Opinión

La guerra de Siria se acabó

Daniel Iriarte
Daniel Iriarte
· 6 minutos

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Los rebeldes sirios se han rendido en Deraa. Esta región, al sur del país, es el lugar donde empezó el levantamiento hace más de siete años, y la importancia de su capitulación va más allá del mero simbolismo. Tras varias semanas de intensos combates y bombardeos de las fuerzas de Bashar Asad y la aviación rusa, que han producido al menos 320.000 desplazados, las tropas gubernamentales han llegado a la frontera de Jordania y se han hecho con el control del estratégico paso de Nasib. Los insurgentes negocian ahora una evacuación hacia suelo jordano o hacia Idlib, en el noroeste, la única área de cierto tamaño que queda en manos de la oposición.

Hace ya mucho que el de Siria es un conflicto multidimensional, como lo fue el del Líbano

La ofensiva gubernamental ha acabado con las zonas de exclusión que costó un año negociar. Pero sobre todo, la reconquista de este espacio supone el final del llamado Frente Sur, la última esperanza de que la rebelión siria pudiese sustituir al régimen de Damasco por un ejecutivo moderado y prooccidental. No es que las apuestas estuviesen muy a su favor -esta semana el Asesor de Seguridad Nacional de Estados Unidos, John Bolton, ya dejó claro que derrocar a Asad “no es una prioridad” para la Administración Trump-, pero la caída de Deraa implica la muerte definitiva de lo que alguna vez fue el Ejército Libre Sirio (ELS). Hace ya mucho tiempo que el de Siria es un conflicto multidimensional, como lo fue el del Líbano entre 1975 y 1990. Como aquel, el de Siria han sido muchas guerras dentro de una. Y la principal, tal y como la conocíamos, acaba de terminar.

El ELS nació en la primavera de 2011, cuando militares desertores empezaron a proporcionar protección armada a los manifestantes que protestaban contra Assad, y cuyas reivindicaciones eran contestadas a tiros. Estos oficiales se organizaron en la vecina Turquía bajo el mando del malogrado coronel Riad al Asaad, y no tardaron en convertirse en una amenaza para el régimen. Los insurgentes comenzaron a integrar también a civiles que querían luchar contra el dictador; como han señalado algunos expertos, el Ejército Libre Sirio se convirtió en una etiqueta a la que acogerse, al estilo de la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial. En la práctica, cada milicia o facción operaba por su cuenta, sin un liderazgo central claro.

Pronto llegaron los patrocinadores internacionales interesados en derrocar a Asad: EEUU, Francia, el Reino Unido, Turquía, Arabia Saudí, Qatar… Varias de estas potencias organizaron en Jordania un Centro de Operaciones Militares (MOC) para coordinar la financiación y entrenamiento de los rebeldes, y un año después otro similar en Turquía, el llamado Müsterek Operasyon Merkezi («Centro de Operaciones Unificadas», o MOM). Las potencias occidentales, en cualquier caso, apostaron por la denominada «estrategia del Frente Sur»: el plan, según señala un informe del International Crisis Group, era desgastar a las tropas de Asad en el norte mientras se apuntalaba en territorio jordano una fuerza militar capaz de darle el golpe de gracia en el momento adecuado, aprovechando la cercanía entre la frontera jordana y Damasco.

El plan fue un fracaso desde el principio: muchos insurgentes se pasaron con sus armas y dinero a las cada vez más pujantes organizaciones yihadistas; otros se negaban a combatir fuera de sus barrios o ciudades. Aún así, pudo haber funcionado: el esfuerzo bélico debilitó enormemente al régimen, que probablemente habría acabado colapsando de no haberse producido la intervención de Rusia en su apoyo en septiembre de 2015.

La llegada a la Casa Blanca de un Donald Trump indiferente selló el destino de la rebelión

Además, la irrupción del Estado Islámico un año y medio antes había alterado significativamente los cálculos de Estados Unidos y los países occidentales, que convirtieron la lucha contra el Daesh en su prioridad absoluta y trataron de que los grupos a los que patrocinaban dirigieran sus esfuerzos contra esta organización. Esto no gustó a muchos rebeldes, que preferían seguir combatiendo contra Asad. Washington acabó por encontrar a un socio más fiable: las milicias kurdas que, arrastradas a la guerra contra su voluntad, aprovecharon el conflicto para tratar de afianzar su autonomía en el norte del país, lo que les colocaba en un enfrentamiento a vida o muerte con los yihadistas por el control de esos territorios.

La llegada a la Casa Blanca de un Donald Trump más bien indiferente hacia Asad selló el destino de la rebelión: a los siete meses de haber tomado posesión, y ante la constatación de su ineficacia, el nuevo presidente decidió cancelar el programa de financiación de la insurgencia siria. Tras la desaparición de esos fondos, hasta entonces canalizados a través del MOC, Israel optó a finales de 2017 por seguir manteniendo a algunas de estas milicias en el sur, en un intento de impedir el establecimiento de fuerzas vinculadas a su archienemigo Irán junto a sus fronteras. Pero ni siquiera la chequera israelí ha podido impedir la victoria de Asad en Guta oriental y, ahora, el derrumbe del Frente Sur.

En Idlib, los rebeldes moderados son irrelevantes, hostigados por fuerzas islamistas

Hoy, lo que queda del ESL es una fuerza totalmente dependiente de Turquía, y como tal está lejos de ser un actor independiente, ocupada en combatir a los kurdos y en servir de punta de lanza a las tropas turcas en el norte de Siria. En Idlib, los rebeldes moderados son irrelevantes, hostigados por fuerzas islamistas como Ahrar Al Sham y más radicales como Hayat Tahrir Al Sham, el antiguo Frente Al Nusra creado por Al Qaeda. Fuera de eso, sólo quedan bolsas de resistencia yihadista en el sur, este y centro del país, y una zona norte bajo control kurdo a excepción de las áreas ocupadas por el ejército turco.

Lo que queda por delante es lo que, desde el principio, ha intentado vender Damasco: un Gobierno central y sus aliados enfrentados a una insurgencia meramente yihadista que busca imponer la sharía en el país. Un escenario que Asad ha contribuido a crear en gran medida, liberando de sus cárceles, por razones propagandísticas, a los presos yihadistas y enviándolos al norte para que radicalizaran la rebelión. El éxito ha sido innegable.

Es de esperar que el régimen dirija ahora sus esfuerzos contra Idlib, para erradicar de una vez por todas la rebelión. Cuando caiga este bastión –y lo hará, por pura lógica, ante la correlación de fuerzas-, el frente kurdo puede convertirse en la siguiente fase del enfrentamiento en Siria. Pero esa será otra guerra.

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