Crítica

Cuando fuimos magnates

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 8 minutos

Essad Bey
Sangre y petróleo en Orienteessadbey-sangre

Género: Ensayo
Editorial: Espuela de plata
Páginas: 260
ISBN: 978-84-1603-423-9
Precio: 19,00 €
Año: 1929 (2014 en esta edición)
Idioma original: alemán
Título originalÖl und Blut im Orient
Traducción: Gustav Adler

De acuerdo, un título más bien insulso como Petróleo y sangre en Oriente no promete demasiado. Y tampoco es que esa portada sea precisamente irresistible. El nombre del autor, a primera vista, no nos dice nada. Es, en definitiva, uno de esos libros ante los que probablemente pasaríamos sin echar la menor cuenta. Y tal vez por eso sea todavía más feliz, si vencemos todas estas resistencias, el descubrimiento de un texto extraordinariamente divertido, interesantísimo, a ratos cautivador.

Empecemos por el autor: M. Essad Bey (Kiev, 1905-Positano, 1942), fue un judío ruso que se dio a conocer como escritor en alemán. Su verdadero nombre era Lev Nussimbaum, aunque fue bajo el pseudónimo de Kurban Said como pasó a la posteridad, gracias a títulos como Ali y Nino (su obra más conocida, llevada recientemente al cine, y sobre la que pesan sospechas de plagio parcial) así como a biografías de Mahoma, de Lenin y del zar Nicolás II. Aunque no falta quien, escamado por su elevada productividad, cuestiona la autoría de muchos de sus artículos y sus libros…

Cada etapa viene descrita con habilidad de periodista, curiosidad de antropólogo y fantasía de cuentacuentos

El que nos ocupa, publicado en 1929, es el relato de la vida de Essad Bey y su familia en Bakú, capital de Azerbayán, donde su padre era uno de los acaudalados, casi todopoderosos magnates del petróleo, y el forzoso periplo que emprendieron cuando estalló la revolución bolchevique en el Cáucaso. Cada una de estas etapas viene descrita con habilidad de periodista, curiosidad de antropólogo y fantasía de cuentacuentos, sabiendo en todo momento que es al público europeo al que va dirigido.

El Bakú donde arranca la acción es la ciudad violenta y lujosa en la que se dan cita personajes turbios, procedentes de todos los puntos cardinales (“mahometanos, armenios, rusos, polacos, georgianos y suecos”) al olor del dinero y de esos pozos de crudo cuyas emanaciones, explica el autor, se creían recomendables para las afecciones pulmonares. Un mundo que saluda los avances del siglo XX mientras conserva costumbres medievales o aún más antiguas, donde conviven la industria abrumadora y el culto a Zoroastro y la adoración del fuego.

¿Cómo no seguir por las arenas ardientes el rastro de los nómadas hasta la mítica Samarcanda?

También nos asomamos, sin salir del viejo Azerbaiyán, a la rutina de tribus como los jassaien, cuyos hombres tienen prohibido realizar trabajo alguno salvo un día al año, mientras que las mujeres eligen marido y se divorcian al cansarse de la vida conyugal, pues “es un pecado grave vivir con un hombre por el que no se siente atracción”. O los osseten, que se consideran descendientes “del alemán”; o los aicoren, que vienen de los asirios, hablan en dialecto semita y son “los seres más dulces y pacíficos de Oriente”…

En estas, como se dijo, se impone el comunismo, cosa que no sorprenderá tanto a los aficionados a la geografía, dada la proximidad de Azerbaiyán con la vieja Rusia. Al alzamiento de los obreros rojos se suman otras llamativas y sangrientas revueltas, como la de los leprosos y la de los judíos, de tal modo que la vida se pone imposible en el Cáucaso y, en 1918, toca hacer las maletas. ¿A dónde? A Oriente, al Turquestán, tierra de los antepasados del autor.

¿Quién no querría viajar, siquiera leyendo, a un lugar como Kisil-Su, la ciudad del agua roja, por más que se nos advierta de su atmósfera miserable y asfixiante? ¿Cómo no seguir por las arenas ardientes el rastro de los nómadas hasta la mítica Samarcanda o hasta Bujara, donde se dice que “si un rey la abandona, hay que llorar por el rey”? ¿Cómo no soñar con Persia, con Tiflis o con Constantinopla?

Sí, hemos dicho soñar. Porque la peripecia de M. Essad Bey, aun siendo autobiográfica, y hasta verosímil, tiene mucho de sueño oriental, de aventura tremenda donde con el pretexto de la supervivencia –él y su padre no solo escapan de la ola roja, sino también de los bandidos, de la peste, de todo tipo de calamidades y asechanzas– nos asomamos continuamente al asombro, al prodigio, a la hipérbole. Se nos refiere, por ejemplo, que el que asesinaba a un judío en el Cáucaso estaba obligado a despellejar a su víctima y llenar la piel de monedas de plata, que ofrecería a la familia del muerto como precio de sangre.

Todo, lo fidedigno y lo fabuloso, lo cuenta M. Essad Bey con el mismo tono apasionado

Sabremos que los hakims del Turquestán guardan el secreto para cambiar el color de los ojos, pues “una moda tradicional” exige que las mujeres tengan negras las pupilas. Se nos referirá el caso del líder que nació sosteniendo con una mano una espada y sujetando con los dientes una cola de caballo, y exclamando “Yo soy el tullido Tamerlán; amo la sangre y odio al mundo entero”, a lo que el autor añade con no poca guasa que “por eso sufrió su madre infinitamente al darle a luz”. Del propio Tamerlán se dice también que construía torres con grupos de prisioneros que formaban un cuadrado perfecto, a los que revestía de adobe y cal, y sobre este cuadrilátero humano colocaba uno superior idéntico, y luego otro, hasta los cuarenta pisos…

Todo, lo fidedigno y lo fabuloso, lo cuenta M. Essad Bey con el mismo tono apasionado, vibrante, lleno de esa autoridad que infunde confianza y de esos detalles creativos que hipnotizan al lector. Lo dijo de un modo impecable un reseñista de The Spectator que se ocupó de su biografía de Stalin: «Essad Bey tiene un enorme talento de escritor y este libro se puede recomendar de todo corazón, excepto a los que son tan aburridos que quieren la verdad». Al final, entendemos que de lo que huye el narrador no es solo el comunismo, que por cierto abrazó su madre antes de suicidarse, y que en efecto acabará absorbiendo el Cáucaso bajo la hegemónica bandera de la URSS. Huye del siglo XX, de la rapiña que sobre tantos lugares hasta entonces remotos iba a abatirse por parte de las potencias coloniales, de una crisis que cambiará para siempre el rostro del mundo, de un nuevo orden ante el que solo podrán sucumbir, o asimilarse a él.

Fue en Alemania donde empezó a usar turbante y daga al cinto, explotando la aureola de príncipe

Nuestro hombre hizo lo segundo: se instaló en Occidente, puso su experiencia, y su elocuencia, al servicio de su pluma, triunfó dándole a sus nuevos vecinos relatos trepidantes y asombrosos. Después de abandonar Oriente, vivió en Austria, Alemania y Estados Unidos, se casó con una rica heredera y llegó a convertirse en una celebridad, hasta el punto ser una imagen frecuente en la prensa rosa. Todas estas peripecias y muchas otras están recogidas, para quien quiera ampliar información, en las 600 páginas largas que el neoyorkino Tom Reiss le dedica en su biografía El orientalista.

Fue en Alemania, de hecho, donde según su biógrafo empezó a usar turbante y daga al cinto, explotando la aureola de príncipe a lo Mil y una noches. Se aseguró, eso sí, de decretar el final de una era en la última frase de Petróleo y sangre en Oriente: “El viejo Oriente ha muerto para siempre”. Memorialista, pues, dudoso, pero escritor poderosísimo, basta con tomar la precaución de no atribuir al texto demasiados rigores históricos, y disfrutar de una lectura que se culmina casi con el gozo, ajeno a cualquier fatiga, de los grandes viajes.

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