Opinión

Primavera sangrienta

Uri Avnery
Uri Avnery
· 9 minutos

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En un vuelo a Londres en 1961 tuve una experiencia única.

Durante el trayecto, el avión hizo escala en Atenas y un grupo de árabes se nos unió. Eso de por sí ya era una experiencia. En aquellos tiempos, en rara ocasión los israelíes conocíamos a alguien de los países árabes.

Tres jóvenes árabes tomaron asiento en la fila de detrás de mí y me las ingenié para presentarme y entablar una conversación con ellos. Me enteré de que eran sirios. Les hablé de la reciente desintegración de la República Árabe Unida, la unión de Egipto y Siria bajo el mandato panarabista de Gamal Abd-al-Nasser.

Mis tres vecinos estaban muy contentos por la escisión. Uno de ellos sacó de su bolso un pasaporte y me lo pasó. Era un documento nuevo y brillante, emitido por la República Árabe Siria.

No cabía la menor duda del inmenso orgullo con que este joven sirio me mostraba, a un enemigo israelí, esta prueba de la recién estrenada independencia de Siria. He aquí un patriota sirio, lisa y llanamente.

Uno de los libros que más me impactaron de joven fue Una historia de Siria de Phillip Hitti.

Hitti, un cristiano maronita del actual Líbano, se formó en el Beirut otomano y emigró a Estados Unidos, donde se convirtió en el padre de los estudios contemporáneos árabes.

Su revolucionario libro se basaba en la idea de Siria como un único país desde el desierto del Sinaí hasta las montañas turcas, desde el mar Mediterráneo hasta las fronteras de Iraq. Este país, llamado Sham en árabe, incluye los actuales estados de Líbano, Israel, Palestina y Jordania.

La Siria histórica incluye los estados de Líbano, Israel, Palestina y Jordania

Hitti contó la historia de este país desde su más temprana Prehistoria hasta el presente (de entonces), capa sobre capa, incluyendo cada época y cada región, como el Israel bíblico y la Petra de los nabateos. Todo formaba parte de la magnífica riqueza histórica de Sham.

La obra cambió mi perspectiva geográfica y cultural de nuestro lugar en el mundo. Antes incluso de que el Estado de Israel se creara, yo sostenía que nuestras escuelas debían aplicar esta visión inclusiva a la historia de Palestina en todas sus épocas.

(Esto habría enfurecido a Hitti, que negaba la existencia de un país llamado Palestina. En una larga controversia pública con Albert Einstein, un fiel sionista, Hitti afirmaba que la entidad llamada Palestina fue inventada por los británicos para grabarle en el cerebro a la gente que los judíos tenían derechos sobre ella.)

Hitti me dio a conocer por vez primera los muchos grupos étnico-religiosos de los actuales Siria y Líbano: musulmanes suníes y chiíes, drusos, maronitas, melquitas y otras muchas confesiones cristianas, antiguas y actuales existentes en Líbano. En Siria, suníes, alawíes, drusos, kurdos, asirios y una docena de confesiones cristianas.

Las potencias imperialistas europeas, Gran Bretaña y Francia, que hicieron pedazos tras la Primera Guerra Mundial al Imperio otomano que aceptaba todas las etnias y religiones por igual, tuvieron muy poco respeto por la diversidad de sus nuevas adquisiciones. Sin embargo, ambos adoptaron el principio de “divide et impera”. Los franceses fueron auténticos maestros.

Los franceses desmembraron Siria en pequeños estados religioso-étnico-geográficos

Mientras hacían frente a una feroz oposición nacionalista y a una sublevación armada dirigida por los drusos, desmembraron el tronco sirio en pequeños estados religioso-étnico-geográficos. Jugaron con las hostilidades entre Damasco y Alepo, entre los musulmanes y los cristianos, los suníes y los alauíes, los kurdos y los árabes, los drusos y los suníes.

Su empresa de mayor alcance, la división entre un “Gran Líbano” dominado por los cristianos y el resto de Siria, ha tenido un efecto duradero. (Se llamó “Gran Líbano” porque los franceses incluían en él no sólo las regiones puramente cristianas, sino también las musulmanas, chiíes en el sur y suníes en las ciudades portuarias.)

Cuando los franceses fueron expulsados finalmente de la región al acabar la Segunda Guerra Mundial, la cuestión era si Siria y Líbano podrían sobrevivir como estados nacionales y de cómo lo harían.

En ambos existía una contradicción inherente entre el nacionalismo unificador y la tendencia étnica/religiosa divisoria. Adoptaron dos soluciones diferentes.

En Líbano, la respuesta fue una frágil estructura de estado que se basaba en el equilibrio entre las comunidades. Cada persona “pertenece” a una comunidad. En la práctica todos son ciudadanos de su comunidad y el estado no es más que una federación de comunidades.

(Esto es en parte herencia de los Imperios bizantinos y otomanos, pero sin emperador o sultán. Esto también pasa en Israel: judíos, suníes, drusos y cristianos tienen sus propios tribunales para asuntos de carácter privado y no pueden casarse entre ellos.) El sistema libanés es la negación de la democracia de “una persona, un voto”, pero ha sobrevivido a una guerra civil atroz, a varias masacres, a diversas invasiones israelíes y a un cambio radical de estatus de los chiíes, que subieron del último al primer escalón. Es más sólido de lo que cabría suponer.

La solución siria fue muy diferente: la dictadura. Una serie de autócratas se sucedieron, hasta que la dinastía Asad tomó el control. Su sorprendente longevidad nace del hecho de que muchos sirios de todas las comunidades parecen haber preferido incluso a un brutal tirano antes que la ruptura del estado, el caos y la guerra civil.

Ya no, parece. La Primavera siria es una ramificación de la Primavera árabe, pero bajo circunstancias bien diferentes.

Egipto es demasiado distinto de Siria como para permitirnos la comparación. La unidad de Egipto ha sido incuestionable durante miles de años. El orgullo nacional egipcio se puede casi palpar. La duda que surge entre los columnistas israelíes, de si el nuevo presidente es ante todo un Hermano Musulmán o un egipcio, le suena gratuita a un egipcio. Los Hermanos Musulmanes egipcios son, por supuesto, ante todo egipcios. Lo mismo les ocurre a los coptos egipcios, la considerable minoría cristiana. (Su nombre, como la propia palabra Egipto, deriva del antiguo nombre del país.)

La unidad de Egipto, como la de Túnez e incluso Libia, tras el derrocamiento de los dictadores, es la prueba de la conciencia nacional de estos pueblos. Esto no es algo que se pueda dar por hecho en Siria.

Si finalmente se deshacen del Monstruo de Damasco, ¿sobrevivirá Siria?

En todo Occidente y en Israel, los expertos predicen alegremente que el país se romperá en pedazos, más o menos del modo en que lo hizo durante el período colonial francés.

Esto es muy posible. Una de las pocas opciones que le quedan a Bashar Asad es reclutar a los alawíes para su ejército y retirarse al reducto alawí en el noroeste del país, aislándolo del resto de Siria.

Esto conduciría al derramamiento de mucha sangre. Los alawíes seguramente expulsarían a los suníes de su región, y los suníes expulsarían a los alawíes de todas las demás regiones. Acabaría pareciéndose a los horribles acontecimientos de la India durante la división del subcontinente y la creación de Pakistán, aunque a menor escala.

Los drusos al sur de Siria fundarían su propio estado (un viejo sueño para Israel). Los kurdos al noreste harían lo mismo, quizás para unirse al vecino semi-estado kurdo en Iraq (una pesadilla para los turcos). Lo que dejarían de Siria serían las eternas ciudades rivales de Damasco y Alepo.

La unidad de Egipto ha sido incuestionable durante miles de años

Es posible, aunque no inevitable. Será una prueba suprema para el nacionalismo sirio. ¿Existe? ¿Qué fortaleza tiene? ¿Es lo suficientemente fuerte como para superar el separatismo de las comunidades?

No me atrevería a profetizarlo. Sólo puedo tener esperanzas. Espero que los distintos elementos de la oposición siria unidos sean suficientes para ganar la brutal guerra civil de hoy y creen una nueva Siria.

A diferencia de la mayoría de los columnistas israelíes, no me asusta la “islamización” de Siria. Es verdad, que los Hermanos Musumanes sirios siempre han sido más violentos que la organización madre egipcia. Por sus acciones en 1982 ayudaron a provocar la terrible masacre en Hama, perpetrada por Hafez Asad. Pero el poder político tiene un efecto moderador, como estamos viendo en El Cairo.

A mí me queda un enigma por resolver. Veo en internet que mucha gente bienintencionada en todo el mundo, especialmente de la izquierda, apoyan a Bashar.

Este es un fenómeno que se repite. Parece que hay algún tipo de monstruofilia izquierdista por ahí. La misma gente que aceptó a Slobodan Milosevic, Hosni Mubarak y Muamar Gadafi ahora aceptan a Bashar Asad, y de nuevo protestan con fuerza en contra del imperialismo norteamericano cuya intención es ir en contra de este benefactor público.

Sinceramente, esto me parece una tontería. Es verdad que los grandes poderes políticos influyen en lo que sucede en Siria, así como en todo lo que ocurre en el mundo. Pero el carácter y las acciones de Bashar, continuación de lo que fue su padre, no dejan ninguna duda. Es un monstruo aniquilando a su pueblo y debe ser depuesto tan pronto como sea posible, preferiblemente bajo la dirección de la ONU. Si esto es imposible, debido al veto ruso y chino (¡¿por qué, Dios mío?!), entonces hay que apoyar a los rebeldes sirios tanto como se pueda.

Espero de todo corazón que una libre, unificada y democrática Siria surja de todo este alboroto, otra hija de la Primavera árabe.

In sha Alá, si Dios quiere, como dirían nuestros vecinos.
Publicado en Gush Shalom • 11 Ago 2012• Traducción del inglés: Mercedes Quintero