Halaja


Mesa de almuerzo en una familia judía en Kedumim (Cisjordania), 2001 | © Ilya U. Topper / M'Sur
Mesa de almuerzo en una familia judía en Kedumim (Cisjordania), 2001 | © Ilya U. Topper / M’Sur

La halaja es un compendio de normas basadas en la Tora y sus interpretaciones, recogidas en el talmud y el midrash, que prevé un sinfin de regulaciones para los gestos más comunes del día.  En el judaísmo ortodoxo se considera obligatorio observarla, una vez que  un chico haya cumplido su bar mitzva (confirmación religiosa) a los 13 años;  o una niña su bat mitzva, a los 12. En muchas comunidades judías de Israel, sus normas se siguen al pie de la letra. Los haredíes la observan con especial rigor. Los conservadores le dan una importancia sólo relativa y los reformados incluso prescinden de ella.

La halaja regula, entre otros, dos aspectos fundamentales de la vida: el cumplimiento del shabat (sábado) y la kashrut  (o casherut), las normas que determinan qué comida es kósher (o cásher), es decir permitido para el consumo (corresponde a halal en el islam).

Aunque la lengua sagrada del judaísmo es el hebreo, las comunidades asquenazíes en Europa oriental, donde se desarrollaron las escuelas de interpretación fundamentalista de la halaja, utilizan muchas palabras en su propio idioma, el yídish, para describir estas normas. La dominancia de los asquenazíes sobre el resto de comunidades ha hecho que en el discurso religioso hoy se utilizan a menudo estos conceptos en Israel y otros países donde no se habla yídish.

kósher

La condición de kósher puede depender del alimento en sí o de su preparación cuidadosa. Así, sólo se debe comer carne de animales que sean rumiantes y tengan pezuñas partidas, lo que excluye a cerdos, caballos o conejos. Además, todo animal debe ser sacrificado de forma ritual, de manera que pierda toda la sangre. Sólo está permitido el pescado que tenga escamas y aletas. El marisco no es kósher.

Todos los alimentos se dividen en tres clases, cárnicos, lácteos e indiferentes. Los cárnicos (fleishig en yídish) nunca se deben mezclar con los lácteos (milchig), pero sí con los indistintos (parve), como cereales, verdura, fruta (también el pescado es parve, pero no se mezcla con los cárnicos).   Tras el consumo de carne se debe esperar varias horas —no hay una norma exacta— hasta poder consumir leche o un derivado.

Los judíos más observantes poseen dos juegos de cocina separados, desde cacerolas a trapos y esponjas, para cocinar, conservar alimentos de estos dos tipos o limpiar los utensilios con los que hayan sido tocados, para evitar que un contacto casual entre los dos tipos vuelva la comida treife (no kósher).

Finalmente, la halaja prevé innúmeras reglas para los detalles de la vida familiar, desde la correcta realización de la circuncisión hasta los términos de matrimonio, divorcio, consideración legal de los hijos… También define la pureza ritual (tahara) de los hombres para actos religiosos y sobre todo la de las mujeres, incluidos los lavados necesarios para purificarse tras la menstruación, época durante la que no se permite el sexo.

Existe una literatura voluminosa de rabinos de todos los siglos respecto a la aplicación correcta de la halaja o su adaptación a la vida moderna. Esto llega hasta el punto de que la halaja, según algunos, prohíbe cortar un trozo de papel higiénico por la línea perforada durante el shabat, pero sí permite romperlo entre dos perforaciones.

Dado que es casi imposible prever todas las circunstancias en la que norma de la halaja debe aplicarse, se hace imprescindible la consulta del rabino. En los estudios y debates teológicos es habitual ejemplificar situaciones y buscar la respuesta correcta, tipo: «Alguien remueve accidentalmente un caldo de carne con una cuchara utilizada para la leche. ¿En qué estado —kósher o treife— quedan la cuchara, el caldo y la cacerola?» La respuesta depende de temperatura del caldo, su cantidad y el tiempo que ha pasado desde la última vez que la cuchara entró en contacto con leche…

La importancia que se da al cumplimiento de las normas más nimias es tal que ante un conflicto, lo habitual es intentar cumplir con la letra de la ley, aunque no con su espíritu. Existe toda una tradición rabínica de «trampas» para poder llevar una vida casi normal sin vulnerar las normas fijadas con anterioridad, sobre todo en lo que al descanso de shabat se refiere.