Reportaje

El Nilo, campo de batalla

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 12 minutos
Cataratas del Nilo en Tis Abbay, Etiopía (2006) © Ilya U. Topper
Cataratas del Nilo en Tis Abbay, Etiopía (2006) © Ilya U. Topper

La culpa de la guerra en Somalia la tiene el Nilo. Ésta es, en resumidas cuentas, la conclusión de Ahmed Egal, periodista de Radio Somaliland, defendida también por Dustin Dehéz, miembro del Power and Interest News Report (PINR), un centro de análisis con oficinas en Chicago y Roma.

Ambos expertos creen que los sangrientos combates en el cuerno de África, que se suceden desde hace 15 años, son parte de una apuesta geoestratégica que enfrenta a Egipto, nación fundada sobre las aguas del Nilo, con el país que aporta el 85% del caudal del río: Etiopía.

Actualmente, todo proyecto de aprovechar los recursos del mayor río de África debe contar con el visto bueno de El Cairo. Al menos, téoricamente. Así lo estipula el tratado que Egipto firmó en 1959 con Sudán, y que otorga al país de los faraones un poder de veto sobre las decisiones de los demás Estados situados río arriba. En la práctica, poco puede hacer El Cairo para impedir el avance de los enormes proyectos hidráulicos que Etiopía está llevando a término en tres afluyentes del Nilo Azul.

Poco puede hacer El Cairo para impedir el avance de los enormes proyectos hidráulicos de Etiopía

Sudán, el Estado que separa a los dos rivales, parece poco propenso a elegir bando. Por una parte no se enfrenta abiertamente a su poderoso vecino del norte, por otra negocia con Addis Abeba una línea de alta tensión que le permitiría comprar electricidad etíope a partir de 2010. A la incómoda situación de servir de ‘amortiguador’ se añade el conflicto que enfrenta desde hace 20 años al gobierno (árabe y musulmán) de Jartum con la población cristiana que habita la mitad sur del país. El frágil acuerdo de paz firmado en 2005, que otorga autonomía al Sudán Meridional, puede saltar por los aires en cualquier momento si las potencias vecinas se dedican a avivar la tensión.

Pese a las protestas de Egipto, que busca a la desesperada agua para su población, en rápido crecimiento, Etiopía empieza a aprovechar su ventaja como administrador de la reserva energética del ‘techo de África’, regado por abundantes lluvias. La presa de Tekeze, situada en el noreste del país, se completará a finales de 2007. Con 185 metros será la más alta de África y servirá también para llevar agua a los cultivos de café de la región. La financiación de este megaproyecto corre a cargo de una compañía china. La fase II de la presa Gilbele Gigo, en el río Omo, al sur de la capital, y la del río Beles, en el oeste, se construyen gracias a la colaboración de empresas italianas.

La Corporación Etíope de Energía Eléctrica (EEPCo) afirma que, en 2010, las tres instalaciones podrían aportar al país unos 1.155 megawatios, casi el doble de los 668 actualmente producidos por plantas hidroeléctricas. La exportación de la energía reportaría a Addis Abeba «decenas de millones de dólares anuales», según estima la prestigiosa revista International Water Power & Dam Construction en un reportaje de julio pasado.

La Liga Árabe cerca a Etiopía

«Hasta ahora, Egipto mantiene que toda decisión unilateral sobre el uso del Nilo se consideraría una ruptura de la legalidad internacional e incluso amenaza con ir a la guerra», expone Dehéz. La opción bélica, sin embargo, se plantea complicada, dadas las distancias.

De ahí la lógica de llevar a cabo una guerra de desgaste por milicias interpuestas en las llanuras del cuerno de África. «Con un conflicto fronterizo en Eritrea y la amenaza de una rebelión somalí en la región suroriental de Ogaden, Addis Abeba no intentaría provocar a Egipto», concluye el analista del PINR.

En el tablero de ajedrez internacional, El Cairo juega con ventaja: marca el ritmo en las reuniones de la Liga Árabe que incluye no sólo a Arabia Saudí y Yemen, a pocas horas de vuelo de Etiopía, sino también a la pequeña república ex francesa de Yibuti y a la propia Somalia, un país donde no se habla árabe.

Eritrea, región desgajada de Etiopía en 1993, que ahora impide la salida al mar de su gran vecino, también está en el bando enemigo: desde 2003 tiene estatus de observador en la Liga Árabe.

Frente a esta pinza, el presidente etíope, Meles Zenawi, lidera una inestable coalición de países como Kenia —durante años sede del Gobierno provisional somalí— y Uganda, pero se revela cada vez más como el único jugador africano decidido a intervenir con fuerza en el conflicto. La prueba ha sido el envío de una columna de tanques a Baidoa, sede y último bastión del Gobierno provisional somalí, presidido por Abdulahi Yusuf y a punto de ser derrocado por las milicias de los Tribunales Islámicos.

Etiopía ha negado reiteradamente la invasión del territorio y afirma que se trata de maniobras, pero varios testigos presidenciales afirman haber observado a soldados etíopes custodiando el aeródromo de Baidoa, así como numerosas carreteras y edificios.

Etiopía apoya al gobierno somalí para que ayude a mantener el control sobre los somalíes etíopes

La preocupación de Zenawi por mantener el control en el país vecino tiene motivos: unos cuatro millones de ciudadanos de etnia somalí pueblan la región suroriental de Etiopía. Muchos son simpatizantes del Frente de Liberación Nacional de Ogaden, una guerrilla que desde los años noventa combate contra Addis Abeba para crear un Estado independiente o adherido a una Gran Somalia. Actualmente hay pocos enfrentamientos armados, en parte porque el Gobierno de Yusuf ha ayudado a controlar la situación. Las milicias islamistas no tendrán la misma deferencia hacia el país vecino, gobernado tradicionalmente por la mayoría cristiana.

A esta frágil situación se añade el asesinato del reportero sueco Martín Adler el 23 de junio, al que dispararon durante una manifestación en Somalia, y el de la monja italiana Leonella el 18 de septiembre, si bien las milicias islamistas han arrestado a dos sospechosos. Muchos creen que ambos crímenes pueden servir para justificar una nueva intervención internacional, reclamada desde hace años por Abdulahi Yusuf, y aprobada oficialmente en septiembre por la Unión Africana —que incluye casi todos los Estados del continente— pero rechazada tanto por Egipto y Yibuti como por muchos somalíes, que no se fían de tener en su territorio a los ejércitos de Kenia, Uganda y Etiopia, los únicos dispuestos a participar.

Michael Weinstein, analista del PINR, no cree que la fuerza de pacificación, que en teoría debería desplegarse en octubre, llegue a pisar territorio somalí. Le sería difícil entrar, como está previsto, desde el sur: a finales de septiembre, las milicias islamistas tomaron Kismayo, la tercera ciudad somalí, y se hicieron con el control de la frontera keniata. Según las últimas noticias, también están a punto de dominar los pasos hacia Etiopía.

Estados Unidos descarta jugar la carta militar en Somalia y se inclina por negociar con los islamistas

Weinstein cree que Estados Unidos ha descartado jugar una carta militar en Somalia y se inclina por negociar con los Tribunales Islámicos. Un largo reportaje publicado en el diario The New York Times el 24 de septiembre pasado que muestra la cara amable de la ‘pax islámica’ parece estar preparando el terreno.

La Secretaría de Estado para Asuntos Africanos de Washington confirma que, en septiembre, el embajador estadounidense en Sudán se entrevistó con el jeque Charif Chaij Ahmed en Jartum y que «se ha abierto un canal diplomático». Una señal de que la Casa Blanca «ha decidido colocarse en el lado de la Liga Árabe, que medió en las negociaciones de Jartum», en palabras de Weinstein. Es difícil de imaginar, de todas formas, que Arabia Saudí, el país que inspira y apoya el islamismo político defendido en Somalia, actúe contra los intereses de su estratégico aliado norteamericano.

De confirmarse esta evolución, significaría un serio golpe para Meles Zenawi, hasta hace poco cortejado en Occidente como exitoso líder africano, pese a su creciente represión de toda oposición política. Al presidente etíope ya sólo le quedaría una carta por jugar en la región: la república de Somaliland, no reconocida por ningún Estado del mundo, pero de facto independiente desde que Somalia se hundió en el caos en 1991. Hergueiza, la capital del territorio, se encuentra a pocas horas en coche de Yiyiga, cabeza de la extensa región autónoma etíope Somali.

etiopia-nilo

Más importante aun es la cercanía —apenas 300 kilómetros— de Berbera, un importante puerto en la costa del Índico que podría convertirse en la salida al mar de Etiopía. De momento, Yibuti funciona como puerto —mal comunicado— de Addis Abeba, pero el Gobierno de este miembro de la Liga Árabe no es precisamente un aliado.
Ahora, la mayor parte del tráfico entre Hergueiza y Yiyiga se inscribe en el contrabando, sobre todo de aparatos electrónicos y bienes de consumo importados a través de los Emiratos Árabes o producidos en Somaliland, pero el futuro puede ser distinto: una de las pocas autovías etíopes bajo construcción es la que enlaza Yiyiga con Addis Abeba, subcontratada a una empresa china.

Meles Zenawi puede contar con el respaldo de Gran Bretaña, otro aliado no oficial de Dahir Rayale Kahin. En agosto, el presidente de Somaliland se trasladó a Londres en visita oficial y se entrevistó con David Triesman, responsable para África del Ministerio de Exteriores británicos, quien afirmó después que Reino Unido «trabajaría con las autoridades de Somaliland para consolidar sus éxitos y asistirles en el desarrollo del país».

Somaliland fue colonia británica hasta 1960 y se unificó con el resto del territorio, dominado por Italia, seis días después de alcanzar la independencia a la que ahora aspira volver. La pequeña nación ha conseguido cierta prosperidad gracias a la exportación de ganado y las remesas que envían con regularidad los trabajadores somalíes emigrados.

Reunificación, no

Osman Ahmed Hassan, jefe de la misión somalilandí en Londres —una embajada no oficial—, opina que Gran Bretaña «es favorable a reconocer nuestra independencia, pero no puede dar este paso sin el apoyo de toda la Unión Europea. También la Unión Africana depende de la opinión de los Estados individuales. Etiopía está a favor, pero no desea ser acusada de romper la unidad de Somalia».

En todo caso, declara, está fuera de cuestión una reunificación con Somalia y «no hay ningún tipo de negociación con los Tribunales Islámicos». Se niega a calificar la postura religiosa de los nuevos amos de Mogadiscio, pero señala que también Somaliland «es un país islámico, con una legislación basada en la charia». La prensa de Hergueiza, en cambio, no se cansa de denunciar la «intolerancia» de los Tribunales y la expansión del wahabismo.

Arabia Saudí no favorece la relativa prosperidad del territorio independentista: mantiene el embargo sobre la importación de ganado. La razón oficial es un brote de peste, aunque la OMS ha certificado que no hay indicios de ella. «Exportamos a otros países del Golfo y a Yemen», informa Osman Ahmed, que se niega, diplomático, a aventurar los motivos reales de la medida. Con Yemen, sin embargo, crecen las tensiones sobre los derechos de pesca en la costa somalí.

Más preocupante es el conflicto con la vecina región de Puntland, que ha causado varios enfrentamientos armados. Feudo del ya prácticamente derrocado presidente de Somalia, Abdulahi Yusuf, esta zona no ha caído aún bajo la influencia de los Tribunales Islámicos, pero tampoco tiene muchas posibilidades de seguir el ejemplo de Hergeiza e independizarse, porque apenas tiene recursos.

«Nos gustaría arreglar nuestras diferencias pacíficamente», afirma Osman Ahmed, al tiempo que resalta la importancia de Yusuf para la estabilidad de Etiopía: la gran mayoría de los etíopes de etnia somalí forman parte del mismo clan, los darod, al que pertenecen los habitantes de Puntland, de los que procede Yusuf.

Si el hombre de Zenawi pierde la guerra, Etiopía estará cercada por varios flancos por los aliados de Egipto reunidos en la Liga Árabe y podría prepararse para un largo período de inestabilidad que daría al traste con sus aspiraciones de ser la potencia líder de África Oriental. El vecino más incómodo sería Somalia, que, si Washington mueve ficha, reemplazará pronto 15 años de guerra por una teocracia similar a la de Arabia Saudí.