Bill Clinton, invitó al futuro primer ministro del Estado judío, Benjamín Netanyahu, a la Casa Blanca. Se trataba de tantear al político hebreo, acérrimo detractor del diálogo con la OLP, que se había comprometido ante su electorado a deshacer los entuertos de sus rivales laboristas. Sin embargo, durante la entrevista con el mandatario estadounidense, Netanyahu se apresuró en puntualizar: sólo contemplaba unas modificaciones de forma de los acuerdos, sin que ello afecte el contenido.

El líder del Likud había logrado su objetivo: borrar de un plumazo los compromisos políticos de Oslo

Dos años después del encuentro en el Despacho Oval, los tratados israelo-palestinos se convertían en… papel mojado. Curiosamente, ambos bandos optaron por dejar caer un tupido velo sobre los resultados de las consultas. Lo cierto es que el líder del Likud había logrado su objetivo: borrar de un plumazo los compromisos políticos contraídos en la capital noruega.

Hasta aquí nuestra tribulación por el pasado de las accidentadas relaciones entre israelíes y palestinos. Lo que sucedió después… El siglo XX no trajo la paz ni la convivencia entre las dos comunidades. El Nuevo Orden de los Bush, los conflictos de Afganistán e Iraq, las malogradas Primaveras árabes de Barack Obama, los brutales enfrentamientos de Siria, el resurgir del sanguinario Frankenstein llamado Estado Islámico relegaron el conflicto israelo-palestino a un segundo, véase tercer plano de la actualidad. Sin embargo, la inmediatez de la consulta electoral prevista para el próximo día 17 vuelve a colocar a Israel y a su clase política en el candelero.

Esta semana, un medio de comunicación independiente de Tel Aviv filtró un documento desclasificado sobre supuestas concesiones secretas de Netanyahu a los palestinos. Se trata, al parecer, de un memorándum que contempla la creación de un Estado Palestino independiente, soberano y sostenible, que tendría fronteras internacionales reconocidas con Israel, Egipto y Jordania.

En 2013, un asesor de Netanyahu filtró la supuesta lista de concesiones al presidente palestino Abbas

También alude el documento a la posible retirada de Israel a las fronteras de 1967, el intercambio de territorios destinado a crear zonas de seguridad, el reconocimiento de la doble capitalidad de Jerusalén, el desmantelamiento de algunos asentamientos judíos de Cisjordania y… el retorno dosificado y selectivo de los refugiados palestinos a Israel.

Se cree que el impulsor de la propuesta fue el expresidente de Israel, Shimon Peres, que organizó varias rondas de consultas con emisarios palestinos en Amman y en algunas capitales europeas. Aparentemente, las conversaciones se iniciaron en 2011,  con la aquiescencia del primer ministro Netanyahu.

Según fuentes israelíes, en el verano de 2013, un asesor de Netanyahu, el abogado Yitzak Molcho, entregó la supuesta lista de concesiones al presidente palestino, Mahmud  Abbas. Se trataba de un encuentro previo, destinado a allanar el camino para las negociaciones con el secretario de Estado John Kerry, portador de la buena palabra de la Administración Obama.

¿Resultados concretos? Ninguno, como de costumbre. Lo cierto es que el primer ministro israelí se apresuró en desmentir la noticia, señalando que jamás había aceptado la división de Jerusalén, la retirada a las fronteras de 1967 o el derecho de retorno de los refugiados palestinos.

Cabe preguntarse, pues, si después de las reacciones negativas suscitadas tanto en Occidente como en Israel por el polémico discurso de Netanyahu ante el Congreso de los Estados Unidos, esas revelaciones de última hora constituyen una llamada de auxilio de la derecha israelí a sus fieles seguidores o… un golpe bajo de quienes pretenden desacreditar al “halcón” de Wye Plantation en vísperas de unas reñidas elecciones generales.

La bofetada de «Bibi» Netanyahu

 

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De bofetada a la Administración Obama tildaron los altos cargos de la diplomacia norteamericana el discurso pronunciado esta semana por el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, ante las Cámaras del Congreso de los Estados Unidos. ¿Un golpe en la cara que ensancha aún más la brecha entre Washington y Tel Aviv? Aparentemente, la insolente actuación de Netanyahu irritó no sólo a Barack Obama, sino a la inmensa mayoría de sus colaboradores. Fue la gota que hizo desbordar el vaso…

No es costumbre que un estadista utilice la tribuna parlamentaria de un país extranjero para alertar a los representantes electos de otra nación sobre los peligros – ficticios o reales – que implica la política llevada a cabo por sus gobernantes. Es exactamente lo que hizo Benjamín Bibi Netanyahu al censurar el posible pacto nuclear con Irán.

El líder del derechista Likud, invitado por la mayoría republicana del Congreso a intervenir en el debate sobre política exterior, aseguró que el hipotético mal acuerdo con el país de los ayatolás sólo serviría para allanar la vía hacia una catástrofe nuclear. Si a los estadounidenses les importa  su seguridad, a los israelíes nos preocupa la supervivencia, señaló Netanyahu.

Tel Aviv desea mantener el monopolio de potencia nuclear regional; Washington no descarta un duopolio

Su advertencia fue acogida con innegable júbilo por los congresistas republicanos (aunque también demócratas), partidarios de la mano dura en las relaciones con los países rebeldes – Corea del Norte, Irán, Siria… Rusia. Una postura inquietante, teniendo en cuenta la proliferación de los focos de tensión que acompaña los espectaculares reajustes geoestratégicos iniciados en la última década del siglo XX.

Recordemos que Netanyahu fue uno de los primeros políticos que alertó, a finales de los años 90, sobre el peligro que supone el programa nuclear iraní. De hecho, el establishment israelí no descartó la posibilidad de una intervención armada contra las instalaciones atómicas de Teherán, opción rechazada por los sucesivos inquilinos de la Casa Blanca. Si bien las autoridades de Tel Aviv desean mantener a toda costa el monopolio de potencia nuclear regional,  Washington no descarta la existencia de un duopolio. Y ello, siempre y cuando los intereses estratégicos de Irán coincidan con los designios de los Estados Unidos.

De hecho, una embrionaria bomba atómica persa implicaría el aumento de la cooperación militar (y también económica) de Washington con Arabia saudí, Iraq y los Emiratos del Golfo Pérsico. El Estado judío tiene otras prioridades; el siempre vigente programa de gobierno del ayatolá Jomeini contempla… ¡la destrucción total de Israel!

El Irán chií sería para la Casa Blanca un elemento clave en la lucha contra el radicalismo suní

Desde el inicio de las consultas entre Teherán y las potencias occidentales sobre el programa nuclear iraní, las autoridades hebreas presentaron un documento de trabajo conocido bajo el nombre del memorándum de los cuatro “no”.  No al enriquecimiento del uranio, No al centrifugado, No al almacenamiento de uranio enriquecido, No al suministro de agua pesada para el reactor nuclear de Arak.

Con el paso del tiempo, los cuatro no se han convertido en historia. Los científicos iraníes han adquirido los conocimientos necesarios para la fabricación de armas atómicas. Desde el punto de vista tecnológico, el proceso parece, pues, irreversible. ¿Frenar la producción de artefactos nucleares? Todo depende de la contrapartida ofrecida por Occidente. De momento, los interlocutores de Teherán sugieren una moratoria de 15 a 20 años, que los persas rechazan tajantemente.

Un nuevo factor se añadió recientemente al regateo nuclear: la ofensiva global contra el Estado Islámico. La Casa Blanca tiene interés en asociar a los países del mundo árabe-musulmán a la coalición ideada para combatir a las fuerzas del mal. En ese contexto, el Irán chií sería, sin duda, un elemento clave en la lucha contra el radicalismo suní.  Barack Obama está empeñado en alcanzar un acuerdo con los iraníes.

Por su parte, Benjamín Netanyahu, primer ministro saliente de Israel, aprovecha los últimos días de la campaña electoral en su país para romper moldes, sabiendo positivamente que el golpe en la cara de la Administración estadounidense podría facilitar su reelección o convertirle en incuestionable líder de una oposición conservadora intransigente. BibiNetanyahu ¿profeta en tierra de Israel? Un legado éste difícil de gestionar sin la ayuda del Congreso de los Estados Unidos.

Primero publicado en Ventana al mundo.