Crítica

La muñeca y las hienas

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 6 minutos
Taif al medina
Dirección: Jean K. Chamounchamoun-taif

Género: Largometraje
Produccción: Jean K. Chamoun
Intérpretes: Majdi Machmouchi, Christine Choueiri, Ammar Chalak, Ahmed Azzein
Guión: Jean K. Chamoun
Duración: 105 minutos
Estreno: 2000
País: Líbano
Idioma: árabe levantino (subtítulos inglés y francés)

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Walid abre el grifo y la manguera empieza a escupir agua. Hace calor. Rami se coloca debajo. Yasmina también. Los dos se miran. Yasmina tiene doce años, como los chicos, y el agua le moja el pelo que lleva corto, como los chicos, los pantalones que lleva para jugar al fútbol con los chicos. Walid se va y los deja. Los dos se miran.

Son adolescentes que han caído por Beirut, ese vórtice que absorbe a quienes llegan huyendo del sur, allá donde caen las bombas. Hay una vieja camioneta, unos enseres, la muñeca de trapo que está haciendo Rami, y durante un rato parece que se puede seguir jugando. Pero quienes llegan, llegan con la guerra en los talones. La traen, tal vez, ellos mismos en la mochila.

Hay cargamentos de armas en el muelle de Beirut, hay tiroteos y traficantes. Coches que pasan y ametrallan a los del otro bando. Siempre hay otro bando. Hay matones.

– ¿Por qué nadie le para los pies a este tipo?
– Porque a este tipo lo protege La Hiena.
– ¿Y quién protege a La Hiena?
– Otra hiena mayor.

Las reglas las han hecho los poderosos: La Hiena y las demás hienas que se han repartido Beirut

Es la definición más breve del entramado de señores de la guerra que va tomando posesión del Líbano. Pero también está aún el otro Beirut, el de siempre. El café de Salwa, esa mujer con una sonrisa como de quien ha visto demasiado de la vida, donde Rami friega las tazas de café y los vasos de arrak, y donde el viejo Nabil toca la mandolina. Hasta que un día aparece en la puerta La Hiena.

La guerra avanza inexorable. En el patio se pelean las vecinas, apenas da tiempo de regalarle a Yasmina esa muñeca de trapo, cuando su hermano se va con las milicias. También Walid se va con las milicias. Con las del otro bando, por supuesto. Rami encuentra la solución para no entrar al juego de morir y matar: será conductor de ambulancias. Hasta cierto punto, en la guerra aún se juega según las reglas.

Pero las reglas las han hecho los poderosos: La Hiena y las demás hienas que se han repartido Beirut. Los de abajo secuestran a quien se les ponga por delante para cobrar rescate. Padres, hijos, maridos. Siham está harta y monta una manifestación para recuperar a los desaparecidos. Pero los de arriba dicen que liberar a los secuestrados no forma parte de las reglas.

Hay que fijarse mucho para descubrir en la esquina una mandolina agujereada por las balas

La rueda de la guerra gira y gira, y Rami, ficha humana, acabará cayendo en el campo que le corresponde, el de Walid. Desde enfrente disparan los otros, los del hermano de Yasmina. Tabletean las ametralladoras, cae el polvo de las paredes de ese viejo café reconvertido en trinchera. Hay que fijarse mucho para descubrir en la esquina una mandolina agujereada por las balas.

Chamoun es capaz de trazar con fidelidad absoluta la guerra de milicias que destrozó Beirut durante quince años – no, no estuve en ella, pero daban fe de ella testigos y casas derruidas aún años después – sin necesidad de convocar el pretexto. Sabemos que en Líbano se enfrentaban cristianos y suníes, chiíes y drusos. Y dentro de cada bando: los chííes de Amal contra los de Hizbula, los cristianos falangistas de Samir Geagea contra los cristianos laicos de Michel Aoun…

No se aprenda usted los nombres. A Chamoun no le hacen falta. Ni una cruz ni un rezo siquiera en los entierros. El cineasta, con la rara maestría de lo imperceptible, despoja a sus milicianos de banderas religiosas e ideológicas y los muestra como lo que realmente eran: peones de los señores de la guerra, de traficantes hambrientos de poder, de La Hiena y de otras hienas mayores. Idealistas, camaradas, carne de cañón, fichas apostadas que acaban cayendo en las reglas que marcan los de arriba. También los nuestros secuestran por rescate.

Es un filme compuesto como una sinfonía clásica, con personajes trazados facción a facción, una Ilíada libanesa

Los nuestros, ellos. A esto se ha reducido el mundo. Y en una de esas escenas audaces como sólo los grandes guionistas pueden soñarlas, el cineasta baraja y confunde las frentes. Con Rami desertor, en tierra de nadie, ahora los de enfrente le dan cobertura de fuego – así dicen los militares, creo – para que los nuestros no le peguen un tiro. Y Chamoun dará otra vuelta de tuerca: ahora los de enfrente le darán cobertura de fuego a Rami para que pueda regresar con los nuestros. El caso es disparar. Otra cosa ya nadie sabe hacer.

Dicen que Taif al medina (En la sombra de la ciudad) es el único largometraje que ha rodado Jean Chamoun, conocido como director de documentales. Dicen que las imágenes de archivo que muestran la guerra son imágenes del archivo suyo: documentó esa guerra. Pero Taif al medina no es un documental con algo de historia: es un guión de enorme fuerza, compuesto como una sinfonía clásica, notas precisas sobre papel milimetrado, con personajes trazados facción a facción, una Ilíada libanesa. Y actores que han sabido absorberlos a la perfección. Tal vez sea la película de nuestras décadas que mejor explique la guerra, el infinito absurdo que es una guerra.

Todo termina, también la guerra termina, donde antes había viejos cafés ahora construirán negocios acristalados. Suenan bocinas, es el atasco de Beirut, pasan taxis, camionetas y limusinas negras. En las limusinas viajarán los de siempre, La Hiena y los demás: todas las hienas han ganado la guerra. Pero es primavera y crecen niños que aprenden a dibujar flores y aves en lugar de tanques y banderas. En la pared del taller cuelga una vieja mandolina. Si te fijas mucho verás entre el tráfico a una niña que agarra una muñeca de trapo.

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