Opinión

El gran día

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

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Hace dos días, el Estado de Israel celebró su septuagésimo cumpleaños. No se ha oído hablar de otra cosa durante días. Discursos y más discursos plagados de lugares comunes. Un enorme festival kitsch.

Todo el mundo estaba de acuerdo: David Ben Gurión hizo historia cuando proclamó la fundación del estado de Israel en aquella pequeña sala de Tel Aviv.

Esta semana, a los que vivieron aquellos momentos les han preguntado: ¿Dónde estaba usted en aquel momento? ¿Qué sintió cuando la historia llamó a su puerta?

Bueno, pues yo los viví y no sentí nada.

Por entonces yo servía en el recién estrenado ejército, que aún no se llamaba “Ejército de Defensa de Israel”, su nombre oficial en hebreo. Mi compañía tenía sus cuarteles en un pequeño campamento de tiendas de campaña en Hulda, un kibutz al sur de Tel Aviv.

La proclamación me importaba un comino. Estábamos metidos en una guerra desesperada para ambos bandos

Aquella misma noche íbamos a atacar un pueblo llamado al-Kubab, cerca de Ramla. Esperábamos resistencia, así que estábamos preparándolo todo, como hacen los soldados antes de una batalla. De pronto alguien vino corriendo y gritó: “¡Venid rápido, Ben Gurión está declarando la independencia en el salón!”. En el salón estaba la única radio del lugar. Todo el mundo fue corriendo, yo incluido.

La verdad es que la proclamación me importaba un comino. Estábamos metidos hasta el cuello en una guerra desesperada para ambos bandos y sabíamos que la supervivencia de nuestro estado se decidiría por medio del combate. Si ganábamos la guerra, existiría un Estado. Si la perdíamos, ni un Estado ni nosotros.

El discurso de un político en Tel Aviv no significaba nada.

Sin embargo, un detalle despertaba mi curiosidad. ¿Cómo se llamaría el nuevo Estado? Había varias propuestas, y yo quería saber cuál se había elegido.

Cuando oí la palabra “Israel”, abandoné el salón y me fui a seguir limpiando mi arma.

Por cierto, la feroz batalla no tuvo lugar. Cuando atacamos el pueblo por los dos flancos, la población ya había salido huyendo. Entramos en las casas vacías, con comida caliente aún en las mesas. A los habitantes nunca se les permitió volver.

A la mañana siguiente transfirieron a mi compañía al sur. El ejército egipcio había penetrado en Palestina y debíamos detenerlos antes de que alcanzasen Tel Aviv. Pero eso es otra historia.

David Ben Gurión, cuya voz había oído aquella tarde en la radio, es hoy el mayor héroe nacional de nuestra historia. El hombre que creó el Estado de Israel. Esta semana han emitido un documental sobre su vida por televisión.

El director, Raviv Drucker, un excelente periodista, ha producido una magnífica película. Muestra a Ben Gurión tal y como fue, con sus todas virtudes y todos sus defectos.

Comparados con Ben Gurión, sus sucesores en el cargo han sido todos políticos de segunda

Comparados con él, sus sucesores en el cargo de primer ministro han sido todos políticos de segunda. Por no mencionar al enano que actualmente ocupa el sillón.

Fue Ben Gurión quien decidió proclamar el nacimiento del estado en el momento preciso en que los ocupantes británicos se habían marchado y los ejércitos de los cuatro países árabes vecinos estaban a punto de invadirnos. Sus colegas tenían miedo de tomar la decisión y Ben Gurión tuvo que imponerla.
La verdad es que yo no creo que la decisión fuera tan crucial como dicen. Si la proclamación se hubiera retrasado unos meses todo hubiera sido más o menos igual. Una vez ganada la guerra, aun con el enorme número de bajas que supuso, podríamos haber proclamado el Estado de Israel en cualquier momento.

El filme muestra a las masas celebrando la independencia por las calles. Esto nunca sucedió

El documental es muy riguroso en su mayor parte, aunque tiene algún que otro fallo. Por ejemplo, muestra a los habitantes de Tel Aviv celebrando la independencia por las calles después de la proclamación. Esto nunca sucedió, aunque lo cierto es que se ha repetido tantas veces que casi hay que perdonarle a Drucker su credulidad. De hecho, lo que se celebró por las calles fue la resolución de la partición de Palestina en un estado árabe y otro judío (con Jerusalén como entidad independiente) por parte de Naciones Unidas en noviembre de 1947.

Las calles estaban desiertas cuando el Estado judío se fundó en mayo de 1947 y Ben Gurión pronunció su discurso. Los jóvenes estaban en el ejército y los mayores demasiado asustados para celebrar nada.
De una población de 630.000, en aquella guerra perdimos a unos 6300 de los nuestros.

Proporcionalmente, hoy en día el equivalente serían unos tres millones de ciudadanos estadounidenses. Muchos más resultaron heridos, yo entre ellos, pobre de mí. Las bajas del bando árabe fueron aún mayores en términos absolutos.

Ben Gurión tenía muchos y muy coloridos hábitos de fingir lo que no era. Le gustaba dárselas de gran filósofo, y el documental nos lo muestra recibiendo cientos de libros, todos ellos pagados por un millonario judío británico, lo cual por cierto sería delito según la actual legislación israelí.

Be-Ge, como solíamos llamarlo, interfirió en los asuntos de la guerra y algunos de sus errores costaron muchas vidas. Los soldados nos sentimos muy ofendidos por la forma en que alteró el carácter del ejército.

Sin embargo, sus errores y sus aciertos no son nada comparados con aquello por lo que realmente ha pasado a la historia: su decisión de convertir Israel en un baluarte contra el cada vez más poderoso mundo árabe.

Por supuesto, el movimiento sionista fue desde sus principios una parte consciente del colonialismo europeo. En su obra El Estado judío, el fundador del sionismo, Theodor Herzl, fue el primero en prometer que dicho Estado formaría parte del “muro de la civilización europea contra la barbarie asiático”.

Ben Gurión odiaba a los árabes y a la cultura árabe desde que pisó Palestina por primera vez

Sin embargo, Fue Ben Gurión quien desde el primer día de Israel se ocupó de convertir esta vaga promesa en un hecho. Según su primer biógrafo, Ben Gurión odiaba a los árabes y a la cultura árabe desde que pisó Palestina por primera vez; suprimió a la minoría árabe dentro de Israel, y se negó a delimitar las fronteras del Estado.

El motivo de fondo era, y lo sigue siendo, que desde el primer día, el sionismo siempre ha tenido la intención de despojar a los árabes de sus tierras para crear en ellas una nación judía. Es un hecho que nadie ha admitido nunca; sin embargo, estaba claro desde el principio.

Todos los sucesores de Ben Gurión, hasta el actual ocupante del cargo, han seguido esta línea. Incluso hoy, en su septuagésimo aniversario, Israel aún no ha reconocido sus fronteras oficiales. Aunque hemos firmado acuerdos de paz oficiales con dos países árabes vecinos, Egipto y Jordania, y mantenemos relaciones de cooperación no oficiales con varios otros, cientos de millones de árabes y mil millones de musulmanes nos odian. Y lo que es más importante: estamos en guerra con la totalidad del pueblo palestino. Este es el verdadero legado de Ben Gurión.

Nunca he sido objetivo en este tema. Yo también estuve en guerra con Ben Gurión.

Cuanto más duraba su reinado, más autocrático se volvía. Desde que se hizo con el poder durante la etapa sionista anterior a la fundación del Estado, Ben Gurión fue el líder supremo durante más de treinta años. Nadie es capaz de mantenerse en el poder durante tanto tiempo sin trastornarse un poco.
Después de la guerra me convertí en redactor jefe de una revista de actualidad desde la cual lo critiqué con dureza: sus maneras cada vez más dictatoriales, su tratamiento colonialista de los palestinos, su política belicista, su política socioeconómica reaccionaria y la corrupción de muchos de sus seguidores.

Me pusieron varias bombas en la oficina, sufrí varios ataques y me rompieron las manos

El director de los servicios secretos llegó a tacharme en público de “enemigo número 1 del gobierno ”. En una ocasión, ese mismo jefe de los servicios secretos, al que apodaban “El pequeño Isser”, sugirió a Ben Gurión que me pusiera bajo “arresto administrativo”, es decir, sin que lo ordenase un juez. Ben Gurión aceptó con la condición de que Menachem Begin, líder de la oposición, estuviese de acuerdo también. Begin se negó en redondo y le amenazó con tirar de la manta. También me advirtió en secreto.

Me pusieron varias bombas en la oficina, sufrí varios ataques y me rompieron las manos. (Como he dicho otras veces, ese atentado resultó ser una bendición, pues una joven llamada Rachel se ofreció a ayudarme unas cuantas semanas y acabó quedándose hasta su muerte, cincuenta y tres años después).
En la cúspide de nuestra guerra particular, Ben Gurión ordenó al Teatro Nacional (Habima) que produjera una obra abiertamente en mi contra. Contaba la historia del malvado director de un semanario que disfrutaba haciendo sufrir a los demás. Aunque casi nunca iba al teatro, asistió al estreno. En el documental se le ve a él, a su mujer y a sus colegas aplaudiendo apasionadamente. La obra no pasó de las tres funciones.

Hay que admitir que fue un líder muy valeroso. A pesar de su ferviente anticomunismo, aceptó las armas de Stalin en la Guerra de Independencia de 1948. Firmó la paz con Alemania apenas ocho años después del fin del Holocausto, ya que el joven Estado necesitaba dinero desesperadamente. Formó parte de la famosa alianza con Francia y el Reino Unido para atacar a Egipto en 1956, con desastrosos resultados.

Cuando se acercaba el final, decidió rodearse de jóvenes discípulos, Moshe Dayan, Teddy Kollek, Shimon Peres etc, por lo que sus antiguos colegas terminaron aliándose contra él y lo expulsaron. Sus esfuerzos por formar un nuevo partido y reconquistar el poder quedaron en nada. Al final él y yo firmamos una especie de acuerdo de paz.

Al considerar su trayectoria en retrospectiva, es necesario admitir que su influencia en el Israel de hoy es inmensa. Para bien o para mal, Ben Gurión marcó el camino por el que avanza el Israel actual.
Sobre todo para mal.

 

© Uri Avnery  | Publicado en Gush Shalom | 21 Abril 2017 | Traducción del inglés: Jacinto Pariente

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