Entrevista

Mathias Énard

«Soy un adversario feroz del islam como posibilidad política»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 16 minutos
Mathias Énard (Sevilla, Oct 2016) | © Alejandro Luque
Mathias Énard (Sevilla, Oct 2016) | © Alejandro Luque

Sevilla | Octubre 2016

A pesar de lo intenso de su gira promocional, se nota que Mathias Énard disfruta con la dimensión pública de su trabajo. “Es extraño”, confiesa, “te pegas un montón de tiempo encerrado en una habitación escribiendo, y luego otro montón de tiempo hablando sobre ello con desconocidos”.

Nacido en Niort (Nueva Aquitania) en 1972, este escritor ya había dado pruebas de su fuerza como prosista en títulos como Zona, Calle de los ladrones, Habladles de batallas o El alcohol y la nostalgia. Con Brújula, una obra protagonizada por un orientalista austríaco que rememora su pasado, ha roto su propio techo y conquistado el premio Goncourt.

Ha residido en diversos países mediterráneos, habla español (y catalán) a la perfección, vive actualmente en Barcelona, ama la buena cocina y, como queda patente en su novela, la música es una de sus especialidades.

Cuando leí Brújula, tuve la sensación de que era algo parecido al contrapunto de Zona. Ambas son novelas de largo aliento que viajan de Occidente a Oriente, pero ésta está protagonizada por un agente secreto, alguien que trabaja para la guerra, mientras que en Brújula se trata de gente que trabaja para el entendimiento. ¿Lo pensó así?

«Creíamos que el orientalismo había creado Oriente… pero también influye en Occidente»

Sí, sí, es más que correcto. Son esas cosas que puedes ver después, pero cuando empecé no tenía clara esta relación. Son novelas que comparten mucho, incluso la gestión del tiempo y del espacio. En Zona ocurre todo en un trayecto de tren Milán-Roma, no salimos de él. En Brújula, en cambio, todo ocurre en el apartamento de Franz Ritter. Si en Zona el tiempo estaba muy controlado, una página cada kilómetro, en Brújula es una página cada 90 segundos de insomnio. Sé exactamente que hago eso.

¿Su intención era rendir un homenaje a los orientalistas, con sus luces y sus sombras?

No sé, más bien revisitar esa figura, ver que aparte del orientalismo como lo vio [Edward] Said, había también una especie de… función de los orientalistas que valía para Europa misma. Quería saber cómo el orientalismo había ayudado a transformar Europa, introduciendo elementos de cultura ajena, traduciendo, dando a conocer obras. Y cómo esto transformó la literatura, o la música europeas. Siempre hemos tenido la sensación de que el orientalismo había creado Oriente… pero también influye en Occidente, de forma a veces paradójica.

Se ha comparado mucho esta obra con la polémica Sumisión, de Houellebecq. Lo curioso es que los personajes de éste solo saben acercarse al otro por la conversión religiosa. Los suyos lo hacen a través del aprendizaje de la lengua, de la cultura…

«Del islam, Houellebecq se queda con la idea de casarse con cuatro mujeres jóvenes»

Sobre todo no tengo esa visión excluyente de la religión. Uno se puede interesar por las religiones del mundo sin formar parte de ellas. Pero Houellebecq se interesa sobre todo por Francia, al final su visión del islam es muy francesa, está muy ligada a la sátira que hace de la sociedad francesa… Del islam, se queda con una idea que le fascina, la posibilidad de casarse con cuatro mujeres jóvenes.

Algo que haría reír a la mayoría de los egipcios o los jordanos, a los que ya les cuesta mantener un matrimonio con una sola, ¿no?

¡Exacto! [risas] Es un islam de cliché orientalista, también. La inmensa mayoría de los musulmanes no son polígamos.

Alguna vez ha comentado que creció leyendo Las mil y una noches. Las bondades de ese libro son más que conocidas, pero, ¿sabemos cuánto daño ha hecho?

[risas] Yo diría que es una especie de sueño oriental de princesas, monstruos, viajes, de Simbad, algo muy infantil. Pero también es algo que desaparece muy rápido. Cuando estás en contacto con la realidad, esos sueños cambian de inmediato. Sí, de vez en cuando, en una calle de Alepo, he tenido la sensación de estar en un episodio de Las mil y una noches. Tiene mucho que ver con la estética medieval. Pero cuando llegas con 19 años a El Cairo, como me ocurrió a mí, esos sueños se van a la mierda en un segundo. Es una ciudad fascinante, sin duda, pero por otros motivos.

¿No ha hecho suyo el propio mundo árabe ese cliché, ya sea para vender turismo o para dar miedo, como cuando el Daesh se autoproclama califato?

Bueno, el califato existió hasta 1923, lo que no es tolerable es que exhiban las decapitaciones como signo de identidad cultural. Ese cliché no es que solo viaje de vuelta: este gran cajón de sastre que es lo oriental, está disponible también allí. Si montas un hotel en Damasco o Beirut como este donde estamos ahora, vas a usar esas imágenes para recrear un ambiente fantasmático. Son cosas que funcionan para los propios locales, forma parte de su imaginario también.

¿El orientalista sería, en primer lugar, el que sabe saltar por encima de los tópicos?

Sí, y por eso no olvidemos que hay también un orientalismo oriental, de turcos, iraníes… Por ejemplo, hay un personaje en el libro que me gusta mucho, un turco de los años 20, Halil Pasha, que fue no solo un gran pintor orientalista, sino también arqueólogo. Hizo muchas excavaciones en el Líbano…

Hay algo determinante en el orientalismo, y es el aprendizaje de la lengua. ¿Qué importancia tiene la traducción en esta materia?

«Te puedo asegurar que en una semana sabes leer y escribir árabe, es muy fácil»

Mucha, sobre todo en sus orígenes. La mayoría de los primeros orientalistas fueron traductores, aunque no solo. Una gran parte de su labor es introducir textos persas, árabes, turcos en Europa. El problema de la literatura es que no circula sin eso, como tampoco la música podía circular cuando no había grabaciones y la música era solo en directo. Y como no había turnés de músicos árabes o turcos por Europa, dependías de las transcripciones que pudieran hacer los musicólogos de por ahí. En París, el único contacto que podías tener con las músicas de Oriente eran las pocas transcripciones que hacían los viajeros.

Aprender árabe, ¿es tan difícil como parece?

No. Y te lo digo no por mi experiencia, sino por la de mis estudiantes también. Te puedo asegurar que en una semana sabes leer y escribir, es muy fácil. El primer año es chungo porque claro, es una lengua muy distinta a la nuestra, hay muchas cosas que asimilar a nivel fonético, gramático… Hay que acostumbrarse a la escritura. Pero superado esto, es muy fácil, porque es una lengua perfecta: la lengua de Dios [sonríe]. Por otro lado, tiene una dificultad muy grande, y es que no hay una sola lengua, sino 25.000, porque está el árabe estándar, literario, que no se habla, y luego está la lengua de la gente, que cambia cada tantos kilómetros.

¿Ha podido ser eso el motivo de atraso de cierta literatura árabe, el hecho de escribir en una lengua distinta de aquella con la que uno se declara o discute con los amigos?

«Lo que no se explica es el poco interés de la universidad española por el arabismo»

No sé si de atraso, sí de dificultades para relacionarse el escritor o el intelectual con su público natural. Pero también es una gran fuerza, porque comunicas con todo un mundo, desde el Atlántico al Golfo. Y a la hora de escribir, todo el mundo entiende lo mismo.

¿Cree que la falta de orientalistas en España se debe a que no hay mucha gente que hable árabe?

Es un misterio. La historia del arabismo español es un poco como los escritores del mundo árabe. Los españoles tienen la suerte de tener el mundo árabe en casa. De hecho, los primeros trabajos de arabistas españoles tienen que ver con Al Andalus, luego con el Marruecos colonial, otra forma de quedarse por aquí. Lo que no se explica es el poco interés de la universidad española por estas materias. Es muy extraño. Los estudios en este sentido son algo relativamente reciente: empiezan en el siglo XIX, muy tarde, cuando los alemanes, los italianos y los franceses están en ello desde muy al principio del XVIII. Quizá tenga que ver con el peso de la Iglesia católica, que ha tenido siempre un miedo terrible a lo árabe como sinónimo de entrada de lo musulmán, de lo pagano, incluso de lo judío.

Le he oído decir que el nacionalismo español se ha alimentado mucho de la idea de Al Andalus, pero no me queda claro si como contraste…

¡No, no, como lo propio precisamente! Se ve mucho, por ejemplo, en que de Al Andalus interesa sobre todo hasta el final de los reinos de taifas, Almutamid, el último rey de taifa. Es “la buena sangre andaluza”, como decía aquel arabista. Pero para él Al Andalus se acaba con la llegada de los bereberes, de los almorávides, que son los que ponen fin a la “grandeza” de Al Andalus. Por eso la grandeza de Al Andalus era supuestamente española, y estos que vienen del sur son unos pobres desgraciados que no saben nada, y acaban un poco con esta expresión de “la sangre española” que volverá solo con la Reconquista. Es una forma muy extraña de verlo [risas].

Emilio González Ferrín, que le acompaña en la presentación de su libro, niega con otros expertos la idea de invasión islámica desde el Estrecho. ¿Coincide con esa visión?

«Se ve en los nombres de la gente cómo el islam llega a Al-Andalus: hay interés en convertirse»

Hombre, tengo opinión sobre todo porque sabemos las posibilidades militares de la época. Sabemos que hubo episodios militares, pero triunfaron sobre todo porque lograron interesar a toda una serie de gente que estaba dominada por unos pocos, cabecillas visigodos o lo que fuera. En cambio los árabes llegaron y, gracias a la conversión al islam, proponían a cualquiera ser su propio amo. Y eso era un arma impresionante. De hecho, la gran fuerza de los árabes fue que utilizaron todas las administraciones que estaban ahí, y los funcionarios son los mismos. Se ve muy bien, también, en las conversiones, en los nombres de la gente, cómo el islam llega a la población. Por grandes momentos, hay un interés en convertirse. A menudo, un interés político en sentido general, para dejar de pagar impuestos, etc. Hay algo houellebecquiano en todo eso [risa].

Siguiendo con Brújula, algunos lectores se han sentido avasallados, como ocurrió también con Zona, ante su derroche de erudición. ¿Pero no hay una invitación a investigar, a curiosear, en el hecho de constatar lo poco que sabemos?

Exacto, lo veo como una posibilidad de la modernidad, una forma de lectura muy contemporánea. Antes, todo tenía que caber en el libro, solo tenías las enciclopedias para ampliar. Ahora, con internet, es muy fácil, si quieres puedes averiguar cualquier cosa en un segundo, solo con una clave, el nombre de un personaje, el título de una música. Yo, escribiendo Brújula, fui bastante atento en no citar cosas que no estén fácilmente disponibles, para que el lector pueda seguir viajando mucho más tiempo. Antes era posible esa investigación, pero era mucho más difícil. Ahora puede hacerlo cualquiera.

Uno de sus libros que más me gustó fue Calle de los ladrones. Quería que me contara la construcción de ese personaje, y qué función juega el elemento religioso en ese chico protagonista.

«Mira que era difícil añadir problemas a Egipto, pero lo han conseguido»

El libro tiene una historia un poco extraña, aparqué de hecho el principio de Brújula para escribir Calle de los ladrones. Fue una experiencia extraña, empezaron las primaveras árabes y el movimiento de los indignados en España, y yo quería escribir algo casi en directo, contando lo que sucedía cada día. Yo tenía muchas esperanzas en la Primavera árabe, y el personaje nace precisamente de la Calle de los ladrones, donde yo tenía el despacho, y hablaba con jóvenes marroquíes de 16 o 17 años que vivían por la calle. Me inspiré un poco en su vida, no fue una entrevista formal, pero charlando con ellos vi que era gente muy real.

Imagino que para un amante del mundo árabe, ver lo que ocurre hoy en la zona debe de ser bastante desmoralizador. ¿Queda algo de aquella esperanza?

Es un poco desesperante, pero claro que hay esperanza. En Túnez, por ejemplo. Es el país que hasta ahora mejor lo ha hecho como transición democrática, pero tiene un peligro inmenso: es el país árabe con más yihadistas, en Libia, en Siria… Y estos van a volver en algún momento. Un poco lo que pasó en Argelia, cuando volvieron los de Afganistán. Esperemos que no, pero es el peligro que corre Túnez. Luego Libia ya no existe, Siria no existe, Egipto ha vuelto a la dictadura más chunga… Mira que era difícil añadir problemas a Egipto, pero lo han conseguido. Hay muchísima inseguridad, está todo peor. Es una bomba de relojería.

¿Es posible hacer una crítica al islam sin que te tachen de racista o xenófobo?

Sí, se puede. Lo importante es la defensa del espacio público. Soy un adversario feroz del islam como posibilidad política. El problema es cuando dicen que en el islam está todo, y en el Corán está todo tal cual viene escrito. Eso es una forma de dictadura brutal.

¿Cómo vivió el atentado contra Charlie Hebdo?

Estaba precisamente en Francia. La verdad, Charlie Hebdo nunca lo encontré muy divertido, algún dibujo sí, otro no… Pero creo que esto va más allá del contenido. Simplemente, no podemos permitir que un terrorista del bando que sea mate a personas primero, y a periodistas después, porque sí. No hay que tomarlo con algo que tenga que ver con el islam radical, que lo tiene, sino como un asunto de todos, de garantía de libertades públicas.

“El terrorismo no es la guerra”, ha dicho usted. Eso es ir en contra de la política francesa…

«La trampa de Al Qaeda y Daesh es intentar fragmentar las sociedades europeas»

No lo es, obviamente. El Gobierno francés se ha equivocado en meter la retórica de la guerra, porque para hacer la guerra necesitas un enemigo. ¿Y quién es? Sobre todo, si dices que estás en guerra en Francia, significa que hay un enemigo escondido. Y esto en seguida va a ser interpretado como “el enemigo es el musulmán, el musulmán es la quinta columna de Daesh”. Es peligroso, porque va justo en el sentido de la trampa de Al Qaeda primero y de Daesh después, que es intentar fragmentar las sociedades europeas, y los musulmanes de aquí, ante la presión de los otros, se vuelvan más radicales. Esa era ya la táctica de Bin Laden. Cuando empiezas a hablar de guerra y a usar esta retórica, tiras piedras contra tu propio tejado.

Las acciones militares de Francia en Siria, ¿han sido comprendidas por la población musulmana francesa?

Bueno, a mí me gustaría que hubiera acciones militares reales en Siria, pero no sé si es eficaz. Lo dudo. No sé ni tan siquiera si realmente tienen interés en combatir Daesh sobre el terreno de una forma contundente. Creo que lo tienen que hacer porque hay atentados, pero saben que es absolutamente ineficaz. Pero saben que sin los rusos no se puede hacer nada. No funciona eso de los enemigos de mis enemigos son mis amigos [risas]. No sabes ya ni quiénes son unos u otros, no sabes si Daesh es enemigo de Bashar al Asad o no.

Ha vivido en Teherán y en Damasco. Lo que más diferencia a las poblaciones es que unos fueran persas y otros árabes, o que fueran suníes y chiíes?

«No sabes ya ni quiénes son unos u otros, no sabes si Daesh es enemigo de Bashar Asad o no»

En el caso de Irán, hablamos de todo un país que por su rey se convierte al chiísmo en el siglo XVI, precisamente para diferenciarse de lo que había alrededor, pues antes eran sunitas. El nacionalismo iraní está muy basado en la religión, en el idioma, en esa diferencia esencial. No son árabes, hay muchos turcos, muchísimos, y persas, y todos chiítas. Y al volverse religión de Estado, adquirió un poder enorme. Luego, en Siria los alauitas no se definían como chiítas hasta hace tres días [risas]. Eran algo aparte, como los drusos. Y luego la relación de Bashar al Asad con los alauitas es algo muy complicado…

¿Cuánto farsi hay que saber para traducir una novela erótica de un autor persa decimonónico?

El persa es un idioma bastante fácil. Hablarlo al menos, leerlo un poco menos. Pero hay diccionarios. Lo difícil es la densidad del vocabulario, porque tienen acceso a todo el vocabulario árabe, pueden mezclar, pueden pescar en un diccionario árabe del siglo IX y meterla ahí. Eso lo complica todo, en una novela erótica o no erótica.

Una curiosidad final: aquellos persas, ¿follaban igual que nosotros?

Exactamente igual.

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