Crítica

La búsqueda del salvaje

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 6 minutos

Paul Bowles
La casa de la arañacasa-bowles

Género: Narrativa
Editorial: Seix Barral
Páginas: 502
ISBN: 978-84-339-7965-0
Precio: 21 €
Año: 1955 (2008 en España)
Idioma original: inglés
Título original: The Spider’s House
Traducción: Rafael Garoz y Carmen Viamonte

Tres norteamericanos ―dos hombres y una chica que en cierto modo constituye un vínculo de rivalidad entre ambos― se hallan en un país magrebí donde el ambiente es hostil y, sobre todo, incomprensible. Sus relaciones con los ‘indígenas’ les indican un rumbo hacia parajes cada vez más desconocidos, a medida que la relación entre los protagonistas se vuelve más y más neurótica… ¿Les suena el argumento? ¿El cielo protector, de Paul Bowles? No, esta vez es La casa de la araña, del mismo autor.

En los seis años que median entre la aparición de ambas novelas, Bowles ha hecho un esfuerzo para acercarse al país que describe. Así, si el entorno hostil de El cielo protector parecía un escenario de cartón piedra con escasos figurantes ―la acción se centra en los tres ‘hombres blancos’ sumergidos en un mundo que no entienden, que temen y que acaba por volverlos locos―, ahora, Bowles introduce un contrapunto: el aparente protagonista del libro, Amar, un adolescente de Fes, acapara gran parte de las páginas.

Es buena voluntad, al menos. En realidad, la acción, la evolución de los caracteres, todo aquello que constituye una novela, se sigue centrando en los tres norteamericanos (o dos: el tercero acaba por eclipsarse de forma indolora a medio camino y sólo queda la pareja formada por el escritor John Stenham y una joven viajera-periodista norteamericana). Las páginas dedicadas a Amar se agotan en minuciosas y muy conseguidas descripciones de la medina de Fes, sus olores, colores, sensaciones, y en las ensoñaciones del chaval.

Como es habitual en Bowles, aparece Marruecos como un mundo islamista, fanático, oscuro, cruel

Como es habitual en Bowles ―repetiría modelo décadas más tarde en Puntos en el Tiempo―, cuando se trata de representar Marruecos, el escritor carga las tintas todo lo posible para dibujar un mundo islamista, fanático, oscuro, cruel. Un mundo en el que se viola a las mujeres que salgan solas por la noche  ―al menos habría que hacerlo en la opinión de los personajes― y los cristianos y judíos son objeto de sádicas fantasías, una y otra vez en nombre del ‘islam’.  Tengo una sospecha: para que no se le reprochara que sus personajes marroquíes actuasen, pensasen, sintiesen como europeos, Bowles ha inventado una mente marroquí-islámica como “debe ser”: distinta a la nuestra, con la palabra ‘Alá’ cincelada en todas las neuronas.

No es de descartar que Bowles se encontrara con chicos que asociaban la religión a ensoñaciones perversas pero, fino observador que es, acierta a la hora de dibujar sus demás figurantes, comprometidos en la lucha anticolonialista: beben alcohol, se ríen y evalúan la guerra contra la ocupación francesa de forma racional, en términos políticos, no acorde a fantasías de guerra santa. Amar es un extraño incluso en su propio entorno de Fes, donde es el único en albergar una visión integrista del islam (lo que ya es decir, tratándose de la ciudad más religiosa y conservadora del país).

La novela fue publicada un año antes de que Marruecos recuperara la independencia (1956) y la lucha nacionalista, junto a la respuesta francesa, forma un grandioso paisaje de fondo. Aunque la historia oficial hoy pasa de puntillas por la violencia de los últimos años del colonialismo, los archivos confirman los atentados, la represión violenta, con muchas decenas de muertos en ambos lados. Un fresco histórico muy conseguido.

Se plantea si hay que apoyar el progreso de los pueblos ‘nativos’ o procurar que se mantengan en sus tradiciones

Pero un paisaje de fondo ―incluso si es tan sobrecogedor  y descrito con tanta maestría como la fiesta nocturna del Aid el Kebir en los montes berebereres― no alcanza para hacer una novela. E ir presentando personajes ―el padre inflexible, el hermano enemigo, el maestro-patrón― para acto seguido borrar todo rastro de ellos, no ayuda a encontrar un hilo rojo. Sólo hacia la mitad, los destinos de la pareja estadounidense y del chaval marroquí se irán por fin uniendo, pero entonces ocurre lo que a la vez hunde y salva la novela: el fundamentalista Amar, que sueña con degollar a cristianos y violar a sus mujeres, se convierte en un corderito, fiel servidor de los dos dos ‘nazarenos’ (nisrani, término aplicado a los extranjeros de cultura cristiana) que le han sacado de un apuro. Sin pestañear, sin plantearse siquiera la contradicción (que sólo existe por el planteamiento psicológico inicial de la novela, que en ese momento vuelve a la realidad sociológica).

Al margen de lo acertado que pueda ser representar Marruecos bajo la figura de Amar ―y al margen de la extraña psique de la protagonista femenina a la que yo le buscaría psicóloga― Paul Bowles plantea en la novela una interesante pregunta, que impregna toda la relación entre los norteamericanos: ¿hay que apoyar el progreso de los pueblos ‘nativos’ hacia la modernidad o hay que procurar que se mantengan en sus formas de vida y tradiciones ancestrales? Stenham, en una actitud de escritor cínico de vuelta de todo, defiende lo segundo, convencido de que la modernidad rompe la armonía de un pueblo que sólo será feliz mientras mantenga sus costumbres.  Ella se rebela: ¿cómo llamar felicidad a una vida en la miseria, explotada, sometida a normas rígidas, en definitiva, sin libertad? Aunque podamos intuir en Stenham un alter ego del propio Bowles, no diría yo que él gana este combate intelectual. Lástima que Amar no se pronuncie.

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