Entrevista

Pere Gimferrer

«Aprendo lenguas para leer poesía en versión original»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 9 minutos
Pere Gimferrer |  ©  Javier Cuesta
Pere Gimferrer | © Javier Cuesta

Tiene el mar su mecánica como el amor sus símbolos./ Con qué trajín se alza una cortina roja/ o en esta embocadura de escenario vacío/ suena un rumor de estatuas, hojas de lirio, alfanjes,/ palomas que descienden y suavemente pósanse”. Son versos de Arde el mar, uno de los libros más celebrados de Pere Gimferrer (Barcelona, 1945), autor de extensa obra poética, narrativa y ensayística en castellano y catalán, y uno de los buques insignia del llamado grupo de los novísimos.

Miembro de la Real Academia Española desde 1985, Gimferrer fue invitado recientemente a Sevilla por el Centro Andaluz de las Letras, y en la capital hispalense conversó con MediterráneoSur de algunas cuestiones mediterráneas.

Usted publica poesía en castellano hasta 1970, y a partir de esa fecha empieza a hacerlo también en catalán. Y también ha escrito en francés e italiano. ¿A qué motivaciones responde la elección de una u otra?
El catalán es mi primera lengua, y el castellano la segunda, entendiendo como tales la gradación en que las fui aprendiendo. Luego, de las demás, no sería capaz de escribir en todas las lenguas que he aprendido. Nunca he intentado hacerlo en inglés, o en latín. Aunque pueda leerlas, me resultaría muy difícil.  En el año 70, escribir en catalán tenía una significación, aparte de la literaria. Era escribir en una lengua que tenía un pasado medieval importante, con unos poetas extraordinarios a lo largo del siglo XX, pero que se encontraba en una situación complicada. Tardó en resolverse aquel encaje: la convivencia de las lenguas romances e ibéricas que habían establecido con muy buenas bases Menández Pelayo y Valera en segunda mitad del XIX, se fue desvaneciendo a partir de la Guerra Civil. Y por el camino murieron algunos de los mejores poetas en catalán. En cuanto a escribir en francés e italiano, sólo tiene sentido de verdad si te diriges a un público a tu alrededor que lo entiende —por ejemplo, que me pidan un ensayo para un catálogo que se publica en París—, o bien como experimento ocasional.

Alguna vez ha dicho que no da por leído a un autor si no ha podido abordarlo en su lengua original. ¿No es esto ponerse muy alto el listón como lector? ¿Y tampoco podremos darle por leído a usted sin saber catalán?
Bueno, no podrán hacerlo con la mitad de mi poesía, que es lo que he escrito en catalán. Como lector, salvo cosas muy especiales, hace años que no leo poesía traducida. Tengo que obligarme a hacerlo con algún autor ruso o japonés. O incluso árabe, que aunque lo estudié no sé tanto como para leerlo. De modo que he intentado invertir la situación y aprender lenguas para leer, en vez de leer en las lenguas que conozco de antemano. Creo que en la poesía, sobre todo en la poesía, hay cosas que sólo se aprehenden en su versión original. Por ejemplo: yo no sé alemán, cosa que deploro, y por tanto no he leído a Heine. Pero pienso que todo lo que de Heine tradujo Bécquer, sin duda son cosas en las que Heine está y no está a la vez. Son, no sé, otra cosa. Y no es Bécquer, desde luego. En una esfera más cercana geográficamente, y más lejana idiomáticamente, los poetas arábigo-andaluces que traduce García Gómez son lo que son en el original árabe, y son lo que son en García Gómez.

A propósito de ello, también le he oído explicar como un problema la tensión o distancia entre el catalán culto y el catalán hablado…
Bueno, ése es un tema recurrente, ¿eh?

Se lo digo preguntándome si es lo mismo que sucede en Marruecos hoy, con el árabe clásico y el coloquial.
Sí, lo del rey de Marruecos es como si el rey de España hablara en latín. Quizá no tanto, pero no le falta mucho, porque nadie habla así. Tal vez ni siquiera él mismo en la intimidad. Pero lo del catalán no es exactamente lo mismo. El árabe ha seguido teniendo uso literario ininterrumpido, hasta donde yo sé, mientras que el catalán tuvo una interrupción no completa, pero sí un eclipse temporal, de un tiempo que no es poco: los siglos XVII y XVIII, pues aunque había escritores, eran menores en número y menores en importancia. El pasado literario árabe es más extenso que el catalán. El problema es su distancia innegable respecto a la lengua de los medios. Y la lengua hablada. Esa distancia, curiosamente, ha variado de naturaleza, pero no de magnitud. Es de otro tipo, pero no de modo acusada que la que había hace 50 años. Hace 50 años, la lengua hablada era una lengua muy empobrecida, muy poco castiza, y hoy no lo es. Pero en cambio ha habido un descenso de la exigencia de la lengua literaria. Para mal y para bien,  no es el mismo caso del árabe clásico y del coloquial.

Quisiera preguntarle por un poeta que usted conoció, que le influyó mucho, y que ha permanecido mucho tiempo oscurecido en España, como es el siciliano Salvatore Quasimodo.
Sí, era un poeta excelente, al que conocí siendo yo muy joven, antes incluso de haber publicado mi poesía en libro. Conservo un libro suyo, firmado por él. Recuerdo que pasó un cierto purgatorio, también en Italia, como sucede con la mayoría de los poetas que obtienen el Nobel. También porque era muy odiado por dos de sus compañeros más conocidos, Ungaretti y Montale. Alberti contaba que en una ocasión le tocó viajar teniendo a Ungaretti y Quasimodo sentados a cada lado, y que por cada oído le llegaba cómo uno hablaba mal del otro. El problema es que tuvo el Nobel antes que Montale, y Ungaretti no podía tenerlo, porque uno de sus libros tenía prólogo de Mussolini, algo que la Academia Sueca nunca aprobaría. Es cierto que Estocolmo premió antes a Pirandello, pero eso fue antes de la guerra. Quasimodo estuvo afiliado al Partido Comunista, pero más tarde se vio que había estado en nómina de no sé qué funcionariado mussoliniano. Eso en la Italia de los años 30 no era nada fuera de lo común, pero las cosas se simplifican mucho cuando llega una guerra.

Cuando usted relaciona la crisis del creador con la actual crisis de identidad, ¿se refiere a una identidad sujeta a vaivenes políticos, lingüísticos, sociales…?
Esas crisis no son de ahora mismo. Aparecen como mínimo a mitad de siglo XX. En el fondo ¿de qué trata Albert Camus, en El extranjero por ejemplo, o incluso la obra de Kafka? Pero si vamos a un contexto más cercano o actual, me es difícil disociar la crisis de identidad del triste y cada vez más denostado papel de las Humanidades en la enseñanza. Es decir, si empezamos por no estudiar ni latín ni griego, y poca o ninguna Historia literaria, y poca o ninguna filosofía, más que crisis, lo que hay es una dificultad para hacerse una identidad o formularse a uno mismo. ¿Con qué herramientas vas a hacerlo?

Y los políticos tampoco colaboran mucho en que la tendencia se corrija, ¿no?
Hay unas complicidades muy antiguas. Hace muchísimas décadas, una persona dijo aquello de ‘Menos latín y más deporte’, pero no fue una frase aislada. Si usted ve las últimas encuestas del CIS, sólo un ocho por ciento de los españoles está estudiando lenguas extranjeras. ¿Cuántos no lo estudian? Hay un porcentaje elevado de españoles que no sólo no estudian lenguas extranjeras, es que no lo desean.

Y como académico de la Lengua, ¿teme que exista el mismo desinterés por el castellano mismo?
Esta lengua precisamente, la única que algunos desean conocer, tampoco es modelo de gran conocimiento. No porque sólo quieran saber castellano se expresan como Góngora. Por otro lado, me temo que el desinterés por el latín tenga que ver con la Iglesia Católica. Puede parecer una tontería, pero aún hoy es la lengua oficial del Vaticano. También el alemán era la lengua oficial del III Reich, pero la lengua no tiene la culpa…

El poeta Carlos Marzal acaba de coordinar el libro Sentimiento del toreo, y usted también ha sido muy activo en la defensa de la Fiesta. ¿No cree que los poetas deberían participar más en los debates públicos?
En la cuestión de los toros he participado una barbaridad, prologando el libro Cataluña taurina, asistiendo a actos con matadores en activo, como Esplá o Ponce, y jubilados, como Joaquín Bernadó. El otro día llamaban asesino a Ponce, y es algo que no puedo entender. El toreo es una de las tradiciones artísticas y culturales más arraigadas, un arte único e irrepetible que difiere de la pintura y la literatura, llamadas a perdurar, y se parece más al ballet o a la música, esencialmente efímeras. El argumentario de los abolicionistas nace de una profunda incomprensión de la Fiesta, y ahí no hay diálogo posible. No se puede analizar una manifestación humana desde argumentos ajenos y exteriores a ella. Es como si alguien criticara a la poesía diciendo que nadie en la vida real habla en verso.