Opinión

¿La Segunda Venida?

Uri Avnery
Uri Avnery
· 9 minutos

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De repente, una cara familiar, casi olvidada, apareció en la pantalla de la tele. Bueno, no del todo familiar, porque ahora exhibe una poblada barba negra (yo en su lugar me la afeitaría rápidamente).

Sí, era él. Ex jefe del Estado Mayor, antiguo primer ministro. Ehud Barak.

Barak en un formato nuevo. Agresivo. Sin pelos en la lengua. Condenando a Binyamin Netanyahu de forma rotunda. Repitiendo casi palabra por palabra mi advertencia de que Netanyahu ha perdido la razón. Diciendo que Netanyahu “ha descarrilado” y que ahora hay “señales de fascismo” en Israel.

El país entero se despertó y escuchó. ¿Ha vuelto Barak? ¿Finalmente, hay un hombre que tal vez podría derrotar a Netanyahu?

Hasta la conferencia de Camp David, en julio de 2000, había optimismo respecto a la paz

Barak negaba que fuera un posible candidato a primer ministro. Nadie le creyó. Todo tertuliano o tertuliana que se preciara empezaba a especular sobre sus planes para fundar un nuevo partido. ¿Por qué no Barak junto a Moshe Ya’alon, el ex jefe del Estado Mayor y ministro de Defensa, al que Netanyahu acaba de echar? ¿Por qué no con Gabi Ashkenazi, otro ex jefe de Estado Mayor, que tiene la ventaja adicional de ser judío oriental? El aire hervía de nombres lanzados al azar.

Había una nueva atmósfera. Una sensación expandida de que “Bibi debe irse”. Una nueva sensación de que hay una posibilidad realista de liberarse de él y Sarita, su muy impopular esposa.

Yo tengo un pequeño problema con eso. Se puede resumir en un topónimo: Camp David.

Para mí, Camp David era un punto de inflexión histórico. Hasta la conferencia de Camp David, en julio de 2000, había optimismo respecto a la paz. Desde la conferencia, la paz ha desaparecido del escenario.

Para mí, el hombre que carga prácticamente con toda la responsabilidad de esto es Ehud Barak.

Voy a contar cómo ocurrió, tal y como lo viví en esa época.

El presidente Bill Clinton ansiaba un gran triunfo antes de terminar su mandato. Dado que antes de él, el presidente Jimmy Carter había cosechado un gran éxito con el acuerdo de paz israelí-egipcio en Camp David, Clinton buscaba un triunfo histórico aún mayor con una paz israelí-palestina.

Clinton arrastró a Arafat a Camp David, tras prometerle que no le echaría la culpa de un fracaso

El socio palestino, Yasser Arafat, estaba reacio. Señalaba, con bastante razón, que no se habían establecido comités de expertos para hacer un trabajo de preparación, y temía que fuera acabar como una nuez en el cascanueces estadounidense-israelí.

Al final, Clinton consiguió arrastrarlo a Camp David, después de prometerle que en caso de fracasar, él, Clinton, no le echaría la culpa a ningún bando. Luego rompería esa promesa sin sonrojarse.

Así que Arafat fue a la conferencia con un ánimo muy suspicaz, dispuesto a evitar trampas, y sin esperar un verdadero paso adelante. Estaba seguro que de Clinton y Barak se aliarían contra él.

Inesperadamente, la conferencia duró 14 días. Durante todo este tiempo, Barak y Arafat no se encontraron ni una sola vez en privado. Barak no visitaba a Arafat, ni lo invitaba a su alojamiento privado, a cien metros de distancia.

A mi juicio, eso era muy significativo. Arafat era un tipo extrovertido. Le encantaba el contacto personal e invitar a huéspedes, y a veces les daba de comer con su propia mano. Creía en las relaciones de persona a persona de una forma muy árabe.

Barak es exactamente lo contrario: frío y reservado, prefiere una lógica impersonal al contacto personal. Detesta todo tipo de intimidad.

Barak quizás esperara que los palestinos dieran saltos de alegría y le abrazaran

A veces me pregunto qué habría pasado si en lugar de Barak, Ariel Sharon hubiera estado allí. Sharon, al igual que Arafat, era extrovertido, le encantaba el contacto personal, le gustaba invitar a gente y quizás habría ayudado a crear una atmósfera diferente.

Pero desde luego, las diferencias políticas eran más importantes que las personales.

Dado que no había habido ningún tipo de preparación, los dos bandos aparecieron con propuestas totalmente incompatibles.

Barak no tenía absolutamente ninguna experiencia propia con temas árabes. Llegó a Camp David con una serie de propuestas que efectivamente llegaban más lejos que nada que Israel hubiera propuesto antes. Estaba dispuesto a aceptar un Estado palestino, aunque con muchas condiciones y limitaciones. Quizás esperara que los palestinos dieran saltos de alegría y le abrazaran al escuchar sus concesiones.

Desafortunadamente, el máximo de Barak estaba aún muy lejos del mínimo de Arafat. El dirigente palestino pensaba en cómo lo recibirían en casa si renunciaba a unas demandas palestinas básicas. Al final no hubo acuerdo.

Clinton se enfureció y, rompiendo su solemne promesa, le echó toda la culpa a Arafat. Probablemente estaba pensando en su mujer, Hillary, que en esos momentos se presentaba a las elecciones como candidata a senadora para la muy judía Nueva York.

Pero era Barak quien convirtió su fracaso personal en una catástrofe histórica.

Qué habría hecho un hombre de Estado de verdad en una situación así?

Puedo imaginar un discurso más o menos así:

“Queridos conciudadanos:

Lamento deciros que la conferencia de Camp David se ha suspendido sin alcanzar los resultados que esperábamos.

Al volver a Israel, Barak calificó a Arafat y a los palestinos en general de enemigos implacables

Desde luego, habría sido ingenuo esperar que un conflicto que ha durado ya más de cien años se pudiera resolver en quince días. Eso habría sido un milagro.

Los dos bandos han mantenido un diálogo serio, basado en el respeto mutuo. Hemos aprendido mucho sobre los puntos de vista y los problemas del otro lado.

Hemos nombrado ahora varios comités conjuntos para estudiar en detalle los diversos aspectos del conflicto, como son las fronteras, Jerusalén, la seguridad, los refugiados etcétera. Cuando sea el momento, convocaremos otra conferencia, y si hiciera falta, una tercera, para alcanzar un acuerdo de paz final.

Ambos bandos han acordado que mientras tanto hagamos lo que esté en nuestros manos para prevenir actos de guerra y violencia.

Agradecemos a nuestro anfitrión, el presidente Clinton, su hospitalidad y su compromiso”.

En lugar de decir esto, Ehud Barak hizo algo que cambió el rumbo de la Historia.

Al volver a Israel calificó a Arafat y a los palestinos en general de enemigos implacables.

No sólo le echó toda la culpa del fracaso a los palestinos, sino que declaró que nosotros no tenemos “un socio para la paz”.

“No tenemos socio para la paz” se ha convertido en un axioma y una excusa entre los israelíes

Eran palabras fatídicas. Desde entonces, la frase “No tenemos socio para la paz” se ha convertido en un axioma entre los israelíes, una excusa para todo lo que se haga, para todo abuso. Permitió a Netanyahu y sus semejantes alcanzar el poder. Era el canto fúnebre para el movimiento de la paz israelí, que desde entonces no se ha recuperado.

¿Qué hay, pues, de las opciones de Ehud Barak como candidato a primer ministro?

¿Puede fundar un nuevo partido que forjaría una gran coalición contra Netanyahu?

Me dicen que él tiene sus dudas. “Todos me odian”, dicen que dijo.

Eso es bastante cierto, hasta cierto punto. A Barak se le considera una persona sin principios. La gente se acuerda de su última aventura política, cuando dividió el Partido Laborista en dos para unirse al gabinete de Netanyahu como ministro de Defensa.

Desde que Barak se tomó unas vacaciones de la política, se dice que ha amasado una gran fortuna, poniendo su experiencia y sus conexiones al servicio de gobiernos extranjeros y de capitalistas varios.

Lejos de ocultar su riqueza, la exhibe por ahí, ocupando varios apartamentos en uno de los rascacielos más lujosos de Tel Aviv. Todo eso parecía indicar que le había dicho adiós a la política para siempre.

Pero ahora, su barbuda presencia aparece en la tele. Parece anunciar: “Colegas, he vuelto”.

¿Ha vuelto? ¿Se puede convertir en el punto central de una nueva alianza, una alianza tipo “Fuera Bibi”?

No es imposible. Creo que ya queda poca gente que odia a Barak. Visto al lado de Netanyahu, aparece bajo una luz mucho más favorable.

No ser Netanyahu es más de la mitad de lo que hace falta para ser el próximo primer ministro

La gente cambia. Incluso los políticos cambian. Tal vez haya tenido tiempo de reflexionar sobre su experiencia, incluyendo Camp David, y de aprender de sus errores. Tal vez sea ahora preferible a gente nueva que aún no han cometido sus errores y no tienen nada de que pueden aprender.

Barak es extremamente inteligente. Tiene muchos más conocimientos históricos (que ha adquirido por su cuenta) que lo habitual en los círculos de los dirigentes de Israel. Tiene conciencia social. En resumen, no es Netanyahu.

No ser Netanyahu es más de la mitad de lo que hace falta para ser el próximo primer ministro. Y si Barak es el único candidato creíble que hay por ahí, es por definición el mejor.

Los alemanes dicen: “Cuando el diablo tiene hambre, come moscas”. Incluso la gente que detesta a Barak de todo corazón le darían la bienvenida como salvador ante Netanyahu.

En hebreo, Barak significa relámpago (a diferencia del Barack árabe, que se deriva de bendición). Un relámpago es esa luz de una fracción de segundo que ilumina la oscuridad. ¿Ha revelado esa fracción de segundo a un nuevo Ehud Barak?

En resumen: ¿es posible la Segunda Venida de Barak? Mi respuesta es: sí.

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