Opinión

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Uri Avnery
Uri Avnery
· 9 minutos

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El sionismo era una idea revolucionaria. Proponía que el «pueblo judío» debería crear una nueva entidad judía en tierras de Palestina.

El proyecto sionista tuvo un enorme éxito. En 1948, la nación embrión era suficientemente fuerte como para crear un Estado. Nació Israel.

Cuando uno construye una casa, necesita un andamio. Cuando el edificio está terminado, el andamio se quita.

Pero las ideas y estructuras políticas no mueren fácilmente. La mente humana es perezosa e insegura y se agarra a ideas familiares, aún mucho después de que se hayan vuelto obsoletas. Además, hay intereses políticos y económicos asociados a la idea que se resisten al cambio.

El «sionismo» continuó existiendo después de que hubiera cumplido su objetivo

Así, el «sionismo» continuó existiendo después de que hubiera cumplido su objetivo. El andamio se hizo superfluo, incluso se convirtió en un obstáculo.

¿Un obstáculo para qué? Veamos el ejemplo de Australia. Lo crearon colonos británicos, como colonia de Gran Bretaña. Los australianos estaban profundamente comprometidos con Inglaterra. Durante la II Guerra Mundial pasaron por nuestra tierra, camino de África del Norte donde iban a combatir para Gran Bretaña. (Nos cayeron muy bien).

Pero Australia no es Gran Bretaña. Tiene un clima diferente, otra geografía, una ubicación distinta, lo que dicta opciones políticas distintas.

Si consideramos todos los colectivos judíos del mundo como una especie de madre patria, como Gran Bretaña lo fue para Australia, Israel debería haber cortado el cordón umbilical tras nacer. Una nación nueva. Un lugar nuevo. Vecinos distintos. Opciones diferentes.

Eso nunca ocurrió. Israel es un Estado «sionista», o así lo cree la inmensa mayoría de sus ciudadanos y dirigentes. No ser sionista significa ser un apóstata, casi un traidor.

Pero ¿a qué se refiere Israel con «sionismo»? ¿Patriotismo? ¿Nacionalismo? ¿Solidaridad con los judíos en el mundo? ¿O algo mucho más grande: la idea de que Israel no pertenece realmente a sus ciudadanos sino a todos los judíos en el mundo?

Estos conceptos básicos, sean conscientes o no, tienen consecuencias de gran envergadura.

Israel se define oficialmente y judicialmente como «Estado judío y democrático»

Israel se define oficialmente y judicialmente como «Estado judío y democrático». ¿Quiere decir esto que los ciudadanos de Israel que no son judíos, como los árabes, no pertenecen realmente a este Estado sino que sólo se les tolera y que sus derechos cívicos se pueden cuestionar? ¿Significa que Israel es en realidad una nación occidental trasplantado a Oriente Próximo (en sí un concepto occidental)?

Theodor Herzl, el fundador del movimiento sionista, sugirió en su libro fundamental «El Estado Judío» que en Palestina cumpliríamos como avanzadilla voluntaria de la civilización europea contra el barbarie. ¿En qué bárbaros pensaba?

Unos 110 años más tarde, el primer ministro de Israel, Ehud Barak, expresó la misma idea en palabras más coloridas, cuando describió Israel como «un chalé en la jungla». De nuevo, es fácil adivinar en qué animales salvajes pensaba.

Desde la inmigración masiva de las comunidades judías orientales a Israel (y otros países) a principios de la década de 1950, muy pocas comunidades judías se han quedado en países ‘orientales’, y las que quedan son minúsculas y dan pena. Los judíos del mundo se concentran – o más bien se dispersan – en Occidente, especialmente en Estados Unidos.

La conexión judía-israelí es extremamente importante para Israel. La posición dominante de la comunidad judía en la política de Estados Unidos garantiza la inmunidad diplomática del Gobierno israelí, haga el Gobierno lo que haga, y sea el presidente estadounidense el que sea. Además de un apoyo financiero y militar masivo, desde luego.

Si todos los judíos de EEUU emigrasen sería una terrible catástrofe para el «Estado judío»

(Si mañana, todos los judíos de Estados Unidos experimentasen un fervor mesiánico y emigrasen en masa a Israel, sería una terrible catástrofe para el «Estado judío»).

Por otra parte, la conexión judía-israelí convierte Israel de hecho en una «avanzadilla de Occidente», tal y como Herzl lo vio, y garantiza que el Estado judío siempre se mantendrá en guerra con sus vecinos geográficos.

«La paz con los árabes» es un tema que se debate en Israel de forma interminable. Es la línea que divide «derecha» e «izquierda».

La convicción predominante es: «La paz sería bonita. Todos queremos paz. Desafortunadamente, la paz es imposible».¿Por qué imposible? «Porque los árabes no quieren. Nunca aceptarán un Estado judío en medio de sus países. Ni ahora, ni nunca».

Basándose en esta convicción, Binyamin Netanyahu ha formulado su condición para la paz: «Los árabes deben reconocer Israel como el Estado-Nación del Pueblo Judío».

Eso es ridículo. Desde luego, los «árabes» deben reconocer el Estado de Israel. De hecho, Yasser Arafat lo hizo en nombre del pueblo palestino, antes de firmar los Acuerdos de Oslo. Pero definir el carácter del Estado de Israel o su régimen es una responsabilidad que únicamente compete a los ciudadanos de Israel.

No reconocemos China como país comunista. No reconocemos Estados Unidos como país capitalista. Ni reconocíamos, en el pasado, reconocer Estados Unidos como país blanco protestante. No reconocemos Suecia como país sueco. Toda esa idea es absurda. Pero nadie, ni en Israel ni fuera, se atreve a preguntarle a Netanyahu qué se ha fumado.

Pero en un punto, Netanyahu toca algo fundamental. La paz entre Israel y Palestina – y por extensión, con todo el mundo árabe y musulmán – requiere un cambio mental básico tanto en Israel como en Palestina. No basta con un trozo de papel firmado.

En vísperas de la guerra de 1948, en la que nación el Estado de Israel, yo publiqué un panfleto llamado «Guerra o paz en la región semita». Empezaba con las palabras:

«Cuando nuestros padres decidieron establecer un «refugio» en Palestina, tenían que elegir entre dos alternativas: Podían aparecer en Asia Occidental como conquistadores europeos, que se consideran una cabeza de puente de la «raza blanca» y los señores de los «nativos», como los conquistadores españoles y los colonos anglosajones en América. Como, en su época, los cruzados en Palestina. La otra manera era considerarse como un pueblo asiático que regresa a sus tierras ancestrales».

Un año más tarde, poco antes del final de la guerra, fui herido de gravedad. Mientras estaba en el hospital, durante largos días sin dormir ni comer, tenía mucho tiempo para pensar y sacar conclusiones de mis recientes experiencias como soldado en el combate. Llegué a la conclusión de que existe un pueblo palestino árabe, que este pueblo necesita un Estado propio, y que sólo podría haber paz si un Estado de Palestina se crease vecino a nuestro nuevo Estado.

Ese era el inicio de la idea de los «Dos Estados», tal y como se discute ahora. En los años que siguieron, la rechazaron todos: los árabes, Estados Unidos y la Unión Soviética. Y por supuesto, todos los Gobiernos israelíes sucesivos. Como es sabido, Golda Meir dijo: «No existe un pueblo palestino o algo similar».

Hoy, la solución de los Dos Estados se ha convertido en un consenso mundial. La mayoría de los israelíes la aceptan, aunque sólo sea en teoría. De vez en cuando, incluso Netanyahu pretende aceptarla. Pero ¿con qué fundamentos?

Muchos de quienes se adhieren a la idea la adoptan como un buen método de «separación». Tal y como lo expresó Ehud Barak (el hombre del «chalé en la jungla»): «Ellos estarán allí, y nosotros estaremos aquí».

Así no funcionará. Es una actitud negativa. Otros afiliados a la idea la valoran porque temen – con bastante motivo – que en caso contrario, la Tierra de Israel se convertirá en la Tierra de Ismael, un Estado binacional con una mayoría árabe. Ya existe una mayoría árabe en el área entre el Mediterráneo y el río Jordán. Los que desean tener un «Estado judío» se sienten atraídos por la solución de los Dos Estados, si bien por los motivos equivocados.

No se puede conseguir paz con una mentalidad de guerra y conflicto

Pero el argumento principal contra este tipo de ideas es que tras un conflicto histórico que dura ya casi 140 años, eso no basta para conseguir la paz. No se puede conseguir una paz histórica con una mentalidad de guerra y conflicto.

Cuando, en el hospital, pensé por primera vez en esta solución, con la guerra todavía en plena marcha, no pensé en una «separación». Pensaba en la reconciliación entre dos pueblos tras un largo, muy largo, conflicto, dos pueblos que vivieran lado al lado en dos Estados libres y nacionales, cada uno con su bandera propia, sin muro entre ellos. Me figuraba una frontera abierta, por donde se moviesen libremente tanto personas como bienes.

Este país, llámese Palestina o Israel, es muy pequeño. Vivir en dos Estados antagónicos sería una pesadilla. Por eso, algún tipo de asociación libre, llámese confederación o federación, es una necesidad esencial. Crearla y mantenerla requiere un espíritu de reconciliación.

No simplemente una paz negativa, la ausencia de guerra, una paz fría de recriminaciones y animadversión mutua, sino una paz positiva, una paz verdadera, con ambos bandos entendiendo los motivos básicos del otro, su narrativa histórica, sus esperanzas y temores.

¿Es posible?

Bueno, ocurrió entre Alemania y Francia tras muchos siglos de conflictos, incluyendo dos guerras mundiales.

Sí, creo que puede ocurrir aquí.

 

© Uri Avnery  | Publicado en Gush Shalom | 17 septiembre 2016 | Traducción del inglés: Ilya U. Topper

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