Opinión

Un Nobel para un pueblo

Javier Pérez de la Cruz
Javier Pérez de la Cruz
· 6 minutos

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Madrid | Octubre 2015

Túnez ha sido el único país que ha conseguido salir de su Primavera Árabe sin guerras o nuevas y sangrientas dictaduras. Siempre se dijo que fue gracias a la decisiva e infatigable acción de su amplia sociedad civil. Ahora un premio Nobel de la Paz avala esa tesis.

Esta explicación funciona perfectamente en el cuento de hadas que desde la prensa estamos construyendo de la conocida como ‘Revolución de los Jazmines’, una etiqueta rechazada por muchos tunecinos y que fue empleada en el comunicado del premio.

El cambio en Túnez ha funcionado por su pequeña economía y su baja importancia geoestratégica

Pero cierto es también que el cambio en Túnez ha funcionado porque su pequeña economía y su baja importancia geoestratégica otorgaban a los diversos actores tunecinos una relativa autonomía de injerencias externas. Ni los petrodólares del Golfo fluyeron con la fuerza que lo hicieron en otros países, ni Estados Unidos precisaba una fuerte presencia militar en Túnez, ni Irán o Rusia tenían excesivo interés por meter la cabeza en el país.

Con este galardón, el Comité Noruego del Nobel, y con él gran parte de la comunidad internacional, pretende dos cosas. O tres, mejor dicho. Por un lado honrar a los verdaderos protagonistas del triunfo tunecino y, por otro, darle un empujoncito al país, en un año que está siendo especialmente oscuro para Túnez. Por último también hay que señalar que este premio tiene forma de mensaje velado a Vladimir Putin y su reciente apoyo militar a Bashar Asad en Siria. No se debe olvidar el alto componente político intrínseco al Nobel de la Paz.

“Cuando mataron a Mohamed Brahmi pensaba que la guerra civil era inevitable”, me contaba un activista tunecino recordando la incertidumbre e inestabilidad que vivió Túnez en 2013. Brahmi era el segundo diputado izquierdista al que asesinaban extremistas religiosos en pocos meses. La oposición laica y el entonces gobierno liderado por los islamistas del partido Ennahda chocaban continuamente. Mientras, la redacción de la Constitución se mantenía bloqueada.

En este premio se pueden ver reflejados todos y cada uno de los ciudadanos de Túnez

Las continuas protestas y manifestaciones contra el Ejecutivo aumentaban la tensión. Además, el ejemplo de Egipto, con su golpe de Estado apoyado por numerosos sectores de la sociedad civil, dejaba claro que la cuerda se podía romper en cualquier momento.

Fue entonces cuando el sindicato nacional UGTT, con cerca de 500.000 afiliados (en un país de 11 millones de habitantes), la Confederación de Industria, Comercio y Artesanía, la Liga de Derechos Humanos y el Colegio de Abogados crearon el Cuarteto del Diálogo Nacional, un marco para la negociación entre los diferentes actores políticos. Y lo que parecía imposible acabó ocurriendo. El Gobierno dimitió, un independiente fue nombrado primer ministro y en pocos meses se aprobó la nueva Constitución con una vasta mayoría parlamentaria. La entrada de un nuevo Gobierno laico a finales del 2014 acabó de apuntalar la normalidad política en Túnez.

El comité noruego ha especificado que el Nobel es para las cuatro agrupaciones en conjunto, no de forma individual. Ninguna puede colgarse la medalla por sí misma. Tampoco ninguno de los partidos políticos que participaron en el proceso democrático. En este premio se pueden ver reflejados todos y cada uno de los ciudadanos de Túnez. Es, por tanto, una forma de reconocer a todo un pueblo, a toda una sociedad que ha impulsado y protagonizado el avance democrático más exitoso de la última década.

A pesar de las alabanzas que recoge Túnez estos días de toda la prensa internacional, la realidad es que su democracia está atravesando otro momento crítico. Dos ataques terroristas al corazón económico del país, el turismo, han golpeado duramente a las arcas estatales. Las imágenes de los muertos en el museo del Bardo y en la playa de Sousse siguen pesando en la memoria de los europeos a la hora de decidir su destino de vacaciones.

La renqueante economía del país no ayuda a sanar el paro y la exclusión social en la que viven miles de tunecinos. La pobreza, como sabemos, lleva al extremismo, y Túnez ya es el país que más combatientes exporta a los grupos extremistas que combaten en Siria e Iraq.

El temor a una vuelta a las viejas prácticas estatales no ha desaparecido

Asimismo, el caos en el que está sumido el país vecino, Libia, amenaza aún más la seguridad de Túnez. Muchos ven en este contexto una excusa perfecta para aprobar leyes que restrinjan muchas de las recién logradas libertades por los tunecinos a base de innumerables protestas callejeras.

El hecho de que el actual presidente tunecino sea un antiguo partidario del régimen de Ben Ali no ayuda a aliviar estos pensamientos. En Nida Tounes, partido que ganó las últimas elecciones, se integraron numerosos elementos del dictador todavía refugiado en Arabia Saudí. El temor entre la premiada sociedad civil tunecina a una vuelta a las viejas prácticas estatales no ha desaparecido.

La persecución legal contra homosexuales sigue existiendo, los casos de tortura por parte de policías son más comunes de los que cabría esperar de cualquier sociedad avanzada que respeta los derechos humanos. Además, un proyecto de ley pretende amnistiar a personas acusadas de corrupción, precisamente una de las principales lacras causantes del levantamiento popular. Son muchos los desafíos que los tunecinos tienen todavía por delante, y solo los podrán superar si los afrontan unidos, como hasta ahora.

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