Opinión

Porque no hay nada

Uri Avnery
Uri Avnery
· 9 minutos

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La avalancha de corrupción en la que están metida la familia Netanyahu y sus asistentes y lacayos no parece haber hecho disminuir su popularidad entre los que se llaman a sí mismos “el Pueblo”.
Por el contrario, según las encuestas de opinión, los votantes de los demás partidos nacionalistas acuden volando al rescate de Bibi.

Creen que es un gran hombre de Estado, el salvador de Israel, y por lo tanto están dispuestos a perdonar y olvidar lo demás. Los enormes sobornos, los generosos regalos, en fin, todo.

A mí me resulta muy raro porque mi actitud es exactamente la opuesta. No estoy dispuesto a perdonarle nada a Bibi por ser un gran hombre de Estado porque creo que es un hombre de Estado muy mediocre. Es más, no creo que sea en absoluto un hombre de Estado.

El juicio más acertado acerca de las cualidades de Bibi lo emitió su padre al principio de su carrera.
Benzion Netanyahu, catedrático de historia experto en la Inquisición Española, no tenía a su segundo hijo en muy alta estima. Prefería con mucho a su hijo mayor, Jonathan, muerto en la Operación Entebbe. Por cierto, este puede ser el origen de los profundos complejos de Bibi.

“Sería un buen ministro de Asuntos Exteriores, pero nunca un buen primer ministro”, dijo su padre

Políticamente hablando, Benzion fue el ultraderechista más radical que haya existido. Despreciaba a Vladimir Jabotinsky, el brillante líder de la derecha sionista, tanto como a su pupilo, Menachem Begin. Para él no eran más que un par de liberales cobardicas.

Benzion, que creía que en Israel nadie apreciaba su talento y por eso aceptó un puesto de profesor en Estados Unidos, donde crió a sus hijos, dijo sobre Binyamin: “Sería un buen ministro de Asuntos Exteriores, pero nunca un buen primer ministro”. Nadie ha expresado nunca una opinión más acertada sobre Bibi.

Efectivamente, Binyamin Netanyahu lo tiene todo para ser un buen ministro de Exteriores. Habla un perfecto inglés (con acento americano), aunque carece de la profundidad literaria de su predecesor, Abba Eban. Se dice que Ben Gurion dijo de Eban: “Da unos discursos muy buenos, pero hay que avisarle de lo que tiene que decir”.

Bibi es el representante perfecto. Sabe moverse entre la élite mundial. Proyecta una buena imagen en las conferencias internacionales. Da discursos elegantemente diseñados para las ocasiones importantes, aunque tiene una tendencia a la retórica barata, que espantaría a alguien como Churchill.

Hoy en día, un ministro de Exteriores es más que nada un representante comercial de su país. De hecho, Bibi empezó su carrera como representante comercial de una empresa de muebles. Dado que viajar se ha convertido en algo sencillo y rápido, los ministros de Exteriores cumplen la mayoría de las funciones de las que antaño se ocupaban los embajadores.

Como su padre observara con tanta astucia, hay una gran diferencia entre las obligaciones de un ministro de Exteriores y las de un primer ministro. El ministro de Exteriores aplica la política. El primer ministro la determina.

Netanyahu se dedica principalmente a viajar por el extranjero y a reunirse con los líderes mundiales

El primer ministro (o primera ministra) ideal es una persona con visión. Sabe lo que necesita el país, no solo en el presente, sino también lo que necesitarán las generaciones venideras. Su visión abarca todas las necesidades del país, de las cuales las relaciones exteriores son solo un aspecto, y no necesariamente el más importante. La visión de un primer ministro incluye los aspectos económicos, culturales y militares.

Benzion Netanyahu sabía que su hijo no poseía esa cualidad. La buena pinta no lo es todo, especialmente para ser el líder de un país con los complejos problemas internos y externos que tiene Israel.

Al pensar en Franklin Delano Roosevelt, evocamos aquello de: “De lo único que debemos tener miedo es del propio miedo”. Al pensar en Churchill, nos acordamos de “Nunca tantos debieron tanto a tan pocos”.

¿Qué frase profunda se nos viene a la mente al pensar en Bibi? Solo lo que dijo sobre los muchos casos de corrupción en los que está implicado: “No encontrarán nada porque no hay nada que encontrar”.

Entre un interrogatorio
y otro, Binyamin Netanyahu se dedica principalmente a viajar por el extranjero y a reunirse con los líderes mundiales. Esta semana se reúne con Macron en París, la siguiente con Putin en Moscú y la otra anda por tal o cual país africano.

¿Qué se consigue con tanta reunión? Poca cosa, la verdad.

No obstante, se trata de un movimiento muy astuto. Toca lo más profundo de la fibra de la conciencia judía.

Durante siglos, los judíos fueron una minoría indefensa en muchos países, tanto occidentales como orientales. Dependían completamente de la generosidad del señor local, del conde o del sultán. Para conservar sus favores, un miembro de la comunidad judía, normalmente el más rico, se ocupaba de halagar, adular y untar al gobernante. Esa persona se convertía en el admirado rey del gueto.
Bibi es el sucesor de esa tradición.

Abba Eban no le caía bien a nadie. Incluso los que admiraban sus extraordinarias cualidades no le admiraban a él. Le consideraban antiisraelí. Nadie veía en él al típico machote que se espera del hombre israelí.

La imagen pública de Bibi es totalmente distinta. Con su formación militar en operaciones especiales, es tan machote como los israelíes desean. Tiene la pinta que debe tener un israelí. Hasta aquí no hay problema.

Pero si le preguntamos a uno de sus admiradores qué es exactamente lo que Bibi ha conseguido en sus 12 años de mandato, no sabrá qué responder. David Ben Gurion fundó el Estado, Menachem Begin firmó la paz con Egipto y Yitzhak Rabin los acuerdos de Oslo. ¿Y Bibi?

Las masas de mizrajíes que se sienten despreciadas por los asquenazíes, los “blancos”, la izquierda

A pesar de todo, la admiración de al menos la mitad de los israelíes por Bibi no tiene límite. Están dispuestos a perdonarle los incontables casos de corrupción, ya sea aceptar de ciertos multimillonarios cajas de los habanos más caros del mundo o sobornos de millones de dólares. ¿Qué más da?

El origen social de sus votantes es todavía más extraño. Son las masas de mizrajíes que se sienten despreciadas y discriminadas en todos los aspectos. ¿Quién los desprecia? Los asquenazíes, la clase superior, los “blancos”, la izquierda. Y sin embargo, nadie es más asquenazí y más de clase alta que Netanyahu.

La clave de este misterio está aún por descubrir.

¿Cuál es la visión
de futuro de Netanyahu? ¿Cómo va a mantener Israel su poder colonial durante las próximas décadas, rodeado como está de países árabes que podrían unirse contra él un día? ¿Cómo va Israel a seguir adueñándose de Gaza y Cisjordania, donde habita el pueblo palestino, por no hablar de Jerusalén Este y de los lugares sagrados para los mil quinientos millones de musulmanes que hay en el mundo?

Se diría que la respuesta de Bibi a estos interrogantes es “cerrar los ojos y avanzar”. Desde su punto de vista, la solución es: no hay solución. Hay que seguir con lo que Israel lleva años haciendo, es decir, negar a los palestinos cualquier tipo de derechos nacionales e incluso humanos, hay que seguir construyendo asentamientos en Cisjordania a paso lento pero seguro; en pocas palabras, hay que seguir manteniendo el statu quo.

Netanyahu es una persona cautelosa, el aventurerismo no es lo suyo en absoluto. A la mayoría de sus seguidores les encantaría que se anexionara Cisjordania por las buenas, o al menos un buen trozo de ella. Pero Bibi los aplaca. ¿Qué prisa hay?

Al final Israel tendrá firmar la paz con los palestinos o anexionarse los territorios ocupados

Sin embargo, no hacer nada no es una verdadera respuesta. Al final Israel tendrá que enfrentarse a la decisión de firmar la paz con los palestinos (y con todo el mundo árabe y musulmán) o anexionarse los territorios ocupados al completo sin conceder la nacionalidad a la ciudadanía árabe local. O sea, convertirse oficialmente en un Estado de apartheid, el cual con el tiempo podría convertirse a su vez en la mayor pesadilla de Israel, un estado binacional de mayoría árabe.

Existe, por supuesto, otra posibilidad que nadie menciona: esperar a la ocasión de llevar a cabo otra Naqba, expulsar de Palestina a toda la población palestina. No obstante, parece difícil que semejante oportunidad se presente dos veces.

A Bibi parece darle igual. Lo suyo es el statu quo. Pero carecer de visión propia implica que consciente o inconscientemente Bibi encierra en su corazón la visión de su padre: echar a los árabes. Como los israelitas bíblicos hicieron una vez, conquistar todo lo que hay entre el mar Mediterráneo y el río Jordán (por lo menos).

¿Qué piensa hacer Bibi acerca de las acusaciones de corrupción que le rodean?

Aguantar. Pase lo que pase. Acusaciones, juicios, sentencias… Aguantar es la clave. Incluso si se derrumba la democracia, el sistema judicial, las fuerzas del orden… Hay que aguantar.

No es precisamente el proceder que uno esperaría de un gran hombre de Estado. Pero claro, es que Bibi no es para nada un hombre de Estado.

Repito la sugerencia de la semana pasada: cuando llegue el momento, hacer que confiese sus crímenes, concederle inmediatamente el indulto, permitir que se quede con el botín y… bye bye, Bibi.

 

© Uri Avnery  | Publicado en Gush Shalom | 3 Mar 2017 | Traducción del inglés: Jacinto Pariente.

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