Crítica

Contra el estigma

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 5 minutos
Alalá
Dirección: Remedios Malvárez

alalaGénero: Documental
Intérpretes: Emilio Caracafé, Pastora Galván, Rosario La Tremendita, Israel Galván, Arcángel, Raimundo Amador.
Produccción: Producciones Singulares
Guión: Remedios Malvárez y Arturo Andújar
Duración: 77 minutos
Estreno: 2016
País: España

Desde los años 80, la barriada sevillana de las Tres Mil Viviendas ha sido sinónimo de delincuencia y marginación. Los medios sensacionalistas intuyeron el filón y explotaron hasta la saciedad las escenas de infraviviendas, niños criados en la calle y ausencia de servicios públicos, cuando no directamente de operaciones policiales contra el robo o el narcotráfico, con toda la artificiosa espectacularidad al uso. De un tiempo a esta parte, sin embargo, otro tipo de periodismo y un cine de corte más social ha tratado de mostrar otras caras de las Tres Mil, luchando por liberar a sus habitantes del estigma.

Una de las primeras en intentarlo fue la modelo y cineasta francesa Dominique Abel con Polígono Sur (2003), donde se abusaba quizá de una exaltación de la alegría permanente, bastante contaminada de tópicos sureños. Tal vez por eso otra directora, Remedios Malvárez, ha decidido abordar en su documental Alalá (Alegría) el flamenco y sus poderes sanadores, pero orientándolo hacia los niños, que nunca mienten cuando ríen. El eje en torno al cual gira esta producción es la Escuela de Arte de las Tres Mil, y el personaje central su director artístico, el carismático guitarrista Emilio Caracafé, vecino del barrio y correa de transmisión para las nuevas generaciones de una forma característica, genuina, de asumir e interpretar lo jondo.

Junto a invitados especiales como la bailaora Pastora Galván, el cantaor Arcángel o su compañera La Tremendita, Caracafé insiste en la triple virtud del flamenco de servir, por un lado, como vehículo de expresión de emociones, como sello identitario y como depósito de valores positivos. De paso, el propio músico se expone humildemente como ejemplo de hijo de este rincón que, a fuerza de vocación, constancia y talento, logra superar todas las dificultades y ganarse la vida y el respeto de todos.

Se trata de un filme modesto, sin alardes visuales, muy vendible para la televisión y desde luego cargado de buenas intenciones, al que cabría hacer un par de observaciones críticas. La primera se refiere a la sensación constante de que hablar de los problemas del barrio es poco menos que un tabú. En los testimonios de los entrevistados se intuye esa recurrente incomodidad cuando tienen que referirse a la delincuencia, la violencia o las drogas.

Negar esa otra sórdida realidad es inútil, ¿por qué no hablar de ella con naturalidad?

Hasta Raimundo Amador, otro paradigma para las Tres Mil, no sabe qué palabra usar cuando lamenta que la barriada sea siempre noticia por lo de siempre. Dado que negar esa otra sórdida realidad es inútil, ¿por qué no hablar de ella con naturalidad y sentido común? ¿Por qué debe avergonzarse ningún honrado vecino de lo que cuatro descarriados hagan? Un velo de corrección política sobrevuela el metraje y alcanza hasta los comentarios más inocentes, como ese vendedor de mercadillo que, a la hora de contar que su hijo tiene un amigo de raza negra, se muestra azorado, como si la mención del color fuera ofensiva. Un residuo, tal vez, de cuando la mención de la «raza gitana» traía aparejada toda una batería de prejuicios infamantes. Todavía habrá descerebrados que crean que pertenecer a una etnia determinada es una indignidad congénita, pero son muchos más quienes pueden proclamarse gitanos sin complejo alguno, y aun con razonable orgullo.

Esto se conecta con otra flaqueza de la cinta, y es la excesiva conciencia de los participantes sobre la presencia de la cámara. Demasiado despistados a veces por ésta, demasiado acartonados los discursos: se echa de menos una mayor naturalidad de todos, aunque esto vaya en detrimento de la fluidez o la claridad de los planteamientos. A veces, ésta es la línea delgada que separa el documental del producto más o menos publicitario.

Sea como fuere, Malvárez ha sumado su grano de arena en la construcción de una imagen menos estereotipada de las Tres Mil, aunque cunde la sensación de que hay que seguir contando esa dura realidad, examinando sus raíces, cuestionándola, criticando la desidia o incompetencia de varias generaciones de políticos que nunca han dado una respuesta rotunda a los problemas de la barriada. Alalá puede ser un buen refuerzo para la autoestima de los sufridos habitantes de la zona, pero es necesario seguir profundizando, ir más allá, mirando a las cosas sin miedo, llamándolas serenamente por su nombre.

 

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