Crítica

Sherlock Holmes en Iraq

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 5 minutos

Joan Cañete Bayle / Eugenio García Gascón
Expediente Bagdad

Género: Novela
Editorial: Siruela
Páginas: 292
ISBN: 978-84-1620-833-3
Precio: 18 €
Año: 2014

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Edgar Wallace y Arthur Conan Doyle se subieron un día al Orient Express, picaron billete y se fueron a Bagdad. Llegaron en marzo de 2003, justo cuando desde el otro lado, desde el sur, entraban los tanques de los norteamericanos. Se pusieron manos a la obra y enviaron crónicas de la invasión a los diarios de la vieja Inglaterra. Crónicas un poco misteriosas, como cabe imaginar.

O quizás fuera al revés. Quizás quienes se van a Bagdad son Joan Cañete Bayle y Eugenio García Gascón, corresponsales ambos en tierras de Oriente Próximo, joven el primero, veterano el segundo, para cubrir la caída de Sadam Husein. En las calles de Bagdad, entre escombros y ministerios ya saqueados, ven a un policía que aún lo es, pero cuya chapa tiene la misma fecha de caducidad que el régimen.

Tiene cinco días. Cinco días desde que caen las primeras bombas y empieza el chicken run, la huida desesperada de cualquiera que pueda hacerse con un vehículo, pillar carretera hacia Siria o Jordania, los mayores patriotas primero. Cinco días hasta que se acabe el Iraq como tú y yo lo conocemos, décadas de una dictadura estable, y Mesopotamia se entregue al caos para generaciones venideras. Cinco días para atrapar a un asesino en serie de niños. Niños minusválidos.

¿Importa evitar un asesinato más si del cielo caen bombas que entierran familias enteras bajo los escombros? Esta pregunta, el policía, Rashid, la espanta con un gesto de la mano y se centra en su deber. Es un hombre que cree en el deber. En un Estado, al margen de Sadam Husein o quién venga: en el Estado, la nación iraquí. Y no hay nación sin Justicia. Rashid es filósofo en horas libres. Escribe un libro sobre Nietzsche. Y ahora, que el Estado se derrumba, la Justicia es él.

Wallace y Conan Doyle, perdonen, digo Bayle y García Gascón, han trazado un gran personaje en el policía Rashid. Un personaje como lo exige una novela negra, o simplemente, una buena novela: decidido, obcecado en sus ideales, dispuesto a ser don Quijote del Tigris, con tal de cumplir una misión que nadie le agradecerá, y a la vez culto, tierno, secretamente enamorado de ese Edimburgo lejano donde estudió. Y de la filosofía alemana. Pero decidido a dar todo por su país, en lugar de elegir la fácil huida.

Rashid está dispuesto a ser don Quijote del Tigris, con tal de cumplir una misión que nadie le agradecerá

Menos perfilado está Jaled, el imprescindible secundario en cualquier película de policías, que no llega a rol de Sancho Panza. Y eso que en general los actores secundarios están bastante bien dibujados, incluso si se trata de meros cameos.

Donde falla algo el trazo es en el adversario, ese otro personaje principal de toda novela negra. Los discursos y diálogos del periodista norteamericano, el que Rashid elige como némesis de sus propios fantasmas, no pasan de un cliché casi caricaturesco del yanqui soberbio. Es un fallo literario, si bien induce a una sensación acertada: el policía iraquí nos es mucho más cercano que aquel representante de una lejana civilización invasora.

Tampoco entiendo bien la necesidad de contar, dentro de cada uno de los seis días que estructuran el libro, los sucesos de atrás para adelante o en zigzag aunque, admito, quizás no sea tan mal truco para aumentar la experiencia de confusión y descontrol que reina en un Bagdad inmerso en la incertidumbre del mañana.

Nos retrata Iraq como era antes de que degenerara en una caricatura de guerra

Eso sí, hacia el final, la trama va flojeando. En novela negra hay dos abismos en los que se puede caer: uno es la manera agathachristera de presentar la historia como un enigma que Hercules Poirot resolverá por arte de magia gris, y el otro es no permitir al policía detective tener las dudas que al lector ya le asaltaron hace rato. Los autores de Expediente en Bagdad pecan de lo segundo: un drama que podría haberse evitado carece de la fuerza griega del hombre en lucha contra el destino.

Pero esto es un fallo menor, y no enturbia el gran mérito que tiene esta novela, más allá del literario, que tiene también: retratarnos Iraq como era antes de que se convirtiera en lo que hoy evocamos cuando pronunciamos el nombre de este país, antes de que degenerara en una caricatura de guerra entre tirios y troyanos.

Al menos un fugaz vistazo, como a través de una mirilla, para quien no haya tenido la oportunidad de estar en Iraq antes de la guerra, al menos un soplo de lo que era una nación que posteriormente ha sido destruida a conciencia. La estructura del libro no da para mucha escena de cervezas en las tabernas cristianas, de ligoteo en las barcas sobre el Tigris —todo esto también fue Bagdad, antes de 2003— pero recupera al menos lo que fueron entonces (y siguen siendo hoy, enterrados bajo toneladas de geopolítica y de religión) los iraquíes.

Expediente en Bagdad es el mejor homenaje a un país cuya desaparición certificaron en directo dos grandes periodistas, Joan Cañete Bayle y Eugenio García Gascón. Busquen sus firmas. Y busquen el libro.

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