Opinión

A los que no leen esto

Wael Eskandar
Wael Eskandar
· 7 minutos

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Últimamente he mirado a menudo una página en blanco, igual que esa blancura uniforme me miraba a mí, mientras yo reflexionaba sobre cómo emborronarla con algo sensato. Mis palabras a veces fluyen, pero la mayoría de las veces estoy inundado por la idea de qué poco conseguirán. Incluso ahora, mientras escribo, persiste en la parte de atrás de mi cabeza lo futil que es dirigirse a quienes se niegan que me dirija a ellos.

Es mala suerte que tenga que pensar tan a menudo en quienes no quieren leer mis palabras, pero son ellos, con su complacencia y su ciego apoyo a las injusticias, quienes han permitido que mis amigos fuesen señalados, acosados y encerrados en jaulas sin haber hecho nada malo. Se me ocurre que

¿Cuándo mis amigos y yo nos hemos convertido en responsables de liberar este país de sus injusticias?

Me he comunicado una y otra vez con aquellos a los que preferiría no dirigirles la palabra, en la esperanza de poder presionar a favor de mis amigos encarcelados y torturados. He probado numerosos caminos, pero todos han fallado. Puedo sentir que algunos, incluso de entre quienes me conocen bien, preferirían que estuviera encerrado con los demás. Los más aguantables de entre ellos me han respondido que no tenemos otra opción que permitir esas atrocidades, porque, dicen: “Tú y tus amigos han fallado”.

¿Cómo nos hemos convertido yo y un grupo de otras personas de repente en una entidad? ¿Cuándo mis amigos y yo nos hemos convertido en responsables de liberar este país de sus injusticias?, me pregunto. ¿Era en el momento en el que lo vimos? ¿Era en el momento en el que lo expresamos? ¿Era el momento en el que lo experimentábamos? No sabría ubicar el momento en el que a mí y a otros que comparten mis valores nos dieron el papel de guardianes del país, para poner en orden una brutal fuerza policial sin tener fusiles, o a un militar cuñado, sin tener mando, o una judicatura injusta sin tener poder. No puedo ubicar el momento en el que tuvimos el deber de limpiar la burocracia de su profunda corrupción o vigilar a los empresarios corruptos.

Entre los encarcelados se hallan algunas de las personas más valientes y mejores que me he cruzado

No puedo ubicar el momento en el que, muy de repente, ver las cosas como son me colocó en un bando determinado y exigía más de mí que de los demás que aplaudían las brutalidades. Siempre me he considerado un individuo, pero ver las cosas de una manera distinta a la de quienes quieren mantener el status quo me ha convertido en culpable.

No quiero hacer recuento de cuántas de las personas que conozco personalmente han sido señaladas, acosadas, encarceladas. A muchos los conozco bien, en algunos casos nuestros caminos se cruzaron a menudo, eran amigos aún más cercanos de mis amigos. No quiero hacer recuento porque será triste y parecerá un número finito para lo que parece una injusticia infinita. A muchos, los demás no los conocen tanto como a Alaa Abel Fattah, Yara Sallam, Sanaa Seif y Mahienour El-Massry, pero no por ello valen menos. Entre los que están encarcelados se hallan algunas de las personas más valientes y mejores que me he cruzado en el mundo, y yo he viajado lo mío.

No es casualidad que los mejores están en la cárcel o señalados. Es la causa por la que están allí. Muchos no son simplemente un caso de una pérdida desafortunada de personas íntegras que hayan sido condenadas por otros motivos. Están en la cárcel a causa de sus posturas y su integridad.

Aquellos que no escucharán mis palabras ni mis razonamientos me han preguntado por qué me preocupan las tonterías que hacen los hombres codiciosos en el poder. Por una parte, me importa porque mucha gente que conozco está entre rejas, sufriendo el calor extremo del verano y el frío áspero del inviero, aparte de otras cosas que no quiero ni empezar a imaginar.

Por otra parte, me veo a mí mismo en otros que han podido compartir esa misma suerte y me importa, porque no me gustaría que una tragedia así cayera sobre mí, y si ocurriera me gustaría como mínimo que otros me recuerden y hablaran por mí.

Mis palabras no significan nada para quienes tienen ganas de encarcelar toda una generación

Me sigue importando y sigo hablando porque ellos están aún más silenciados que yo. Mis palabras no significan nada para quienes tienen ganas de encarcelar toda una generación, ni para sus seguidores, pero quizás puedan significar algo para aquellos que han sido señalados de forma injusta, de una extraña manera cósmico que yo no llego a entender. Escribo algunas palabras, sabiendo que las personas a las que quiero dirigirme no quieren escuchar en absoluto.

Muchos amigos que me han visto alzar la voz se me han acercado preocupados: “Baja un poco el ritmo”, me dicen. “Nos preocupa lo que te pueda pasar”.

Apoyen el régimen o no, ellos entienden la brutalidad del régimen y cómo se puede ensañar cuando señala a alguien. Pueden secuestrar, encarcelar, falsificar acusaciones, pueden asaltar, pueden llevar a cabo una actividad legal o criminal: depende de lo enfadados que estén o de lo arriesgado que les parezca que me siga expresando. Todo lo enumerado ya lo han hecho antes, y hay poco motivo por el que no lo volverían a hacer, porque en la mayoría de los casos pueden hacerlo sin que les pase nada.

Vuestros miedos no son excusa para apoyar la crucifixión de aquellos que tienen ideas contrarias

Estar callado en un tiempo cuando otros que conozco han pagado mucho más que sólo miedo a sufrir daños, parece de cobardes. Mi silencio habitual es fruto de la desesperación o de la incapacidad de expresar algo significativo, pero no debería ser por el miedo a sufrir daños, especialmente cuando no hay amenazas inminentes.

Ni siquiera digo nada de interés ahora: es sólo una expresión del momento en que me hallo, sin nada nuevo que pueda ofrecer a quienes sí me encantaría dirigirme. Pero ¿qué pasaría si tuviera algo que decir que escucharían? ¿Qué sería?

Diría: Vuestros valores y creencias valen algo; pueden coronar el opresor y dañar al inocente. Vuestros miedos, vuestra sed de supervivencia no son excusa para apoyar la crucifixión de aquellos que tienen ideas y valores contrarios a los vuestros, ni para mirar hacia otro lado, diciéndoos con indolencia que no hay nada que podáis hacer. La elección entre la moral y la supervivencia es una elección falsa, y podemos aún sobrevivir salvando algo de nuestra calidad de humanos.

Les contaría que la ley por la que se ha arrestado a miles no se aplica de forma uniforme ni justa, y que hemos visto cómo los guardianes de la ley la violan y escapan a su castigo injusto. Les contaría que existen los que han sido detenidos sin acusación y que han sido sometidos de forma brutal sin causa, y que existen los que han cometido terribles crímenes pero andan libres.

Sin embargo, aquellos a los que yo quisiera hablar no tienen oídos para mis palabras, no visitan los sitios que yo visito, no creen en las cosas en las que yo creo, no sienten las cosas que estas palabras quisieran hacerles ver.

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