Crítica

Camino de Camus

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 6 minutos

Jean Debernard
Hoja de ruta
debernard-hoja

Género: Novela
Editorial: Xordica Editorial
Páginas: 68
ISBN: 978-84-9645-713-3
Precio: 8,95 €
Año: 1992 (2006 en España)
Idioma original: francés
Traducción: Daniel Gascón
Título original: Feuille de route

 

No sabemos si en Francia, pero desde luego el pasado colonial es una herida abierta en la literatura francesa. 60 años después de la concesión del premio Nobel a Albert Camus, aquel argelino de cuna que elevó a lo más alto las letras galas para fustigar por igual los excesos de la metrópoli como la apuesta por el terror de los luchadores por la emancipación, las librerías siguen ofreciendo ficciones que invitan a reflexionar sobre aquel periodo de tan desdichada memoria, especialmente en lo que respecta a las violaciones de Derechos Humanos.

Ahí están novelas de Yasmina Khadra como Lo que el día debe a la noche, títulos como La cuestión, de Henri Alleg, o la celebrada Donde dejé mi alma de Jerome Ferrari. Ahí tenemos, también, esta Hoja de ruta de Jean Debernard, la primera de sus novelas que se publicó en España a pesar de haber visto originalmente la luz en 1992.

¿Y si para obtener la información que va a salvar diez vidas tuvieras que torturar a un terrorista?

Debernard (Limpoges, 1932-Montpellier, 2003) es tal vez de esos nombres a los que la guerra hizo escritores. Combatió precisamente en Argelia, en el 56, cuando tenía poco más de 20 años. Y veinte años después, cuando tras cursar estudios de Filosofía fundó la librería Molière en la ciudad donde fallecería, debió de invocar todas aquellas experiencias del frente para canalizar su vocación literaria. Lo hizo en Simples soldats y lo hace en la obra que nos ocupa, si bien el protagonista aquí, el joven sargento Mathieu Cayrol, desafía la disciplina castrense para liberar a una militante de la resistencia argelina, cautiva y sometida a todo tipo de torturas por parte de unos sádicos carceleros franceses.

Vemos, pues, a Cayrol llegar a su destino, donde tiene encomendado acompañar a un convoy de enfermos que deben ser repatriados. Asistimos a su descubrimiento de las sucias prácticas que se emplean en los interrogatorios. Y su perplejidad cuando su amigo Jean-Pierre le hace la gran pregunta, la que se han hecho alguna vez –o no– tantos gobiernos, ejércitos y fuerzas de seguridad: “¿Dudarías tú si para obtener la información que va a salvar diez vidas inocentes tuvieras que torturar a un terrorista? ¿A uno solo?”. Y oímos la respuesta del muchacho: “La tortura es un arma de doble filo que golpea al torturador antes de alcanzar a su víctima. Acuérdate. El desprecio a uno es la herida de todos. Cuando empiezas a destruir el respeto del otro es que tu propio respeto, el que te debes a ti mismo, ya está muerto”.

Debernard, cargado de buenas intenciones, cae en la tentación de urdir una historia de amor

El joven Mathieu abomina de la tortura, pero no solo de boquilla. A la primera oportunidad, aprovecha la ventaja que le dan sus galones para salvar a la víctima de los tormentos y ocultarla en un lugar seguro. Todo sucede aprisa, quizás demasiado, ya que la obra completa apenas comprende un centenar de páginas. La historia se convierte en un thriller de bolsillo donde la acción siempre va de la mano de la reflexión ética y moral. Porque, no lo olvidemos, el protagonista ha vulnerado el deber sagrado de todo soldado, ha antepuesto su conciencia a las órdenes de sus superiores. En definitiva, ha tenido el atrevimiento de pensar por sí mismo, como individuo, y no como parte de ese bloque monolítico que debe ser un ejército.

Hasta ahí, todo bien. El problema es que Debernard, cargado de buenas intenciones, pretende ir más allá y, en un intento de reconciliar simbólicamente dos mundos contrapuestos, el ejército represor y la resistencia violenta, cae en la tentación de urdir una historia de amor. Entre Mathieu y Djamila, la chica torturada y rescatada in extremis, se va a dar una progresiva atracción. No podemos ir mucho más allá, salvo que queramos exponernos a contar la novela entera, pero sí podemos hablar de una segunda traición por parte del soldado, pues hay por ahí una Sophie que le espera y que difícilmente podría imaginarse a su compañero metido en tamaño lío.

El extraño romance, tal y como está desarrollado, se vuelve poco menos que inverosímil.

En todo caso, creo que ese extraño romance, tal y como está desarrollado, se vuelve en seguida poco menos que inverosímil. Y no porque me resulte difícil imaginar a un francés atraído por una bella argelina, o a una argelina sintiendo una atracción afín –sumada a la gratitud evidente– por un francés. Es que todo sucede tan deprisa, quiero decir en un periodo de tiempo tan limitado, tan escasamente desarrollado, que no consigo imaginar a Djamila, con los pezones quemados y el cuerpo abrasado por la picana, no ya teniendo la más mínima inclinación lúbrica, sino la menor gana de bromear en una buena temporada.

No tengo nada en contra de las novelas breves, ni siquiera de los cuentos largos, pero cuando una historia pide más levadura, hay que evitar ser tacaño y concedérsela hasta que el bizcocho alcance su óptima corpulencia. O hasta que nos creamos que una torturada está en condiciones físicas y psíquicas de tontear con nadie.

Vale la fábula, en todo caso, como homenaje camusiano, como prueba de la vigencia absoluta de aquel espíritu lleno de lucidez e inteligencia que todavía puede iluminar debates en este tiempo, que también es un tiempo de tortura y de bombas. Claro que para eso tenemos ya a Camus. Esta Hoja de ruta debería llevar, directa e indefectiblemente, hacia él.

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