Crítica

El verdadero viaje

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 2 minutos

 

En la carpeta de Travesía, Gerardo Núñez explica su propósito de contar en este disco una historia, la de sus amigos Ahmed y Khaleb, “que cumplieron su sueño de emigrar a Europa, ese El Dorado que al final resultó pan de oro”. Esta voluntad, tantas veces repetida con afán comercial o filantrópico en canciones, libros y películas, revela en el disco una rotunda verdad desde los primeros compases melancólicos de Ítaca: aquí hay viaje, pensamos al instante. Y seguimos creyéndolo al saltar a No ha podío ser, de un soniquete y una vivacidad arrebatadores. Llega Compás interior, donde Núñez saca a relucir su irrenunciable flamencura, para pasar a una versión del Chicken dog de John Scofield por tangos, llena de desenfado, sencillamente genial. La singladura vuelve a teñirse de nostalgia con A rumbo, y de jondura con Tío Perico, antes de arribar al tema que da título al álbum, y donde las llamadas a la oración no responden al consabido orientalismo vacuo, sino que se antojan oportunísimas y hasta esenciales, como si esas azoras hubieran sido escritas para entenderse con la guitarra por bulerías del jerezano.

Como ya hiciera en el excelente Andando el tiempo, Núñez vuelve a demostrar que es posible aventurarse por los caminos de la fusión, con el jazz como salvoconducto, sin renunciar a una raíz rotundamente flamenca. Vale que esa senda ya la abrió Paco de Lucía hace rato, pero no es menos cierto que la deriva de los últimos años invitaba a pensar en cierto bloqueo creativo y cierta dificultad para conciliar tradición e innovación. El jerezano, que sabe lo que es acompañar a los más rancios cantaores de su tierra, lo hace a la perfección, sin dejarse en el empeño una sola pizca de sabor y nervio. Al final, como no podía ser de otra manera, el único viaje era al interior de sí mismo. “Quise contar una historia –concluye–, y la historia me contó a mí”.