Crítica

La larga marcha

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 8 minutos
Nacido en Siria
Dirección: Hernán Zinzin-nacidosiria

Género: Documental
Produccción: La Claqueta
Guión: Hernán Zin
Duración: 86 minutos
Estreno: 2016
País: España
Idioma: árabe levantino (subtitulado en español)

Todos hemos visto la foto: una inmensa serpiente humana avanza lentamente por entre los prados y campos verdes de no sabemos muy bien qué país, pero es Europa. (La foto ha sido usada incluso para carteles de un partido británico que pedía el Brexit ante la “amenaza” de tener que acoger a refugiados). Todos hemos visto la foto: un niño pequeño, muerto, en la orilla. Sabemos incluso cómo se llama: Alan. Todos hemos visto la foto: un mar de tiendas de campaña bajo la lluvia en un pastizal gris. Sabemos que se llama Idomeni. Todos hemos visto la foto: montañas de chalecos salvavidas naranja abandonados en una playa. Eso era Lesbos.

Hernán Zin, camarógrafo y cineasta de documentales, construye su historia con estas imágenes. El filme empieza con el drama que más nos martillea la conciencia: una lancha neumática a la deriva en aguas griegas, preludio de muchas muertes que afortunadamente no suceden, en este caso (pero nos las recuerda la foto de Alan). Y continúa a través de centros de acogida, de internamiento, de buques, fronteras, trenes, fronteras, autobuses, fronteras, centros de acogida… para ir labrando una imagen: la larga marcha de quienes han dejado sus país bajo los bombardeos y necesitan edificar una vida nueva en un país ajeno. Alemania o Bélgica.

Esta es una película sin voz en off. Cosa que es cada vez más habitual en los documentales, por esa ley de las paradojas universales. Si bien la manía de Hollywood de estropear los filmes mediante voz en off sólo certifica la incapacidad de sus cineastas de contar las cosas bien, también me ha parecido siempre que la manía de no ponérselo a un documental certifica ínfulas artísticas no siempre necesarias (lo dice uno que ha trabajado en el rodaje de un documental enteramente sin voz en off en Bagdad).

Pero hay que reconocer que en Nacido en Siria, la voz en off no se echa en falta. No sé si diría lo mismo un habitante de la Araucanía, pero nosotros, europeos, el público al que se dirige la película, entendemos perfectamente. Sabemos qué quiere decir cuando se oye, sobre un bosque nevado o un ajetreado andén, un discurso de Merkel, Juncker, Tusk. Llevamos un año bajo el bombardeo (¡perdón!) mediático de la “crisis” de los refugiados y ubicamos de inmediato indicaciones como Alepo 2015, Hungría 2016, o similares; no hace falta siquiera mostrar mucho más que unos planos aéreos de ciudades sirias destruidas para evocar lo que todos sabemos. Puede permitirse el lujo de ir saltando adelante y atrás en la marcha, de Lesbos a Budapest, de Austria a Croacia, de Macedonia a Turquía para regresar luego a Aquisgrán o Bélgica.

Resume en 85 minutos de gran belleza visual todo lo que la prensa nos ha contado en doce meses

No es una road movie que necesite avanzar del punto de partida hasta el final, no. A partir de la mitad de la película, los diferentes personajes – varios niños de ocho, doce, trece años, una adolescente ya casi adulta – van trenzando sus destinos y en suave transición dejamos de ver una marea para seguir a personajes, conocer más de cerca sus preocupaciones: reunirse con el resto de la familia, conseguir los papeles, aprender francés, encontrar un piso…

También hacia el final hay más posados: escenas que se desarrollan ante una lente seguramente no oculta, por lo que los personajes realizan llamadas, hablan con mamá, contactan con anuncios de alquiler o se interesan por un niño refugiado en el tren sabiendo que están siendo filmados, pero sin mirar a cámara. Nada que objetar, desde luego: “El documental es una de las formas de rodar cine de ficción”, me dijo Javier Corcuera, el de Bagdad.

Nacido en Siria resume a la perfección en 85 minutos de gran belleza visual todo lo que la prensa nos ha contado en doce meses sobre la larga marcha de los refugiado. Es un único gran reportaje que perfecciona y sustituye los ciento y uno que nos han mostrado en la tele o en vídeos de organizaciones humanitarias, pero con su música clásica en los momentos necesarios y su uso generoso de la cámara lenta cuando toca detenerse en una imagen.

Irreprochable como trabajo: ni siquiera cae en estereotipos como recrearse en la miseria o los velos, no. Gran parte de los fotogramas muestran a niños felices, jugando y divirtiéndose incluso en las circunstancias más adversas, porque es así como son los niños. Muestra cariños, risas, bicicletas y paseos, una chica rubia tomando un café en Alemania: sí, ella es refugiada. Consigue así algo muy importante: en lugar de retratar un mundo ajeno, quizás temible, aunque sea sólo por distinto o por pobre, nos muestra lo cercanos que somos. Con este filme, en definitiva, nos entran ganas de invitar a una familia siria a nuestra casa.

Con este filme, en definitiva, nos entran ganas de invitar a una familia siria a nuestra casa

Esto es un gran acierto que no debe minusvalorarse (aunque es una falacia decir que para pedir al Estado que acoja a los refugiados hace falta primero querer invitar a un sirio a casa: para eso basta con leerse la ley. A nadie que exija más subvenciones a la Cultura se le exhorta a invitar a los Iron Maidens a tocar en su dormitorio).

Hay otra tentación en la que no cae Hernán Zin: la de hacer preguntas. En esto también se mantiene fiel a la línea del reporterismo ejercido durante todo este año en el asunto refugiados. Cuenta la larga marcha a través de los ojos de varios niños, pero ni nos llama la atención porque todo lo que la prensa nos ha contado este año sobre el duro destino de los refugiados es lo mismo que unos niños pueden decirnos: Tenemos hambre. No tenemos donde dormir. Me duele. Echo de menos a mi familia. En Alepo vi a morir a mi padre. Tenía miedo en la barca. Aquí nos tratan bien.

Hay preguntas que no deben hacerse: podrían inducir a reflexiones sobre la dinámica de las mafias

De ahí nunca se ha salido la prensa, y tiene cuidado Hernán Zin de no salirse de ahí tampoco. La atención al refugiado en Bélgica o Alemania ¿es realmente tanto mejor que en Turquía como para correr el riesgo de ahogarse, aparte de gastarse sumas de dinero con los que se podría vivir años enteros? Esta pregunta no debe hacerse: podría inducir a reflexiones sobre la dinámica de las mafias, el negocio con la ilusión, el papel de las leyes y prohibiciones estatales para reforzar tanto la ilusión como el negocio, el enorme descalabro psicológico final que esperará a muchos refugiados que han llegado a Europa.

Contra estas preguntas nos protege Zin: no deben hacerse, no conviene, podría parecer que diéramos la razón a los racistas. Es mejor que en la memoria se queden el oscuro pasillo y las desvencijadas escaleras de una habitación en alguna ciudad del sur de Turquía donde al niño herido le ponen una venda limpia en la cabeza, una especie de “hospital para sirios”, dirá su tío, obviamente medio clandestino. No vaya a ser que nos enteremos que desde 2013, todos los refugiados sirios tienen atención básica gratuita en los hospitales públicos turcos, en ambulatorios y camas que no se distinguen de los europeos (pero que no dan permiso para rodar en su interior, eso es cierto). No vaya a ser que en lugar de sentir la obligación ética, incluso el deseo, de ayudar a los refugiados caigamos en la tentación de reflexionar sobre lo que sucede.

Ah ¿usted dudaba de si tenemos la obligación ética y legal de ayudar a los refugiados, al margen de toda reflexión? Vaya a ver esta película inmediatamente. Por favor.
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