Opinión

El Rey Bibi

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

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Binyamin Netanyahu es nuestro primer ministro vitalicio.

Eso parece. Eso, evidentemente, cree él.

No sólo lo cree. Actúa conforme. Para asegurarse, ha hecho dos cosas necesarias: a) eliminar todo competidor posible, y b) rodearse con idiotas, tanto hombres como mujeres, gente que nadie podría considerar un sucesor plausible. De hecho, la simple idea de que cualquiera de esa pandilla podría convertirse en primer ministro nos da escalofríos.

De manera que nos tendremos que aguantar con él para toda la vida (por lo menos). Es hora de afrontar este panorama.

No es el peor. Nadie es el peor. Para todo líder malo, siempre hay uno peor (excepto para Adolf Hitler, tal vez).

Los altos oficiales del Ejército son, hoy por hoy, mucho menos insensatos que los políticos

Veamos, pues, primero los lados positivos de su gobierno. Hay algunos (sí, de hecho, los hay).

Número 1: No está loco.

Hay unos cuantos líderes locos en el mundo. Tenemos bastantes tipos locos en el Gobierno y fuera de él. Netanyahu no es uno de ellos.

Número 2: No es irresponsable.

Durante la última guerra de Gaza, cuando todo tipo de políticos y otros demagogos le exigieron que hiciera todo tipo de cosas irresponsables, como reconquistar la Franja de Gaza, se opuso y siguió los consejos del Ejército.

(En Israel, de momento, el Ejército detesta las aventuras sin sentido. Los oficiales en la cúpula de las Fuerzas Armadas son, en general, mucho menos insensatos que los políticos).

Uno se puede preguntar, desde luego, cómo nos metimos en este berenjenal. De hecho, Netanyahu encaja en la vieja definición: Una persona lista es alguien que sabe cómo salir de una situación mala en la que una persona sabia nunca se habría metido, para empezar.

Número 3: Es un orador eficaz.

Eso no es una condición necesaria, desde luego. David Ben-Gurión era un orador mediocre, Levi Eshkol era uno malísimo. Ambos parecían Demóstenes comparados con Golda Meir, cuyo vocabulario en hebreo y en inglés consistía de unas cien palabras, mal pronunciadas. Con eso le bastaba para convencer a cualquier público.

Netanyahu es un orador dotado, en el sentido opuesto. Habla bien hebreo, tiene una voz de barítono, sus gestos son los apropiados. De hecho, uno tiene a menudo la impresión de que ha pasado horas delante del espejo para perfeccionar su expresión.

El estilista de pelo de Netanyahu, que cobra del Gobierno, cobra más que un ministro. Y con razón

Sin embargo, sólo convence a quienes quieren ser convencidos. Para alguien que escuche con atención, toda la representación es demasiado estudiada, demasiado perfecta. Como su pelo: demasiado liso, con un matiz blanquiazul demasiado perfecto.

(Hace poco se reveló que su estilista de pelo personal, que cobra del Gobierno, tiene un salario mayor que un ministro. Y con razón, pienso).

Cuando Netanyahu habla al mundo como representante de Israel, ofrece una representación creíble. No brillante, no muy convincente quizás, pero tampoco vergonzosa.

Mucha gente, tanto en Israel como en el extranjero, cree que Netanyahu es un cínico total, un hombre sin convicciones de verdad, cuyo único objetivo es quedarse en el poder para siempre.

No creo que esto sea cierto.

Un cínico sin convicciones sería mucho menos peligroso. Pero Netanyahu no es un cínico.

Creció a la sombra de su padre, Ben-Zion, un tirano familiar amargado, que estaba convencido de que sus colegas académicos y las instituciones no le trataban con el respeto que se merecía, a causa de sus convicciones políticas. Por esa razon emigró temporalmente a Estados Unidos, donde Binyamin se educó como un chico totalmente americano.

Su padre era un derechista extremo apasionado. Para él, el líder de la derecha sionista, el brillante Vladimir (Ze’ev) Jabotinsky, era, de lejos, demasiado moderado. Ben-Zion se especializó en la historia de la Inquisición española y escribió un grueso libro sobre el tema, pero sus colegas no le otorgaron los honores que él –según creía– se merecía. Se volvió muy amargado.

Binyamin adoraba a su padre y lo consideraba un genio, pero el padre admiraba a su hijo mayor, Yoni, un oficial del Ejército que murió en la famosa operación Entebbe. El padre tenía una opinión bastante modesta de “Bibi”. Una vez dijo en público que Binyamin podría llegar a ser un correcto ministro de Exteriores, pero no un primer ministro. En Israel, el cargo de ministro de Exteriores se mira con cierto desdén. Un hombre macho de verdad aspira a ser ministro de Defensa.

Netanyahu se deleita en en nombrar a cada ministro para el puesto más inadecuado

Todo eso instiló en el joven Binyamin una ambición ardiente de mostrar a su padre muerto que efectivamente podría ser un excelente primer ministro. También formaba la base ideológica de todas sus ideas y acciones: la convicción firme de que los judios deben tomar posesión de “todo Eretz Israel”: todo el territorio entre el Mar Mediterráneo y el río Jordán.

Toda palabra que haya dicho Netanyahu en su vida que contradiga esta convicción básica es una mentira descarada. Pero como tendrían que haber dicho los antiguos romanos: “Mentir por la patria es dulce y adecuado”.

Dentro de estos límites, Netanyahu es de hecho un cínico. Se aferra al poder y no tiene intención alguna de abandonarlo.

Y es, efectivamente, un político consumado. No hay indicios de que respete a ninguna de las personas a las que nombró ministros. Parece haberse deleitado en nombrar a cada uno y cada una para el puesto más inadecuado. La ministra de Cultura, Miri Regev, una política vulgar, primitiva, bastante inculta, es un ejemplo supremo, pero la mayoría de sus colegas no están mucho mejor preparados para sus cargos.

Nadie de entre ellos puede poner en peligro su posición en lo más mínimo. Comparado con ellos, Netanyahu es una figura brillante.

Casi ningún funcionario del Partido Laborista se atreve a pronunciar esa peligrosa palabra: PAZ

En los demás partidos, tanto dentro de la coalición gubernamental como fuera de ella, la situación no es mucho mejor. Algunos parecían ser ciertas promesas (por lo menos en los sondeos), pero eso duró poco. Moshe Kahlon, el actual ministro de Finanzas, es un tipo majo, pero como líder nacional es un enano. Al igual que Ya’ir Lapid, el antiguo ministro de Finanzas, ahora en la oposición, que cree firmemente en que el destino lo ha elegido como sucesor de Netanyahu. Su único problema es que muy poca gente comparte esa fe.

Y lo que es peor: el Partido Laborista (ahora “Campo Sionista”) carece de toda personalidad que podría siquiera acercarse a la figura de Netanyahu com líder. El dirigente del partido, Yitzhak Herzog, es una triste decepción.

Casi todos los funcionarios del partido evitan mencionar siquiera el tema nacional destacado: la ocupación. Casi nunca pronuncian siquiera esa peligrosa palabra de tres letras: PAZ. Mucho mejor es hablar de un “arreglo político”, un “acuerdo final” y esas cosas. Bla bla bla.

El instrumento principal de Netanyahu para gobernar se remonta a la antigua Roma (como corresponde al hijo de un historiador): Divide et impera.

Es un perfecto atizador de odios. Judíos contra árabes. Judíos orientales contra asquenazíes, religiosos contra laicos. (Personalmente no es creyente, pero los religiosos de todos los colores son sus mejores aliados).

El odio se lleva bien con el miedo. Una antigua creencia judía dicta que todo el mundo tiene por meta destruirnos (“pero Dios nos salvó de sus manos”, como todo judío declama en la noche de Pascua). Ahora es más cierto que nunca.

Los iraníes tienen la meta de destruirnos. Los árabes quieren erradicarnos. Los izquierdistas son peores: son traidores. Es Bibi, el Único, quien nos va a salvar de todos ellos. Quizás Dios le eche una mano.

Pero el peligro verdadero del gobierno de Netanyahu es su total carencia de una respuesta al problema principal de Israel, su cuestión existencial: la guerra de 130 años con los palestinos, y por extensión con todo el mundo árabe y quizas todo el mundo musulmán.

Como muchos israelíes, Netanyahu no cree en Dios, pero cree que Dios nos ha prometido esta tierra

Obligado por la ideología de su padre, Netanyahu es incapaz de contemplar siquiera abandonar un palmo de nuestra santa patria. (Como muchos israelíes no cree en Dios, pero cree que Dios nos ha prometido esta tierra. De hecho, Dios era aún más generoso y nos prometió toda la tierra entre el Nilo y el Éufrates).

Algunos enclaves aislados del tipo Bantustán para los palestinos… por qué no, si no podemos expulsarlos a todos. Pero nada más.

Esto impide todo esfuerzo a favor de la paz. Garantiza un Estado de apartheid o un Estado binacional con una guerra civil permanente. Netanyahu lo sabe muy bien. No se hace ilusiones. Así que dio la respuesta lógica: “Viviremos para siempre con la espada”. Dicho en buen hebreo, con una espantosa visión política.

Bajo su gobierno, Israel se deslizará sin remedio por la pendiente hasta el desastre final. Cuanto más tiempo esté en el poder, mayor será el peligro.

En conjunto, Netanyahu es un hombre sin profundidad intelectual, un manipulador político sin soluciones reales, un hombre con una fachada imponente, pero vacío por dentro.

Mientras tanto, es muy hábil a la hora de inventar temas que desvíen la atención del problema fatídico. Todo Israel se ha volcado durante meses en el debate del “plan del gas natural”, la manera de repartir las ganancias de los yacimientos de gas natural descubiertos en el mar cerca de las costas de Israel. Netanyahu respalda con todas sus fuerzas el “plan” que traslada las riquezas a los bolsillos de un puñado de tiburones conectados de alguna manera con Sheldon Adelson, su protector (o como dicen algunos, su dueño).

Mientras tanto, el “Rey Bibi” y su muy poco popular consorte, la Reina Sarita, pueden estar satisfechos. No hay nadie alrededor que podría poner en peligro su reinado (“legislatura” parece una definición poco apropiada).

Están pensando en construir un palacio real (perdón, palacio de primer ministro), en lugar de la residencia actual bastante desgastada en el centro de Jerusalén. Alrededor de ellos no hay más que un desierto político.

Yo rezaría a Dios que nos salve.

Pero desgraciadamente, no creo en Él.

Publicado en Gush Shalom | 12 Dic 2015 | Traducción del inglés: Ilya U. Topper

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