Opinión

¿Qué queda de la revolución?

Mansoura Ezeldin
Mansoura Ezeldin
· 10 minutos

La absolución de Hosni Mubarak no ha venido por sorpresa. Desde el principio había bastantes indicios que parecían llevarnos a donde estamos ahora pero la falta de un castigo ejemplar ha llegado de repente como una sonora bofetada en la cara de todos los que participaron en la Revolución del 25 de Enero de 2011.

Además, lleva un mensaje cuyo contenido indica que la justicia, en Egipto, queda aplazada indefinidamente y que la contrarrevolución ha logrado fijar sus bases; una contrarrevolución que casi ha acabado con los frutos y el recuerdo que queda del 25 de Enero. Y digo casi porque el fruto más importante que aún florece es el haber logrado politizar a grandes sectores de la sociedad egipcia que vivían alejados de la política recluidos en los asuntos personales. Es un fruto que no morirá (y que por lo tanto se puede seguir construyendo sobre él) siempre y cuando no se vuelva a esa reclusión lejos de las cuestiones políticas.

La contrarrevolución casi ha acabado con los frutos y el recuerdo que quedan del 25 de Enero en Tahrir

Puede que el cuerpo de la Revolución del 25 de Enero esté manchado por su propia sangre, que la vida ya prácticamente lo haya abandonado. Pero el sueño sigue ahí, firme, establecido dentro de las conciencias. Más aún cuando las causas por las que se forjó siguen presentes. Unas causas a las que sumar las injusticias que se han ido acumulando durante los cuatro años que van de enero de 2011 hasta ahora.

Revisar los errores

No hay ninguna esperanza de que el 25 de Enero retome su marcha a no ser que se revisen y analicen los propios errores y se trabaje por no caer de nuevo en ellos. No hay esperanza si no se reconocen.

Aunque se insiste en llamarle revolución a un simple llamamiento en las redes sociales no ha sido lo suficientemente revolucionaria. A pesar del reclamo, de la ruptura con el régimen de Mubarak y la revolución levantada en su contra se ha recurrido a una línea reformista más que revolucionaria al aceptar que la Junta Militar asumiera la supervisión del primer periodo de transición. Muchos de los que participaron en la revolución, de los que elaboraron su discurso, creyeron que los militares no tomarían el poder. Pensaron que cumplirían la ley para establecer una separación entre ellos y quien se rebeló en su contra. Aceptaron dejarse seducir con la continua sucesión de laberintos constitucionales y legales.

La imagen y también el eslogan más destacado del 25 de Enero ha sido el deseo de matar al padre

La imagen y también el eslogan más destacado del 25 de Enero ha sido el deseo de matar al padre, ha sido la rebelión en contra de las generaciones mayores. Sin embargo este deseo no ha estado lo suficientemente arraigado o para ser más concisos, no se ha llegado a materializar de verdad sobre el terreno. Se evidencia en los partidos políticos surgidos tras la revolución, en su mayoría marcados por la jerarquía típica en la escena egipcia. Los más viejos como líderes y todas las ideas que representan, en diversidad y diferencia, son una hija leal al Estado egipcio, mientras que los jóvenes de visiones diferentes se han conformado con el papel de peones de estos partidos.

Después de la abdicación de Mubarak, vengar la sangre de los mártires se ha convertido en la petición más urgente ocultándose detrás el resto de demandas y objetivos. No vale que solo esta petición por su importancia, por ser fundamental, margine al resto de metas de la revolución.

Ahora hay, por un lado, quien ha hecho del 25 de Enero un tótem sagrado que no admite transgresión ni crítica alguna. Ni siquiera para salvarla y devolverla de nuevo a su camino acertado. Y con “camino acertado” no quiero decir que sean necesarias las manifestaciones masivas. Me refiero a cualquier camino que garantice el cumplimiento de los objetivos del 25 de Enero presentes en un estado civil y democrático basado en el principio de ciudadanía y en los derechos humanos.

Un medio, no un fin

Por otro lado están aquellos que adoran la idea del “Estado” y sacrifican la vida para evitar que se derrumbe sin pensar en la violencia ejercida por éste, en la acumulación de injusticias y en que la corrupción se haya convertido en una ley que en si misma aplica normas capaces de demoler cualquier Estado.

Los islamistas se ahogan en los delirios de la identidad islamista pura convirtiéndola en su ídolo adorado

Lo que hay entre estas dos partes se pierde y se apagan las voces que abogan porque la revolución sea la vía para rechazar la tiranía y llegar a una vida mejor, y no un fin en sí misma.

Por su parte, los islamistas se ahogan en los delirios de la identidad islamista pura convirtiéndola en su ídolo adorado, cerrando los ojos a la diversidad religiosa y cultural de la sociedad egipcia, sacrificándose por lo que demandaba la Revolución de Enero. El que muchos hayan recurrido a los actos terroristas y a la violencia armada amenaza con congelar la marcha revolucionaria incompatible con su causa. Los Hermanos Musulmanes intentan continuamente saltar al carro de cualquier actividad de protesta contra el régimen de Sisi, pero al respaldarla por su propio interés acaban con la simpatía popular hacia esa misma protesta; es, por lo tanto, condenada a fracasar antes de empezar.

Organizaciones internacionales de derechos como Human Rights Watch o Amnistía Internacional han denunciado las penas de muerte emitidas contra los partidarios del presidente derrocado Mohamed Morsi. Human Rights Watch ha declarado que las penas de muerte ponen en tela de juicio la independencia de los jueces en Egipto y socavan las libertades públicas. El director de la organización defensora de los derechos humanos ha denunciado lo que él llama “la semana de distorsión de la historia: Mubarak inocente y las víctimas de la plaza Rabia Al Adawiya criminales”.

La oposición vivió en la certeza de que llegaría la Revolución, pero cuando llegó, nadie estaba preparado

Una parte de la oposición ha estado durante décadas predicando que la revolución venidera era inevitable. Eran momentos en que solo ellos creían en su determinismo. Vivían con la certeza de que llegaría pero cuando llegó no hubo nadie preparado para ella o, siendo más concisos, la revolución no encontró a nadie que estuviera listo para las consecuencias.

Los Hermanos Musulmanes han sido los más rápidos en sacar partido de la revolución aunque desde que existen como grupo se han conformado con su situación de organización secreta o, en el mejor de los casos, de grupo opositor. No se entrenaron de verdad para gobernar en el poder y por eso lo hicieron con mentalidad de organismo secreto.

Algo semejante ha ocurrido con los liberales e izquierdistas. Aparecieron como grupos fragmentados e ineficaces manipulados por los otros dos más fuertes: los militares y los Hermanos Musulmanes. No lograron ser un número fuerte en la ecuación del poder. No fueron el fiel de la balanza que hace subir un platillo, bajando el otro. Su alianza con ambos grupos a la vez significó rendirse por completo a las condiciones de éstos, o que cualquier condición que pusieran ellos mismos fuera ignorada como si ni existiera. Ninguno de los políticos que estuvieron hablando en nombre de los revolucionarios no islamistas influyó en el curso de los acontecimientos. Ninguna de sus palabras se impuso sobre las de los demás.

La mayoría, en vez de examinar los motivos del fracaso y tratar de evitarlos, se ha conformado con la lógica del orgullo de superioridad moral y condenar a quienes traicionaron a la revolución o se alzaron en su contra. No se han mirado a sí mismos de forma crítica ni han tratado de ver la manera de eliminar los errores y ganar espacio sobre el terreno.

El problema también está en encontrarse a gusto con el papel de víctima e incluso presumir de ello y entregarse a lamentos que ni por asomo tienen que ver con lo revolucionario. Cometieron este error los revolucionarios no islamistas que establecieron su narrativa particular de la revolución sobre la sangre de los mártires y un discurso que insiste en exhibir el revolucionario ideal oprimido por quienes les traicionaron. Se quedaron agarrados a las brasas de la revolución criticando la traición de los demás como si estuviéramos frente a un dualismo de ángeles y demonios.

Si los Hermanos Musulmanes ya fueron contrarrevolucionarios, el poder actual es una contrarrevolución aún más peligrosa

Lo mismo hicieron los Hermanos Musulmanes tras el derrocamiento de Morsi y la masacre de Rabia Al Adawiya, sólo que de forma mucho más exagerada.

En ambos casos el discurso de la represión no es válido para borrar los propios errores. Para cumplir las demandas de  hay que sacarlas del círculo de la autocompasión y meterlas en el de la iniciativa positiva.

Si el breve periodo de gobierno de los Hermanos Musulmanes ha sido un ejemplo de marcha contrarrevolucionaria, el poder actual lo es de una marcha de contrarrevolución aún más peligrosa. Quienes siguen soñando con un estado civil y democrático cuya base sea la justicia, el respeto de los derechos humanos y valores de ciudadanía no van a triunfar mientras no se distancien tanto de los islamistas – más aún ahora, cuando aparecen grupos yihadistas armados – como de aquellos que apoyan las acciones represivas del actual gobierno.

Deben aprender de los errores del pasado y ante todo estructurarse, llenar los posibles vacíos y dedicarse al trabajo de partido y de organización. Deben esforzarse incluso si el actual régimen trabaja en reforzar el control sobre el dominio público y en cerrar todas las puertas de expresión y trabajo político.

Quienes siguen soñando con un Estado democrático deben distanciarse tanto de los islamistas como del actual gobierno

De haber una sola lección se podría aprender de los Hermanos Musulmanes. Es la lección de la capacidad para seguir adelante y penetrar en cualquier grieta que haya durante más de ocho décadas, a pesar de todos los intentos por bloquearlos y prohibirlos.

Mi discurso no significa una falta de atención a la complejidad de la situación. Tampoco quiere decir que minimice la peligrosidad de las amenazas que representa el actual y firme régimen de enterrar vivo todo intento de oposición. Es solo una invitación a la autocrítica, a aprovechar cualquier ocasión que haya, a mantener el sueño de “pan, libertad y justicia social” presente en las conciencias. Un sueño por el que luchar si no por medio de la protesta en las plazas sí creando opciones atípicas de resistencia, nuevos medios con los que enfrentarse a la realidad política y acordándose de los millones de egipcios que creyeron en el mensaje y objetivos fundamentales que prometía el 25 de Enero.

Pero ¿aprenderemos de una vez las lecciones del reciente pasado? ¿O nos toca repetir los mismos errores una y otra vez, siempre esperando que aminore el impacto de los crímenes y pecados de los demás?