El fundamentalismo se queda sin gas

Eva Chaves
Eva Chaves
· 8 minutos

 

Mujeres en El Cairo (2006) |  © Eva Chaves
Mujeres en El Cairo (2006) | © Eva Chaves

El Cairo | Agosto 2009

En un café de El Cairo un niño vende casetes de sermones religiosos de los ‘jeques’ más populares. Una y otra vez se inmiscuye en las conversaciones de las mesas ofreciendo las cintas mientras los clientes le muestran un total desinterés.

Y es que los casetes, al igual que en todo este mundo globalizado, están a punto de desaparecer. Pero además, los predicadores han encontrado una manera de propaganda mucho más eficaz en los canales de televisión por satélite.

La competencia ha producido variedad de canales religiosos como Iqra, Alrahma o Al-Hafez, donde cada jeque (anciano, sabio) intenta contradecir las fetuas de otros jeques en un afán por mantener la audiencia, de tal manera que sus discursos se han convertido en una auténtica parodia, lejos de cualquier credibilidad.

Hasta hace tan solo tres años, el negocio no le iba mal al muchacho. Las cintas o compactos se vendían como rosquillas y los sermones de los jeques podían escucharse en cualquier lugar y a todo volumen. Ahora, salvo en ramadán, apenas se dejan oir. Irremediablemente han ido a parar al cajón y a la guantera del coche. “Quien quiere escucharlos los tiene en la tele 24 horas al día. Pero la gente ya se ha empezado a cansar de tanta palabrería contradictoria sin seriedad científica alguna y con un objetivo puramente comercial”, comenta A. H., un periodista local.

Las cintas se vendían como rosquillas y los sermones de los jeques podían escucharse en cualquier lugar

Cierto es que el nuevo negocio televisivo vive de la publicidad y de las consultas telefónicas, sobretodo, de espectadores que llaman desde cualquier rincón del mundo árabe buscando respuestas del islam ante problemas y cuestiones personales, como si de un tarot se tratara.

Pero el evidente desencanto en torno a las pláticas religiosas en Egipto no sólo está relacionado con esta transparente manipulación sino también con aspectos puramente políticos. La falta de fe en las políticas islamistas y un cansancio general en torno al discurso político islámico de resistencia son otras de las causas del desinterés.

Discurso islamista sin resultados

Por un lado está la progresiva pérdida de credibilidad de partidos como Hamás, Hizbulá o incluso del propio gobierno iraní, que han sido tan influyentes en la clase media e intelectual egipcia. “Las brillantes sentencias esperanzadoras de revolución y resistencia contra el ataque mediático y militar de Estados Unidos, Europa e Israel, hacia el islam y los países árabes y musulmanes, se han quedado en meras palabras debido a la falta de resultados” opina M.B., un intelectual liberal cairota.

Por otro lado, la escena política internacional, que ha venido siendo el alimento principal del fanatismo islámico y del propio discurso religioso-político de resistencia contra ‘Occidente’ ya no tiene la misma repercusión. Hechos como las guerras de Afganistán e Iraq, los atentados de Al Qaeda y los discursos en torno al choque de civilizaciones que colocaron y mantuvieron a los extremismos en la cima de la pirámide parecen querer entrar en la memoria del olvido para la gran mayoría de la población. “Es como si nos hubiéramos desgastado de uno y otro lado. Además hay un cierto clima de optimismo entre la gente desde el triunfo de Obama”.

«Sabemos que el discurso de Obama es pura fachada pero no resulta humillante»

Un grupo de estudiantes de la Facultad de Letras de la Universidad de El Cairo comparte la misma opinión: “Aquí todo se construye en torno al tipo de discurso”, dicen. “Las palabras con que Obama se dirigió al pueblo árabe y musulmán desde nuestra Universidad el pasado 4 de junio han causado un efecto inmediato de entusiasmo, sobre todo por su denuncia a la ocupación israelí sobre Palestina. Sabemos que el discurso de Obama es pura fachada pero no resulta humillante. No sabemos si llegará a cumplir alguna de sus promesas pero, al menos, sus intenciones son de acercamiento y no de distanciamiento, a pesar de que respondan meramente a intereses políticos” añade S.A., una de las estudiantes.

“Además hay una cierta identificación con él por su trayectoria intelectual y origen africano aunque sabemos de sobra que nunca hay que confiar en la política estadounidense” comenta otra.

Por todo esto hablar y escribir sobre la resistencia del islam contra Occidente o sobre el islam sociopolítico quizás ya no está tan de moda, como tampoco lo está, según observamos en las calles de El Cairo, el hiyab a la manera más tradicional. Las opiniones coinciden en que hace unos años el velo era, sobre todo, un símbolo de rebeldía política como reacción ante el ataque hacia el islam. Por lo tanto, la manera de vestirlo era más pura, acorde a lo que marca el conservadurismo religioso.

Sin embargo, ahora, el jimar tradiconal (velo ancho que cubre hasta la cintura) sólo lo llevan las mujeres más conservadoras y también las más pobres, aquellas que no se pueden permitir vestir a la última y aquellas que no se lo quitarán en un futuro próximo porque el descenso de la religiosidad entre los estratos más desfavorecidos se produce con más lentitud.

Y es que la contradicción entre esas ideas islámicas y la naturaleza moderna de la sociedad urbana egipcia se ve representada totalmente en la moda de las jóvenes. Especialmente en el centro y en los barrios de clase media y alta observamos velos perfectamente conjuntados, meticulosamente colocados y con formas y colores nuevos. En la revista Hiyab fashion encontramos las últimas tendencias para el estilo de cada mujer: para la elegante y formal, para la juvenil e informal, para la deportista…

Hace unos años, el hiyab era un símbolo de rebeldía política; ahora es una prenda que expresa estilo

Las más modernas y atrevidas no se privan de ponerse escotados vestidos por encima de camisetas totalmente adosadas al cuerpo. Las miradas recaen irremediablemente sobre las minifaldas con mallas debajo (algunas incluso de color carne), sobre la estrechez máxima de las camisetas y sobre el sorprendente pañuelo a juego a Las mil y una noches.

Los estilos más modernos son el trenzado, el español (con el cuello al descubierto), el turco (que simula una rosa a uno de los costados), el cola de caballo (compuesto de dos o tres telas simulando una melena voluminosa por delante y una cola de caballo por detrás) y aprender las maneras más originales de cómo ponérselos se ha convertido en un negocio cuyo precio ronda las 250 libras ( 32 euros) para cursos de 4 horas. Incluso se venden ya preparados para ocasiones especiales llegando los de soirée a las 400 libras (51 euros) y los de novia a las 2.000 (256 euros).

Por otro lado, cada vez son más las jóvenes que se quitan el velo cuando están lejos de su lugar de residencia. “Yo no quiero llevarlo, pero no me atrevo a quitármelo en el barrio“, afirma Shaimaa, estudiante de secundaria. No se trata de un caso particular. Desde hace dos y tres años, las más jóvenes se quitan el hiyab cuando se alejan de la zona en que viven. Cada vez son menos las que lo visten por convencimiento.

Desde hace pocos años, las más jóvenes se quitan el hiyab cuando se alejan de la zona en que viven

No obstante, el fenómeno del hiyab nunca ha respondido a una sola causa en Egipto. En algunos casos responde a una decisión personal y en otros a una clara imposición socioeconómica apoyada por la herencia cultural de inferioridad femenina; puede ser producto de unos ideales, de una tradición o de una moda.

Pero no todos están conformes con esta última moda. “Para eso es mejor que no lo lleven. Desde luego, iban a llamar menos la atención. ¿Cuál es el sentido religioso de vestir de esa manera y con velo?” opina A. K., un joven licenciado en Ingeniería. “¿Cómo es que las telas que se colocan una encima de otra para cubrir el pelo lo consideran hiyab cuando se dejan el cuello al descubierto y ni los pantalones ni las faldas cortas cubren las piernas enteras?” añade.

“Pero algo es mejor que nada. Yo antes llevaba el isdal (manto que cubre el cuerpo de la cabeza a los pies) porque era lo que estaba de moda y éso que a mi padre no le gustaba pero ahora me veo con él como si tuviera cincuenta años y además era muy incómodo” contesta S. A., estudiante que viste un hiyab a la turca. “Soy musulmana y me gusta vestir con style. ¿Qué hay de malo en ello? Así es la moda” añade. En este punto todos están de acuerdo: el hiyab, salvo para las pobres, está más fashion que nunca.