Opinión

El desastre, tal vez la solución

Carmen Rengel
Carmen Rengel
· 8 minutos

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Es terrible afirmarlo pero para Palestina, el endurecimiento del Gobierno de Israel no es necesariamente una mala noticia. Antes al contrario: cuanto más se radicalicen las políticas del reelegido primer ministro, Binyamin Netanyahu, cuantas más concesiones haga a los duros de la ultraderecha, más posibilidades de que todo estalle por los aires y no quede otra que resolver de una vez un conflicto viejo de 70 años.

El status quo no va a traer la paz. Y tampoco las negociaciones tal y como se han sucedido en estos años, hoy en el cajón. Queda la presión infinita –aunque parezca mentira, aún hay margen para que Israel apriete el puño en Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este- y queda el levantamiento popular de los palestinos. Sólo entonces intervendrá la comunidad internacional que hoy, cínica, se rasga las vestimentas y duerme al tiempo la siesta.

Para el Campo Sionista, «la paz» no era sino un concepto a vender para estar a bien con EE UU y Europa

En Palestina, los resultados electorales israelíes, esos que han sorprendido al mundo por el giro dado a las encuestas por el líder del Likud, Netanyahu, no han generado terremoto alguno. Es lo que ya sufrían, aunque más torcido a la derecha. “No tenemos un interlocutor para la paz”, ha dicho el presidente Mahmud Abbas. Una frase que se prestan a un lado y al otro de las fronteras desde hace décadas.

Los sondeos daban por ganador, por minúscula ventaja, al bloque llamado de centro-izquierda, un término que hay que revisar teniendo en cuenta que el PP español es algo así como Podemos en comparación con la derecha israelí. Los laboristas, el templado socialismo local, se aliaron con Tzipi Livni, antigua negociadora con los palestinos pero, también, nacida para la política en el Likud de Netanyahu, luego enrolada en el Kadima de Ariel Sharon y finalmente fundadora de Hatnuá, un mix en el que el progresismo no pasaba de unas pinceladas, según soplase el viento.

Ese era el corazón de los avanzados en quienes la comunidad internacional confiaba para barrer a Bibi, pero en Ramalá, capital administrativa palestina, tampoco causaban entusiasmo. En ningún momento la llamada Unión o Campo Sionista presentó en campaña un plan para Palestina. Como mucho, aludían vagamente a la posibilidad de retomar el proceso de paz, roto el pasado abril tras nueve meses de infructuosos encuentros. Decir eso y nada es lo mismo si no hay un compromiso previo antes de sentarse a la mesa: reconocer el Estado palestino soberano sobre las fronteras de 1967 y con Jerusalén este como capital.

Lo máximo que ofrecía el buenismo israelí incluye, siempre, anexiones de lo que Palestina quiere que sea su Estado

“La paz”, concepto extraño en esa tierra, era no tanto un convencimiento como una quimera que tocaba vender para estar a bien con los socios europeos y norteamericanos. Y, mientras siguen los contactos, no cesa la ampliación de colonias ni las detenciones administrativas, por ejemplo. Mal arreglo, piensan en Ramalá.

Además, la Unión Sionista no podría haber gobernado en solitario. Hubiera necesitado de apoyos poco proclives a hablar nada. Políticos como Moshe Kahlon, ahora llave de Gobierno para Netanyahu, un señor de derechas confeso, que se marchó del Likud para crea una fuerza propia, Kulanu, por puro ego, pero que no ha centrado su ideario en absoluto.

Otro centrista, Yair Lapir, ex ministro de Finanzas en la última legislatura de Netanuahu, siempre ha sido bastante pragmático en esto de negociar con los palestinos. A favor, cuando EE UU criticaba las colonias, para no enfadar a Washington. En contra, cuando hay atentados o caen cohetes, que es cuando más urge parar la sangre.

Lo máximo que ofrecía todo el buenismo israelí incluye, siempre, anexiones de lo que Palestina quiere que sea su Estado, es decir, colonias que hoy tienen un elevado número de habitantes, como Maale Adumim, Har Homa o Gilo. Es lo que se llama “política de bloques”. Tampoco nada alentador para que los hombres de Abbas empezasen a negociar con ellos.

Netanyahu, que está ya a punto de cerrar Gobierno, disponibles como están la ultraderecha y los religiosos a darle su apoyo y lograr hasta 67 escaños (de 120 que hay en la Knesset), se apoyará en gente como Kahlon, pero también en Avigdor Lieberman, su actual ministro de Exteriores, que abogaba en verano por “arrasar” Gaza y que en campaña llamó a cortarle la cabeza “a los árabes de Israel infieles a la patria”. Su otro pilar será de nuevo Naftali Bennett, su antiguo ministro de Economía y Comercio, el líder de los colonos, que en agosto quería retomar Gaza y que inflamó los medios con sus comentarios de desprecio a las víctimas civiles de la franja.

El propio primer ministro calentó el día de las elecciones, el pasado 17 de marzo, llamando al voto ante las “manadas” de árabes que estaban participando en los comicios, el 21% de la población del país. Hace un par de días pidió perdón, ya con la victoria en la mano. En campaña, se desdijo de su famoso discurso de Bar Ilan y confirmó que, bajo su mandato, no habrá Estado palestino. Pasado el recuento de papeletas ha vuelto a cambiar de opinión.

Si hay más tolerancia con los colonos, más palestinos acabarán heridos o muertos

Estados Unidos dice: “No podemos simplemente fingir que no hizo esos comentarios”, en palabras de Denis McDonough, jefe de gabinete de la Casa Blanca. El propio presidente Barack Obama se ha mostrado enfadado por la postura de Netanyahu, avisando de que el status quo actual es inviable y de que revisará sus relaciones con Tel Aviv. No obstante, a renglón seguido afirma: “Pese a lo político, las relaciones en materia de seguridad e inteligencia no se verán afectadas”. Un tirón de orejas público y nada más.

¿Pero qué ocurre si de las palabras Netanyahu pasa a los hechos, por chuzpe propia o por presión de sus aliados? La previsión, pues, será de más negrura en el Gobierno. Si hay más asentamientos, más se deformarán las fronteras y más inviable será la solución. Si hay más tolerancia con los colonos, más palestinos acabarán heridos o muertos. Si hay más detenciones arbitrarias y redadas, más jóvenes saldrán a responder.

Sólo entre enero y el día de las elecciones se contabilizaban este año siete palestinos muertos por fuerzas israelíes, 210 heridos y 225 propiedades confiscadas o destruidas, según datos de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Una nueva ofensiva sobre Gaza, que los medios locales dan por segura este año o el que viene, puede encender unas calles cansadas de aguantar. Tercera intifada, nuevos ataques a la desesperada como los atropellos masivos…

La situación puede llevar a la UE a la imposición de las primeras sanciones reales contra Israel

La acumulación de desastres puede llevar a la Unión Europea a pasar de sus comunicados de condena a la imposición de las primeras sanciones reales contra Israel, según han avisado incluso desde el gabinete de la jefa de la diplomacia comunitaria, Federica Mogherini. Estados Unidos, añade Obama, podría dejar de vetar las resoluciones de apoyo a un estado palestino en Naciones Unidas. Pasos que, hipótesis, pueden arrastrar a Israel a una mesa de negociación.

Desde luego, el viraje derechoso sólo traerá más aislamiento a Netanyahu. Pero es tan experto en nadar en todo tipo de aguas, tan pragmático, que es posible que logre contentar a sus socios con unas estupendas carteras y, a la vez, los deje fuera de las grandes decisiones que implican a los palestinos, perpetuando la situación actual que no va mal a Tel Aviv y machaca literalmente a los palestinos.

“Al pedir el reconocimiento del estado de Palestina algunos países nos han dicho que lo harán solo como parte del proceso de paz. Ahora que las cosas están más claras, veremos qué se nos dice para seguir esquivando la responsabilidad. Con esta elección israelí, Netanyahu, Lieberman y Bennett han puesto las cosas más claras para todos”, escribe en Eldiario.es Xavier Abu Eid, portavoz de la OLP. Claro está. Otra cosa es que a la comunidad internacional se lo parezca. Y que sepa actuar en consecuencia.

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