Opinión

Guerra civil

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

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Algo extraño les sucede a los jefes jubilados del servicio interno de seguridad israelí, el Shin Bet.

Este servicio es por definición un pilar central de la ocupación israelí. Los israelíes (judíos) lo admiran, los palestinos lo temen, y es respetado por profesionales de la seguridad en todo el mundo. La ocupación no podría existir sin él.

Y he aquí la paradoja: tan pronto como los jefes del servicio se retiran, se vuelven defensores de la paz. ¿Cómo es posible?

De hecho, hay una explicación lógica. Los agentes del Shin Bet son la única parte de la clase dirigente que entra en contacto real, directo y diario con la realidad palestina. Interrogan a sospechosos palestinos, los torturan, intentan convertirlos en informadores. Recogen información, penetran en las partes más recónditas de la sociedad palestina. Conocen a los palestinos mejor que nadie en Israel (y también quizás mejor que nadie en Palestina).

Tan pronto como los jefes de inteligencia se retiran, se vuelven defensores de la paz

Los que son inteligentes (los agentes de los servicios de inteligencia pueden, de hecho, ser inteligentes, y a menudo lo son) también reflexionan sobre las cosas de las que se van dando cuenta. Llegan a conclusiones que escapan a muchos políticos: que lo que tenemos en frente es una nación palestina, que esta nación no va a desaparecer, que los palestinos quieren un Estado propio, que la única solución al conflicto es un Estado palestino pegado al de Israel.

Y es así como observamos un fenómeno extraño: tan pronto como dejan el servicio, los jefes del Shin Bet, uno detrás de otro, pasan a defender abiertamente la ‘‘solución de los dos Estados’’.

Lo mismo está ocurriendo con los jefes del Mossad, el servicio de inteligencia exterior de Israel.

Su labor principal es luchar contra los árabes en general, y contra los palestinos en particular. Pero en el momento en el que dejan el servicio, se vuelven defensores de la solución de los dos Estados, un hecho que choca de lleno con la política del primer ministro y de su gobierno.

La identidad del personal de los dos servicios secretos es, obviamente, secreta. Excepto la de los jefes.

(Esto es un logro mío. Cuando era miembro de la Knesset, presenté un proyecto de ley que establecía que los nombres de los jefes del servicio secreto se debían hacer públicos. El proyecto de ley fue rechazado, por supuesto, como todas mis propuestas, pero poco después el primer ministro decretó que, efectivamente, los nombres de los jefes se hicieran públicos).

Hace un tiempo, la televisión israelí emitió un documental llamado ‘‘Los Guardianes’’, en el que a todos los exjefes del Shin-Bet y del Mossad que seguían vivos se les preguntaba por soluciones para el conflicto.

Todos, con diferentes niveles de intensidad, defendían la paz a través de la ‘‘solución de los dos Estados’’. Todos expresaban la opinión de que no habrá paz a no ser que los palestinos consigan un Estado nacional propio.

En aquel entonces, Tamir Pardo era el jefe del Mossad y no podía expresar su opinión. Pero desde principios de 2016, ha vuelto a ser un particular. Esta semana abrió la boca en público por primera vez.

Como sugiere su nombre, Pardo es un judío sefardí, nacido hace 63 años en Jerusalén. Su familia vino de Turquía, donde muchos judíos encontraron refugio tras ser expulsados de España hace 525 años. Así pues, él no pertenece a la élite asquenazí que tanto detesta la parte ‘‘oriental’’ de la sociedad israelí judía.

Israel se está acercando a una situación de guerra civil entre la derecha y la izquierda

La cuestión principal que Pardo exponía era una advertencia: Israel se está acercando a una situación de guerra civil. Todavía no estamos ahí, decía, pero nos estamos acercando con rapidez.

Esto, según él, es la principal amenaza que se cierne ahora mismo sobre Israel. De hecho, afirmó que esta es la única amenaza que queda. Esta declaración significa que el hasta hace poco jefe del Mossad no ve amenaza militar alguna contra Israel, ni de Irán, ni del Daesh ni de nadie más. Esto es un desafío directo al punto principal de la política de Netanyahu: que Israel está rodeado de enemigos peligrosos y amenazas mortales.

Pero Pardo ve una amenaza que es mucho más peligrosa: la división dentro de la sociedad israelí judía. No tenemos una guerra civil – todavía. Pero ‘‘nos estamos aproximando a ella rápidamente’’.

¿Guerra civil entre quién? La respuesta habitual es: entre la ‘‘derecha’’ y la ‘‘izquierda’’.

Como he señalado en otras ocasiones, la derecha y la izquierda en Israel no significan lo mismo que en el resto del mundo. En Inglaterra, Francia o Estados Unidos, la división entre la izquierda y la derecha incluye cuestiones sociales y económicas.

En Israel también tenemos muchos problemas socio-económicos, por supuesto. Pero la división entre ‘‘izquierda’’ y ‘‘derecha’’ en Israel tiene que ver casi exclusivamente con la paz y la ocupación. Si uno aboga por el fin de la ocupación y la paz con los palestinos, es de ‘‘izquierdas’’. Si uno aboga por la anexión de los territorios ocupados y la ampliación de los asentamientos, es de ‘‘derechas’’.

Pero yo sospecho que Pardo se refiere a una brecha mucho más profunda, sin decirlo explícitamente: la brecha entre los judíos europeos (‘‘asquenazíes’’) y los ‘‘orientales’’ (‘‘mizrajíes’’). La comunidad ‘‘sefardí’’ (‘‘española’’), a la que Pardo pertenece, es vista como parte de los judíos orientales.

La brecha entre judíos europeos y orientales aumenta rápidamente

Lo que hace a esta brecha tan potencialmente peligrosa, y explica la seria advertencia de Pardo, es el hecho de que una apabullante mayoría de los orientales son de derechas, nacionalistas y como mínimo moderadamente religiosos, mientras que la mayoría de los asquenazíes son de izquierdas, laicos y tienden más hacia posturas pacifistas. Y puesto que, aparte, los asquenazíes por lo general tienen una mejor situación social y ecónomica que los orientales, la brecha es profunda.

En los tiempos en los que Pardo nació (1953), aquellos que ya entonces percibíamos esa brecha incipiente nos consolábamos con la idea de que esto era sólo un período transitorio. Una brecha así es comprensible después de un proceso de inmigración masiva, pero el ‘‘crisol de razas’’ haría su trabajo, los matrimonios mixtos ayudarían y tras una o dos generaciones toda esta historia desaparecería para siempre.

Pues bien, no fue eso lo que sucedió. Por el contrario, la brecha está aumentando rápidamente. Las muestras de odio recíproco cada vez son más obvias. El discurso oficial está lleno de ellas. Los políticos, sobre todo los de derechas, basan sus carreras en la provocación sectaria, guiados por el mayor provocador de todos, Netanyahu.

El matrimonio mixto no ayuda. Lo que ocurre es que los hijos e hijas de las parejas mixtas por lo general escogen uno de los dos bandos – y se vuelven extremistas de ese bando.

Un síntoma casi cómico es que la derecha, que lleva en el poder (con breves interrupciones) desde 1977, sigue actuando como si fuera una minoría oprimida, y culpa a las ‘‘viejas élites’’ de todos sus males. Esto no es ridículo del todo ya que las ‘‘viejas élites’’ siguen teniendo un papel dominante en la economía, los medios de comunicación, el poder judicial y las artes.

La hostilidad mutua está creciendo. El propio Pardo sirve como un ejemplo alarmante: su advertencia no causó revuelo alguno. Pasó casi desapercibida: un reportaje corto en las noticias, una pequeña mención en las páginas interiores de la prensa escrita, y se acabó. Para qué vamos a preocuparnos, ¿no?

Un síntoma que debe haber asustado a Pardo es que la única fuerza que une a los judíos en este país – el ejército – también está sucumbiendo a esta brecha.

El ejército israelí nació mucho antes que el propio Israel en el seno de la lucha clandestina previa a la independencia, que se basaba en los kibutz socialistas asquenazíes. Todavía pueden percibirse algunos vestigios de ese pasado en las altas esferas. La mayoría de los generales son asquenazíes.
Puede que esto explique el extraño hecho de que 43 años después de la última guerra de verdad (la guerra de Yom Kipur, 1973), y 49 años después de que el ejército se convirtiera en una fuerza de policía colonial más que otra cosa, los mandos del ejército siguen siendo más moderados que la clase dirigente política.

Los mandos del ejército siguen siendo más moderados que la clase dirigente política.

Pero desde abajo está creciendo otro ejército – un ejército en el que muchos de los oficiales de rango más bajo llevan una kipá; un ejército cuyos nuevos reclutas crecieron en hogares como el de Elor Azariya y a los que educaron en el sistema de escuelas nacionalistas de Israel que produjo a Azariya.

Varios meses después de que empezara y a meses de que acabe con un veredicto, el juicio militar a Azariya sigue desgarrando a Israel. Azariya, como se recordará, es el sargento que mató a tiros a un atacante árabe ya herido de gravedad, que yacía en el suelo sin poder hacer nada.

Día tras día, este asunto calienta los ánimos en el país. Los mandos del ejército están amenazados por lo que a estas alturas está cerca de ser un motín general. El nuevo ministro de Defensa, el colono Avigdor Lieberman, apoya casi sin tapujos al soldado en contra de su jefe del Estado Mayor, mientras que Binyamin Netanyahu, políticamente cobarde como de costumbre, apoya a las dos partes.

Hace tiempo que este juicio ha dejado de tener que ver con una cuestión moral o disciplinaria, y ha pasado a formar parte de la gran fisura que desgarra a la sociedad israelí. La imagen del asesino de aspecto infantil, con su madre sentada junto a él en los tribunales y acariciándole la cabeza, se ha convertido en el símbolo de la amenazante guerra civil de la que Pardo habla.

Muchos israelíes han empezado a hablar de ‘‘dos sociedades judías’’ en Israel, algunos incluso hablan de ‘‘dos pueblos judíos’’ dentro de la nación israelí judía.

¿Qué es lo que los mantiene unidos?

El conflicto, por supuesto. La ocupación. El estado de guerra perpetuo.

Yitzhak Frankenthal, un padre afligido y uno de los pilares de los grupos israelíes que abogan por la paz, ha elaborado una teoría reveladora: no es que Israel se vea forzado a seguir involucrado en el conflicto. Más bien, es todo lo contrario: Israel sigue alimentando el conflicto, porque necesita el conflicto por el bien de su propia existencia.

Esto podría explicar la ocupación interminable. Encaja bien en la teoría de Pardo sobre la guerra civil a la que nos estamos acercando. Es sólo el sentimiento de unidad que crea el conflicto lo que puede evitar que ésta tenga lugar.

Que crea el conflicto…o la paz.

© Uri Avnery  | Publicado en Gush Shalom | 3 septiembre 2016 | Traducción del inglés: Víctor Olivares

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