Opinión

La universidad del terror

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

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Hace unos días, un hombre perpetró un acto terrorista en el centro de Londres, una ciudad que me encanta.

Este hombre atropelló a varias personas en el puente de Westminster, apuñaló a un policía hasta la muerte y se acercó a las puertas del parlamento, donde fue abatido a tiros. Todo esto tuvo lugar bajo la sombra de la torre del Big Ben, un blanco fotográfico absolutamente irresistible.

Fue una noticia electrizante en todo el mundo. En pocos minutos, se culpó a Daesh de lo ocurrido. Pero entonces la verdad salió a la luz: el terrorista era un ciudadano británico, un musulmán converso nacido en Inglaterra. Desde su más tierna infancia había cometido una serie de delitos menores. Había entrado y salido de prisión en varias ocasiones.

¿Cómo precisamente esta persona acabó convertida en un fanático religioso, en un shahid, un testigo de la verdad de Alá, que sacrificó su propia vida en pro de la grandeza del islam? ¿Cómo se ha convertido en el autor de un acto que ha sacudido tanto a Europa como al resto del mundo?

Antes de intentar responder a esta pregunta tan desconcertante, es necesario hacer una observación sobre la eficacia del “terrorismo”.

Tal y como sugiere el propio término, se trata de la difusión del terror. Es una forma de lograr un fin político haciendo que la gente tenga miedo.

La gente no le tiene tanto miedo a los accidentes de tráfico; no se abstiene de salir a la calle

Pero, ¿por qué la gente tiene tanto miedo de los terroristas? Es una cuestión que siempre me ha desconcertado, incluso cuando siendo un adolescente yo mismo formé parte de una organización a la que nuestros caciques británicos tacharon de “terrorista”.

Desconozco cuanta gente perdió la vida en accidentes de tráfico en el Reino Unido en el mismo mes en el que tuvo lugar la matanza de Westminster. Supongo que el número de víctimas fue infinitamente mayor. Sin embargo, la gente no le tiene tanto miedo a los accidentes de tráfico. No se abstienen de salir a la calle. A los conductores temerarios no se les retiene en prisión preventiva.

No obstante, basta un número muy reducido de “terroristas” para crear un clima de terror a lo largo de países enteros, continentes enteros, incluso a lo largo de todo el mundo.

Gran Bretaña debería ser el último lugar del planeta en sucumbir a este miedo completamente irracional. En 1940, esta pequeña isla plantó cara a los colosos de una Europa dominada por los nazis. Recuerdo un emotivo cartel que se pegó en las paredes de Palestina. Dicho cartel mostraba la cabeza de Winston Churchill junto al siguiente eslogan: “De acuerdo, ¡entonces solos!”

¿Puede un único terrorista con un coche y un cuchillo atemorizar a un país de tal forma que lo lleve a la sumisión?

¿Cómo se convierte una persona normal en jefe del crimen organizado? ¿Dónde estudia para el título?

Para mí, esta idea suena absurda, pero todo esto no es más que una observación secundaria. Mi propósito aquí es arrojar algo de luz sobre una institución en la que pocas personas se paran a pensar: la prisión.

El ataque terrorista en Westminster plantea una pregunta muy sencilla: ¿Cómo un criminal de poca monta se convierte en un shahid que atrae la atención de todo el mundo?

Hay muchas teorías, muchas de ellas planteadas por diversos expertos muchísimo más competentes que yo. Expertos religiosos. Expertos culturales. Expertos en los islamistas. Criminólogos.

Mi respuesta es muy simple: es la prisión la que lo convirtió.

Alejémonos todo lo posible de Gran Bretaña y de la religión. Volvamos a Israel y a nuestro escenario del crimen local.

A menudo oímos hablar de delitos graves cometidos por personas que comenzaron siendo delincuentes juveniles.

¿Cómo una persona normal acaba convirtiéndose en jefe del crimen organizado? ¿Dónde estudia para llegar a obtener ese título?

La prisión se convierte en su mundo, sabe cuáles son las reglas, se siente bien

Bien, pues en el mismo lugar que un yihadista británico. O que un yihadista musulmán israelí, de hecho.

Un niño tiene problemas en casa. Quizás su padre le da una paliza habitualmente a su querida madre. Quizás su madre es prostituta. Quizás es un alumno poco capaz y sus compañeros lo desprecian. Puede ser una razón de entre cientos.

A los catorce años, a este mismo niño lo pillan robando. Después de que la policía le llame la atención y lo deje en libertad, vuelve a robar. Lo envían a prisión. En la prisión, los criminales más respetados lo adoptan, quizás incluso sexualmente. Lo envían a prisión una y otra vez y poco a poco va ascendiendo en la jerarquía invisible de la prisión.

Recibe el respeto de los demás prisioneros, tiene cierta autoridad. La prisión se convierte en su mundo, sabe cuáles son las reglas. Se siente bien.

Cuando lo dejan en libertad, vuelve a ser un don nadie. El personal de rehabilitación lo trata como si fuera un objeto. Anhela volver a su mundo, al lugar donde es conocido y respetado. No se le envía a prisión porque haya cometido un crimen. Comete un crimen para que lo envíen a prisión.

Así que comete un crimen, más grave que todos los anteriores. Se convierte en un capo del crimen. Cuando vuelve a prisión, incluso el jefe de los celadores lo trata como si fuera un viejo conocido.

A lo largo de los años, la prisión ha funcionado como una universidad para esta persona, una universidad del crimen. Es allí donde ha aprendido todos los trucos del gremio, hasta que él mismo se ha convertido en un catedrático.

La prisión funciona como una universidad para esta persona, una universidad del crimen

El pequeño ladrón musulmán enviado a prisión puede conocer allí a un predicador musulmán encarcelado que le convence de que no es un criminal despreciado, sino uno de los elegidos por Alá para destruir a los infieles.

Todo esto no es una novedad. No estoy descubriendo nada nuevo. Cada preso, criminólogo, policía de alto rango, jefe de celadores o psicólogo penitenciario sabe eso, incluso mucho mejor que yo.

En ese caso, ¿cómo es que nadie hace nada al respecto? ¿Por qué la prisión funciona hoy en día como lo hacía siglos atrás?

Sospecho que la respuesta más simple es: nadie sabe qué otra cosa se puede hacer.

Hace tiempo los británicos tenían una buena solución: enviaban a todos los criminales, incluso a los ladrones de poca monta, a Australia. Siempre y cuando no los colgaran antes.

Pero en la actualidad, incluso estas soluciones se han abandonado. Australia es ahora una nación fuerte que envía a los desventurados refugiados a islas remotas en el Pacífico.

EE UU mantiene a millones de ciudadanos en prisión, donde se convierten en criminales reincidentes

Estados Unidos, la primera potencia mundial, que cuenta con algunas de las mejores universidades, mantiene a millones de sus ciudadanos en prisión, donde se convierten en criminales reincidentes.

Las prisiones israelíes están repletas de reclusos, muchos de ellos “terroristas” enviados allí sin haber sido juzgados. Es lo que se conoce eufemísticamente como “prisión preventiva”, oxímoron donde los haya.

Si uno le pregunta a un policía sobre la lógica de todo este sistema, el policía se encogerá de hombros y responderá, al estilo judío, con otra pregunta: ¿Qué otra cosa puedes hacer con ellos?

Así que año tras año, siglo tras siglo, la sociedad ha enviado a sus criminales a la universidad del crimen, donde aprenden a convertirse en criminales mejores y más profesionales. Una enseñanza con pensión completa, con todos los gastos pagados por el estado.

Y, por supuesto, una enorme multitud de personal de la prisión, hombres y mujeres policías, expertos y académicos dependen de este sistema para su propio sustento. Todos contentos.
La prisión no solo es contraproducente, sino que también es inhumana. Convierte a los seres humanos en animales del zoo (y estos también deberían ser puestos en libertad)

Curiosamente, nunca llegué a entrar en prisión, aunque estuve a punto de hacerlo en varias ocasiones.

Como ya he contado en otros sitios, en una ocasión el jefe de la policía política de Israel (perdón, quería decir “agencia de seguridad”) sugirió al primer ministro ponerme bajo “detención administrativa”, sin ni siquiera involucrar a un juez, bajo la acusación de ser un espía extranjero. Esta situación se evitó únicamente gracias a Menachem Begin, el líder de la oposición, quien rechazó dar su aprobación para ello.

El jefe de la policía política de Israel sugirió detenerme bajo la acusación de ser un espía extranjero

En otra ocasión fue justo después de reunirme con Yasser Arafat durante el asedio a Beirut cuando el gobierno solicitó oficialmente al fiscal general que me investigara por traición. El fiscal, una buena persona, decidió que yo no había cometido ningún crimen. No crucé ilegalmente ninguna frontera, ya que había sido invitado por el Ejército israelí a la Beirut Este ocupada como dirigente de un periódico. Además, no había motivo para sospechar que tuviera la intención de perjudicar la seguridad del estado.

Así que hasta el momento no tengo ningún tipo de experiencia personal con la prisión. Pero lo absurdo de toda esta situación ha ocupado mi mente durante muchos años. He dado varios discursos sobre ello en la Knesset.

Sin obtener ningún resultado. A nadie se le ocurre una alternativa.

Mi difunta esposa, Rachel, era maestra. Siempre rechazó que la cambiasen a un grado superior al segundo año de primaria (con niños de ocho años). Sostenía que a esa edad el carácter de un ser humano ya se encuentra totalmente establecido. Después de ese momento, ya no se puede hacer nada.

De ser así, quizás se deberían centrar todos los esfuerzos en una edad muy temprana.

Estoy seguro de que en algún lugar se está experimentando con otras soluciones. Quizás en Escandinavia. O en la isla de Fiji.

¿No va siendo hora?

 

© Uri Avnery  | Publicado en Gush Shalom | 26 Mar 2017 | Traducción del inglés: Pablo Barrionuevo

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