Vi-viendo Almería

por Marina del Mar
Almería, Abril 2018.La Chanca, Almería 2017.Retrato en Almeria 2017.intensa foto y risas. Almería 2017. Colegas de tiempo. Paseo Marítimo, Almería 2017.Ante la duda,  risas.  Semana Santa, Almería 2018.Cuevas del Pecho, La Chanca 2017.Convento Las Puras. Almería 2015.
Almería, Abril 2017.Mercadillo en la Vega de Acá. Almería, 2017.Procesión Coronación, barrio Los Molinos. Almería 2016. Tarde de toros. Feria de Almería, 2016.Xl Cruzada de Milagros y Sanidad. Almería 2017. Domingo florido. Almería, 2018.

Gloria banal del color suburbial

Las fotografías cuentan cosas. Para empezar, nos hablan de quien las toma.Yo miro estas imágenes de Marina del Mar y –sí, es verdad, juego con ventaja: cuando la conocí, hace 30 años, ni siquiera empuñaba una cámara- y lo primero que veo es su mirada. Un fotógrafo es una mirada. Y la de Marina es mordazmente tierna, distanciadamente empática. Por ejemplo: veo mucho respeto y compasión atravesados de ironía en la imagen de la anciana que mira ensimismada fuera de cámara -¿a la nostalgia del fulgor de su pasado? ¿a la melancolía por el “tempus fugit” y el paso de los días que, al otro lado de la imagen, nos recuerda colgando un calendario sin año?- pero, sobre todo, del lado opuesto desde el que nos sonríe la muñeca gigante que tiene a su izquierda.

Desencuentro de miradas para dos mensajes asimétricos en un chispazo visual muy elocuente.Orto y ocaso, arrugas socavadas de la vida contra la perpetua lozanía del PVC de las muñecas, ficción y realidad, de una existencia a la que Marina del Mar –y esto lo sé también porque he caminado las calles haciendo fotos junto a ella- accede derribando cualquier resistencia con la llave de su 50 milímetros: es decir, seduciendo y sonriendo pero, para no perder la perspectiva de la escena, manteniendo esa distancia prudencial de la que solo puede nacer su combinado natural de ironía y cortesía.

Una focal es una moral. Están los bellos fotógrafos “de luces”. Están los que disfrazan o magnifican la trivialidad de sus escenas camuflando su apariencia con un vano –por aparatoso y fraudulento- blanco y negro. Y están los que, como Marina del Mar, asumen la epidérmica banalidad del color para contarnos –sin juzgarla o condenarla- la vulgaridad de las vidas de extrarradio de una ciudad, la suya, la mía, que toda ella siempre me pareció extrarradial y sumergida en el “kitsch” de la esquinada periferia a la que la condenó la geografía. Mujeres en mercadillos de bragas y sostenes a 4 unidades por 5 euros rebuscando en su bolso, pero camufladas de señoras de postín adornándose con sofisticados tocados de peluquería y megagafas de sol de imitación, probablemente, como ellas mismas. Muy Almería.

Chicas que dan de mamar el pecho al niño, mientras juegan con las amigas a las cartas en una “timba” vecinal en plena calle, como aún se puede ver en los barrios proletarios de La Chanca o Los Almendros, pues Almería fue siempre así de “desahogá”, tal y como nos enseña Marina en estas imágenes que yo miro completándolas imaginándome su audio. Audio, sí, aunque nadie parezca hablar en ellas: más bien los personajes exhiben un rictus apocado o mortecino, como de la ciudad triste que también me parece a menudo Almería. Miren a la chica con mantilla desfilando en una ciudad que, carente de identidad y tradiciones, se ha trepado a la moda sevillana buscando hacer algo de rito y escaparate en la Semana Santa: cualquiera diría, por su gesto apático y el vacío del público que no la rodea, que desfilando con bastante resignación, desgana e indiferencia.

Audio, sí, pues yo escucho en estas imágenes mudas el sonido de las voces almerienses –“neeeeene”, “pa´queéetafoooooto”, “¿palfeeeeeisbuuu?”- de unos personajes tan abúlicamente almerienses como ese par de tipos sentados en el paseo marítimo pasando el rato al sol –una ocupación muy almeriense- con su litrona de cerveza y, cuando hay suerte, (pero esto ya no sale en la imagen) un canuto. La vida puede ser maravillosa en Almería solo con Sol, mar y un canuto. Documentalismo suburbial y directo. No hay afectación en la mirada de Marina ni búsqueda de lo fotográficamente “bonito”.

En la estela fría de un Parr -pero sin la superioridad de su cáustica mordacidad o escondiendo la acidez bajo una capa de naturalismo de bondadosa apariencia- Marina no enfatiza y deja hablar al chirrido colorista de los estampados para que él solito proclame su mensaje y ni siquiera cuando puede “entrar a matar” en una escena muy propicia para la lidia fotográfica –como la ceremonia religiosa- se toma la licencia de zaherir visualmente a nadie, salvo para señalar sin énfasis alguno la extraña paradoja de un éxtasis religioso colectivo que, al parecer, solo parece existir para ser compartido en directo a través de esa otra y nueva idolatría que es la telefonía móvil.

O como cuando fotografía a la monja de espaldas –aquí lo que interesa es la identidad grupal; la innominada; la corporativa- en una imagen que es un ejercicio muy sencillo y muy eficaz de composición y simplificación por manchas de color. Miro el celeste de la rebequilla y me estremezco. No lo veía desde mi infancia y ahora me doy cuenta de que también es otra manera del azul característicamente, profundamente almeriense. Gloria banal del color, ya sea monjil o suburbial.

Juan Maria Rodriguez