Opinión

Entre la cruz y la espada

Alberto Arricruz
Alberto Arricruz
· 16 minutos

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El día 23 de marzo, Francia sufrió un nuevo atentado islamista, cerca de Carcasona, en el que un yihadista kamikaze mató a varias personas que iban de compra en un supermercado parecido a lo que puede ser en España un Mercadona de pueblo. Allí degolló a un coronel de gendarmería que se entregó heroicamente para liberar uno de los rehenes.

El día anterior se descubrió en París el cadáver de Mireille Knoll, una anciana judía sobreviviente de la shoah, asesinada y quemada en su piso por dos jóvenes islamistas. Un año antes, en el mismo distrito de París, Sarah Halimi, judía ortodoxa, murió tras ser torturada varias horas. La tiró por la ventana su vecino al grito de “Alá es grande” y “He matado al Sheitán”. Un grupo nutrido de policías esperaba en la escalera sin entrar en el piso, por miedo a toparse con un terrorista vestido de chaleco explosivo.

¿Quién se atrevería aún a negar la ola de violencia contra los judíos de Francia? Nadie, pero…

Pero hicieron falta meses de trabajo de la periodista Noémie Hallouia para que la Fiscalía reconociera el carácter de crimen antisemita, después de que la mayoría de los medios lo callaran y los partidos políticos miraran a otro lado. Entonces estábamos en plena campaña electoral para la elección presidencial. Esta vez, con Mireille Knoll, no se pudo repetir tal denegación.

Esos nuevos brotes terroristas han desatado una lógica emoción en nuestro país; homenajes, condenas, funeral de Estado para el gendarme Arnaud Beltrame, una fuerte manifestación en París contra el antisemitismo.

Doce años después del secuestro y asesinato del joven Ilan Halimi por “la banda de los bárbaros”, compuesta por un grupo de golfos que dominaba la vida de su barriada en un municipio vecino de París, seis años después de la matanza perpetrada por Mohammed Merah en Toulouse – mató en una semana a tres militares, un profesor y tres pequeños alumnos de una escuela judía, grabándose con una cámara GoPro -, después de varias agresiones y violaciones de personas culpables de ser judías en municipios de las afueras de París, y después de la matanza de enero 2015 en el Hyper Cacher de la Porte de Vincennes… ¿quién aún se atrevería a negar la ola de violencia contra los judíos de Francia?

Ahora, nadie. Pero hay bastante gente empeñándose en negar que eso tenga que ver con el integrismo islamista en Francia. Son los mismos que niegan la realidad de esa ola fascista que recorre parte de la población de Francia de origen inmigrante que, sea francesa o no, se identifica como musulmana. Dicen que el integrismo islamista no es un problema importante y que denunciarlo sería una obsesión racista (islamofobia). Para eso, primero es necesario denegar el carácter yihadista de los atentados.

Dudaban de que el asesino de Niza fuera del Daesh, porque salía de discotecas y ligaba con ‘blancas’

Nadie ha podido negar el vínculo con Daesh y Al Qaida de los atentados de enero y noviembre 2015 en París. Pero inmediatamente después de la matanza del 14 de julio 2016 en Niza, ya empezaron algunos medios (destacando Libération, Le Monde y, por supuesto, Mediapart,) a dudar que el autor del atentado – que mató, arrollándolas con un camión, a 86 personas de la multitud que estaba concentrada en el paseo marítimo para asistir a los fuegos artificiales de la fiesta nacional – estuviera afiliado a Daesh: porque se le había conocido bebiendo, saliendo de fiesta en discotecas y ligando con “blancas”. De Merah, el asesino de Toulouse, ya dijeron que váyase a saber si no fue manipulado por servicios secretos. Del asesino del jefe de empresa Cornara, que fue decapitado en junio 2015 y cuya cabeza fue colgada en la reja de la empresa con banderas de Daesh, se dijo que estaba loco, quitando hierro a su reivindicación islamista, y el gobierno tardó un año en reconocer el carácter terrorista del acto. Poco se dijo del asesinato en junio 2016 de un policía y su pareja, a manos de un hombre que se reivindicó de Daesh. El que degolló al cura de Normandía durante la misa en julio 2016 también generó dudas en esos medios sobre si era realmente de Daesh. Del asesino de Sarah Halimi se dijo que era paranoico; lo ingresaron en un hospital psiquiátrico, hasta que un año después se reconociera el carácter antisemita del crimen. Incluso cuando se arrestaron los dos asesinos de Mireille Knoll, algunos medios intentaron decir que eran meros delincuentes.

El yihadista que tomó rehenes el 23 de marzo en el supermercado de Trèbes, después de haber matado al hombre a quien robó el coche y haber disparado contra gendarmes por la calle, degolló al coronel de gendarmería Beltrame. Pues en los canales de televisión y radio, eso se ha presentado como “graves heridas al cuello”, conforme al comunicado del Gobierno. No vaya a ser que los franceses se enteren que este hombre heroico ha sido degollado en tierra de Francia tal y como hacen los de Daesh en Iraq y Siria.

El presidente del partido de Emmanuel Macron, el insoportable Christophe Castaner, declaró en televisión que el terrorista no era “alguien que haya entrado en la radicalidad religiosa. Estamos ante un golfo de barrio que, habiendo recibido una convocación a un tribunal, pierde la cabeza y se cree que va a obtener redención con el terrorismo, el radicalismo islamista”.

Un auténtico yihadista debe ser un salafista puro que no bebe, reza todo el día, y no es delincuente

Es decir: un auténtico yihadista debe ser un salafista puro que no bebe, que reza todo el día, y no puede ser un delincuente. Un tío riguroso y creyente como el modelo de ciudadano honesto vendido por Arabia Saudí. Pero entonces, si es buen creyente, ¿cómo puede ser un terrorista?

El líder de izquierdas Jean-Luc Mélenchon llegó a decir en televisión, hace unos meses, que un terrorista, al haber matado a gente, dejaba de ser musulmán. Así daba crédito al discurso oficial de aquellos imames que se lavan las manos respecto al estado de animo de una generación que han educado en el odio a la democracia, a las mujeres, a los derechos humanos y al país occidental en donde han nacido y viven.

Mélenchon ha hecho bonitas declaraciones homenajeando el valor y el ejemplo dado por el sacrificio del coronel de gendarmería Arnaud Beltrame, y ha condenado sin pelos en la lengua el escandaloso asesinato de Mireille Knoll. Pero nunca dice “terrorismo islamista”, ni “islam político” ni “islamismo”. Macron sí lo ha dicho. En su discurso en el funeral de Beltrame ha calificado con bastante claridad el fenómeno terrorista islamista y la difusión del radicalismo en un parte de la población francesa musulmana.

La verdad es que basta con escuchar lo que te cuenta tu policía y lo que te dicen las encuestas. También puedes estar atento a trabajos como el de Gilles Kepel, que describe cómo el tráfico de drogas y la violencia que impone están hermanados con el desarrollo del islamismo. También explica como el internacionalismo islamista, después de la derrota de Al Qaeda, favorece como nueva forma de lucha las acciones suicidas individuales, que necesitan pocos medios y casi nada de logística.

Pese a la explicación “clásica” de izquierdas, la exclusión económica no influye en la radicalización

En una encuesta de varios años recientemente publicada (La tentation radicale, Presses universitaires de France), los sociólogos Anne Muxuel y Olivier Galland han constatado que un 20% de los jóvenes de Francia que se definen musulmanes aceptan la idea de tomar las armas para defender su religión. Un 81% considera que la explicación religiosa del origen del mundo es la que vale, frente a un 27% de jóvenes cristianos que se lo creen. Los investigadores resaltan que, al contrario de la explicación “clásica” de izquierdas, la exclusión económica no influye en la radicalización; sí influye el sentimiento de discriminación y la aceptación de la violencia como modo de relacionarse en el ámbito social.

La izquierda no habla de la violencia y la inseguridad, temas que deja a la derecha desde hace treinta años, junto a la inmigración y la inseguridad cultural que la llegada masiva de extranjeros instala en el pueblo. Solo se queda con la explicación de la exclusión económica, y valora el discurso sobre la discriminación como un vehículo para movilizar a las categorías populares de origen inmigrante. Lo que pasa es que ese sentimiento de discriminación lo manipulan los imames en Francia – formados par Qatar, Arabia Saudí y Turquía – para atraer a los jóvenes al islamismo. Y llevamos décadas viendo a las fuerzas de izquierdas, alcaldes, concejales, sindicatos y partidos, hacerle guiños a esa gentuza.

No es solo oportunismo o tacticismo, creo yo. Cuando Hugo Chávez consideraba a Mahmud Ahmadinejad, presidente iraní de extrema derecha, como su gran amigo, no lo hacía por oportunismo: se creía de verdad que los revolucionarios iraníes están en el bando de los buenos en la lucha antiimperialista (es decir, en contra de Estados Unidos, ya que Irán, Rusia, Turquía o China no pueden ser potencias imperialistas en tanto que se oponen a EE UU).

El discurso del Occidente – los malos – que ataca y discrimina al islam – los buenos – está anclado en el código fuente de toda la militancia de izquierda radical, después del derrumbe del movimiento comunista, gracias a treinta años de campamentos internacionales alter-mundialistas. En ese código fuente ha entrado el odio a la Ilustración por antioccidentalismo, al progreso científico asimilado al capitalismo y la destrucción del medio ambiente, a la medicina moderna asimilada a un complot de multinacionales farmacéuticas para envenenar a la gente (acuérdense de Tabo M’Beki, presidente de Sudáfrica después de Mandela, prohibiendo los antiretrovirales a los enfermos de SIDA, inmenso crimen aceptado por toda la izquierda).

Basta con tratar con odio a “los blancos” y a “Occidente colonial” para que no se te llame racista

Con la simpatía al “indigenismo” tenemos en Francia a Houria Bouteldja, fundadora del partido Indígenas de la República y cuyo libro Los blancos, los judíos y nosotros es un tratado de racismo, antisemitismo, odio a los homosexuales y apología del machismo en nombre de la raza y del islam. Pero basta con tratar con odio a “los blancos” y a “Occidente colonial” para que no se te llame racista, porque entonces eres “racializado” (“racisé”), es decir discriminado, y tus posiciones políticas ya no son fascistas sino que participan en la movida progresista “intersectional” y “decolonial”. Dicho así, bienvenido en la izquierda: gracias a esa neolengua – como bien decía Orwell – Bouteldja puede pasearse en reuniones, mítines y manifestaciones de izquierdas, presentada como activista antirracista. Y llamar a “descolonizar” Europa (es decir, borrar su identidad occidental y la Ilustración).

Danièle Obono, diputada de France insoumise, el partido de Mélenchon, reconoció que Bouteldja es una gran amiga y camarada de luchas progresistas. Mélenchon tuvo entonces que denunciar Bouteldja en una carta a la organización antirracista LICRA, y lo hizo de forma clarísima y contundente. Pero al mismo tiempo lanzó una campaña en defensa de “su” diputada Obono, acusando todo el que la criticara de racista (por ser negra).

El asesinato del coronel Beltrame no provoco únicamente homenajes al héroe. También hubo algún que otro militante de izquierda radical que se felicitó de que muriese un poli. Así se expresó un candidato de France insoumise, lo que obligó a Melenchon a expulsarlo y denunciarlo rotundamente. Pero vamos: ese militante, como algunos más (y la propia Obono) ¡no apareció ayer con tal discurso, para sorpresa de todos! El movimiento “La policía asesina”, que pretende denunciar la discriminación y la represión policial en las barriadas, lleva tiempo inmerso en las organizaciones que han dado tantos activistas a la “France insoumise” de Mélenchon.

Mélenchon fue acosado por militantes de la ultraderechista Liga de Defensa Judía, que protegían a Le Pen

El asesinato de Mireille Knoll ha provocado la organización de una manifestación en París. Mientras el hijo de la difunta llamaba a que se manifestara todo el que quisiera, las organizaciones de la comunidad judía controladas por la extrema derecha israelí – esencialmente el CRIF, que pretende representar oficialmente a la comunidad judía francesa – pidió prohibir que participaran Mélenchon y la ultraderechista Marine Le Pen. En la manifestación, Mélenchon y su grupo fueron acosados y expulsados por elementos violentos perteneciendo a la ultraderechista Liga de Defensa Judía. Los “militantes” de esa misma Liga hicieron lo contrario con Le Pen, protegiéndola durante parte del recorrido…

Eso ha sido una vergüenza. Pero, debo decirlo, me ha sorprendido que Mélenchon trajera consigo a Daniéle Obono y también a Clementine Autain, dos diputadas “insumisas” conocidas por sus amistades con Bouteldja, con el predicador Tariq Ramadan y con Marwan Muhammad (promotor de la lucha contra la “islamofobia”), personajes públicos abiertamente racistas y antisemitas que se pasean por los espacios de la extrema izquierda como por su casa. ¿Qué pretendía con eso? ¿Lavarle la cara a esos militantes y dirigentes? ¿Esos que dan espacio a activistas que preparan ideológicamente a los asesinos?

Enfrente, el presidente Macron ha dado pasos enormes para desmantelar la laicidad republicana, pretendiendo acabar con un rasgo fundador de la identidad política y cultural de este país. Ante los clérigos católicos ha prometido hacer retroceder la separación de la Iglesia católica y del Estado (plasmada por ley en 1905). A los representantes de los Hermanos Musulmanes, que controlan la representación oficial del islam en Francia, ha prometido medios públicos para configurar un “islam de Francia” y ha prometido vigilar al “extremismo laico” – claro, esos laicos son peligrosos, basta con ver todos los atentados y crímenes cometidos por activistas laicos ¿no? – .

Para una próxima entrevista en televisión ha escogido como periodista a Edwy Plenel. Plenel, fundador del periódico digital Mediapart, es grandísimo amigo del predicador mediático Tariq Ramadan, y ha perpetrado un libro titulado “Para los musulmanes”, defendiendo que en la sociedad y en las leyes se acepten las normas de vida que quiere imponer el integrismo islamista… como muestra de progreso social.

Macron no ha hecho ni un gesto hacia los componentes de Charlie Hebdo, tres años después del atentado

Cuando, hace unos meses, Ramadan (actualmente encarcelado) fue acusado de violaciones y violencia sexual, el semanario Charlie Hebdo se mofó del predicador y de su amigo Plenel. Plenel contestó denunciando la “guerra contra los musulmanes” que llevan a cabo los redactores de Charlie. Hablamos de una redacción masacrada en enero de 2015 por una pareja terrorista en nombre de Daesh, después de meses de campaña implusada, entre otros, por Plenel y Mediapart, que denunciaban el supuesto racismo de ese semanal satírico anarquista. Y es ese personaje que Macron escoge para lucir en televisión.

Macron no ha hecho una visita, ni un gesto, hacia los componentes de Charlie Hebdo, tres años después del atentado. Macron no es Charlie. No quiere a esa República laica. No quiere a su pueblo libre. Tiene programada la liquidación del Estado de bienestar, y entonces necesita que su pueblo sea controlado por religiosos: católicos para los blancos, islamistas para los moros, sectas cristianas para los negros (y rabinos para los judíos que quieran quedarse, claro). Cuanta menos seguridad social, más clérigos y más misas.

Para tal programa, sabe que tiene a su oposición de izquierda, dirigida por Mélenchon, lastrada en su lucha por la laicidad porque aparece como anticatólica al ser tan complaciente con el islamismo, cuando es el islamismo el que ya ha transformado la vida de millones de franceses en las barriadas obreras y populares, imponiendo normas en el día a día parecidas a las de Egipto hoy (siendo las mujeres las que han sufrido el retroceso más grave y visible).

La izquierda cree que puede ganar mediante las luchas sociales, debiendo permitir que se olviden los atentados y la inseguridad cultural que tiene ese país enfermo. Esa es su gran debilidad.

El pueblo que se levantó con el lema “Je suis Charlie” sigue ahí, sigue en pie

Y es que Macron y su oposición de izquierda radical comparten al fin y al cabo la misma posición: no son Charlie. El pueblo de Francia inundó las calles de este país el 11 de enero con el lema “Je suis Charlie”, en la mayor concentración popular desde 1945, rechazando el islamismo y la pretensión de una religión de ordenar lo que se pueda decir y dibujar. Desde entonces, Macron y las demás fuerzas políticas francesas se empeñan en promover políticas contrarias a lo que el pueblo francés manifestó, a ver si olvida y se conforma con lo que hay.

Sin embargo, en la manifestación tras la muerte de Mireille Knoll he visto algo importantísimo. Hace doce años (asesinato de Ilan Halimi), hace seis años (matanza de Toulouse) e incluso hace tres años (matanza del Híper Cacher), las manifestaciones en contra de los crímenes antisemitas solo concentraban organizaciones y miembros de la “comunidad” judía. Pero el otro día en París, a pesar del CRIF y de la extrema derecha judía, la concentración se parecía a la del 11 de enero 2015: por primera vez no era comunitaria sino unitaria, con ciudadanas y ciudadanos de todo origen. Mostraba que el pueblo que se levantó con el lema “Je suis Charlie” sigue ahí, sigue en pie. Eso da esperanza, a pesar de los pesares.

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© Alberto Arricruz |  18 Abril 2018 · Especial para M’Sur

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