Artes

Asli Erdogan

M'Sur
M'Sur
· 8 minutos

Partícula elemental libre

Asli Erdogan | © Muhsin Akgün / Radikal [Tomado de la web de la autora]
Asli Erdogan | © Muhsin Akgün / Radikal  ·  [Tomada de la web de la autora]

Está en la cárcel. Asli Erdogan, una de las escritoras de Turquía con más proyección internacional, fue detenida el 17 de agosto pasado y el 20 pasó a prisión preventiva, acusada de colaboración con la guerrilla kurda, el PKK. Su delito: ser columnista y miembro del consejo asesor del del diario Özgür Gündem, cerrado «provisionalmente» un día antes de su arresto. El 5 de septiembre, un tribunal rechazó liberarla. El club de escritores PEN International ha pedido su puesta en libertad inmediata e incondicional. También hay una campaña en Change.org.

No es la primera vez que Asli Erdogan (Estambul, 1967) sufre la persecución del Estado por su compromiso con la libertad de expresión: más de una vez ha sufrido campañas de acoso. Pero es mucho más que una activista. Antes de dedicarse a la literatura, Erdogan fue científica de investigaciones nucleares y trabajaba sobre partículas elementales en el CERN de Ginebra, trabajo que dejó en 1994 aunque hasta 1996 escribió su doctorado científico en Brasil, donde también se dedicó a la antropología.

Mas Asli Erdogan es, en primer lugar, una escritora con un lenguaje enormemente lírico, autora de cuatro novelas, una colección de relatos, dos tomos de ensayos, una antología de columnas periodísticas… Desde su primera novela, Kabuk Adam (El hombre de la concha), en 1994, la escritora ha marcado un rumbo de expresión y estilo en Turquía, reconocido con numerosos galardones, tanto en su país (premio Sait Faik en 2010) como en el extranjero. Ha sido escritora becada en Zurich, Graz y Cracovia. Su novela Kırmızı Pelerinli Kent (La ciudad del poncho rojo, 1998) ha sido traducido al inglés y alemán, de la novela Mucizevi Mandarin (El mandarín milagroso) y del relato Tahta Kuşlar (Pájaros de madera) también hay versiones en alemán.

En 2015, la autora cedió a M’Sur un relato de su último libro, la colección de prosa breve Taş Bina (El edificio de piedra, 2009) para su publicación en la revista Caleta.  Es un excelente ejemplo del lenguaje denso, expresivo, de introspección, que cultiva la autora. La foto ha sido tomada de la web de la autora: aslierdogan.com.

[Ilya U. Topper]

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Ángel

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Todos habíamos visto al ángel. En diferentes momentos y lugares, sobre tejados barridos por el viento, en habitaciones frías y vacías, en pasillos por los que no camina nadie. En la ventana de un ático, llamando a las estrellas que van y vienen. Entre las piedras, en una espera cotidiana, desnudo, desamparado, renunciando a su nombre, su destino, a los caminos del cielo. Sobre los acantilados, a solas, con una amarga sonrisa dando el paso hacia el umbral de lo infinito… Lo habíamos visto en las horas de rojo amanecer, de rojo sangre, de rojo fuego, bajo una luz de oro macizo, del fluorescente que hiere los ojos, bajo la cruda luz de una bombilla, en la oscuridad en la que nadie distingue al otro… Revoloteaba en la frontera entre lo que se ve y lo invisible, entre lo que es y lo que no es, emergía y desaparecía. A veces sólo se distinguían sus pelos enmarañados que se asemejaban a la melena de un león, otras únicamente un par de ojos húmedos, que centelleaban como estrellas solitarias, hundidos en el rostro. Nadie de nosotros lo había podido mirar mucho rato. Tal vez vimos bailar una flecha de luz o simplemente sentimos su brisa, una brisa de primavera fresquita, cargada de ciclamor. Con eso ya nos bastaba. El sonido de un batir de alas, una minúscula canción, un recuerdo que florece desde sí mismo, unas gotas de lluvia. Al escucharnos bajaba con un aleteo de las esferas del cielo, llenos hasta rebosar las manos, los brazos, los bolsillos, de cartas envueltas en luz de luna y en polvo de estrellas, de buenas nuevas, promesas, melodías… Venía cargando con gotas de lluvia, con ríos revueltos que se desbordaban sin freno, con olas gigantes que se alzaban en el mar abierto, con lejanías. A alguno le traía de vuelta su infancia, a otro le llevaba una invitación a la eternidad… a alguno el olor de los pinos, a otro, el susurro de sus copas. Hubo quien decía que olía como un animal salvaje, o como las rosas silvestres, los bosques en los que nunca entrara un hacha, el mar tras una tormenta, pero al mismo tiempo olía como una persona. A todos nos abrazó, con un ligero toque de sus ágiles alas; con un susurro, con unas cuantas gotas de lágrimas nos calmó a todos. No podía ser una ilusión, porque las ilusiones las habíamos gastado desde hacía mucho. Si nos hubiéramos podido reunir – cosa que nunca pudimos hacer – si hubiéramos podido juntar sus apariciones dispersas, diciendo tú esto, yo aquello, podríamos haber recreado una imagen de carne y hueso. Habríamos podido completar, con una frase de alguno de nosotros, su leyenda interrumpida a la mitad; habríamos podido rescatarla. Probablemente no pudiéramos. Nuestra pérdida era nuestra eterna pérdida, nuestra pérdida desde antiguo y todo lo que alguna vez perderíamos.

Estaba cansado, muy cansado, desgastado, de hambre, de no tener agua, cubierto por el color gris de la soledad. Con la cabeza apoyada en las rodillas, el pelo cayéndole sobre el rostro. Sin embargo, fue como si en un instante yo viera sus ojos de misterios inalcanzables, que no se parecían a los de nadie… Había sido creado de una materia distinta a la nuestra, de luz de luna errante y sueños, con un par de alas que refulgían como trazadas por la plata de la Vía Láctea, de versos nunca pronunciados, de un paraíso de color corazón… Del infierno más profundo, más auténtico. Tenía la mirada clavada en un punto del vacío, pero le quitaba el vacío al lugar que miraba y colocaba en su lugar un universo totalmente diferente, totalmente nuevo. Un universo nunca visto, aún no desgastado. Un universo en el que todo se completaba en cuanto lo nombraba, uno vivo, verdadero, de cuya existencia yo no dudaba.

Se acurrucó como si estuviera sufriendo, se hizo un ovillo, como si se encogiera en un cuerpo que le hubiera quedado demasiado grande. Su ropa estaba hecha jirones, como cubierta de humo, ceniza, tierra. Las gotas de lluvia que se escurrían de sus alas empapadas formaban charcos de fango a su alrededor. Parecía haber salido para siempre de las esferas del cielo, de algún lugar muy cerca del corazón, para venir a la noche de este mundo, atravesándola apresuradamente de punta a punta. Como si ya hubiera tardado demasiado… Habría errado por las tinieblas de este mundo de humanos, sin diferenciar ya si escuchaba a vivos o muertos. Habría venido a vivir con nosotros, a quedarse entre nosotros, a consumirse entre nosotros. Habría visto muchos secretos: secretos, culpas, milagros, crímenes, a muchas existencias humanas enfrentadas. Habría visto todo, y en todo se habría visto a sí mismo. Poco a poco iría entendiendo cada vez menos de nuestro mundo, formado por voces y significados, por eso se callaba.

De repente alzó la cabeza de golpe, lanzándola atrás casi rompiéndose el cuello, como una cabeza de muñeco. El pelo le volaba y se escuchó una risa feroz. Era una risa de noche terrorífica que venía de las profundidades, de las máximas profundidades, resonaba, retumbaba entre las paredes, y se hacía pedazos al golpear contra las piedras. Salvaje, grandiosa, asilvestrada, sin dueño. Mostraba así sus heridas mortales. Los cortes que florecen, rojísimos, en nuestro cuerpo, los moratones, las quemaduras, las marcas de los golpes que forman un bosque impenetrable, la sangre que se seca como rosas silvestres, que fluye infinita cual río revuelto que se desborda sin freno… Ya no podía mover sus alas…

Durante un breve instante, un momento inconmensurablemente corto, vi como sudaba copiosamente su rostro, partido en dos por la cicatriz de una profunda herida, como se convirtió en una máscara hueca… Luego dejó de caer de nuevo la cabeza hacia delante, como si le pesaran las muertes – tu muerte, la mía – y se dobló sobre las rodillas. Su mirada se rompió como una rama seca. Parecía que unas cortinas gigantes que viniesen de ambos lados de un universo partido en dos velaran sus ojos, que ya nos habían abandonado. Allí, solo, vencido, destrozado y altivo, con un último esfuerzo, un esfuerzo último, sobrehumano, inmenso, se sumergió en los sueños.

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© Aslı Erdoğan 2009. Del libro de relatos Taş Bina ve Diğerleri (El Edificio de Piedra y otros relatos) | Traducción del turco: © Ilya U. Topper · Primero publicado en Caleta (Dic 2015)