Opinión

La guerra ficticia

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 8 minutos

Puntual como las sombrillas en la playa, como los helados y como los suplementos de verano en los periódicos, vuelve la guerra de Irán a las portadas. Esta guerra que lleva anunciándose desde hace al menos cinco años, con todos sus detalles: el ataque aéreo a las instalaciones de investigación nuclear de Teherán e Isfahan, de Natanz, Arak y Bushehr. La duración: cuatro o cinco días. Los muertos: muchos miles. La eficacia: escasa (retrasaría el programa nuclear iraní unos cinco años). La legalidad: nula. Y las consecuencias: desastrosas.

Es muy arriesgado jugar a ser profeta en asuntos políticos, y es particularmente arriesgado en Oriente Medio, donde guerra y paz dependen del eje Washington – Tel Aviv, aparentemente ajeno a todo pensamiento racional. Pero en este caso estoy dispuesto a apostarme una botella de raki libanés: en los próximos doce meses no habrá guerra contra Irán.

Los indicios están todos ahí: Arabia Saudí, se rumorea y se desmiente, habría abierto su espacio aéreo a Israel. Estados Unidos ha enviado otro portaaviones hacia el Golfo Pérsico. Un tercio de los diputados republicanos del Congreso estadounidense han propuesto una resolución que garantizaría todo el apoyo a Israel, si este país atacase Irán.

No habrá guerra contra Irán; ni ataque de aviones estadounidenses ni de cazas israelíes

Pero no habrá guerra. No habrá ataque de aviones estadounidenses ni de cazas israelíes. Para empezar, un ataque israelí como el llevado a cabo en 1981 contra el reactor de investigación iraquí de Osirak es técnicamente imposible. Los aviones F-16 israelíes sólo pudieron alcanzar su objetivo ―una distancia de casi mil kilómetros― provistos de depósitos de carburante adicionales, al límite de su capacidad.

Las instalaciones iraquíes distan centenares de kilómetros más y exigen armamento más pesado, dado que en gran parte son subterráneas. Sería imprescindible enviar toda una flota de cazas que debería repostar durante el vuelo y sobrevolar durante bastante rato el territorio iraní, expuesto a sus baterías antiaéreas, algo mucho más arriesgado que el ataque sorpresa de Osirak. Y mucho más complicado diplomáticamente: Arabia Saudí debería dar su visto bueno oficial a una maniobra de este calibre, lo que equivaldría a abrir una guerra entre Riad y Teherán. Por supuesto, Riad nunca daría un paso así sin el apoyo de Washington. En breve: un ataque israelí equivaldría a una guerra de Estados Unidos contra Irán.

Así las cosas, argumenta Daniel Pipes, uno de los defensores norteamericanos más fervientes de una guerra total contra todo lo que suene a musulmán, sería mejor que Estados Unidos se encargue directamente del ataque. Desde los portaaviones en el Golfo Pérsico y el Índico, los bombardeos serían mucho más fáciles de realizar. En otras palabras: sólo así se pueden realizar con cierta expectativa de destruir al menos parte de las instalaciones.

Los tanques norteamericanos se convertirían en chatarra en la primera cadena montañosa

El ataque no serviría, en opinión de todos los expertos, para frenar definitivamente el programa nuclear iraní. Sólo lo retrasaría unos cinco años: una vez adquirido el conocimiento tecnológico, y excepto si se asesinaran simultáneamente todos los expertos iraníes, los reactores se pueden volver a construir.

Es obvio que sólo se puede hablar de un único golpe aéreo. Una invasión terrestre de Irán es completamente imposible. Basta con mirar un mapa para reconocer que el país es una fortaleza natural. Basta con consultar la prensa para saber que en caso de un ataque, el pueblo iraní, incluidos los más rotundos opositores del régimen clerical de Teherán, incluidos quienes se juegan la vida para cambiar el sistema político persa, cerrarían filas con el presidente Ahmadineyad. Los tanques norteamericanos se convertirían en chatarra en la primera cadena montañosa. Enfangado en Afganistán, Estados Unidos ya no tiene soldados para enviarlos al frente.

Un único golpe aéreo, pues. ¿Y las consecuencias?

Irán no aceptaría el ataque con una sonrisa amable. La más esencial lógica diplomática, reforzada por el orgullo nacional, exigiría devolver el golpe. Si Israel estuviera implicado, los misiles Shabab-3, con un alcance de 2.000 kilómetros, podrían caer sobre Tel Aviv. Lo mismo vale para Arabia Saudí.

Pero incluso si sólo se mojara Washington, Irán tendría a su alcance métodos de respuesta extremamente eficaces.
Por una parte está Iraq: las tropas estadounidenses en retirada serían un blanco fácil tanto para fuerzas iraníes convencionales como para milicias iraquíes con fuertes simpatías iraníes (muchos hacen caso a líderes religiosos chiíes radicados en Irán). Por otra parte es improbable que la guerrilla libanesa Hizbulá se implicara en el asunto: pese a que se tacha de “un peón de Teherán”, este movimiento basa todas sus actuaciones en el conflicto libanés-israelí y nunca ha actuado fuera del territorio libanés o sus zonas fronterizas.

Pero la geografía de la región es testaruda y está de lado de Irán. Este país controla el Estrecho de Ormuz.

Anchura: 54 kilómetros. Anchura navegable: unos 10 kilómetros. Países costeros: al norte Irán, al sur Omán y los Emiratos Árabes, dos países sin poderío militar y sin aparente interés de meterse en una guerra. Posibilidad para Teherán de cerrar el Estrecho e impedir todo tráfico naval: inmediata. Unas pocas minas flotantes, unas baterías costeras y unas lanchas rápidas bastarían.

El 20 por ciento de todo el petróleo que se compra y vende en el mundo pasa por Ormuz

Hay quien calcula que Estados Unidos necesitaría un mes para volver a abrir el Estrecho, pero incluso si lo consiguiera antes, el precio sería impagable: todo el petróleo extraído en Arabia Saudí, Kuwait, Bahréin y Emiratos y la mayor parte del de Iraq fluye a través de este pasillo marítimo. Quince petroleros diarios con 16 millones de barriles. El 40 por ciento de todo el crudo que navega por el mundo. El 20 por ciento de todo el petróleo que se compra y vende en el mundo. La mayor parte va a Japón, Europa y Estados Unidos.

Una cosa es segura: antes de que Washington pudiera volver a abrir el Estrecho, las carreteras europeas se habrían convertido en un escenario propio de un relato apocalíptico de Cortázar. Japón habría dejado de existir como potencia económica.

Existe un oleoducto que va desde los yacimientos saudíes al Mar Rojo, pero su capacidad es de 5 millones de barriles al día. No alcanza. Tampoco es suficiente la ruta de Iraq a Turquía.

Sólo una acción concertada de todo el mundo, incluido Rusia y China, podría aliviar las consecuencias. Pero ni Pekín ni Moscú están por la labor de una guerra contra Irán. Para no hablar de Brasilia, Ankara o Caracas. Esta vez, Estados Unidos se quedaría solo.

La guerra ficticia da enormes beneficios a quienes la llevan a cabo, sin ningún daño colateral

Lógicamente: Irán no ha violado ninguna ley internacional y sólo es uno más de las decenas de países del mundo que pretenden utilizar la energía nuclear. Si llegase a desarrollar un arma atómica, sólo sería uno más de los nueve países que ya la poseen. A diferencia de India, Pakistán e Israel, Irán sí ha firmado el Tratado de No Proliferación Nuclear.

En resumen: la guerra es imposible, además de inútil e ilegal. Es ficticia.

Pero también una guerra ficticia puede dar enormes beneficios a quienes la llevan a cabo. Es más, da todos los beneficios sin ningún daño colateral. Al gobierno iraní le sirve: refuerza la imagen del enemigo exterior contra el que hay que defenderse cerrando filas con el régimen teocrático. Al gobierno israelí la beneficia: refuerza la imagen del enemigo exterior contra el que hay que defenderse cerrando filas con el régimen militarista-teocrático.

De paso es rentable: permite justificar el desvío de recursos públicos hacia el entramado militar-empresarial de la industria y la investigación armamentística (uno de los mayores artículos de exportación de Israel), asegura el apoyo incondicional de parte de la clase política estadounidense a este “país amenazado” y desvía la atención de la ocupación de Palestina: Daniel Pipes propuso que Obama bombardeara Irán en lugar de preocuparse por resolver el conflicto palestino, mucho menos importante. En suma: un negocio altamente rentable.

Hoy día, la guerra más rentable es la que se hace sin necesidad de pegar un tiro. Se puede repetir cada año: no hay nada más barato que la munición que dispara una pantalla de televisión.