Crítica

Cuidado con el perro

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 4 minutos

Canino

Título original: Kynodontas
Dirección: Yorgos Lanthimos

Género: Largometraje
Produccción: Yorgos Tsourgiannis
Intérpretes: Christos Stergioglou, Michelle Valley, Aggeliki Papoulia, Mary Tsoni
Guión: Efthymis Filoppou, Yorgos Lanthimos
Duración: 94 minutos
Estreno: 2009
País: Grecia
Idioma: griego


Magnetismo y estupor. Ésas son las coordenadas por las que se mueve el espectador de la cinta Canino, el filme del director griego Yorgos Lanthimos que obtuvo el premio Un Certain Regard en el festival de Cannes y varios reconocimientos en Sitges. La historia que narra es la de una familia de clase media en la que los padres mantienen aislados del mundo a sus hijos —un varón y dos chicas— con el presumible objeto de protegerlos de toda amenaza. Para ello han desarrollado un sistema en el que el lenguaje es subvertido —un zombi es una florecita, un coño una lámpara, el teléfono un salero—, la visión de la realidad manipulada –les hacen creer que los aviones que les sobrevuelan son de juguete—, se fomenta el ensimismamiento —las películas que ven son vídeos domésticos protagonizados por ellos mismos— y los peligros son magnificados hasta el punto de que la presencia de un simple gatito desata una escabechina en el jardín.

El título de la película refiere otra de las rocambolescas normas de la casa: nadie estará preparado para salir hasta que no se le caiga uno de los dientes caninos. Pero sólo podrá hacerlo en coche, y para conducir es preciso que el canino vuelva a crecer. En este sentido, uno de los aciertos del filme es situar a los muchachos en una edad inmediatamente preadulta, en la que, a pesar de los esfuerzos de sus progenitores, empiezan a hacerse preguntas cada vez más embarazosas, y a exponerse cada vez más al contacto con lo otro. Y mientras tanto, como metáfora de propina, el perro guardián de la familia sigue internado en una escuela canina, completando su lentísimo adiestramiento…

En plena crisis del modelo tradicional de familia, ataca al corazón de una sociedad castrada, ágrafa y acrítica

Con una estética, un tempo y una crudeza que recuerdan al mejor Haneke —una comparación que Lanthimos rechaza, pero que parece inevitable—, Canino juega a la extravagancia mientras desliza mensajes muy precisos. En plena crisis del modelo tradicional de familia, ataca al corazón de una sociedad castrada, ágrafa y por tanto forzosamente acrítica, que antepone la seguridad a la libertad, condenada a reproducir el modelo heredado sin cuestionarlo (o el de los más grotescos modelos mediáticos como única alternativa) y abocada a la endogamia.

El director se lo pasa en grande exponiendo al público —muy acostumbrado al voyerismo de los reality shows— a una historia con trazas de experimento sociológico que oscila entre el humor y el terror. Así, de la carcajada al escalofrío, el espectador va preguntándose con cuál de esas anomalías se identifica, en cuáles se reconoce o reconoce elementos de su alrededor.

Todo ello hace de Canino una película oportunísima, de digestión lenta pero necesaria en plena era de especulaciones interesadas, realidades adulteradas y miedos de laboratorio. ¿Es sólo casualidad que un trabajo así haya surgido de la tan desconocida factoría de cine griega, del país europeo que más sufre en estos momentos las más feroces convulsiones de nuestro sistema?

¿Te ha gustado esta reseña?

Puedes colaborar con nuestros autores. Elige tu aportación

Donación únicaQuiero ser socia



manos