Entrevista

Ramón Andrés

«Los terroristas son suicidas altruistas»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 12 minutos
Ramón Andrés (Formentor, Sep 2017) | © Alejandro Luque


Forment0r (Mallorca) | Septiembre 2017

Cuando parecía que ya no quedaban sabios en estos tiempos de pensamiento urgente e improvisado, la figura de Ramón Andrés (Pamplona, 1955) se revela como una feliz excepción. Su producción abarca la poesía, el aforismo, el ensayo y la traducción. Se ha ocupado del suicidio y el silencio en la mística, sobre la música de Monteverdi y la poesía barroca. Entre sus títulos más celebrados figuran El luthier de Delft. Música, pintura y ciencia en tiempos de Vermeer y Spinoza, Pensar y no caer, El mundo en el oído. El nacimiento de la música en la cultura y sendas enciclopedias, el Diccionario de música, mitología, magia y religión y el Diccionario de instrumentos musicales.

En el momento de hacer esta entrevista, durante las Converses de Formentor en Mallorca, estaba a punto de mudarse de Barcelona, donde ha residido durante muchos años y donde esos días estallaba toda la polémica del procés, a un pueblo del norte.

Usted que ha estudiado a fondo la música medieval y del Renacimiento, ¿en qué momento cree que desconectamos de la música oriental, nosotros que fuimos tan árabes?

«El canto gregoriano tiene su origen en las iglesias que estaban en Asia Menor y en Egipto»

Musicalmente lo somos aún, el propio canto gregoriano tiene su origen en las primitivas iglesias que estaban en Asia Menor, y en el norte de Egipto. Pero como la música se compuso al abrigo de la Iglesia, este origen empezó a olvidarse y se consideró un arte fundamentalmente occidental, europeo. Efectivamente, el desarrollo de la polifonía, la manera de pensar el contrapunto, es una enseña muy occidental y muy europea. La desconexión con la música oriental fue total. Hubo una moda en el siglo XVIII de recuperar ciertos sonidos orientales, la música turquesca de Rameau, o de Mozart. Este fue un primer atisbo de saber poner oído a otra forma de música. En el XIX es considerada un exotismo, pero sobre todo a partir de Debussy, cuando descubre la música de gamelán, de Bali, de Java, busco otras resonancias que chocan con la idea musical que presidía Occidente, la de una textura muy tupida, unas melodías muy marcadas: la música wagneriana.

¿Y en el siglo XX?

En la búsqueda de armónicos, de sonoridades, que Debussy transmite, ya podemos ver un filtrar de la música oriental. Después de la II Guerra Mundial, mucha música contemporánea ha puesto el oído y la mirada en Oriente, sobre todo en Oriente: Cage, por ejemplo, o Ligetti era un fan de la música hindú, sobre todo por la indefinición melódica y por la atracción hacia una sonoridad envolvente y carente de tiempo. Esto es lo que más caló en el ideario de la música tras la II Guerra Mundial, la ruptura con el tiempo.

Aparte de himnos patrióticos, algunos deleznables, ¿sabe si se ha compuesto alguna vez música para fomentar el odio al vecino?

«La música ha estado a veces al lado del poder, se ha hecho servir como transmisora de ciertas ideas»

Bueno, algo de eso hay, sí. Ya en los textos de la Antigüedad, en Tucídides, vemos que se iba a la batalla tañendo instrumentos muy penetrantes, de lengüeta como chirimías, y percusión para alentar, ¿no? La música ha estado a veces al lado del poder, se ha hecho servir como transmisora de ciertas ideas. Hay un libro de Simon Laks, Las melodías de Auschwitz, que son las memorias de un músico que dirigía una orquesta en Auschwitz, y cuenta cosas tremendas, cómo la música era empleada para torturas psicológicas de los cautivos. Él, que es un enamorado de la música, se dio cuenta de cómo puede usarse en contra del ser humano. Cómo es un arte complejo en este sentido. Y recuerdo un libro de Pascal Quignard que retoma esta idea, titulado Odio a la música, ¡él que es músico!, y que se refiere a cómo la música puede ser objeto de una utilización muy, muy perversa.

Usted ha dicho: “Estudiamos muchas lenguas, pero olvidamos lenguajes”. ¿Es uno de los problemas de nuestro tiempo?

Podríamos resumirlo en que técnicamente conocemos más lenguas, somos políglotas pero ignorantes de muchas cosas, y olvidamos lenguajes esenciales, el tú a tú, el propio lenguaje que ofrece el mundo, otros lenguajes que no son verbales. Ahí nos hemos quedado un poco romos. Hemos perdido formas como el lenguaje del cuerpo de la mirada. Somos como autómatas que vamos por la calle con auriculares, con gafas oscuras, o absortos en las pantallas. Eso supone un aislamiento, y la persona que está aislada pierde el lenguaje.

Esta crisis que vivimos ha sido una invitación al suicidio para mucha gente. Ese fenómeno, ¿de qué forma podríamos neutralizarlo, o desactivarlo?

«A los jóvenes se les ha dicho, o vendido, que no hay futuro: que por mucho que hagas, no sirve»

Es un problema de primer orden, no solo en momentos de crisis. Pero claro, ojalá la actual fuera una crisis económica y ya está, y no de muchas otras cosas. La población, el individuo, están sometidos a una erosión, a un desgaste intenso. Esto afecta sobre todo a la gente joven, en la franja de los 15 hasta los 25 años ha aumentado el índice de suicidios. Porque se les ha dicho, o vendido, que no hay futuro. Y algo peor, que por mucho que hagas, no sirve. Aunque tengas una carrera, o dos, y cinco masters, no podrás acceder. Esa idea del amor por el saber y luego vemos qué pasará, eso se perdió, ahora se estudia para tener un lugar laboral en el mundo, y claro, la negación de esto genera una frustración extraordinariamente profunda. Y entre la gente mayor, se ha disparado este índice de suicidios por la falta de recursos, de soledad. A veces en las ciudades occidentales, no hay que buscar en el mal llamado Tercer Mundo, hay muchos ancianos solos y deciden terminar con su vida por las bajas perspectivas que tienen, con unas pensiones además bajísimas.

Soledades que se dan, paradójicamente, en hormigueros humanos…

Se nos dice que estamos en la época de la comunicación, gente vive muy aislada.

Los suicidios se esconden en los medios, dicen, para evitar el efecto contagio. Pero hay otros, los terroristas suicidas, que en cambio acaparan las portadas. ¿Hablamos de un suicidio inducido, de gente convertida en herramienta de una causa…?

Sí, Durkheim, un sociólogo que escribió sobre el suicido en el siglo pasado, lo catalogó como suicido altruista. Yo doy mi vida por mi pueblo, por vosotros, me sacrifico. Esto levantó muchas polémicas, hubo ensayistas que tirando del hilo pensaron, “Cristo dio la vida por nosotros, de modo que cometió… recurrió a una muerte voluntaria». Ha sido una polémica interesante por lo que ha generado de debate filosófico, no por otra cosa. Pero sí, los terroristas son suicidas altruistas.

El suicidio de algún modo los convierte en enemigos invencibles, al que busca la muerte no se le puede penalizar con nada, no se le puede asustar. Como decía Borges, a lo sumo se le podría amenazar con la inmortalidad, ¿no?

Sí, así es [risas]. El que no teme a la muerte es Dios, es una parte divina tuya, que sirve para la eternidad de los tuyos, de tu pueblo.

Un aforismo suyo decía: “Cebo de los creyentes: la eternidad”…

«La promesa de lo eterno es la gran trampa, la gran artimaña»

La promesa de lo eterno, claro, es la gran trampa, la gran artimaña. No se busca tanto la eternidad como la no muerte, que es distinta de la eternidad. La ficción de conservar tu individualidad indefinidamente en el tiempo, es la gran panacea de la mentalidad occidental, que tanto teme a la muerte, porque está tan aferrado a una construcción individual, sobre todo desde hace cinco siglos, desde la entrada en la modernidad. Esa es la panacea, permanecer como individuo, con tu pensamiento intacto, con tu mente, con tu cuerpo. Eso tan narcisista que nos dicen, que no hay otro como tú en el universo.

Se marcha de Barcelona, ¿en busca de ese silencio al que le ha dedicado algunos textos?

Ahora y hace mucho, busco ese silencio que es tan difícil de encontrar en una ciudad. Pero me voy de la ciudad por cuestiones muy prosaicas, como son los precios carísimos, tengo muchos libros, no puedo encontrar un lugar donde quepa todo. Y regreso al lugar de origen, donde nací. He estado muchísimos años en una ciudad que tiene cosas muy buenas, pero que está depredada por unos y por otros.

El ruido político, ¿existe? ¿Y el silencio del disidente, del que no coincide con determinados postulados?

Sí, hay un silencio de fondo, de una disidencia secreta que no aflora. Y hay un ruido político. Vemos la inmadurez política existente en el panorama, una carencia de ideas, unos discursos rígidos, mal construidos, alejados de toda realidad, que ni siquiera pragmáticos, de aquel pragmatismo que empezó a imperar a finales del XVIII… Se nota que los políticos no tienen muchas lecturas a sus espaldas.

Antoine Compagnon me decía que solo leen los informes que les van pasando en el coche oficial…

Es así, es así.

“Los ideales implican quemas”, ha escrito usted. ¿Qué nuevas quemas tendremos que presenciar en los tiempos que vienen?

«Occidente no ha sabido conducir la razón, si no es a través de la lógica»

Sin ponernos trágicos, hay cierta quema del mundo, pensemos en los problemas ecológicos que interesan porque son sustanciales, incluso a los no ecologistas. La quema del saber, de la crítica, del pensar profundo, de la rebeldía, porque hay mucha más violencia que rebeldía, incluso entre la gente joven… Esas quemas son devastadoras.

Otro aforismo suyo: “De la especulación del suelo surgieron las naciones”. ¿De aquellos polvos surgieron estos lodos?

Es una manera un tanto alegre, o irónica, de decir que somos pasto de la violencia y la guerra, y el suelo ha sido conquistado a base de sangre, pólvora y bayonetas. Las naciones son especulación del suelo.

“El monoteísmo de la razón nos ha hecho hincar de rodillas ante las ideas”. ¿Hemos renunciado a nuestra parte espiritual, a lo no demostrable?

Hay un problema muy serio en el pensamiento de Occidente. No ha sabido estructurar o mejor dicho conducir la razón, si no es a través de la lógica. Eso invalida, anula otras maneras de pensar, no necesariamente racionales, no necesariamente hacia el espíritu, sino articulando el pensamiento de otra manera. La razón ha obligado a ser muy asertivo, y el mundo no permite mucho la aserción, porque el mundo es cambiante, es azar. Nadie puede decir salvo Hegel en su momento, “esto es así “. No, no es así, porque cambia continuamente.

Quizá la desconfianza venga de la capitalización de esa zona de lo que está fuera de la lógica por parte de las iglesias. ¿No ha podido llevar eso al otro extremo?

Creo que intentar borrar lo espiritual es un ejercicio inútil, porque el homo sapiens es esencialmente metafísico, nos guste o no. Ha vivido con la ilusión de un más allá –eso es algo ya genético–, o de un mundo que no conoce, de una realidad que no ha vivido. Siempre tiene ese sentimiento metafísico, es inherente a la naturaleza del ser humano. El lóbulo frontal es el que contiene esa proyección de algo que no se conforma con lo existente, con la realidad. Es el que ha creado los dioses, los ideales, y lo tiene sumamente desarrollado.

Los filósofos, ¿sienten la Grecia de hoy como algo que no tiene nada que ver con Platón y Aristóteles? ¿O sienten algún deber moral hacia esa cuna del pensamiento?

Estaría muy bien no ser desagradecidos con Grecia. No es un país cualquiera, es un modo de ser europeo, un modo de ser mediterráneo. Es una construcción racional de la metafísica, eso que decíamos, de lo inconcebible, de lo ignorado. Hay algo que me gusta mucho que dice un filósofo, Patoshka, que Europa nace en Grecia, pero nace de la búsqueda del alma. Y es verdad. Una Europa que hoy parece tan materialista, zafia, surgió de la búsqueda del alma, de otra realidad que pudiera iluminar.

Publicó aforismos en un momento de auge del género, y diccionarios en un momento en que, sin embargo, están casi erradicados de las librerías. ¿Puede explicar ambas apuestas?

La verdad es que cuando empecé a escribir aforismos hace muchísimos años, jamás pensé que podía ser una moda. Había leído a Canetti, a los moralistas franceses… Y bueno, como moda pasará, y quedarán pocos, los que sean realmente sólidos. Una vez un periodista me preguntó qué diferencia hay entre un tuit y un aforismo, imagínate. Y el diccionario, sí, es una lenta sedimentación de estudios, de observación, que responde a una necesidad de sistematización del saber. Nunca he escrito pensando en lo que es moda o no, pero le debo tanto a los diccionarios, me despiertan tanta gratitud… Siempre he tenido la tentación de tener algún diccionario entre manos, para escribir o para leer.

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