Reportaje

«Soy fascista, ayudo a la gente»

Irene Savio
Irene Savio
· 11 minutos
Un niño juega a la pelota en una plaza de Venecia (2016) | © Ilya U. Topper / M’Sur

Un censo de gitanos en Italia para expulsar a los que no tengan la ciudadanía. Y no a todos juntos, porque “los que sean italianos desgraciadamente hay que quedárselos”. Fue casi la primera propuesta política del ministro del Interior italiano, Matteo Salvini, menos de tres semanas después de jurar el cargo. Solo un día antes, Salvini se había felicitado por la acogida del buque Aquarius, con 629 migrantes a bordo, en España, porque ahora, dijo “Italia ya no es el felpudo de Europa”. Era una postura coherente para el líder de la Liga, (antes Liga Norte), que nunca había ocultado su xenofobia, aunque ya no apela al independentismo del la mitad norteña de Italia sino a los sentimientos nacionalistas de todo el país.

Hay quien compara el censo propuesto de gitanos al de judíos en la época fascista

La frase recorrió las portadas de prensa europeas, y suscritó también en Italia protestas inmediatas, incluso por parte del propio socio de la coalición de la Liga, el Movimiento 5 Estrellas. El dirigente de la formación y ministro de Economía, Luigi di Maio, recordó que un censo de carácter étnico es anticonstitucional en Italia “y no se hace”. Aparte de ilegal era innecesario, recordó Carlo Stasolla, presidente de la Asociación 21 de Julio, que ofrece asistencia a este colectivo, porque ya existen estudios y datos sobre los campamentos de gitanos en Italia.

“Recordemos también que los gitanos italianos han estado presentes en nuestro país durante al menos medio siglo”, agregó Stasolla en un lapsus que curiosamente pasó desapercibido: la presencia de gitanos están documentada en Italia desde hace medio milenio, en concreto desde 1422. No hay cifras exactas, pero se estima que en el país hay entre 130.000 y 170.000 gitanos, y que la mitad son ciudadanos. Roberto Malini, miembro del centro de derechos humanos Everyone Group, cifra en 70.000 los gitanos italianos y en unos 30.000-40.000 los llegados desde los países de Europa del Este, sobre todo Rumanía.

No faltaba en Italian quien asemejaba la propuesta del censo al que se impuso a los judíos italianos durante la época fascista: también entonces se quiso distinguir entre “italianos de verdad” y quienes no lo eran, pese a ser ciudadanos desde hacía siglos. Pero precisamente esta alusión a la época de Mussolini encuentra cierto eco positivo en una parte – reducida pero desacomplejada – de la población italiana.

CasaPound avanzó del 0,14% de los votos en 2013 al 0,91 % en marzo pasado

“Para empezar, que quede claro: yo soy fascista”, afirma Mauro Antonini, uno de los fundadores de CasaPound, el partido neofascista de Italia. Tiene 38 años y es uno de los 12 directivos romanos de los 20 que forman parte de la cúpula del partido. “Pero una cosa era ser fascistas en la época de (Benito) Mussolini y otra es serlo hoy. Ahora lo que nos interesa es ayudar a la gente. Este país está a la deriva y nadie se ocupa de los problemas reales y cotidianos de los italianos. ¿Sabe cuánto hay que esperar para hacerse una radiografía en un hospital público?”, pregunta el político.

El movimiento, nacido en 2003 alrededor de una casa okupada en Roma y que toma prestado el nombre del poeta Ezra Pound, intenta construir su apoyo popular, basado en el rechazo a los inmigrantes y una confusa amalgama de consignas autoritarias, nacionalismo y proteccionismo económico. Un ideario explosivo y de penetración aún desconocida que ha resucitado algunos usos y costumbres de la Italia fascista (1922-1943), razón por la que algunos han empezado a pedir su ilegalización.

Aunque CasaPound todavía no pasa de ser el décimo partido del país, alcanzó el 0,95 por ciento de los votos en las elecciones generales de marzo pasado, un neto avance desde el 0,14 por ciento en las elecciones de 2013. En la región de Lacio, que incluye la capital, era aún mejor: un 1,6 por ciento, si bien lejos del 3% necesario para obtener un escaño en el Parlamento regional.

En estos cinco años pasados, el movimiento ha pasado de 50 sedes en Italia a alrededor de 130, a las que se suman las de la sección juvenil, Blocco Studentesco (Bloque Estudiantil), que operan en los colegios y escuelas secundarias. “No diría que somos romanocéntricos. Nacimos en Roma, aspiramos a ser una formación nacional. Hay sedes en toda Italia, está el grupo de Milán y tantos otros. Ni yo los conozco todos. He viajado a ciudades y pueblos que no conocía y me he encontrado allí con afiliados al movimiento. Quince o veinte jóvenes, que estaban esperándome”, dice Antonini.

Las once de la mañana en la periferia Este de Roma: las tiendas, casi todas cerradas

El avance no se entiende sin visitar el lugar donde se hallan las sedes. Son las once de la mañana en la periferia Este de Roma, en el barrio de Tiburtino III. Las calles están casi desiertas; las tiendas, casi todas cerradas. Pero en la entrada de un edificio destartalado hay al menos 15 personas. Muchos ancianos, una mujer con un carrito de bebé que se lamenta de la degradación de la zona y un joven que asegura no haber tenido nunca tuvo un empleo fijo y que lleva unos panfletos con el diseño estilizado de una tortuga, el símbolo de CasaPound. Es Marco Continisio, de 26 años, uno de los rostros anónimos del movimiento que hace dos años fundó esta sede; ahora ya tiene 200 militantes, asegura. Faltan pocos días para las elecciones y Continisio está en campaña.

Visiblemente carcomido por la edad y con un pasado de obrero de la construcción, el jubilado Mario Bastanelli asiente. “¿Lo ve cómo estamos? El Estado nos ha abandonado. Ellos son los únicos que nos han ayudado”, cuenta, cuando de repente Continisio interrumpe. “¿Le parece justo? Este hombre cobra apenas 300 euros de pensión. Por eso, todos los meses los ayudamos con algo, recaudando dinero o comida que luego le damos a él y a otras familias”, afirma Continisio.

“El último centro de empleo lo cerraron hace unos diez años. Y estas horribles casas las construyeron en los 70 y 80 y ahora se caen a pedazos”, añade Cinzia, 43 años, mientras empuja el carrito con su hija pequeña.

“En las noches, hay miedo. A mi hijo le abrieron el automóvil tres veces”

Es el discurso recurrente, el que dirige la rabia hacia el odio por el otro, y toda institución que ampare a los inmigrantes. “En las noches, hay miedo. A mi hijo le abrieron el automóvil tres veces”, agrega Ángela, quien también votará a la formación por primera vez. “El otro día me fracturé la muñeca y estuve una jornada en el pasillo del hospital en el que me ingresaron. Mientras que a los inmigrantes le dan subsidios. ¿Es esto justo?”, dice el anciano Massimo Fraleone. “La gente está cansada de que les roben”, añade Fraleone.

El enérgico grupúsculo avanza hacia el mercado de la zona. Los hombres caminan a paso decidido, enfundados en sus botas y ropas negras, el uniforme de los militantes de CasaPound. Podrían ser gorilas de discoteca si no fuera por los panfletos electorales que llevan en las manos. Pero nadie se inmuta. Nadie se escandaliza. Tampoco hay otros partidos con presencia en el lugar. “¿Puedo dejarle un folleto?”. “Sí, claro. No hay problema”, responden. “Por supuesto que reaccionan así. Nos conocen”, se apresura a aclarar Continisio. No se esconden. Hace meses, se enfrentaron a los golpes con colectivos antifascistas y de la izquierda en este mismo lugar; los choques fueron tan violentos y recurrentes que incluso acabaron en los telediarios.

“Mi ‘ring’ es la calle. Mi pueblo son los italianos”, dice Antonini, que aspira a obtener un escaño en el Parlamento regional. “Aunque en realidad sería un problema para mí. Deberé dejar mi puesto de presidente de la cooperativa multiservicios que presido y donde trabajan 20 empleados, todos italianos. Eso dice la ley”.

A su lado va Aitor Beltrán, un español de Hogar Social, el grupo madrileño -al que muchos comparan con Amanecer Dorado, los neonazis de Grecia-, que ha venido para ayudar en la campaña italiana de CasaPound. Beltrán tiene 40 años, viene de Asturias y vive en la capital de España. “Viajé a Roma hace tres semanas y me iré unos días después de las elecciones. Les estoy ayudando porque es gente que está cerca de la ciudadanía, que no se echa para atrás si tiene, por ejemplo, que hacer un escrache”, insiste. “También he estado en Austria y Alemania. Pero Italia me gusta mucho, los italianos y los españoles somos muy parecidos”, asevera. “No sé si hay otros españoles, creo que soy el único que ha venido esta vez”, explica.

«No es que uno sea racista, pero hay que ayudarles en sus países, que no tienen que venir a Italia»

El blanco preferido de la rabia son los inmigrantes, aunque el repertorio es de lo más variado. Es el fascismo de la indiferencia, modelo siglo XXI. “A ver, no es que uno sea racista, pero hay que ayudarles en sus países, decirles que no tienen que venir a Italia. Eso es también por su bien. ¿Si no hay trabajo para nosotros ¿como va a haber para ellos?”, zanja Continisio.

Hace así gala de la misma retórica (modernizada) de Forza Nuova (Fuerza Nueva), formación fundada en 1997 por Roberto Fiore, antiguo terrorista de extrema derecha. Un personaje que ha llegado a ser acusado de ser un agente de los servicios secretos británicos después de su regreso a Italia tras años de exilio en Reino Unido. Allí se refugió en 1980 poco antes de una redada de la policía italiana contra el grupo Terza Posizione, que él lideraba y que sembró el terror a finales de los setenta en Italia.

Forza Nuova, heredera del grupo terrorista Terza Posizione, comparte líderes con CasaPound

Fiore, cuyo nexo con España incluye -entre otros- a su mujer, la española Esmeralda Burgos, y que se libró de la cárcel en Italia gracias a un juez británico que en 1982 rechazó la extradición reclamada por Roma, es otro de los epicentros del fenómeno. En los últimos meses, la formación también ha abierto nuevas sedes, mientras los militantes organizaban patrullas ciudadanas en las calles y en los trenes para aterrorizar a los inmigrantes. Todo ello, compartiendo con CasaPound no solo el ideario, sino también algunos de sus oscuros líderes. Es el caso de Gabriele Adinolfi, hoy uno de los intelectuales de referencia de CasaPound y antiguo líder, junto con Fiore, de Terza Posizione, tal como recordaba una reciente investigación de L’Espresso. El semanario italiano también sostiene que ambos grupos comparten los mismos esquemas de financiación.

El fenómeno ha vuelto a preocupar a la opinión pública. Más aún después de la brutal paliza (fracturas en la mandíbula, en las órbitas oculares y en la nariz) propinada a un muchacho bengalés en en el centro de Roma, en octubre. Y, tras el ataque de Macerata, donde el neonazi Luca Traini disparó en febrero a seis africanos, porque eran tan negros como el supuesto asesino de una drogadicta blanca.

La banda de CasaPound avanza un poco más. A lo lejos, se ven los horribles edificios grises en ruina. En un lateral hay un automóvil abandonado. A pocos metros se encuentra un centro de acogida para menores imigrantes que llegaron solos a Italia. Sobre ellos nadie dice nada. “Allí, allí, en esas casas. ¿Cuántas familias son? Seguro que unos cuantos nos votan”.

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