Opinión

¿El Estado de quién?

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

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¿Puede una ley
ser al mismo tiempo ridícula y peligrosa?

Por supuesto que puede. Fíjense en la actual iniciativa de nuestro gobierno de decretar una ley que defina el Estado de Israel como “el Estado-Nación del pueblo judío”.

Ridículo nº1: ¿Qué y quién es el “pueblo judío”? Los judíos del mundo son un grupo muy dispar. La única definición oficial que hay en Israel es religiosa. En Israel eres judío si tu madre es judía. Es una definición puramente religiosa. En la religión judía, tu padre no es considerado para tal propósito (se dice, un poco en broma, que tampoco puedes estar seguro de quién es tu padre). Si un no judío quiere unirse al pueblo judío de Israel, debe convertirse al judaísmo en una ceremonia religiosa. Bajo la ley israelí, una persona deja de ser judía si adopta otra religión. Todas estas definiciones son puramente religiosas, no tienen nada de nacionales.

La única definición oficial que hay en Israel es religiosa: eres judío si tu madre es judía

Ridículo nº2: Los judíos de todo el mundo pertenecen a otras naciones. Los artífices de esta ley no les preguntan si quieren pertenecer a un pueblo representado por el Estado de Israel. Automáticamente son adoptados por un estado extranjero. De alguna manera esto es otra forma de tentativa de anexión.

Es peligrosa por varios motivos. En primer lugar, porque excluye a los ciudadanos de Israel que no son judíos: un millón y medio de árabes musulmanes y cristianos y unos 400.000 inmigrantes de la antigua Unión Soviética a los que se les permitió quedarse porque de alguna manera estaban relacionados con los judíos. Recientemente, cuando el Jefe del Estado Mayor del ejército colocó banderitas (en lugar de flores) en las tumbas de los soldados caídos, se saltó la de un no judío que había dado su vida por Israel.

Aún más peligrosas son las posibilidades que esta ley plantea para el futuro. Tan solo un pequeño paso la separa de una ley que confiera automáticamente la ciudadanía a todos los judíos del mundo, lo que triplicaría el número de ciudadanos judíos del Gran Israel y crearía una inmensa mayoría judía en un estado de apartheid que se extendería entre el mal y el río. A estos judíos en cuestión no se les preguntaría su opinión.

Desde ahí, tan solo otro pequeño paso llevaría a privar de su ciudadanía a todos los no judíos de Israel.

Así, hasta el infinito (judío).

Pero en esta ocasión me gustaría insistir en otro aspecto de la ley propuesta: el término “Estado-Nación”.

El estado-nación es una invención de siglos recientes. Solemos creer que es la forma natural de la estructura política y que siempre ha sido así. Pero es bastante incorrecto. Incluso en la cultura occidental fue precedido de muchos otros modelos como los estados feudales, dinásticos, etc.

 Otro pequeño paso llevaría a privar de su ciudadanía a todos los no judíos de Israel

Se crean nuevas formas sociales cuando los nuevos desarrollos económicos, tecnológicos e ideológicos así lo exigen. Una forma que era posible cuando el europeo medio nunca viajaba más de unos kilómetros desde su lugar de nacimiento se volvió imposible cuando las carreteras y los ferrocarriles cambiaron drásticamente el movimiento de personas y bienes. Las nuevas tecnologías crearon capacidades industriales inmensas.

Para que las sociedades compitieran, tenían que crear estructuras que fueran lo suficientemente grandes como para sostener un gran mercado nacional y para mantener una fuerza militar lo suficientemente potente como para defenderlo (y si fuera posible, quitar territorios a sus vecinos). Una nueva ideología, llamada nacionalismo, cementaba los nuevos estados. Los pueblos más pequeños quedaron dominados e incorporados a las nuevas sociedades grandes. Tachán: el estado-nación.

Este proceso necesitó un siglo o dos para generalizarse. El sionismo fue uno de los últimos movimientos nacionales europeos. Al igual que en otros aspectos (como el colonialismo y el imperialismo) fue un rezagado. Cuando se fundó Israel, las naciones-estado europeas ya estaban a punto de quedarse obsoletas.

La Segunda Guerra Mundial aceleró la desaparición del estado-nación en la práctica. Enormes unidades económicas como los Estados Unidos y la Unión Soviética hicieron que países como España e Italia, e incluso como Alemania y Francia, fueran demasiado pequeños para competir. Nació el Mercado Común Europeo. Grandes federaciones económicas suplantaron a la mayoría de las antiguas naciones-estado.

Las nuevas tecnologías aceleraron el proceso. El cambio se volvió cada vez más rápido. Las nuevas estructuras regionales que se estaban formando también se estaban quedando obsoletas. La globalización es un proceso irreversible. Ninguna nación ni combinación de naciones puede resolver los problemas apocalípticos de la humanidad.

El estado-nación se ha convertido en un anacronismo, pero el nacionalismo aún sigue vivo y matando

El cambio climático es un problema mundial que necesita con urgencia de la cooperación mundial. Lo mismo ocurre con el peligro representado por las armas nucleares que pronto llegarán a manos de grupos violentos. Una foto tomada en Tombuctú se ve inmediatamente en Kamchatka. Un hacker en Australia puede hacer callar a industrias enteras de Estados Unidos. Dictadores sanguinarios pueden ser llevados ante la justicia mundial en La Haya. Un joven estadounidense puede revolucionar las vidas de personas de Zimbabue. Pandemias mortales pueden viajar en cuestión de horas desde Etiopía hasta Suecia.

En la práctica, ahora el mundo es uno. Pero la conciencia humana es mucho, mucho más lenta que la tecnología. Mientras que el estado-nación se ha convertido en un anacronismo, el nacionalismo aún sigue vivo y matando.

¿Cómo llenar el vacío? La Unión Europea es un ejemplo instructivo.

Al final de la Segunda Guerra Mundial, la gente inteligente se dio cuenta de que esa guerra podría significar el final de Europa, o incluso el fin del mundo. Europa tenía que estar unida, pero el nacionalismo estaba muy difundido. Finalmente, se adoptó el modelo de compromiso propuesto por Charles de Gaulle: los estados-nación permanecerían pero se transferiría parte de su poder real a una especie de confederación.

Esto tenía sentido. El mercado común nació y creció con firmeza, se adoptó una nueva moneda. Y ahora un terremoto económico amenaza con demoler la construcción entera.

¿Por qué? No por exceso de concentración, sino por falta de la misma.

No soy un economista. De hecho, ningún profesor de renombre me ha enseñado jamás la ciencia de la economía (ni ninguna otra). Tan solo intento aplicar el sentido común a este problema como a todos los demás.

Una moneda común no puede existir sin un gobierno económico común

El sentido común me dio desde el mismo principio que una moneda común no podía existir sin un gobierno económico común. No podía funcionar cuando cada “estado-nación” dentro de la zona monetaria tiene su propio presupuesto de estado y su propia política económica.

Los padres fundadores de los Estados Unidos se enfrentaron a este problema y decidieron que era mejor una federación y no una confederación: en otras palabras, un gobierno central fuerte. Gracias a esta sabia decisión, cuando Nebraska tiene un problema, Illinois puede ir en su ayuda. La economía de los cincuenta estados prácticamente la lleva Washington DC. La moneda común no significa únicamente que tengan los mismos billetes, sino el mismo banco central poderoso.

Ahora Europa se enfrenta a esta misma elección. O se separa (un desastre impensable) o abandona la fórmula gaulista. Los diferentes estados-nación, de Malta a Suecia, deben entregar una gran parte de su independencia y soberanía y transferírsela a los odiados burócratas de Bruselas. Un presupuesto para todos.

Si esto ocurre (una gran suposición), ¿qué quedaría del estado-nación? Habría selecciones de fútbol nacionales, con todo el jaleo nacionalista y racista. Francia podría aún invadir Mali con el consentimiento de sus principales compañeros europeos. Los griegos pueden estar todavía orgullosos de su antiguo pasado. Bélgica seguirá atormentada por sus problemas binacionales. Pero el estado-nación no sería más que un caparazón vacío.

Yo predigo, como ya lo hiciera antes, que para finales de este siglo (cuando algunos de nosotros ya no estemos por aquí) habrá una especie de sistema de gobierno mundial. Probablemente tenga otro nombre, pero los principales problemas de la humanidad serán gestionados por órganos internacionales fuertes y eficaces. Habrá nuevos problemas (siempre los hay): cómo mantener la democracia en una estructura global de este tipo, cómo mantener los valores humanos, cómo canalizar la emociones agresivas, que ahora se traducen en guerras, hacia actividades inofensivas.

En este mundo feliz, ¿qué pasa con el estado-nación? Creo que todavía seguirá ahí como un fenómeno cultural y nostálgico, con ciertas funciones locales, como los municipios de hoy en día. Probablemente haya incluso más estados-nación. Cuando se les quita la mayoría de sus funciones, los estados se pueden dividir en sus componentes. Los bretones y los corsos, que se vieron forzados por el nacionalismo a unirse a una unidad mayor llamada Francia, pueden querer vivir en estados propios dentro de un mundo unificado.

Israel debe ser y será el estado-nación de la nación israelí, árabes y no judíos incluidos

Dejando el reino de la especulación y volviendo a nuestro pequeño mundo: ¿qué pasa con este “Estado-Nación del pueblo judío”?

Mientras el mundo esté formado por estados-nación, nosotros deberíamos tener el nuestro. Y por la misma lógica, el pueblo palestino también tendría uno.

Nuestro estado no puede ser un estado-nación de una nación que no existe. Israel debe ser y será el estado-nación de la nación israelí, perteneciente a todos los ciudadanos israelíes que viven en Israel, árabes y no judíos incluidos. Y de nadie más.

Los judíos israelíes que sienten un fuerte vínculo con los judíos del mundo, y los judíos del mundo que sientan un fuerte vínculo con Israel, pueden ciertamente mantener e incluso reforzar este vínculo. De la misma forma, los ciudadanos árabes pueden mantener su vínculo con la nación palestina y el mundo árabe en general. Y los rusos no judíos con su herencia rusa. Por supuesto. Pero esto no concierne al estado como tal.

Cuando la paz llegue a esta torturada parte del mundo, los estados de Israel y Palestina pueden unirse a una organización regional que se extienda desde Irán hasta Marruecos, en el estilo de la Unión Europea. Se unirán a la marcha de la humanidad hacia una estructura mundial moderna efectiva que salve el planeta, prevenga guerras entre los estados o las comunidades, y mejore el bienestar de los seres humanos (sí, y también de los animales) en todas partes.

¿Utopía? Ciertamente. Pero así es como la realidad de hoy le habría parecido a Napoleón.